El desarrollo de las ideas socialistas en Chile.  Sebastián Jans

9.1. EL FIN DE LA REPÚBLICA MESOCRÁTICA.

 

 

 

Artífices del Golpe de Estado

Richard Nixon, Presidente de EE.UU., y Henry Kissinger, su asesor de Seguridad Nacional y luego Secretario de Estado. Los dos protagonistas de la decisión política de desarrollar la acción encubiertay desestablizadora en Chile, que provocará el derrocamiento del gobierno de Allende. El primero, abandonaría la Presidencia en medio del repudio ciudadano por prácticas antidemocráticas. 

 

Prólogo

Capítulo Primero. LAS PRIMERAS DÉCADAS DE LA REPÚBLICA.

La Independencia.  

El proletariado en formación.   

Las ideas en pugna.

 

Capítulo Segundo. ARCOS Y LA SOCIEDAD DE LA IGUALDAD.

Santiago Arcos, su orígen e influencias

Chile a la llegada de Arcos

La Sociedad de la Igualdad.

El Club Reformista de la calle de las Monjitas. 

  La carta desde la cárcel.

 

Capítulo Tercero. FORMACION CAPITALISTA Y MUTUALISMO.

Montt, el último gobierno pelucón.  

La revolución burguesa de 1859

La expansión capitalista mundial.

El mutualismo de Vivaceta

Factores que influyen en la proletarización

La guerra del salitre

La guerra civil de 1891.

 

Capítulo Cuarto. LA CLASE OBRERA A FINES DEL SIGLO XIX.

Las grandes huelgas de 1890.  

El Partido Democrático

El régimen que reemplazó a Balmaceda

Alejandro Escobar y Ricardo Guerrero.

Las organizaciones socialistas precursoras.

 

Capítulo Quinto.RECABARREN Y EL PARTIDO OBRERO SOCIALISTA.

Los hechos sociales de principios del siglo XX.  

La "cuestión social".  

Dos años de sangrienta lucha de clases.

La masacre en la Escuela Santa María de Iquique

El democrático Recabarren

La Federación Obrera de Chile.

Recabarren, el socialista.  

El Partido Obrero Socialista. 

La crisis imperialista y la situación internacional

La Asamblea Obrera de Almentación Nacional.

La mesocracia y el populismo de Alessandri

Recabarren y el leninismo.

 

Capítulo Sexto. LA GRAN CRISIS DE LOS TREINTA.

La dictadura de Ibañez.  

La crisis y la caída de la tiranía.  

La sublevación de la Armada

La República Socialista.

 

Capítulo Séptimo. LAS DOS VERTIENTES SOCIALISTAS EN CHILE.

Fundación del Partido Socialista de Chile.  

Ranquil y Lonquimay.   

El Frente Popular

La represión de González Videla.

 

Capítulo Octavo. ALLENDE Y EL MOVIMIENTO POPULAR.

El Frente del Pueblo.  

El 2 de abril de 1957

El Frente de Acción Popular.  

El gobierno reformista de Frei

La Unidad Popular.  

Los mil días de Gobierno Popular.

 

Capítulo Noveno. LA RENOVACION SOCIALISTA.

El fin de la República Mesocrática. La dictadura de Pinochet.  

La crisis del Partido Socialista y el movimiento de renovación.

La opción de los comunistas.  

El liderazgo de Ricardo Lagos

El derrumbe de los "socialismos reales".

La Concertación de Partidos por la Democracia.

 

Conclusión.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La dictadura de Pinochet, surgida del golpe militar, que pone fin al gobierno de Allende y a la Constitución de 1925, fue consecuencia de varios procesos que inciden en aquel dramático desenlace, y que se pueden agrupar en dos grandes factores: el factor internacional y el factor nacional.

El primero está determinado, sin duda, por las variables de la "guerra fría" y la ubicación de Chile, en el contexto de las zonas de influencia ejercidas por las dos grandes potencias polares: Estados Unidos y la Unión Soviética.

En ese sentido, es determinante la acción ejercida por el gobierno norteamericano y sus órganos comprometidos en la acción militar y de inteligencia, a partir de septiembre de 1970. El directo compromiso de Nixon y Kissinger, desde los primeros días de la elección de Allende, en la estrategia de desestabilización constitucional en Chile, será un aspecto desencadenante en la evolución de los hechos en este país.

Grandes cantidades de recursos económicos ingresaron por medio de las acciones encubiertas de la CIA y agentes anticomunistas de diversos países, para desarrollar las acciones de desestabilización. Algo de ello ha podido observarse, en los archivos secretos desclasificados por el gobierno de Bill Clinton, aunque los montos en dólares, que allí aparecen consignados, resultan absurdos con los recursos que realmente contó la oposición política y gremial, para paralizar al país en el invierno (septentrional) de 1973. Verbigracia, los transportitas que pararon sus camiones, buses y taxis, obtuvieron más beneficios económicos con su vehículos detenidos, que ejerciendo su actividad cotidiana en los servicios del país.

El aparato militar norteamericano no estuvo al margen. Tanto así que el golpe se produce con el apoyo de navíos norteamericanos frente a las costas chilenas, sosteniendo las comunicaciones de los golpistas. A tal punto es la colusión, durante el levantamiento militar contra Allende, que el jefe de las operaciones golpistas en el Ministerio de Defensa, el vicealmirante Patricio Carvajal, no informa a sus jefes militares de la muerte de Allende, sino que lo hace en inglés, para que la información sea recibida por el jefe de las unidades navales norteamericanas.

Es una referencia de causa, que tales unidades navales dieron el soporte radial para la acción golpista, ante el riesgo de que los sistemas de comunicaciones de las FF.AA. fallaran, por causa técnica o como consecuencia de la acción de partidarios del gobierno. De la misma forma, contaban con un plan de contingencia para intervenir en Chile, ante el eventual fracaso golpista, pretextando proteger la vida de los norteamericanos, plan que, desde luego, no fue aplicado ante la muerte de Horman, ciudadano de ese país, desaparecido y asesinado por los golpistas, por sus simpatías de izquierda.

Ya hemos mencionado el Informe Church y los documentos desclasificados por Clinton, como referencias necesarias para dar cuenta de la acción encubierta del gobierno de EE.UU. en Chile, entre 1970 y 1973, y que son fuentes indesmentibles ni objetables para cualquier observador no iquierdista, para comprender lo ocurrido en Chile, en aquellos años.

En lo relativo a los factores nacionales, se pueden señalar, como aquellos que fueron determinantes en el derrumbe institucional de 1973, los siguientes:

  1. La crisis del Estado Mesocrático.
  2. La recomposición de las fuerzas políticas y los desequilibrios que produce
  3. El concurso de nuevos actores sociales
  4. Las contradicciones propias de todo proceso de cambios.

En el primer aspecto, debe considerarse que, la evolución de la política chilena, entre 1925 y 1973, estuvo determinada por el Estado Mesocrático. Las clases medias, en los inicios del siglo XX, fueron tomando el control de las estructuras del estado, estableciendo un predominio que se manifestaba políticamente en una clara tendencia de centro-izquierda.

Así, tanto la orientación de los militares que influyeron en los eventos que permiten la instauración de la Constitución de 1925, como el predominio del Partido Radical, eje de la política chilena hasta principios de los años 1960, así como el concurso de los partidos de izquierda de influencia marxista, con participación gubernativa, hicieron posible que las orientaciones de la segunda ola de las libertades y de los derechos del hombre, fueran asimiladas profundamente por el sistema institucional chileno. Obviamente, cuando hablamos de la segunda ola de las libertades y los derechos humanos, nos referimos a la tendencia que se gesta en Europa, como consecuencia de la emancipación social de las clases trabajadoras, entendiendo que la primera ola, fue consecuencia de la revolución Francesa y de la emancipación burguesa contra el absolutismo. Así, la primera ola tiene que ver con la acción del liberalismo, mientras que la segunda ola se encuentra en la socialdemocracia y el social cristianismo, y en la emancipación de las clases trabajadoras.

El Estado Mesocrático, sin embargo, no tuvo la capacidad de adaptarse al proceso de cambios, porque toda institucionalidad, por su propia naturaleza, tiende a volverse conservadora. Es lo que pasó especialmente con el Poder Judicial chileno, que se volvió fosilizado y funcional a la acción reaccionaria de las fuerzas conservadoras.

De tal modo que, la crisis del Estado Mesocrático, es consustancial a su propia naturaleza, al no poder digerir en su institucionalidad la voluntad de cambio que pugnaba por imponerse.

El segundo aspecto, se relaciona con el desequilibrio brutal que se produce entre los actores políticos, durante la década de los 1960, como consecuencia de las nuevas realidades electorales. Esos desequilibrios provocaron cambios sustanciales en el escenario político, borrando de una plumada el protagonismo de algunos, y provocando rearticulaciones en los actores políticos, que no se basaban en las asociaciones que habían existido en las décadas precedentes. A saber, la sustitución del Partido Radical (PR) como eje de la política chilena, función que venía ejerciendo durante los treinta años anteriores, a lo cual debe sumarse la casi desaparición de los partidos tradicionales de la derecha.

Efectivamente, el PR había sido la bisagra entre la izquierda y la derecha, y en torno a su liderazgo se habían constituido las alianzas políticas, tanto en su énfasis de centro-izquierda (gobiernos de Aguirre Cerda y Ríos, y parte de González Videla) o de centro derecha (parte del gobierno de González Videla y gobierno de Jorge Alessandri).

En las elecciones que se producen en el primer lustro de los 1960, la Democracia Crsitiana (PDC) copó el centro político, dejando reducido al radicalismo a una mínima expresión electoral. Sin embargo, el PDC representaba una concepción diferente del centro político. En primer lugar, su concepto de hegemonía era muy exacerbado, como consecuencia de sus creciente éxitos electorales, optando por el camino propio, como alternativa, desdeñando las alianzas como forma de comprensión del hacer política.

De hecho, luego del arrollador triunfo presidencial, en 1964, y parlamentario, en 1965, prácticamente instauró una especie de dictadura de partido único, con respeto a la institucionalidad democrática, desde luego, pero, con una práctica política autorreferente y sostenidamente prepotente. Es decir, muy lejana a la costumbre negociadora y componedora del radicalismo. Esta nueva realidad, por cierto, polarizó fuertemente el escenario político.

A esto se agregará la casi extinción de la derecha política tradicional, cuyos partidos quedaron reducidos a menos del 5% del electorado, en las parlamentarias de 1965, además de no haber podido presentar una propuesta de liderazgo en las elecciones presidenciales de 1964. De hecho, la única figura que había alcanzado a esbozarse en ese sentido, no representaba a aquella derecha, sino a nuevas formulaciones más bien del nacionalismo (Jorge Prat). Esto dejó a la derecha sin verdadera presencia política, sepultando a los políticos más prestigiados de los antiguos Partido Liberal y Partido Conservador.

Se inició la recomposición de la Derecha, a través del Partido Nacional, que acogió a los segmentos de la derecha tradicional, pero, también a los segmentos nacionalistas y derechamente fascistoides, que se habían posicionado a fines de la década anterior, sin mucha significación electoral, pero, que, en el nuevo escenario de la derecha, ganarán preeminencia. Agresivamente, este nuevo referente de la derecha enfrentará el reformismo de Frei Montalva, y luego, violentamente, al gobierno de Allende, porque su lenguaje no era la negociación política sino la escalada de la fuerza.

De este modo, no quedaron en la escena política los mismos actores de las décadas anteriores, sino que, se apoderaron del ejercicio político, el arrogante estilo del PDC, la reactiva política de la nueva derecha, y la radicalización castrista de parte de la izquierda. Allende, representante del hacer político tradicional chileno, no tuvo interlocutores de su mismo estilo ni en la derecha, ni en el centro, ni en la propia izquierda, como no fuera en el PC o en el disminuido radicalismo.

El tercer aspecto, dice relación con la emergencia de nuevos actores sociales. Es obvio que el robustecimiento de la organización obrera, permitió la sólida presencia de la clase trabajadora urbana e industrial, como un actor gravitante en las decisiones y en la disputa por cuotas de poder. Ello vulneró la influencia de las clases medias, y amenazó seriamente el poder de la clase burguesa, imponiendo nuevas formas de relación y competencia por el control del Estado.

Lo propio ocurrió con el campesinado que, como consecuencia de la sindicalización, fue capaz de subir el nivel de exigencias e imponer con fuerza la radicalización de la reforma agraria, poniendo contra la pared al latifundio, que comprobó que su suerte histórica estaba definitivamente echada. El latifundio, que durante la época de apogeo del radicalismo, jamás había sido tocado, porque fue su soporte por medio siglo, con el cambio de las fuerzas políticas, quedó sin un vocero político, por lo cual, lo buscó a través de Partido Nacional.

Por último, debe evaluarse la realidad que impusieron las contradicciones emanadas de un proceso de cambios, que buscaba llevarse a cabo dentro del marco legal, un desafío sin precedentes, pero, donde los acontecimientos tendían a escaparse de aquellas limitaciones, ante la incapacidad del sistema jurídico para asimilar los cambios.

Esta dicotomía pudo resolverse políticamente, en la medida que, en la izquierda, hubiera predominado la idea de lograr un entendimiento con el PDC, lo que hubiera sido posible si los sectores más reformistas del PDC, se hubieran seguido expresando con fuerza dentro de ese partido. Por cierto, queda claro que los esfuerzos que pudieron darse para que ello ocurriera, no fueron posibles, y los sectores freístas, que fueron paulatinamente hegemonizando la dirección partidaria, negaron toda posibilidad para esa perspectiva, como la negaron los audaces en la izquierda.

 

Una misma convicción.

El general Carlos Prats, el Ministro José Tohá y Salvador Allende,  fueron fidedignos representantes de un Estado mesocrático, que requería cambios y perfeccionamiento. Ambos representaron el respeto a la ley y a la Constitución, al mismo tiempo que la convicción de que los cambios podrían hacerse dentro de la legalidad. Esa convicción fue avasallada por la intervención extranjera y la conspiración conservadora. Los tres morirían en distintas circunstancias, pero, por obra de la misma mano.

 

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