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En jauja, el chantanjismo sindical

Es una de las herencias más ominosas de los años priístas, y ante ellas el actual gobierno simplemente ha preferido dejar el asunto a quienes entrarán el 2012. Mientras tanto los capos del sindicalismo mexicano siguen haciendo lo que les place, y aun amenazan con paralizar al país el próximo septiembre

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AGOSTO, 2010. El Sindicato Mexicano de Electricistas debe ser uno de los entes más detestados por los capitalinos. No sólo ofreció por décadas uno de los peores servicios sino que al ser decretada su extinción exacerbó el ánimo con sus manifestaciones e invadió el Zócalo con una supuesta huelga de hambre donde sus trabajadores exigían su reinstalación. En días pasados el SME anunció un paro nacional al que señaló será apoyado por el sindicato de mineros y, probablemente, el de Telefonistas. Adicional a ello tiene planeado celebrar un "grito" alterno el próximo 15 de septiembre. En los días previos los automovilistas del D.F. pueden prever el infierno que se vivirá por los embotellamientos.

Todo ello ha llevado a un cuestionamiento cada vez mayor hacia el sindicalismo mexicano, utilizado por madriguera por muchos de los peores líderes que ha dado este país. Ellos suelen llamarles "conquistas sindicales" al hecho que, por ejemplo, los miembros del SME recibieran además de su aguinaldo una lluvia de arcones y juguetes, rifas y hasta un mes de vacaciones pagadas así como descuentos de ensueño para ellos y sus familiares (y una plaza heredable aunque el vástago no supiera absolutamente nada sobre el oficio de su progenitor). Apenas unas semanas antes de su extinción, el SME había inaugurado un complejo deportivo para el "disfrute" de sus agremiados. A poca gente hace gracia que esas "conquistas" sean pagadas por dinero del erario.

Una diferencia importante entre los líderes sindicales de los sectores público y privado son las concernientes a sus prestaciones. Mientras los miembros de los sindicatos del IMSS, ISSSTE, Pemex, SNTE y demás reciben prestaciones más que infladas, los mineros apenas y obtienen lo suficiente para subsistir. Sin embargo todos sus dirigentes sindicales viven como marajás en jauja. Lo que pasa es que las partidas gubernamentales son tan grandes que todos pueden saciarse mientras que las procedentes de empresas privadas son las apegadas a la ley y sus sindicatos simplemente se quedan con las mayores rebanadas.

En ambos sentidos la pregunta inevitable es qué tanto contribuyen los sindicatos al progreso, o deterioro, de México. El concepto habitual es que se trata de entes que viven en el pasado y que muestran una reticencia a todo cambio como si fueran quistes imposibles de erradicar. Hubo un momento en que los gobiernos priístas, que tanto ayudaron al crecimiento de esos monstruos, trataron de neutralizarlos o al menos arrebatarles parte de su poder, pero el experimento no salió como se esperaba. Uno de los casos más conocidos fue el de la Quina, líder del sindicato petrolero, quien en 1989 fue destronado en una acción que en principio se vio como un acto de limpieza genuina de las cloacas del oficialismo sindical. 20 años después de vio que todo resultó inútil pues el gobierno federal, tanto priísta como panista, se han visto incapaces de enfrentar a Carlos Romero Deschamps, quien para protegerse se metió como legislador con fuero. Pemex se hunde en la mediocridad y la obsolescencia pero qué importa, las "conquistas sindicales" nos siguen costando a todos.

De Martín Esparza no se entiende cómo, si el mismo gobierno federal le quitó toda autorización como representante de un sindicato que se supone ya no existe, es recibido en Gobernación y de ahí sale envalentonado, con respuesta positiva a muchas de sus demandas. No se ve qué utilidad pueda tener ese virtual doblegamiento del gobierno calderonista pues claramente se ve que el SME está empleando la misma técnica que se utilizó en el caso Atenco cuando el encargado de la oficina en Bucareli era Santiago Creel. 

El caso más sonado de impunidad sindical lo tenemos con Napoleón Gómez Urrutia, quien viene a ser un caso digno de Ripley por manejar a un sindicato a 3 mil kilómetros de distancia, capaz inclusive de amenazar con una huelga en apoyo al SME. Protegido por sus colegas canadienses, es dudoso que este líder vuelva a pisar suelo mexicano y de ahí se le lleve a prisión en lo que queda del sexenio calderonista.

Pero donde más se cuestiona el sindicalismo mexicano es en Elba Esther "Influencia" Gordillo. Ya desde los años de Ernesto Zedillo --quien como secretario de Educación también tuvo que lidiar con la señora-- se veía el dramático descenso del nivel educativo debido a maestros incompetentes que entraban a la nómina mediante la vía de la recomendación. Desde entonces la situación sólo ha empeorado. El nivel de un alumno de preparatoria actual es similar al que tenía un alumno de cuarto de primaria en 1970 y no se ve cómo la situación va a mejorar: 7 de cada diez aspirantes a recibir una plaza de maestro que les daría acceso a las generosas arcas del SNTE reprobaron el examen de conocimientos pese a que los últimos dos años estuvieron recibiendo capacitación de profesores supuestamente experimentados. Pero no hay problema: ya el gobierno del Distrito Federal anunció que de todas maneras contratará a 8 mil de esos aspirantes reprobados luego de impartirles otro curso relámpago, aunque según el SNTE no reprobaron; simplemente no dieron el "punto de corte", sea lo que eso signifique

De todos los sindicatos oficiales, quizá el de Esther Gordillo sea el que provoque el mayor daño pues del SNTE depende el futuro educativo de todo un país.

El problema principal del sindicalismo mexicano es que es uno de los pilares que quedan del corporativismo priísta cuando el Estado aceptaba firmar ruinosos contratos colectivos a cambio de la fidelidad partidista y el voto seguro el día de las elecciones. Pero en el paso también hubo convenios destinados a durar para la eternidad y que no podrían ser alterados bajo ninguna circunstancia, de ahí a que muchas exigencias sindicales pertenezcan más a los años 40 que a las necesidades actuales. Ya sin el tlatoani sexenal, a ese sindicalismo corporativista no la que quedado otra más que coquetear con el político que más se acerque a sus intereses (Elba Esther) o utilizar la presión hasta que ceda la otra parte (Martín Esparza).

El gobierno calderonista ha demostrado ampliamente que no tiene la fuerza ni la voluntad de enfrentarse al capismo sindical, evidenciado en el hecho que Esparza vuelve a jugar con sus barajas. Y quién sabe si su sucesor se atreva a hacerlo; es carne de cañón, por más desagradable que su sabor tiene para el avance de México.

 

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