La Madre:
La Paz del Señor es contigo, hijo mío.
La Madre:
Ave María purísima.
La Madre:
No estoy aquí, hijo mío, para que los hombres
carguen contra nosotros sus odios y rencores, producidos por su falta de
esperanza en el hombre mismo.
"Estoy
aquí para que los hombres cesen en su empeño de rechazar a Dios, de
albergarse en el pecado, y de suspirar por un mundo
lleno de posibilidades superficiales, que solo les llevará a sufrir
eternamente por su audacia."
Y aquellos pobres, ¡si,
hijo mío!, a los que les llamáis del tercer mundo.
Ellos suspiran para tener una oportunidad en la Europa de los
conquistadores. Pero las oportunidades, hijo mío, no están hechas para los
pobres, ni para los hombres y mujeres de color.
Es así que en estos días te ha tocado vivir, hijo mío, una generación de
racismo que hace llegar hasta lo más alto, las súplicas de este rigor al que
se ven sometidos.
Mira, pues Dios Padre hizo un mundo de igualdad
para todos, e incluyó en el mundo hombres, mujeres y niños de color, porque
la variedad es parte de su apetito.
Pero hay quien se empeña en destrozar y asesinar a aquellos que su
piel se distingue en color. Es real la
inocencia que se vive en países donde los medios de comunicación son escasos
o nulos. Es real esa inocencia donde solo sueñan en vivir el día a día, en
mantener firme la idea de una comida diaria para sus familias, y no en
atesorar para disfrutar de la vanidad material.
Y diréis muchos de vosotros:
"Es
que muchos de ellos roban para comer, y eso es un pecado."
Recordad que no debéis juzgar a vuestros
hermanos, y pensad en vuestra situación, y en lo que
haríais si estuvieseis en su misma, o en peor
situación.
Mirad con ojos sanos a todo aquel que
necesita ayuda, y no juzguéis su situación social,
aunque os sea evidente. Juzgar solo le corresponde a Dios. Vuestra misión es
la de servir a Dios sin pensamientos y sin condiciones, porque vuestro Padre
Celestial nunca os puso una condición para ayudaros ni para acogeros como a
hijos.
Las fuerzas del mal se siguen apoderando de los corazones
débiles, y tratan de apoderarse de pensamientos y de
altas cumbres sociales para asignarse de todo lo que os es visible en
vuestro mundo.
No dejéis ni una grieta abierta en el seno de vuestra alma;
no dejéis ver al mal vuestras debilidades. Si lo
hacéis así, estaréis perdidos y la dificultad que os sobrevendrá será
eminente e inevitable, porque vuestro consentimiento será aceptable.
No os dejéis engañar por las comodidades que el mal os pueda
ofrecer; no os dejéis engañar por las buenas palabras con las que el mal se
disfraza.
Luchad por todo lo que os hemos enseñado, y enseñad a quien no sabe nada
de nosotros. Es el precio que debéis pagar, hijos míos, por haber sido
partícipes de nuestra Gloria en la Tierra:
"Recordad
que el fin está próximo, pero debéis manteneros unidos y firmes en la
oración. Ese es el arma contra el enemigo y el alivio de nuestros corazones."
No hay ninguna tregua en esta lucha, hijos míos.
Por lo tanto, manteneos vigilantes y
expectantes, y no deis la lucha por terminada. Hasta
que vuestra vida en este mundo se acaba, la lucha continúa y no termina.
Sentid dentro de vosotros todo esto que os digo y cumplid con
todo, porque estos mensajes, hijo mío, de ser esperanzadores para muchos, se
pueden convertir en un arma contra ellos mismos, porque hay que cumplir con
Dios, y si no estáis dispuestos a cumplir, mejor no escuchar ni leer
nuestras palabras. Así, vuestro compromiso será el mínimo. Que la Paz del
Señor quede contigo, hijo mío.
Ave María Purísima. Adiós, hijos míos.
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