El
Maestro:
Paz a tí, hijo mío.
El
Maestro:
Ave María Purísima.
El
Maestro:
Perdiste el control; nuevamente fué mas fuerte el dolor tuyo que el
Mío, ¿verdad?. No tienes necesidad de entrar
en una discusión; simplemente cierra tus oídos, amarra tus
sentimientos y compara las situaciones de ventaja y desventaja. Aquilátalo todo, luego haz notar el error y retírate.
¿No sabes que hay personas que siempre saldrán ganando porque creen
tener la santa razón?. Creo que das demasiada importancia a algunas personas. Todas
son importantes; elige aquéllas con las que estés en paz.
¿Se
sienten las otras marginadas? En algún momento comprenderán porqué
se las margina. Ahora vamos a trabajar, pero para tranquilizarte,
continúa con tu Rosario. Tengo expuesta en el Corazón una inmensa floración de Gracias que
no puedo entregar a tantos sedientos y necesitados.
Sin embargo,
deben recibir estas Gracias mis pobres hijos. Las deben recibir
porque tienen necesidad de ellas, y sin ellas son como muertos que
caminan en compañía de otros muertos. ¡Todo menos dudar de
Mí!.
Yo mismo os digo que gran parte del bien
que quisiera haceros no lo recibís, a pesar de que estoy siempre
listo para haceros aprovechar. Inútiles (son) mis reclamos, no
escucháis mis voces. Os arrastráis de una zarza espinosa a una planta de tuna, y siempre
volvéis a pincharos sin entender porqué.
¡Venid a Mí!. Yo
también tengo espinas pero son las Mías, y me las clavaron hasta el
cerebro. Que dicen tiene gran valor, ¿no es cierto?.
Pues
bien: el "Gran Valor" es todo para vosotros. Yo no tengo necesidad de la Gloria que adquirí como Hombre. Por eso, al daros mis espinas no solo no pierdo nada, sino que
adquiero vuestras almas.
De acuerdo, siempre espinas, ya sean de las
vuestras, ya de las Mías; pero las vuestras, desnudas y groseras, no
valen nada sin las mías. Consideradme así, amantísimo de vuestro bien y encontraréis la
razón de todo, exactamente de todo. Quiero animaros a la confianza,
incitaros a la estima.
Por eso me manifiesto abiertamente amigo de vuestros corazones y os
descubro tanto de mi Corazón, que no puede contener la plenitud del
afecto y el deseo de participar todo de sí. ¡Oh, durísimos corazones que me escucháis...!
Sin confianza no me
encontraréis, y si no queréis creerme, os abandonaré a vosotros
mismos. Dejad de punzaros inútilmente, aceptad mis preciosas espinas,
porque ellas pueden convenceros de que os amo.
Que la Paz
quede contigo, hijo mío. Ave María Purísima. Adiós, hijo mío. |