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Senadores chatarra

El Senado de la República aprobó una iniciativa que prohíbe la venta de alimentos chatarra en los planteles educativos. Pero su diseño fue torpe, tiene espinas discrecionales y al final no servirá de nada, excepto para aumentar la injerencia del Estado en la vida de sus gobernados

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MAYO, 2010. Luego de una discusión donde únicamente se modificaron puntos menores, el Senado de la República aprobó una ley con la cual la venta de los llamados "alimentos chatarra" quedará prohibida dentro de los centros escolares, por el momento únicamente públicos. De esa manera, advirtieron nuestros legisladores, se reducirá el número de niños con sobrepeso que ha alcanzado cifras alarmantes el último decenio; de acuerdo a una encuesta de Ipsos-Bimsa, un 48 por ciento de mexicanos menores de 20 años están de 5 a 10 kilos encima de su peso normal, y de estos más de la mitad incluso con 20 kilogramos encima.

Desde un vistazo simple, se diría que la medida tiene mucho sentido. De seguir la tendencia, México enfrentará un incremento brutal en el número de diabéticos (ya preocupante en varias entidades), personas con problemas cardiovasculares e hipertensión arterial. La relación entre estos padecimientos y el consumo de comida de bajo contenido calórico están comprobadas y de hecho se les puede llamar cómplices de la "maestra" Elba Esther Gordillo en el bajo aprovechamiento de las escuelas en todo el país. El estereotipo del niño gordito que es un nerd viene a ser mera invención; la realidad es que la gordura, y no tanto el estímulo a la inteligencia en las aulas, ha aumentado entre los niños mexicanos.

¿Pero es esto culpa directa de los fabricantes de pastelillos, frituras y refrescos y en vez de un país en caída libre entercado en sacrificar su futuro en aras por mantener los privilegios del presente?

En primer lugar la despectivamente llamada "comida chatarra" ha existido en México por lo menos durante el último medio siglo. Una de las empresas más grandes en ese ramo es Bimbo, fundada por Lorenzo Servitje, un exiliado español que llegó a México en tiempos de Lázaro Cárdenas. La empresa tuvo un crecimiento vertiginoso en los cincuenta al punto que tuvo que diversificarse en firmas como Marinela (1962), Barcel (1976) y Tía Rosa (1982). Hay otras compañías que igualmente venden esta comida de bajo valor nutritivo como Pepsico, que produce Sabritas. Chee-Tos, Tostachos y varias más. De ahí hacia abajo hay cientos de pequeños empresarios dedicados a vender churritos, cacahuates, dulces de leche y "conchitas", bastante populares en las preparatorias al combinarlas con salsa valentina. También están los llamados "chamoys", los "bolis", los chocolates y los chicles. "Somos un país dulcero, adicto a este tipo de comida", refiere Manuel Ortiz, un administrador de empresas pero que se opone abiertamente a esta ley emanada del Senado:

"En primer lugar que se nos diga lo que ellos entienden por 'comida chatarra': ¿es toda aquella que viene empaquetada en papel celofán, con dibujos de animalitos para hacerlas atractivas a los niños, con apariencia atractiva o únicamente la que tiene bajo contenido nutricional? Porque de aprobarse la ley entonces en las escuelas ya no se podrían vender ni gorditas, ni chalupas, ni molletes pues los nutrientes que aportan al organismo son bastante cuestionables".

Y de nuevo se pregunta "¿quién va a determinar lo que califica como 'chatarra' y lo que no'? Seguramente un burócrata, una comisión que terminará convertida en un monstruo subsidiado por los contribuyentes con inspectores que finalmente sucumbirán a la mordida. Todo me parece una medida arbitraria e inútil, porque los niños terminarán comprando sus refrescos y sus golosinas en la 'tienda de la esquina' de sus casas y ni modo que les terminen prohibiendo también eso".

La entrevista con Ortiz es informal, aderezada con un refresco y unos "submarinos" Marinela. 

"El problema no radica en comer estos pastelitos sino en que muchos niños, adultos incluso, los han tomado como parte de su dieta y no como algo complementario para calmar el hambre. Y difícilmente eso puede ser culpa de quienes producen estas golosinas; es más una cuestión cultural y educativa, a lo que debe agregarse, naturalmente, la incapacidad del Estado para estimular la producción de comida saludable, y barata.

--De acuerdo a lo que argumentó el Congreso, hoy hay más niños obesos por comer comida chatarra que nunca antes en la historia y por eso urgía restringir la venta de estos pastelitos en las escuelas...
--Ante lo cual yo preguntó ¿cuántos senadores obesos hay en la Cámara? ¿Por qué entonces no limitar los bonos que reciben nuestros diputados para esas comilonas donde nunca falta ese postrecito bajo en nutrientes? Sería bueno entonces vigilar lo que comen nuestros diputados, y sancionar a todo aquel que se atreva a tomarse un refresco de cola dentro del recinto. Y podríamos ir más allá: prohibamos que en sus sobremesas, que a todos nos cuestan, se tomen su copita igualmente dañina a la salud. ¿Por qué nomás los alumnos de las escuelas y ellos no? Esta medida me parece mero populismo y una tontería que no va a servir de nada.

--Por lo visto la comida chatarra se volvió en el nuevo chivo expiatorio de nuestros legisladores... 
--Ah, claro, en algo tienen que emplear el tiempo según ellos le dedican a la nación. La comida chatarra --manejemos este término en la entrevista aunque creo que usarlo les estamos siguiendo el juego-- existe por lo menos desde los años cincuenta y sin embargo en ese entonces la cantidad de niños gorditos era relativamente baja. Que hoy el número es inmenso, cierto, pero porque hoy somos más mexicanos. Y es que el aumento es innegable, lo que no me parece es la forma de enfrentar el problema, que es prohibiendo su venta dentro de las escuelas. Nuestros políticos y legisladores no lo entienden, y quizá jamás lo entiendan, que las prohibiciones jamás terminan el problema y sólo lo agravan. Estamos en medio de una sangrienta guerra contra el crimen organizado y que tiene su origen en la prohibición en la venta de drogas y ¡púmbale! ahí nos viene otra prohibición. No quiero decir que al no permitir la venta de cocacolas, gansitos, papitas y "chamoys" se va a desatar otra oleada de crímenes sino que al final todo será inútil, una pérdida de tiempo…

--¿Por qué lo dices?
--El asunto no radica en que los niños se atiborren de golosinas y suban de peso, es más bien económico. Hace treinta, cuarenta años, las amas de casa preparaban su lonchera al niño con un sándwich de jamón, una naranja y un jugo. Actualmente todo eso tiene un precio prohibitivo, mínimo se te van 25 pesos, sin incluir la lonchera, ahora multiplica eso por cinco días, es un dineral. Ante la pérdida del poder adquisitivo las mamás prefieren darles a los niños 10 o 15 pesos para que se compren sus pastelitos, es casi la mitad. Una comida sana es mucho más cara que un desayuno con chocorroles y un refresco y eso no es culpa de quienes venden esos productos, es de un Estado que nos ha hecho más pobres y con una niñez malnutrida.

--Se trataría otra vez del viejo asunto de luchar contra las consecuencias y no contra las causas…
--¡Exacto! Y a esto hay que añadir otro asunto grave y que afecta al derecho de propiedad. En las escuelas públicas podría uno pensar que, bueno, se puede prohibir la venta de comida chatarra, pero qué derecho hay para obligar a un colegio particular a que haga lo mismo si se supone que estos planteles son propiedad privada y puedan instalar maquinitas expendedoras de pastelillos y refrescos donde se les pegue la gana. Si permitimos estas arbitrariedades al rato el Estado nos va a querer obligar a usar la televisión y la computadora a determinadas horas o nos prohibirá usar lavar la ropa los miércoles o planchar únicamente lo lunes. El asunto es preocupante…

--¿Cuál sería tu propuesta, entonces? El problema ahí está…
--Yo sería el primero en reconocer el problema pero también el primero en decir que esta iniciativa terminará por agravarlo. Lo que nuestros senadores deberían de hacer en vez de chuparse el dedo con iniciativas populistas es ver que se trata de un problema de educación que incluye tanto a maestros como a padres de familia. Su deber es advertir a los niños de que los pastelitos son meros aperitivos, y no comida básica y que su consumo masivo y continuo a la larga perjudicará su salud. Pero todo eso de nada servirá si por el otro lado tienes que debes gastar más de 600 pesos para comprar un mandado más o menos decente para una familia de tres miembros, con frutas, legumbres y carne a precios prohibitivos. El incremento en el número de niños con sobrepeso va de la mano con un dinero que cada día vale menos y una inflación que no para pese a lo que nos digan los economistas oficiales.

--Yo agregaría otra razón, y es que los niños de hoy casi no hacen ejercicio y pasan toda la tarde en sus computadoras, con el chat, el Facebook y los juegos de video…
--Eso también tiene mucho qué ver, pero en otros países donde existe una situación similar los niños no sufren sobrepeso… todo esto nos trae de nuevo al consumo de golosinas por las mañanas producto de un nivel adquisitivo bajo. Lo que los senadores debieran hacer es diseñar programas de educación física que realmente estimulen el interés por el ejercicio y del deporte entre los niños y adolescentes; la educación física que hoy se imparte equivale a no tener clases donde se juegan partidos de futbol y listo…

--Otra preocupación es que cuando se ponga en vigor la ley, las empresas fabricantes de comida chatarra sufrirán pérdidas que las orillarían a la quiebra y con ello se perderían cientos de empleos. ¿Tu cómo contemplas eso?
--Al principio habrá pérdidas pero pronto serán resarcidas pues los alumnos comenzarán a comprar las frituras y pastelillos afuera de las escuelas y los colegios, razón para concluir que esta iniciativa no servirá ni para maldita la cosa. Quienes sí podrán verse seriamente afectados serían los microempresarios, por lo general negocios familiares que venden esta comida dentro de los planteles escolares.

--¿Algunos comentarios finales sobre el tema que tratamos aquí?
--Bueno, que pronto comenzarán los amparos de las empresas que producen estas golosinas, y razón no les faltará pues se trata de medidas que, como ya dije, lesionan los derechos de propiedad. Es irritante que nuestros senadores hayan rechazado una reforma fiscal que mucho hubiera nos habría ayudado a salir de este atolladero y que a la larga haría innecesario el consumo de pastelillos entre los niños para paliar el hambre. Los productos chatarra son la última parte del eslabón. Ojalá que nuestros senadores finalmente se pongan a funcionar sus neuronas y vean el otro extremo y donde ellos tienen mucha responsabilidad. La chatarra está en sus iniciativas, y en sus ideas.

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