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 Los Presidentes: Alberto Fujimori

Su reputación previa como improvisado y pusilánime cambió cuando logró erradicar al grupo terrorista más grande del Perú. Pero su gobierno terminó hundido en la corrupción. Un legado de claroscuros para la historia latinoamericana

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MAYO, 2009. Sus padres eran emigrantes japoneses llegados al Perú en los años 30. Dedicados al comercio, de carácter tranquilo y metódico, los Fujimori jamás habrían adivinado que uno de sus hijos, de nula experiencia política, terminaría convertido en presidente del país que los había acogido y con el cual mantenían escaso contacto. La trayectoria de Alberto Fujimori es aleccionadora en muchos sentidos y representa una muestra sui generis de la política latinoamericana.

Fujimori nació en 1938, cuando la familia Fujimori comenzaba a escalar socialmente. Le encantaban los juegos matemáticos, podía realizar rápidas operaciones y pronto se aficionó a las ventas. Fue a la universidad en Lima, donde se graduó como ingeniero agrónomo; también desarrolló experimentos en floricultura que le permitieron mejorar especies que luego vendía a buen precio, más tarde le ofrecieron un empleo como maestro de matemáticas en la universidad donde había estudiado.

Eran los años en que la dictadura del general Velasco daba sus últimos estertores, no sin antes haber hundido al Perú en una feroz crisis económica. Con todo el joven Fujimori se mantenía optimista: en 1974 se casó con Susana Higuchi, como él, hija de inmigrantes japoneses, y al año siguiente nació Keiko, su primera hija.

Tras el desastre de la dictadura el país volvió a la vida civil con el regreso al poder de Fernando Belaúnde Terry, el mismo carismático político que había sido depuesto por los militares "progresistas", pero apenas tuvo tiempo de enfrentar los problemas económicos a los cuales se sumó otro más en 1980: la aparición de un grupo terrorista autodenominado Sendero Luminoso, fundado por Abimael Guzmán y quien, como Fujimori, había sido maestro universitario. Esa organización asolaría al Perú a lo largo de toda la década y debilitaría a las instituciones de todo el país.

Fujimori fue de quienes "se la jugaron" por el joven abogado Alan García, del APRA, quien pese a declararse admirador del general Velasco poseía un carisma arrollador. Menos de un año después estaba desencantado pues su populismo exacerbado estaba llevando al país a la catástrofe. En 1987 se hizo famoso en la capital gracias a un programa de TV donde entrevistaba a varias figuras de la política, peruana, la mayoría opositoras. Pronto comenzó a ser conocido como "el chinito" --como se denomina en América Latina a todo aquel que tenga ojos rasgados, del mismo modo que se le llama "turco" a ostente tiene apellido o rasgos árabes-- y su popularidad creció. Inevitablemente, llegó un momento en que Fujimori fue acumulando capital político.

Otro desencantado por la catástrofe de Alan García era el novelista Mario Vargas Llosa, quien de un desplegado en la prensa se vio arrastrado a la actividad política de la cual salió el Frente Democrático (Fredemo) que terminó por lanzarlo a la presidencia de la República. El APRA, partido de García, estaba terriblemente desprestigiado de manera que el Fredemo tenía el camino abierto para alcanzar el poder. Pero Fujimori también decidió postularse con Cambio 90, un partido independiente que gracias a una microlabor de proselitismo levantó la popularidad de "el chinito" a niveles insospechados y que le sirvió para ganar el voto de los sindicatos, activistas, burócratas y apristas que veían una amenaza en el "neoliberal" Vargas Llosa. Con todo, Fujimori ganó hasta la segunda vuelta luego que el mismo gobierno de García advirtiera a sus huestes que votaran por el hijo de japoneses.

Lo contrastante era que, mientras Vargas Llosa había sido claro, preciso e impecable en lo que consistiría su gobierno, de Fujimori se sabía muy poco, en realidad nada. En sus discursos mostraba un legajo de papeles que, decía, eran su "plan de trabajo". Lo que decidió su triunfo fue el haber hecho que miles de ciudadanos que anteriormente no mostraban interés alguno en votar fueran convencidos para votar en su favor. Pero más que nada fue una salida por parte de un país que, a principios de los 90, se hundía en la desesperación.

Un aviso de alarma lo dio un antiguo colega de Fujimori de la universidad donde fue rector: "es célebre por hacer una cosa admirable y aprovecha la coyuntura para adquirir más poder... el nuevo presidente tiene tendencias totalitarias pues no tolera ser cuestionado", dijo.

De la indignación a lo increíble

El pueblo peruano no tardó mucho en enterarse de lo que contenían aquellas hojas: "un paquetazo con alzas de hasta el 300 por ciento en los productos básicos pero al mismo tiempo un programa de desregulación (uno de sus consejeros era Hernando de Soto, autor de El Otro Sendero) además de prometer "acabar con Sendero Luminoso", comentario que arrancó no pocas risas entre los reporteros. Un cartón de El Comercio, el principal diario de Lima, lo presentaba flotando en una nube mientras soñaba con detener a Abimael Guzmán mientras a su lado los productos básicos volaban hacia lo alto.

Con todo, el "paquetazo" no minó la popularidad de Fujimori pues el peruano promedio veía que tenía decisión. Su principal jaqueca fueron los diputados de oposición quienes no le permitían llevar a cabo muchas de sus medidas, entre ellas un nuevo proyecto para combatir el terrorismo de Sendero Luminoso, aunque finalmente consiguió aprobarlo. Lamentablemente en ese equipo se coló Vladimiro Montesinos, un oscuro y tosco funcionario que lo mismo había sido velasquista, belaundeísta, alangarcista y luego fujimorista. Montesinos fue, primero, su mejor amuleto y, luego, su tumba política.

Los atentados de Sendero Luminoso se agudizaron. En determinado momento llegó a haber hasta tres atentados diarios en la capital y decenas más en todo el país. El Departamento de Estado ubicó a Ayacucho, ciudad donde nacieron Guzmán y su movimiento, entre las 10 ciudades más peligrosas del planeta. Pero los servicios de Inteligencia del gobierno ya tenían algunas pistas importantes sobre su paradero. En diciembre de 1991 sucedió algo increíble: Guzmán fue detenido en un sector residencial de Lima sin que opusiera resistencia alguna. Poco después Fujimori confesó que el Departamento de Estado le había advertido que no lo arrestara pues ello podría provocar una cadena de atentados para exigir su liberación. Pero nada pasó; contrario a lo que pensaba la prensa internacional, el "presidente Gonzalo" carecía en lo absoluto de respaldo popular.

El país comenzaba a mostrar una relativa estabilidad económica. El ex presidente García huyó primero a Miami y luego pidió asilo en Colombia bajo cargos de corrupción en su gobierno, el cual, por otro lado, siguió pagando cada mes los préstamos del FMI. Sin embargo los temores de aquel colega de Fujimori surgieron en abril del 92 cuando el mandatario, sobre una ola de inmensa popularidad, emitió un decreto que disolvía al Congreso y supeditaba al Poder Judicial con lo cual se convertía en un gobernante di facto; convocó a comicios adelantados donde fue reelecto aunque pocos creyeron en la veracidad de los resultados. Lo irónico es que Fujimori no necesitaba de ese autogolpe para reelegirse pues de cualquier manera lo habría logrado. Mario Vargas Llosa denunció lo que llamó un "atropello a la democracia" y escribió "(D)etrás de todo ese discurso fujimorista vemos cómo se escondía un aspirante a dictador". La prensa local volvió a ser objeto de presiones y los empresarios tenían que hacer lobby e invitar a comilonas a los funcionarios para obtener favores mercantilistas desde la Casa Presidencial.

Quizá confiados en que la indignación internacional contra Fujimori serviría a su causa, otro grupo guerrillero autonombrado Tupac Amaru, enemigo a muerte de los senderistas, tomó la embajada de Japón en Lima durante una cena de gala donde pedían la liberación de varios "camaradas" a quienes calificaban de "presos políticos". Las negociaciones de tomaidaca siguieron su camino habitual durante varias semanas sin que hubiera avance alguno. Finalmente un comando armado irrumpió en la embajada y liquidó a todos los secuestradores, algo que indignó a todas las organizaciones de izquierda del mundo; incluso fue condenado a muerte in absentia por varios grupos guerrilleros.

Era indudable, sin embargo, que el régimen fujimorista cada día se fue haciendo más represivo. Vladimiro Montesinos pasó a ser el segundo hombre más fuerte del gobierno, un tipo que llegó a detener a ciudadanos "sospechosos" sin justificación alguna, como si se estuviera en la Alemania nazi. Estos excesos fueron incluso denunciados por su esposa Susana, quien luego formaría parte de una organización opositora, situación que llevó a la separación del matrimonio y sobre lo cual la censura oficial prohibió comentar a los medios informativos. La ex primera dama tachó de "monstruo" al presidente. Su lugar --que por ley debe existir en la legislación peruana-- fue tomado por Keiko, su hija mayor.

El juicio final

Las acusaciones de corrupción ya eran inocultables mientras que Montesinos terminó convertido en un frankenstein sobre el cual Fujimori perdió todo control. Cuando el extinto dictador Augusto Pinochet fue detenido en Londres Fuimori sintió pasos en la azotea del Palacio pues diversos grupos defensores de los Derechos Humanos y aun antiguos aliados suyos comenzaron a analizar la posibilidad de someterlo a juicio político. Poco después que Alejandro Toledo, uno de los precandidatos a la presidencia con más posibilidades asegurara que no dudaría en investigar a Fujimori, éste pidió licencia al Congreso para ausentarse del país, que sometido como estaba, no dudó en concedérsela. Lo que pocos esperaban es que el mandatario enviara otro fax, desde Japón, donde anunciaba que permanecería "por tiempo indefinido" en ese país dada su doble nacionalidad.

Las autoridades descubrieron que Fujimori había escogido la guarida ideal, no sólo porque ambos países carecían de un tratado de extradición sino porque desde un principio Japón enfatizó que no expulsaría de su territorio a ningún ciudadano que ostentara la nacionalidad nipona. "Sólo hay una manera de resolver esto, que el presidente (sic) Fujimori salga del país por su propia decisión, de lo contrario nada se puede hacer", reveló una fuente del Ministerio de Relaciones Exteriores de aquel país. Se estima que en su huida, el ex mandatario se llevó una fortuna personal de 25 millones de dólares, pero a su subordinado Montesinos se le detectó casi el doble, 48 millones de dólares.

Impotente, el gobierno de Toledo mantudo discretas negociaciones con Japón que a nada llegaron. Pero cuando Alan García volvió a postularse para la presidencia que nuevamente ganó casi dos décadas después, Fujimori decidió que había llegado el final de su asilo y regresó, dijo, "para reestructurar mi regreso al poder para terminar mis pendientes", pero a petición del gobierno peruano, fue detenido mientras su avión realizaba una escala en Santiago de Chile, donde se le mantuvo por arresto domiciliario. Quizá se emocionó al ver una encuesta periodística donde un 43 por ciento de los entrevistados afirmaron que votarían por él si volviera a postularse; tal vez pensó que el gobierno de García, del que se abstuvo de investigar sus corruptelas, habría de devolverle el favor.

Finalmente Chile aceptó la extradición y envió al ex mandatario al Perú, donde fue sometido a proceso por malversación de fondos, violación a los derechos humanos y abuso de autoridad. En marzo del 2009 se falló en su contra pero no purgará su condena en cualquier prisión sino en una más cómoda en la que podrá recibir familiares.


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