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Los presidentes: Carlos Menem

Fue el primer mandatario neoliberal de los años noventa, Excéntrico y donjuán incorregible, su gobierno terminó carcomido por sus impulsos personales y la corrupción

JULIO, 2007. Luego de un periodo de inflación a inestabilidad, el gobierno de Estela Perón fue derrocado por los militares en 1976 en lo que vendría a ser una de las dictaduras más feroces del Cono Sur. En ese tiempo Carlos Saúl Menem era gobernador de La Rioja, una de las provincias más pobres de la Argentina (equivalente en México a Guerrero). Menem era un peronista declarado que lucía unas enormes patillas similares a las del cómico Manuel "Loco" Valdés, aspecto aún más estrafalario si le añadimos esos trajes de terciopelo color vino que se ponía al aparecer en público.

Debido a su filiación, el gobernador fue arrestado por órdenes de la Junta Militar, entonces encabezada por Rafael Videla, a quien apodaban La Pantera Rosa. Una vez en prisión, Menem anunció una huelga de hambre donde no sólo no perdió un solo gramo --su esposa Zulema le llevaba comida por las noches-- sino que consiguió una popularidad importante entre los riojeños, aparte de haber enamorado a la hija del alcaide.

Poco después Menem anunció su intención de llegar un día a la presidencia de la República. "Te habés vuelto loco", le dijeron. "Precisamente por eso. Si esos locos (la dictadura) ya están ahí ¿por qué yo no?", respondió el gobernador, quien gracias a su populismo --y a haber metido en la nómina pública a casi el 35 por ciento de los riojeños en edad de trabajar-- logró reelegirse sin problemas.

Menem es el segundo de tres hijos de un comerciante sirio que emigró a la Argentina a principios de siglo. Cuando el progenitor logró una mediana fortuna con la venta de vinos, Carlos Saúl prefería practicar deportes y a enamorar chicas en vez de ayudar en el negocio. Los lugareños le apodaban "el turco", como se le llama en América a todo aquel de origen árabe, no sin cierto desprecio.

Y es que los planes del joven Menem iban por otro camino. Se doctoró en Leyes en plena euforia Peronista y no renunció a esas convicciones aun cuando, primero, falleció Evita en 1953 --y con ella la buena suerte que parecía acompañar a la Argentina-- ni cuando su esposo Juan Domingo fue obligado a exiliarse en España unos años después, tanto así que el futuro presidente estuvo entre quienes fueron a recibirlo al aeropuerto de Buenos Aires en 1973, año en que Perón regresó al poder para morir meses después.

Menem también apoyó la recuperación de Las Malvinas (lo consideraba un deber cívico, por más que odiara a la dictadura) pero se mantuvo políticamente al margen durante aquellos años de lo que alguien llamó la "corrupción vestida de uniforme verde". Al caer los militares para luego realizarse elecciones, los peronistas quedaron por debajo de Raúl Alfonsín, un abogado de ideas keynesianas quien tomó la medida suicida de indexar los precios a los salarios lo que desató otra espiral inflacionaria que resultó en el saqueo de comercios en las principales ciudades. Increíblemente, Alfonsín consiguió un segundo mandato, todo al tiempo que Menem conseguía la nominación dentro del Partido Peronista. Así, en 1990 y con un país convertido en ruina financiera, Menem alcanzó su sueño de tantos años.

Los años del señor Méndez

Los críticos preferían llamar "señor Méndez" a Menem pues, alegaban, pronunciar su nombre producía mala suerte. Como muestra ponían la efusividad con que despidió a la selección argentina en 1990, la cual sufrió una humillante descalificación en el Mundial de Italia. Durante su presidencia habría otros aspectos que parecían refrendar su mala suerte: el portero Nery Pumpido se fracturó una pierna poco después de visitarlo en la Casa Rosada; la luz se fue durante una reunión de ministros cuando uno de ellos invocó su nombre; Diego Maradona dio positivo en el Mundial de Estados Unidos horas después de haber hablado con Menem; el Error de Diciembre ocurrió menos de una semana después que Carlos Salinas tuviera una audiencia privada con el "señor Méndez", etcétera.

A diferencia de su antecesor, Menem venía imbuido con la idea de "adelgazar" al Estado argentino, influenciado en buena parte por Ricardo Cavallo, un ex Chicago Boy discípulo de Milton Friedman y a quien Menem dio la cartera de Hacienda. "Vos tenés mano libre para sacarnos del barranco", le dijo el nuevo presidente. En consecuencia, Cavallo aplicó "mano dura" contra los morosos aunque fue luego presionado a "bajar" los ímpetus al ver que entre éstos se encontraban importantes liderzuelos sindicales de la Confederación General de Trabajadores (CGT), incómodo pero indispensable aliado del gobierno menemista.

Otra medida de Cavallo fue declarar la dolarización de la economía, lo que obligaba al empresariado a ser competitivo ante los productos que llegaban del exterior. Los primeros años de Menem rayaron en lo audaz e impensable apenas años antes: reprivatizó la compañía telefónica, un desastre que perdía 100 mil de dólares diarios, Aerolíneas Argentinas, donde las familias y aun amantes de los pilotos podían viajar casi gratis a Europa y Estados Unidos gracias a "conquistas sindicales", entre otros. Y, en efecto, en esos primeros años Menem realizó importantes recortes de personal en oficinas atestadas de "ñoquis" (aviadores).

Los sindicatos y buena parte de la prensa --mucha de ella atenida, al igual que en México, a vivir de la publicidad oficial-- tronó contra el "doctor Méndez": lo acusaban de realizar una "venta de garaje" y de poner en venta "incluso hasta la bandera". El ministro Cavallo respondió a las acusaciones: "podar los árboles no significa vender la casa", dijo.

El problema con esa oleada reprivatizadora radicaba en la forma en que se había hecho, esto es, plagada de mercantilismo. Como ocurrió con la venta de armatostes públicos durante el salinismo, los "ganones" de las licitaciones fueron quienes tenían los contactos políticos adecuados, entre ellos un amigo íntimo de Menem que adquirió el zoológico de Buenos Aires. Sin embargo la mayor ironía era que buena parte de los bienes privatizados quedaron en manos de empresas públicas de otros países. Tal fue el caso de Aerolíneas Argentinas, adquirida por Iberia.

Con todo, Menem logró controlar la inflación, desbocada apenas un año antes. Los inversionistas extranjeros, en especial estadounidenses, comenzaron a asomarse a la Argentina. Sin embargo dentro del gobierno había problemas: el dinero de las privatizaciones había sido consumido por el gasto público y la corrupción de las altas esferas. Y es que Menem nunca se molestó en desarmar el enramado parasitario representado en una burocracia excesiva: como se hizo en México, muchos de sus empleados simplemente fueron "reubicados" en otras dependencias públicas.

La razón para no hacerlo, por supuesto, era electorera. Menem se proponía cambiar la Constitución para aumentar a cinco el número de años como mandatario, y aparte buscaba la reelección, algo difícil de lograr si tocaba a la consentida burocracia argentina y los sindicatos oficiales. Por otro lado y a causa del "efecto tequila", Menem ya estaba perdiendo el interés en lo "neoliberal", y comenzó a escuchar más a las voces neokeynesianas, mismas que terminaron por coparlo durante su segundo periodo de gobierno.

Rompimientos, romances y desbordes

Muchos atribuyen al "señor Méndez" la eliminación de Argentina del Mundial 96 mucho antes de lo esperado, como ya referimos en los ejemplos anteriores. La racha comenzó a rebasar lo deportivo: luego de varias desavenencias con su esposa Zulema --incluida la vez que el presidente fue obligado a dejar la Casa Rosada y vivir con un amigo-- el divorcio se oficializó. Poco después el hijo de la pareja murió en un accidente de helicóptero; su ex esposa denunció que lo habían dejado subir a un aparato con previos desperfectos mecánicos, algo que supuestamente Menem sabía muy bien. Y es que, agregaba, el muchacho, también aficionado a los autos de alta velocidad y a la compañía femenina, había optado por estar al lado de su madre.

Otras opiniones mostraban desacuerdo: la relación entre Menem y Zulema había naufragado desde mediados de los 80, y si ella decidió permanecer junto a él se debió a sus ambiciones políticas, entre ellas convertirse en una nueva Eva Perón: cuando el "señor Méndez" manifestó abiertos deseos de reelegirse, ello cerraba las posibilidades de su esposa, algo que terminó por colmarle el ánimo.

La relación de Argentina con Estados Unidos llegó a su máximo punto. El presidente Clinton visitó el país y le llamó "nuestro mejor aliado en América latina"; las principales ciudades comenzaron a llenarse de franquicias de comida rápida mientras se construían ostentosos malls copiados de planos otros construidos en Miami, Atlanta y Houston. En 1997 fue inaugurado en Mendoza, al este del país, el mall más grande de Sudamérica.

Sin embargo ya se veían peligros. Para 1998 la economía estaba sobrecalentada, la dolarización comenzaba a tambalearse mientras el gasto público, motivo por el cual se habían subastado varios armatostes estatales, había crecido hasta un 48 por ciento durante los años del "señor Méndez". Cuando el ministro Cavallo vio cómo Menem cada vez le hacía menos caso --"varias veces [el presidente] ha dicho que sí a mis consejos, pero luego hace algo totalmente opuesto", se quejó alguna vez-- fue obligado a renunciar de un gabinete donde, por cierto, no era muy popular. Y es que para entonces Menem ya había apagado sus ímpetus "neoliberales" al ver la suerte de Carlos Salinas y Fernando Collor, entre otros. "A mí no me pasará lo mismo", confió a un reportero.

Otra razón para dejar descuidado su gobierno era su donjuanía irremediable. En una entrevista conoció a Cecilia Bolocco, la ex Universo chilena, por entonces corresponsal de CNN. Pese a la diferencia de edades el romance fue inmediato y se aceleró cuando Menem estaba a punto de dejar la presidencia a la cual, dijo, "pienso volver". La Bolocco, por cierto, lo había obligado a la monogamia; su paciencia era mucho menor que la de Zulema.

Finalmente, a finales del 2001 y a unos meses de concluido en mandato de Menem, su proyecto se desbarató. Primero brotaron casos de corrupción para seguir con el desplome de la economía que incluyó cuatro presidentes interinos. Luego llegarían el "corralito" (la apropiación de los dólares que los argentinos tenían ahorrados en los bancos), el control de cambios que resultó en una devaluación mayor y la aparición del populismo rancio de izquierda representado en Néstor Kirchner, un gris burócrata de La Patagonia.

Con frecuencia se culpa al "neoliberalismo" de Menem --sobre todo en la misma Argentina-- de la crisis del 2001. Para otros, entre ellos el ministro Cavallo, todo comenzó cuando el gobierno perdió toda la disciplinan fiscal allá por 1996. No faltan quienes lo atribuyen al "ánimo por pertenecer al Primer Mundo mientras se recurre a las prácticas del Tercero". Para muchos, la causa radica en ese deporte nacional argentino que consiste en culpar siempre a los demás sin aceptar la responsabilidad propia".

Algo hay de cierto en esto último: en las pasadas elecciones presidenciales en las que se postuló Menem, obtuvo un 16 por ciento de las preferencias, cifra bastante alta para un ex presidente que había "arruinado" a la Argentina, señal que esos votantes lo consideran inocente de toda culpa, algo que coincide con Menem mismo, quien hasta hoy se autoinmola como víctima de los vaivenes de ese momento.

Condensado de Presidentes de aquí, de allá y que ya no están aquí, libro ensayo de Oscar Fernández, 2005. Copyright en trámite.

© copyright, Derechos Reservados, 2007 

 

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 1 comentario

shrek_346 escribe 20.07.07

Carlos Menem fue un producto de un poaís bastante singular donde lo irreal se combina con el surrealismo y donde un drogadicto como Maradona es puesto como un Dios. Lo peor es que Kirchner va por el mismo camino.

 

 

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