El
Maestro: Paz a ti, hijo mío.
El
Maestro: Ave María
purísima.
Hijo amado, sigamos trabajando para mis hijos, los hombres.
Abro los
cofres del amor y regalo alegrías a todos, mientras todos, o casi
todos, me tienen alejado como si Yo no existiese.
A los muy fieles, todo mi impulso y un halago. A los tibios, les parece
extraño que Yo me interese por vosotros.
¡Yo, el Nazareno, qué
incomprendido soy!. Y mi Reino es el más combatido. Mis victorias en vosotros son demasiado esperadas.
Vosotros no me
amáis todo lo que quiero, no estáis tan listos como espero, no os
ayudáis unos a otros para venir a Mí. No me ayudáis a construir lo
que quiero.
Yo os veo tan desabrigados que me mueve a pena tanto, que a veces
no aceptáis reflexiones, y si las aceptáis pronto las olvidáis.
¿Qué habéis entendido de mi vida interior?.
Tal vez nada, o tal vez lo contrario a lo que fué. Yo también luché, y si
bien es cierto que estaba exento del pecado, sin embargo luché
para crecer delante de mi Padre y delante de los hombres.
El mayor testimonio que daba de Mí mismo estaba íntimamente
ligado al trabajo que el Padre hacía en lo interior. ¿Puede
ser posible que mi humanidad deba ser oscurecida por mi
Divinidad?. Al contrario, la ilumina e ilustra su plena
semejanza con la de vosotros.
Hijos míos, como era imposible que Yo ofendiese a mi Padre, para
hacerme semejante a vosotros, cargué sobre Mí todas sus culpas:
esto era lo más grande, y lo hice en una noche de traición y
agonía.
Libre del pecado, pero víctima de todos los pecados. Yo, el que nunca había tenido culpa, puro y sin mancha alguna, pero
llamado a responder por todas las culpas, por todas las impurezas,
por todas las manchas, porque así lo quería.
Humilde como ninguno, he rendido cuenta a mi Padre de todas las
soberbias. ¡Qué luchas me ha costado mi Reino!. Cuántas
luchas sostuvo mi alma, no solo al finalizar mi vida terrena. Os digo todo esto porque debéis reflexionar mucho.
Yo fuí el más acosado. Si hacía el bien, tenía como respuesta la
ingratitud. Así fue antes, y así es aún hoy.
Todas las lágrimas
las he derramado por vosotros que me escucháis, y mucho más por
aquéllos que no me escuchan, o no me entienden.
¡Quisiera poder
llorar todavía más!. ¡Tanto os amo!.
Yo se que las contrariedades son como
mordidas que se reciben. Vosotros no hagáis como los
animales, que devuelven mordida por mordida; no lo hagan porque
esto es contrario a la mansedumbre, al amor fraterno, a mi deseo.
No existe humildad de corazón, ni unión, si se responden con
agresividad, con palabras de enojo, ofensivas. Recordad mis
oraciones, porque hice que las transcribieran justamente para que
vosotros hagáis de ellas materia de reflexión, con el fin de
obtener ejemplo y fuerza.
"Recordadme crucificado, manos y pies
perforados, pendiente de la cruz, de ignominia, blasfemado,
odiado, burlado y profanado".
Todo Yo sumergido con un baño de
sangre. ¿Qué dije entonces?.
¿Cómo recibí tantas contrariedades?. Con una
oración:
"Padre, perdónalos porque no saben
lo que hacen".
¿Entendéis lo que quiero deciros? Yo no podré presentaros un día a mi Padre, si no os hacéis
semejantes a Mí. Paz a ti, hijo mío.
Ave María Purísima.
|