El desarrollo de las ideas socialistas en Chile. Sebastián Jans |
5.2. LA CUESTIÓN SOCIAL. |
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Dos exponentes del debate sobre la llamada cuestión social. Izquierda, Alejandro Venegas Carús, el más destacado crítico de la situación social chilena, a principios del siglo XX. Al lado, Enrique Mac Iver, exponente de la clase política de entonces, que fue indiferente a esa realidad.
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Capítulo Primero. LAS PRIMERAS DÉCADAS DE LA REPÚBLICA.
Capítulo Segundo. ARCOS Y LA SOCIEDAD DE LA IGUALDAD. Santiago Arcos, su orígen e influencias. El Club Reformista de la calle de las Monjitas.
Capítulo Tercero. FORMACION CAPITALISTA Y MUTUALISMO. Montt, el último gobierno pelucón. La revolución burguesa de 1859. La expansión capitalista mundial. Factores que influyen en la proletarización.
Capítulo Cuarto. LA CLASE OBRERA A FINES DEL SIGLO XIX. El régimen que reemplazó a Balmaceda. Alejandro Escobar y Ricardo Guerrero. Las organizaciones socialistas precursoras.
Capítulo Quinto.RECABARREN Y EL PARTIDO OBRERO SOCIALISTA. Los hechos sociales de principios del siglo XX. Dos años de sangrienta lucha de clases. La masacre en la Escuela Santa María de Iquique. La Federación Obrera de Chile. La crisis imperialista y la situación internacional. La Asamblea Obrera de Almentación Nacional. La mesocracia y el populismo de Alessandri.
Capítulo Sexto. LA GRAN CRISIS DE LOS TREINTA. La crisis y la caída de la tiranía.
Capítulo Séptimo. LAS DOS VERTIENTES SOCIALISTAS EN CHILE. Fundación del Partido Socialista de Chile. La represión de González Videla.
Capítulo Octavo. ALLENDE Y EL MOVIMIENTO POPULAR. El gobierno reformista de Frei. Los mil días de Gobierno Popular.
Capítulo Noveno. LA RENOVACION SOCIALISTA. El fin de la República Mesocrática. La dictadura de Pinochet. La crisis del Partido Socialista y el movimiento de renovación. El liderazgo de Ricardo Lagos. El derrumbe de los "socialismos reales". La Concertación de Partidos por la Democracia.
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Las luchas del proletariado, luego de la guerra civil de 1891, habían tenido alguna repercusión en los partidos políticos, que comenzaron a preocuparse de la llamada cuestión social. La evidente e inicua explotación de los trabajadores en la zona salitrera, el estado de postración de los proletarios de las urbes, que vivían en tugurios afectados por paupérrimas condiciones de vida, la situación que se advertía en el campo por el estado de servidumbre del inquilinaje, formaban un cuadro deplorable para los conglomerados pobres del país. El censo de 1907, señalaría que los habitantes pertenecientes a la clase trabajadora sumaban casi un millón de personas, sobre una población activa de 1.250.000. Esa masa vivía al margen de todo beneficio o goce de los bienes, de la cultura, de la salud y de las decisiones nacionales. Solo las aspiraciones contenidas en las organizaciones más conscientes, mostraban una voluntad de romper con esa situación. El resto la aceptaba sin tomar conciencia de su condición. Las cien familias imperaban sin contrapeso en la sociedad, en las decisiones políticas y en el beneficio de la riqueza que el país generaba. Para ellas no existían los problemas sociales, lo que se advierte en los periódicos y publicaciones más importantes de su tiempo, y en las actas del Congreso Nacional. Para los conservadores, su preocupación principal recaía en el control político ejercido sin contrapeso sobre el campesinado del latifundio y aquellos sectores medios vinculados a las instituciones católicas, que le aseguraban al partido su electorado más importante. Como las medidas gubernativas de reforma planteadas en la época nunca afectaron al latifundio, el conservadurismo fue el menos afectado por el problema social, permitiéndole ejercer el paternalismo hacia el proletariado urbano, con más libertad que los demás partidos. Esta libertad le permitió incluso participar activamente en el mutualismo de sello católico, del mismo modo que, a través de algunos de sus personeros, participar en la constitución de la Gran Federación Obrera de Chile. El radicalismo, en tanto, había ya experimentado algunos cismas internos, a consecuencia de las tendencias socialistas, que se habían desarrollado en su seno, provocando la escisión del grupo encabezado por Malaquías Concha y Abelino Contardo, que formaron el Partido Demócrata. El programa radical aprobado en la convención partidaria de 1888, había obviado el problema social, a excepción de un modesto párrafo donde abogaba por el mejoramiento de las condiciones de los proletarios y obreros. El factor determinante en la neutralización de las ideas socialistas, había sido Enrique Mac Iver, representante del individualismo liberal extremista, arraigado en la dirección del partido. Sin embargo, el crecimiento de la mesocracia, permitirá que ésta adquiera mayor presencia en las filas radicales, consolidándose una corriente liderada por Valentín Lelelier, que, en la convención de 1906, se erigirá como el baluarte de las reformas con contenido social. Las clases medias eran el sector más culto del país, donde se encontraban los intelectuales, escritores, educadores y periodistas, quienes introducían las grandes ideas en discusión. Los democráticos, en tanto, mostraban las deficiencias propias que le hicieron estéril para sumir el liderazgo del movimiento social de la época, impidiéndole entrar a terciar con contenidos reales, en la ideología de los trabajadores. Como entendían la emancipación el proletariado dentro del orden establecido, presentaron varios proyectos de legislación obrera, que quedaron olvidados en la tramitación burocrática del Congreso Nacional. Serán éstos partidos los que entrarán a disputar abiertamente el favor popular en los sufragios, pese a que la mayoría de la clase trabajadora estaba al margen de ese derecho, a causa del analfabetismo. Julio Heise (1) señala que, en 1890, solo un 24% de los individuos capacitados para sufragar se inscribió en los registros electorales, situación que se mantuvo en la década siguiente, ante la desconfianza frente al parlamentarismo corrupto y la manipulación electoral. La evidente práctica electoral del cohecho, hizo a la clase trabajadora reticente al juego electoral, optando por la indiferencia o por el anarquismo. En un pequeño periódico de Chillán, llamado "El Barbero", se puede comprobar en enero de 1906, el estado de ánimo frente a las elecciones: "Los caballeros ricos, los futres de Santiago, los candidatos aristócratas, llegan en época de elecciones a Chillán, trayendo una bolsa con dinero destinada a comprar votos, como ellos dicen. El día de la votación pagan diez pesos a cada elector y a los cabecillas suelen darle veinte y hasta treinta pesos. Pues, bien, el negocio que hace el pobre obrero es el negocio del negro, por cuanto, si llegan esos caballeros al Congreso, como los Bulnes, los Rocuant, los Rivera y los Paredes, ya no solamente no se ocupan de los electores y dicen que su elección se la deben a su plata, sino que entran a explotar al mismo pueblo". La cuestión social, a medida que iba siendo descubierta por algunos políticos, ira siendo asumida como una provechosa bandera para captar las simpatías del sufragante, aún cuando, para algunos seguía prevaleciendo su inexistencia. En 1900, Manuel Rivas Vicuña se inspiró en la legislación alemana, para proponer un proyecto para la creación de consejos estatales, para la dedicarse a la construcción de habitaciones para los obreros. El proyecto fue tomado en cuenta por el gobierno, que lo envió al parlamento, con el impulso de Miguel Cruchaga, pero, fue rechazado en su totalidad, debido a que no se admitía la idea de que el Estado debía preocuparse de ello, pues, debían ser los particulares los que tuvieran la responsabilidad de fomentar una construcción habitacional barata al alcance del ahorro de las clases bajas. La lata discusión permitió que, en definitiva, se aprobara una ley bajo el gobierno de Germán Riesco, en 1906, que responsabilizaba al Estado de la reparación o destrucción de las habitaciones insalubres, a la vez que eximió de impuestos a las habitaciones obreras de bajo costo, construidas por privados. En 1907, dos nuevas leyes serán fruto de largas sesiones, las que establecieron el derecho obligatorio al descanso dominical para las mujeres y los trabajadores menores de 16 años, que llevaron la firma promulgatoria del Presidente Pedro Montt. En 1910, otro proyecto de Manuel Rivas Vicuña, que se refería a una legislación sobre sindicalización y arbitraje laboral, no tuvo acogida. Todas estas reformas, y las posteriores, no serán obra de la responsabilidad social de la clase oligárquica, sino que buscarán reducir la tensión social, antes las acciones de la clase trabajadora. La capacidad de organización hicieron temer a la oligarquía de un incremento de la actividad subversiva. Influirá también la aparición de penetrantes críticos sociales, que con sus punzantes escritos, reflejaban con toda crudeza la grave situación social chilena, haciendo un descarnado diagnóstico del síndrome económico-social chileno. Entre ellos, el director del Liceo de Talca, Alejandro Venegas Carús, que bajo el seudónimo de Doctor Valdés Cange, escribió sus célebres Cartas al Presidente Montt, conocidas luego bajo el título de "Sinceridad. Chile íntimo.1910", con ocasión de celebrarse los 100 años de independencia nacional. En igual forma, el periodista Tancredo Pinochet Le Brun, que, en su encubierta permanencia en la hacienda del Presidente Sanfuentes, haciéndose pasar como peón, escribirá un revelador reportaje sobre la situación de los campesinos en la terratenencia semi-feudal del agro chileno. Dentro de ese reducido grupo de testimoniantes de la injusta realidad social, sobresalen también: Jorge Gustavo Silva, que insistió en la capacidad del Estado para superar la situación de los trabajadores, mediante una legislación adecuada; y Luis Emilio Recabarren, en su obra "Ricos y pobres, a través de un siglo de vida republicana", así como en todas sus publicaciones efectuadas en periódicos y folletos.
Notas 1. "150 años de evolución institucional". Julio Heise. Editorial Andrés Bello. |