Mensaje de Jesús de Nazaret recibido a través
de José-Luis
Manzano
García, el día
28 de Septiembre de 2005, en Talavera de la
Reina
(Mensaje privado con orden a hacerse
público).
El
Maestro: Ave María Purísima.
El
Maestro:
Paz a ti. hijo mío. El entrar en tentación depende
de tres personas, que separadamente y en cada una por sus propios
motivos quieren la misma cosa, pero no el mismo efecto.
Depende del hombre ser tentado y entrar en tentación, del hombre que
corre tras sus fantasmas y abraza sus fruslerías hechas de humo.
Quieres tener lo que Yo prohibo, crees posible desobedecer sin ser
castigado.
En la tentación, el hombre se comporta exactamente como un niño que
toma un cuchillo y juega peligrosamente. Se herirá con facilidad y
podrá causar daño también a los demás.
El hombre que se pone en tentación puede creer que es independiente,
ya que elige lo que más le agrada, pero pronto su presunta
independencia se transforma en esclavitud, porque el orden
establecido por Mí se perturba con acciones contrarias a él.
Es una fuerza que no se deja derribar por mucho tiempo, y esto
porque Yo he puesto en todo un cierto peso, cierta tendencia que lo
empuja continuamente hacia su centro de gravedad, hacia su puesto y
su uso, conforme a mi Voluntad.
La tentación es un muelle que se escapa de las manos del hombre
incauto que cree usar de mis dones sin reconocer la procedencia y la
finalidad de esos mismos dones.
Pero si la criatura racional desatina así para su daño, otra
criatura racional pero ya condenada, quiere trastornar
deliberadamente el orden establecido por Mí, y sin poder romper las
cadenas bajo las cuales yace, con enorme astucia procura tentaciones
al hombre ingrato.
Se complace Satanás viendo desobedecido al que odia y se prepara a
separar del bien, a todos los que ciegamente lo creen. En el
infierno siempre es impugnado por todos, por Mí y también por sus
semejantes.
Nadie se le somete, porque él, el Ángel del mal, se
rebeló contra Mí.
Todos lo maldicen, blasfeman de él, todos en el infierno se dan de
dentelladas y se encolerizan uno contra otro. Es realmente el lugar de la perpetua
discordia, del crujir de dientes, del furor insensato, de la
rebelión no solo contra Mí, sino también entre ellos, y esto para
siempre, sin cesar.
¡Pobres condenados!, por siempre estarán enfurecidos, y esto lo
saben bien porque son irremovibles, obstinados y no hay potencia en
sus almas que no esté en rebelión contra Mí y contra todos.
¡Incomprensible el infierno a los pobres hombres que ceden a la
tentación!.
Pero Satanás vive ahogado de rabia porque odia mi Redención, obra
maldecida por él, por ser fruto de pura Misericordia, de la
Misericordia que él, el tentador, aborrece, desdeña, ya que ella
genera la sumisión de las criaturas, sumisión que juzga indigna de
él, eterno miserable.
¡Oh, sí!, está muy interesado en todo género de tentaciones que el
hombre se procura, o que él mismo, tentador por excelencia, provoca
por odio, por envidia. Pero recordad, que las tentaciones no
son aquellas dos o tres cosas que de ordinario el hombre imagina.
¡No, no!
Las tentaciones son muchas, y sin asustaros ahora os hablaré de
alguna que es bueno que sepáis. Comencemos con la comida:
El hombre moderno es un enfermo que vive de aprensiones respecto del
comer: "¿Mañana, habrá que comer?".
¡Sí habrá, si no dudas, oh hombre sin Fe!
Respecto de la calidad del alimento, la criatura del siglo sufre
otras tentaciones: "¿Me hará mal esta comida?".
Ciertamente si comes sin consideración, puede hacerte daño; pero si
haces lo que puedes, ¿porqué no creer que Yo te protegeré y te
ayudaré en caso de que tu alimento no sea bueno para tí?.
Si son mías las almas, ¿porqué no deberían ser míos también sus
cuerpos?. Lo sé, muchas conspiraciones humanas y también infernales
traman contra su salud corporal, además de la espiritual.
Se muy bien cuánta malicia hay difundida en el mundo.
Pero vosotros sois míos y Yo os protegeré,
inclusive si sufrís algunas consecuencias de la maldad de otros.
En cuanto al alimento superfluo, comprenderéis más pronto que es una
tentación, y sus vísceras se encargan de avisaros.
Por cierto, la garganta es pequeña, pero la concupiscencia del
cuerpo es grande. Y se manifiesta de muchas maneras, porque os
repito, son muchas las tentaciones en que podéis caer enredados. La
lujuria, por ejemplo; mas también la avaricia hacen daño al hombre.
¿Quién puede decir cuánto hay de tentación al descubrir los peligros
que les presentan los hombres y cosas, cuando quisieran impedir
efectos desagradables, cuando en una palabra temen la
contradicción?.
Por eso, sin mi ayuda, ninguna tentación pasará sin daño, tanto más,
si se trata de someter su juicio torcido al mío, que es recto y
lleno de sabiduría.
Son muchas las tentaciones, pero todas se encierran en una sola
frase: la tentación es la prueba del sometimiento de la criatura a
Dios.
Pero os he dicho que son tres las personas interesadas en la
tentación, y vosotros ya habéis comprendido que también Yo quiero
que seáis tentados para poder declararos vencedores y premiaros
aquí, en el Cielo.
Para haceros experimentar lo que sois sin Mí, lo que vale ser
ayudados y preservados por Mí. Por tanto, los efectos que Yo deseo
de sus varias tentaciones, son buenos.
Pero rogadme también que os sean abreviadas, a fin de que os libre
de Satanás y para que se disipen las nieblas que se condensan en
vuestro pequeño cerebro. Rogad para no caer en
tentación. Esta es mi invitación y mi consejo.
La oración, en efecto, es formidable escudo que protege contra las
incursiones satánicas, que cubre los innumerables subterfugios del
amor propio, subterfugios que se resuelven en otras tantas
tentaciones.
Es necesario orar. Yo daré ayuda, confortaré, me haré
consejero amoroso de cada uno para haceros superar pequeños y
grandes escollos. Rogadme para que os
impida salir del puerto de mi salvación, ya que fuera de mis
Brazos, en mar abierto, las olas son furiosas y demoledoras.
Más adelante os diré otras cosas. Os las explicaré de cuando en
cuando con advertencias interiores, con llamadas externas de parte
de mis Amados.
Rogadme, Yo os libraré y seréis míos todavía más, y Yo me dejaré
asir mucho más, mejor me difundiré y nada podrá detenerme, porque la
criatura que resiste al mal me atrae a Mí, Infinito, Eterno Bien.
Ave María Purísima. Paz a ti, hijo mío. Adiós, hijo mío.
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