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¿Por qué a El Vaticano cuesta tanto entender al capitalismo?

Su Santidad, el primer Papa latinoamericano de la historia. no deja de sorprendernos, ahora con una crítica hacia el único sistema que ha logrado abatir la pobreza en el mundo, aderezado todo con un discurso que ya hemos escuchado miles de veces. ¿Qué paso sigue dentro de la estrategia vaticana que no logra comprender los principios básicos del libre mercado?

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ENERO, 2014. Cosa curiosa: en sus más de dos mil años de existencia, la Iglesia católica ha sabido contemporizar con emperadores, monarcas, reyes absolutistas y aun dictadores, al punto que uno de ellos, mediante el Tratado de Letrán, otorgó autonomía a El Vaticano, convirtiéndolo en un país independiente. Pero la iglesia no ha querido, ni deseado, ni siquiera comprender al capitalismo, esto es, a la creación de riqueza en manos de los particulares. Lo crítica, lo ataca, le echa la culpa de todos males de este mundo y en ningún momento se detiene a reparar en su lista de resultados y de logros.

La reciente encíclica Evangelli Gaudium del Papa Francisco desempolvó aquellos conceptos anticapitalistas que habían quedado arrumbados en algún rincón de la Santa Sede tras la muerte, en 1978, de Pablo VI. Lo cual no indica, naturalmente, que sus sucesores, Juan Pablo II y Benedicto XVI, hubieran sido más condescendientes o comprensivos hacia la economía de mercado. Pero por lo menos el primero lo consideraba mejor opción que el comunismo y el segund
o quizá no calificó de perverso al capitalismo, pero si de perfectible, lo cual ya era ganancia.

¿Y con qué nos topamos ahora con el Papa Francisco?: "La economía de libre mercado es causa de una brecha cada vez más grande entre ricos y pobres". Con todo el respeto que nos merece el Papa Barboglio, esta declaración que pudiera ser interpretada como una denuncia, es uno de los lugares comunes más recurrentes de la izquierda; el hilo rojo, que no negro, para indicar flamígeramente que hoy estamos peor porque unos tipos encorbatados de Wall Street chupan la sangre a los países subdesarrollados y los dejan sumidos en la indigencia. Más adelante Su Santidad apunta: "Los ricos deben ayudar a transferir parte de su riqueza a los países pobres para paliar sus necesidades". En alusión a Tom Hanks en Apollo XIII: "Vaticano, tenemos un problema..."

Otro punto increíble de esta encíclica sostiene que "el concluir que el crecimiento económico respaldado por un libre mercado inevitablemente traerá mayor justicia en el mundo es una opinión que nunca ha sido confirmada por los hechos... el capitalismo es la nueva tiranía". Si Su Santidad quisiera ejemplos que sí confirman el éxito del capitalismo solo bastaría con que se asomara a Taiwán, a Singapur, a Hong Kong o Corea del Sur, países que hasta hace menos de cuatro décadas eran más pobres que América latina y hoy disfrutan de niveles de vida muy superiores... todo gracias a esa "nueva tiranía". ¿Por qué el Papa Francisco no alude a esas naciones que repudian el capitalismo a ver si les ha ido mejor, llámense Cuba, Venezuela o Corea del Norte? Peculiar perspectiva vaticana la cual realiza análisis comparativos únicamente donde, y cuando, le conviene.

Y si bien hay algunos puntos buenos en la Encíclica Evangelii Gaudium (entre ellos, que cada país debe diseñar su propia estrategia de combate a la pobreza), varios de sus enunciados resaltan que, en estos 45 años desde el Concilio Vaticano II, el Papa Francisco está llegando al punto de partida. Es como si los experimentos socialistas de los setenta en América latina, en África, en su natal Argentina, jamás hubieran dado sus nefastos resultados. Al denunciar al capitalismo como el Lucifer de la historia y a la repartición de la riqueza como una celestial panacea, pareciera percibirse que dentro de las paredes vaticanas jamás se hubieran enterado del derrumbe comunista de la URSS y del bloque oriental.

¿Por qué cuesta tanto trabajo a El Vaticano ver que, aludiendo a esa conocida frase churchilliana, el capitalismo está lejos de ser perfecto pero no existe otra opción que lo supere?

Esa razón radica en que la Santa Sede se ha enquistado en los conceptos vertidos por el Concilio de Medellín de 1966 donde discretamente se suprimieron algunos puntos críticos al comunismo y la condena a éste incluida en la encíclica Rerum Novarum. A ésta también le acompaña la tendencia a concluir que el capitalismo es perverso mediante un análisis meramente comparativo, esto, hay pobres porque hay ricos y viceversa, unos despojan a otros de la riqueza en lugar de redistribuirla equitativamente, el capitalismo vende sus bienes más allá de su valor real y obtiene algo que en la jerigonza marxista se llamaba plusvalía, acumulando así enormes fortunas mientras los pobres se ven obligados a pagar y a callar ante semejantes abusos.

Ya lo decía Eduardo "El Trucha" Galiano, un uruguayo a quien sin duda el Papa Francisco ha leído: "No nos dejan ser productivos porque no nos dejan ser libres".

El problema con este razonamiento es que en el universo vaticano solo hay ricos y solo hay pobres, sin siquiera considerar a otro espectro, la clase media, del cual depende él éxito o el fracaso de las naciones. Un país mayoritariamente pobre como Haití es débil y puede ser fácilmente sometido, pero un país mayoritariamente rico, como Mónaco o como Suiza, no necesariamente es imperialista al punto que logre someter a sus vecinos ni a obligarlos a comprar sus productos a precios inflados. Si la acumulación de riqueza en unos cuantos fuera causal para producir más pobreza, las islas Caimán serían hoy más pobres que Jamaica, algo evidentemente falso. Del mismo modo, si la distribución de la riqueza garantizara el bienestar social, entonces gracias al matrimonio Perón, Argentina sería hoy una nación sin brechas entre una clase social y la otra. Tampoco es evidentemente el caso.

Quizá porque se saltan o subestiman a la clase media, los teólogos de El Vaticano no alcanzan a comprender que la mejor manera de abatir la pobreza es creándola, no distribuyéndola, y que los países que mejor logran ese propósito son aquellos donde la clase media crece sostenidamente, pero no como una clase media dependiente del Estado (ibid Argentina), sino de una clase media que vive de su propio trabajo y esfuerzo, es decir, del esfuerzo particular. Y para ello se requieren políticas económicas inclinadas al libre mercado.

Si asumiéramos la visión de Su Santidad a un vecindario, si el vecino del 208 compra un auto nuevo es porque le arrebató parte de sus riqueza al vecino del 212, quien está sumido en deudas debido a que nunca se ha sabido administrar. ¿Es una obligación moral del dueño del auto transferir parte de sus ganancias a su vecino y cuyos ingresos son menores?

Un vistazo a cualquier almanaque nos permitirá comprobar que los países que más prosperan son aquellos donde la clase media muestra un crecimiento, es decir, aquellos donde la riqueza generada se gana y no se distribuye.
Australia, Taiwán, Canadá y aun Chile han aumentado su nivel de vida las últimas tres décadas y nadie que piense racionalmente puede sostener que lo han conseguido explotando a sus vecinos o acumulando la riqueza en unas cuantas manos.

Las mentes de El Vaticano tampoco asimilan el hecho que sabe cualquier empresario o inversionista, esto es, que la riqueza de nada sirve si está encerrada en una bóveda. Lo mismo aplica a los países: no ha habido en la historia un país con tantos recursos naturales juntos como la Unión Soviética que llegó a sufrir hambrunas de igual manera que Japón o Taiwán, que no cuentan con recursos naturales, han sabido prosperar y ser autosuficientes.

La segunda parte del diagnóstico erróneo del Papa y de quienes han redactado la encíclica es dar a la pobreza un concepto cerrado, único. Porque no es lo mismo ser pobre en Managua que ser pobre en Montreal; un pobre en España vive mejor que un pobre en Pakistán, 10 mil pesos mensuales son un sueldo respetable en Méxíco pero quien los perciba en Estados Unidos se ubicará automáticamente dentro de los índices de pobreza. Eso no se debe a que los canadienses, los australianos o los españoles sean unos explotadores imperialistas sino a que sus índices para medir la pobreza son distintos debido a que su ingreso per cápita es mayor. ¿Y por qué? Porque producen y, por ende, consumen más.

El hecho que Bolivia sea hoy más pobre que su vecino Chile se debe a que el segundo se ha empeñado en implementar políticas económicas que obstruyen la creación de empleo y riqueza al mismo nivel que el segundo. ¿Es culpa de un hombre de negocios de Santiago que exista una familia pobre en Cochabamba? Naturalmente que no: Así como los gobiernos de Taiwán y Singapur han impulsado la creación de riqueza, Venezuela y Argentina han hecho exactamente lo opuesto. De un Estado depende que se fomente el desarrollo o la pobreza de sus gobernados, más que de afanes imperialistas de las metrópolis ricas.

Adicionalmente, dentro de ese concepto, y si yo tengo un bien es porque se lo arrebaté a alguien más. ¿Quiere esto decir que un prelado que viaja en avión también está despojando de ese derecho a un feligrés que habita en una favela brasileña o un barrabal de Quito? Los jerarcas de la Iglesia cuentan con Internet, tienen I pads y se transportan en automóvil. ¿No le estarán arrebatando esos bienes a los católicos pobres o, al menos, deberían compartirlos con ellos de acuerdo a lo suscrito dentro de los términos del despojo económico?

El Papa Francisco toca la llaga que da origen a tanta pobreza en el mundo y acusa a la inequidad producto del capitalismo. Sin embargo, otro vistazo al almanaque mundial nos permitirá ver que los países donde se estimula el libre mercado son los más prósperos que los países donde se le sataniza, se trata de asfixiarlo o se le llena de trabas y que, algo que está lejos de ser casualidad, son los países que se están hundiendo en la pobreza y la mediocridad. Su Santidad, desafortunadamente, menciona que "no hay solo ejemplo" del éxito capitalista pero evita dar un caso claro e incontrovertible donde el capitalismo se haya implementado y que hoy sea más pobre que antes. Quizá piensa que el capitalismo fue el "neoliberalismo" de su compatriota Menem o de Carlos Salinas. Sus asesores deberían saber, por lógica necesidad, que aquello fue el mercantilismo, es decir, que el Estado realizó una venta de garage a sus amigotes empresarios condicionales. Los bancos siguieron ofreciendo crédito con intereses altísimos, se recrudeció el terrorismo fiscal y los impuestos no dejaron de subir. El capitalismo, en cambio, consiste en dar al individuo las condiciones económicas idóneas para crear su propia riqueza y prosperar. ¿Ha ocurrido esto el último medio siglo en la Argentina? Ni de chiste

¿Por qué El Vaticano sigue negándose a ver lo evidente? ¿Será a que considera al capitalismo cómplice del protestantismo dado que en esas naciones, con Estados Unidos a la cabeza, lo pusieron en práctica? ¿Será que, como sostenía Max Weber, la economía de mercado se contrapone con la estructura vertical de la Iglesia? ¿O simplemente ¿dejar que cada quien cree su propia riqueza solo estimula el egoísmo y el materialismo más insolidario? Esto último se topa con el hecho de que sea la Diócesis de Estados Unidos la que más aporta a El Vaticano, incluso sobre la Diócesis de Brasil, con un número muchísimo mayor de fieles.

¿O será, como escribió el columnista Jonah Goldberg hace años, que las figuras con poder de alcances mundiales tienen que asumirse como "progresistas" para que los medios no los cuestionen tan salvajemente?

Es triste presenciar cómo El Vaticano se obstina en negarle o darle crédito al capitalismo, algo que ya hizo Bono, el vocalista de U2
y activista social. Esta bienintencionada institución --que por cierto exige cambios que evita aplicarse a sí misma-- esté perdiéndose la oportunidad de protagonizar un rol clave como partícipe de la prosperidad mundial.

 

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1 comentarios

jose78 escribe 24.01.14

El Papa Francisco está equiparando la doctrina social de la iglesia con la realidad del capitalismo actual y el resultado es que lo ve como una amenaza y coincido en que la iglesia católica nunca ha querido entender al capitalismo y se lleva mejor con los gobiernos autoritarios, después de todo esa es también su estructura, por lo menos en la tierra

 

 

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