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Los Presidentes: Luis Echeverría

Quiso apagar la inquietud dejada por los hechos de Tlatelolco abriendo la puerta del presupuesto público y al final dejó un caos administrativo que repercute hasta hoy, incluso muchos beneficiados por la apertura exigen que se le aplique juicio político

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MARZO, 2010. Aunque el 1 de diciembre de 1970 existía cierta incertidumbre en el ambiente, dominaba el optimismo entre la población. Los mercados se encontraban tranquilos, la inflación estaba controlada y aún se saboreaba el sexto lugar que la selección nacional había conseguido en el Mundial concluido unos meses atrás. También se comentaba que Luis Echeverría, el nuevo presidente, habría de poner orden pues la imagen que tenía mientras fue secretario de Gobernación fue la de un hombre serio, de mirada adusta, "de pocas pulgas", dijo el ya fallecido caricaturista Abel Quezada. Los hechos de Tlatelolco de 1968 aún retumbaban y habían tenido, entre muchas otras consecuencias, la idea entre muchos estudiantes de que la única salida era convertir a México en un país comunista y ponían como ejemplo de desarrollo a Cuba y la URSS.

Dado el control que el Estado ejercía sobre los medios, nadie en ese entonces manejaba la posibilidad que aquel abogado de anteojos gruesos y casi completamente calvo hubiera tenido que ver con lo ocurrido en Tlatelolco; después de todo, se razonaba, difícilmente habría sido escogido por Gustavo Díaz Ordaz para sucederlo, pero éste había aceptado toda la responsabilidad en su Informe de Gobierno de 1969 de manera que al jurar protesta políticamente estaba exonerado. Díaz Ordaz cometió varios errores --así como muchos aciertos que la historia ha impedido evaluarlos como se debe-- pero el haber "destapado" a Luis Echeverría fue el peor de todos y causaría un daño irreparable al país.

Echeverría había nacido en una familia clasemediera de la capital con raíces lejanas en Jalisco y la región vasca. Tras graduarse como abogado abrió un despacho donde casi nunca se asomó un cliente hasta que un pariente lo recomendó para ocupar un puestito burocrático. Fue así como empezó a ascender en la función pública, siempre cumplido y dispuesto a obedecer órdenes sin chistar. Según algunos biógrafos, en su juventud Echeverría tenía tendencias derechistas que cambió una vez que vio triunfar la revolución cubana, pero lo más probable es que el futuro presidente cambiaba de ideología como de camisetas, o guayaberas, con las que solía llegar a la oficina mientras los demás lo hacían de saco y corbata.

Su momento más importante llegó cuando entró al gabinete de Gustavo Díaz Ordaz. No era parte del equipo del mandatario en un principio, pero debido a su diligencia consiguió ganarse su confianza. Como secretario de Gobernación, Echeverría tenía un semblante "duro" al que no le temblaría la mano al momento de tomar decisiones. Y efectivamente así fue: hasta antes de octubre de 1968, el funcionario había logrado mantener en la raya a todas las fuerzas que el régimen consideraba nocivas; además había conseguido apagar las voces disidentes de la prensa, con excepción de Excélsior, que en los sesenta era dirigido por Julio Scherer García. Fue una cuenta que Echeverría no olvidaría durante sus seis años de gobierno.

Pese al ambiente denso, Echeverría ganó las elecciones presidenciales de 1970 con total facilidad. Desde los días posteriores a su destape había recorrido buena parte del país en una gira proselitista, y cuando un reportero le preguntó sobre su gusto por las giras a las que Adolfo López Mateos, uno de sus antecesores, había sido tan afecto (le apodaban López Paseos), el entonces candidato sonrió: "es sólo parte de la campaña por la Presidencia... viajaré poco", aseguró. Fue apenas una de las innumerables promesas que no tardó en romper.

En su discurso de toma de posesión Echeverría mostró un giro desconcertante al discurso político. Empleó palabras tan extrañas que los reporteros tuvieron que acudir a los diccionarios para encontrarles sinónimos, entre ellas "sinergía", "catalizador" y "praxis", la mayoría de ellos terminajos propios de la jerigonza marxista. También habló de la necesidad de realizar "ajustes" a algunos artículos de la canasta básica. La gente no tardó en entender lo que escondía esa palabra: al día siguiente de su toma de posesión aumentó el precio de las tortillas.

Echeverría estaba casado con Esther Zuno, hija de un caique jalisciense, y como él admiradora de Fidel Castro y del "experimento" que Salvador Allende, quien también acababa de ganar la presidencia de Chile, se disponía a realizar en aquel país. La pareja presidencial no tardó en mostrar su "nacionalismo": ella obligó al personal de Los Pinos a vestir prendas tradicionales mexicanas, cambió la decoración de la casa presidencial, echó fuera "todos esos muebles de dudoso gusto gringo" y aun cambió el menú, que incluía chilaquiles, frijoles refritos, enchiladas y agua de jamaica. Hubo dignatarios extranjeros a los que se les ofrecieron esos platillos, con el consabido malestar estomacal tras probar alimentos fuertemente condimentados.

Echeverría tenía la convicción de que la mejor manera de desactivar la bomba que le había heredado Díaz Ordaz sería abriendo la llave presupuestal. Decretó la liberación de todos los presos que habían sido detenidos en octubre del 68 y de inmediato les ofreció puestitos burocráticos. Buena parte de ellos los aceptaron pero otros simplemente lo insultaron. Echeverría pensaba, como Álvaro Obregón, antecesor suyo, que nadie era capaz de resistir un cañonazo de 50 mil pesos y ser así sometido a su gobierno. En contraste con Díaz Ordaz, quien abiertamente expresaba su repudio por la comunidad intelectual y literaria, Echeverría intentó ganárselos pues los consideraba "parte del proceso revolucionario". Y la mayoría de las veces lo consiguió: el escritor Carlos Fuentes publicó un texto donde defendía la imagen presidencial donde enfatizó que la opción de México era "Echeverría o el fascismo". Aquella loa le valdría poco después a Fuentes el ser enviado como embajador a Francia. Muchos otros intelectuales protestaban con el brazo izquierdo y el brazo derecho lo extendían para recibir puntualmente un subsidio de la Federación. El remedio funcionó a la larga: el Estado ofreció empleo burocráticos que comenzaban a crecer a diario a los jóvenes que exigían la apertura política con lo cual logró asilenciarlos.

El 6 de junio de 1971, jueves de Corpus, una manifestación que iba rumbo a Palacio de Gobierno fue atacada por un grupo paramilitar que se hacía llamar Los Halcones. Los historiadores coinciden en que el ataque fue obra de una confusión de órdenes entre el presidente, el Estado Mayor Presidencial, el ejército y el regente aunque la culpa apuntaba hacia el primero de la lista, Toda esa tarde Echeverría directamente habló con los principales directores de los periódicos y noticieros para hacerles ver que en el encuentro sólo habían muerto militares; "queda claro ¿no?", preguntó, a modo de afirmación, al ya fallecido Regino Pargés Llergo, por entonces director de Siempre! Al final el regente Alfonso Martínez Domínguez fue obligado a aceptar su responsabilidad y fue sacrificado; su sitio fue ocupado por Octavio Senties, un burócrata incondicional al primer mandatario. (Más tarde y en años de López Portillo, Martínez Domínguez recibió la gubernatura de Nuevo León como premio de compensación).

El presidente que viajaría poco realizó una extensa gira por Asia que abarcó Japón, China, Corea del Sur, Indonesia, Japón y Corea del Sur. Y con el fin de "estrechar los lazos con esas naciones", según Comunicación Social de la Presidencia, alrededor de 80 personas entre intelectuales, legisladores líderes sociales y un cocineras que preparaban exquisiteces mexicanas fueron llevados al viaje con cargo al erario. En 1973 hubo otro viaje, el llamado "tricontinental", que abarcó Sudamérica, Europa y parte de Asia, aunque en esta ocasión la comitiva cubrió tres aviones que transportaron a 240 personas. Sobra decir que nada de provecho salió de aquellos viajes pero que evidenciaban al presidente como alguien que dilapidaba su herencia de la manera más absurda posible.

El gasto público destinado a la manutención de armatostes burocráticos creció desmesuradamente durante el echeverriato. El antiguo Banco Rural fue transformado en Banco Nacional de Crédito Rural (Banrural), al cual se le cuadruplicó el presupuesto en menos de dos años, así como su número de empleados, la mayoría residentes en el área urbana y con nulo conocimiento del campo. A lo largo del sexenio el Banrural fue una cueva ideal para enriquecerse y realizar los fraudes más inimaginables. En total, y según un conteo incluido en la Enciclopedia Casasola, las comisiones, subsecretarías, fondos, organismos y oficinas burocráticas llegaron a sumar 460, de las 122 que había en el momento que Gustavo Díaz Ordaz llegó al poder. Gabriel Zaid establece en La Economía Presidencial que en 1970 había en México 616,607 mil burócratas pero que para 1975, en pleno auge echeverrista, la cifra había brincado a 2,151,890 personas.

Al ocurrir el golpe de Estado en Chile, en septiembre de 1973, el gobierno mexicano rompió relaciones y abrió su embajada en Santiago para recibir a una oleada de refugiados. La mayoría de ellos terminó radicada acá con vivienda y empleo a cargo del gobierno.

Obsesionado por quedar bien con la comunidad intelectual, Echeverría fue se convenció de la "necesidad" de nacionalizar a la televisión, algo que en el Perú, por ejemplo, había hecho que el general Velasco se ganara a ese gremio entre vítores y aplausos (y de paso entregarles el manejo de las televisoras, que terminaron hundiéndose a los pocos meses). Muchas de esas exigencias provenían de la SEP, a donde fueron a parar decenas de sociólogos que veían e la televisión privada como el diablo engendrado y a la burocracia como un sector comprometido con el bienestar popular. Tras una reunión efectuada en 1972 a la que asistieron los magnates de la televisión (por ese entonces Emilio Azcárraga Milmo de Telesistema Mexicano y ejecutivos de Televisión Independiente de México) se logró llegar a un acuerdo basado en la repartición de tiempos como lo hacía la BBC en Gran Bretaña. También alguien hizo llegar al presidente una conclusión obvia: la televisión privada era una fuente importante de impuestos.(Irónicamente, a fines de 1973 el Estado autorizaría la fusión de Telesistema con TIM, lo que dio nacimiento a Televisa, el súcubo de la comunidad intelectual).

De cualquier manera la tensión con el sector privado siguió agudizándose y llegó a un punto de rompimiento luego que el empresario Eugenio Garza Sada muriera en in intento se secuestro en Monterrey. Cuando Echeverría acudió al sepelio fue recibido con recriminaciones y se insinuó que sus políticas contribuían al clima de inestabilidad social. Los frustrados secuestradores eran miembros de la liga comunista 23 de Septiembre y quienes los siguientes años realizarían asaltos, más secuestros e incursiones a base de balazos en restaurantes y fondas. Hubo otros foco guerrilleros como el de Guerrero, liderado por Lucio Cabañas, un ex maestro de primaria, y el de Genaro Rojas, en Michoacán. El primero murió en un enfrentamiento con el ejército --aparentemente se hizo explotar una granada-- y el segundo en un accidente automovilístico.

Los delirios echeverristas también abarcaron la política exterior. Uno de ellos fue apoyar públicamente una iniciativa de varios países miembros de la ONU, especialmente árabes, en condenar el sionismo. Ello metió en problemas a la embajada de México en Tel Aviv, aunque la reacción de la comunidad judía abarcó otros puntos, entre ellos iniciar una campaña de desprestigio que ahuyentó el turismo, en especial norteamericano, de las principales playas. Finalmente la Secretaría de Relaciones Exteriores manifestó que todo había sido un "malentendido". Otra ocurrencia presidencial fue haber presentado ante la ONU la Carta de los Deberes y Derechos de los Estados, un legajo de papeles donde supuestamente los países más ricos deberían cumplir su "compromiso moral" (esto es, que ellos eran culpables por la pobreza de los demás). El documento fue recibido de pie y con aplausos entre los países miembros pero no pasó de ahí; en México la prensa alabó la Carta hasta el exceso pero en el resto del mundo fue vista como una descarada intención de Echeverría por convertirse en secretario general de la ONU.

Víctor Manuel Villaseñor era un honesto funcionario puesto al frente de Ferrocarriles Nacionales, una de las paraestatales más corruptas del país. Se le encomendó enfrentar a su mafia sindical por lo que encontró varios desfalcos, una nube de aviadores, trabajadores jubilados que también cobraban como activos y aun sueldos extendidos a concubinas, esposas y parientes de la alta cúpula del sindicato. Villaseñor afirmó haber recibido varias amenazas pero juró que ello no detendría la limpieza de esa dependencia. En respuesta el sindicato aplicó varios autosabotajes, entre ellos el descarrilamiento de un tren atiborrado de peregrinos que se dirigía a pasar la Semana Santa en Saltillo los maquinistas manejaban en estado de ebriedad). Echeverría optó por no tener más problemas con el sindicato y pidió la renuncia a Villaseñor aunque éste, frustrado, ya se la había entregado por adelantado.

El cine mexicano había quedado en manos de Rodolfo Echeverría, hermano del presidente, y como había sido actor se consideraba que era una excelente opción para proyectar a esa industria internacionalmente. En principio, se crearon tres organismos para la promoción cinematográfica, el PeCiMe y Conacite I y II, así como el Banco Cinematográfico, de donde salieron millones de pesos que beneficiaron a decenas de directores, guionistas, actores y líderes del sindicato. El problema es que apenas se produjeron media decena de películas de calidad cuestionable y que estaban lejos de justificar la enorme inversión en el sector. Algo similar ocurrió en otros fondos destinados a la promoción de la pintura, el arte, la danza y la literatura donde cientos de "becados" cobraban cheque sin aportar una sola obra de valor. En respuesta a las becas, Echeverría creó el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) que supuestamente acabaría con el burocratismo cultural y la nebulosa rendición de cuentas. Bien pronto el INBA se convirtió en otro mastodonte y los problemas se multiplicaron.

Desde 1973 y como consecuencia de un importante aumento en el gasto público, los precios empezaron a subir desmedidamente, un fenómeno que en México no se había visto desde los años de la revolución. En un principio el gobierno lo atribuyó a la crisis energética y a un "repunte" de precios en Estados Unidos que repercutía en los artículos importados. Pero cuando en el vecino país se estabilizaron los precios y acá seguían subiendo quedó claro que el problema era más bien interno. Lo cierto es que los economistas oficiales estaban aplicando a fondo el principio keynesiano de crecer con inflación, la cual puede ser controlada, decían, con un aumento en la producción de bienes. Desafortunadamente esos mismos genios financieros habían desarmado la estructura del llamado "desarrollo estabilizador" de los tres sexenios anteriores y la sustituyeron por la de del "desarrollo compartido" donde el Estado era el eje central de la vida económica. El país caminaba directamente hacia el abismo.

La política fiscal pasó a ser abrumadoramente recaudatoria con lo cual varios negocios empezaron a descapitalizarse. Altos líderes de la Coparmex --la organización patronal más importante del país-- comenzaron a cuestionar a escondidas la capacidad mental del presidente Echeverría y su capacidad real de poder seguir manejando al país. El presidente también jugó una baraja de doble cara: en público aceptó que los chistes sobre su persona "en ocasiones me hacían reír" pero lo cierto es que ya planeaba una venganza contra los que llamaba "riquillos".

Para principios de 1976 quedaba claro que la economía mexicana empezaba a naufragar, asfixiada por la corrupción, el burocratismo y la pérdida de competitividad ante los mercados internacionales de modo que los especialistas hablaban de la inevitable devaluación del peso, algo desconocido para buena parte de los ciudadanos pues la última había ocurrido 19 años antes. La misma Secretaría de Hacienda desmintió los rumores y tachó todo de "peligrosas habladurías", declaraciones secundadas por el Banco de México, que en tiempos de Echeverría pasó a depender del Poder Ejecutivo.

Echeverría había "destapado" para sucederlo a José López Portillo, su secretario de Hacienda. Todo parecía marchar bien hasta que en junio de ese año las "peligrosas habladurías" se concretaron y el peso sufrió una devaluación, de donde brincó de 12.50 a 22 pesos en cuestión de horas, aunque menos de una semana después ya se cotizaba en 28 pesos, una depreciación efectiva del 123 por ciento. Pero como el Partido Acción Nacional no lanzó candidato a la presidencia para las elecciones de 1976, el golpe no iba afectar electoralmente al PRI.

Los rumores enloquecieron durante los días previos a los comicios, Se especulaba que Echeverría había perdido el juicio y que el poder se le había traspasado al secretario de Defensa, lo que constituía un virtual golpe de Estado, otros aseguraban que la crisis económica había sido orquestada por la CIA en venganza por su apoyo a Salvador Allende y otros aseguraban que el mandatario estaba secuestrado en el Castillo de Chapultepec pues por casi diez días no apareció en público. Pero cuando lo hizo ejecutó su venganza contra los "riquillos" y ordenó la expropiación de decenas en Sonora y Sinaloa, predios que fueron entregados a líderzuelos sindicales locales quienes menos de seis meses después los habían transformado en páramos. Uno de los afectados era el agricultor Manuel M. Clouthier, quien años después sería candidato presidencial por el Partido Acción Nacional.

Otro golpe fue propinado al diario Excélsior, cuyo director era Julio Scherer García. Tras crearle una "grilla sindical" seguida de un golpe dentro de su mesa directiva, Scherer fue obligado a renunciar luego que Excélsior fuera quizá en único medio escrito realmente crítico del gobierno federal. De nada sirvió que Scherer fuera primo del presidente electo de México aunque Scherer, siempre tesonero, se llevó a las voces más importantes de Excélsior y fundó Proceso, una de las revistas de política más importantes de México.

Otro golpe a la prensa se dio cuando la cadena García Valseca, propietaria de más de 50 periódicos, fue adquirida por Mario Vázquez Raña, un empresario que hasta entonces poseía una cadena mueblera y tenía cero conocimiento de cómo se maneja un periódico. La cadena García Valseca había adquirido nuevo equipo de impresión que con la devaluación se hizo impagable, el Estado se hizo cargo de la empresa y casi de inmediato se la traspasó a Vázquez Raña, quien la transformó en Organización Editorial Mexicana. Por años se ha dicho que OEM en realidad es propiedad de Echeverría de quien se decía, había realizado un negocio de ensueño al adquirir varias hectáreas de terreno en una lengua de tierra en Quintana Roo para luego revenderlas a precios infinitamente superiores. Esa propiedad pasaría luego a convertirse en Cancún. Su habilidad empresarial y su odio por los empresarios era otra de las contradictorias actitudes de Luis Echeverría.

Su retiro estuvo lejos de ser tranquilo. Siguió opinando sobre política interna y su sucesor lo envió como embajador en París ante la UNESCO, pero como no se callaba optó por enviarlo como diplomático a Australia, donde Echeverría tuvo que tragarse el coraje. Más tarde se le cortó el subsidio a su Centro de Estudios Económicos del Tercer Mundo (CEESP) que pese a haber tenido hasta 80 empleados no había servido para nada.

Desde principios de los 80 varios grupos defensores de los Derechos Humanos han tratado de llevar a Echeverría a entablar juicios civiles y penales por las matanzas de 1968 y de 1971 pero en todas ellas se la respondido que los delitos ya prescribieron y que muchos militares que cumplieron esas órdenes fallecieron hace varios años. Lo irónico es que muchos de sus acusadores se habían beneficiado de la "apertura" echeverrista y obtuvieron empleos gubernamentales cuando eran jóvenes.

"Un sexenio como el de Andrés Manuel López Obrador habría sido la repetición del de Luis Echeverría", escribió el analista político Jorge Castañeda. Cuando el tabasqueño perdió en el 2006, quizá México se salvó en más de un sentido.

 

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1 comentarios

ernesto-huizar escribe 15.03.10

Encontre este sitio por casualidad y me tope con este artículo sobre el nefasto Echeverria que aun sigue vivo y a la vez muerto en vida, lo peor que le puede pasar a alguien en este mundo, de todas maneras sorprende que todavia hay gente que lo defiende y dice años aquellos años, como se nota que no los vivieron

 

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