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Un país que ni parece latinoamericano

Estabilidad social y financiera, seguridad para los inversionistas, democracia consolidada y con el espíritu por lo alto tras la proeza de unos mineros. ¿Qué es lo que Chile hizo bien que la mayoría de nuestras naciones no? Ya se encuentra muy cerca de lo que hace cuatro décadas parecía impensable: alcanzar el estatus de país desarrollado

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FEBRERO, 2011. Una nota reciente deja claro que el avance de Chile es real. La embajada de ese país es Estados Unidos inició un proceso para que a sus ciudadanos no se les exija la visa. Los chilenos pueden conseguir ese documento con relativa facilidad, sin embargo el procedimiento llega a entorpecer el trabajo de las agencias de viaje las cuales han visto incrementar la solicitud de visas para visitar Estados Unidos en un 28 por ciento desde el 2008. La mayoría de ellos lo hacen en plan de turistas, no para quedarse, y porque el poder adquisitivo de ese país andino se halla tan fortalecido que se ha abaratado el costo de un trayecto que hasta hace dos décadas era prohibitivo para cualquier chileno de clase media.

El gobierno norteamericano dio entrada a la petición, la cual tiene amplias posibilidades se ser concedida. Hasta hace unos años solamente Uruguay y Argentina habían estado exentos de la visa norteamericana, medida que se revirtió tras la crisis financiera del 2001. Si se da luz verde, Chile habrá entrado al grupo de países que Estados Unidos considera estables y dignos de confianza y, sobre todo, que no le representan una jaqueca. (La visa le es exigida incluso a los canadienses, sus socios comerciales más fuertes en América del Norte).

Los problemas que aquejan a otros países latinoamericanos son mínimos o no existen en Chile. El secuestro, que azota a Colombia, a México y a Ecuador, es desconocido, es posible caminar por las calles de las grandes ciudades a altas horas de la noche al tiempo que los índices de delincuencia han ido en una notoria baja. Pero lo más importante es que los chilenos ven hoy el futuro con más optimismo que sus vecinos: "De mantenerse la política económica actual --y sería una tontería absoluta no hacerlo-- Chile estaría a las puertas del Primer Mundo para fines de la actual década", señala el columnista santiaguino Julio César Valdivia.

Para nadie la razón encierra secreto alguno: desde el regreso de la democracia los gobiernos --a saber, cuatro de centro izquierda y el actual, de centro-derecha-- han evitado los bandazos financieros que tanto daño han hecho a la región y han sabido manejarse con responsabilidad fiscal; únicamente el gobierno de Michelle Bachelet intentó aplicar algunas reformas que implicaban más gasto público y burocracia, que aunque a niveles razonables, fueron castigados por los votantes que optaron por Sebastián Piñeira, un empresario metido a la política y quien sin ambages reconoce el trabajo de sus antecesores. A diferencia, por ejemplo, de México, donde hace cuatro años el candidato perdedor bloqueó avenidas y sitios públicos, el mismo día de su triunfo Piñeira recibió la felicitación de Bachelet. Ni una sola protesta, amenaza ni coraje público. Lo más cercano a una democracia civilizada.

Otro aspecto, fundamental y que se conecta con el anterior, es el respeto al estado de derecho. En Chile los empresarios y los hombres de negocios no están a merced de expropiaciones y violaciones constitucionales a sus propiedades a cargo de políticos populistas ni a extorsiones por parte del crimen organizado. El fracaso de un país, se dice, queda de manifiesto con su número de emigrantes. Chile, que durante años vio irse una cantidad considerable de ciudadanos, sobre todo en los años de la dictadura, registra uno de los menores índices de gente que sale en busca de un mejor porvenir. Un oasis en medio de una enorme área donde la violación a los derechos de propiedad es cosa diaria y donde sus gobernantes culpan constantemente al imperialismo y el libre comercio por su propia incompetencia

Los años negros

Hubo un momento en el cual Chile estaba igual o peor que el resto de los países latinoamericanos. El máximo momento de crispación llegó tras la elección de Salvador Allende, en 1970. Dentro de un clima radicalizado e inspirado por la revolución cubana, Allende inició un proceso de expropiaciones y nacionalizaciones y una política de impresión indiscriminada de papel moneda para financiar el creciente gasto público. Tres años después Chile era un país políticamente dividido, con la inflación más alta del continente y una empobrecida clase media que a mediados de 1973 realizó decenas de protestas conocidas como "cacerolazos". Y contrario a lo que la izquierda he hecho creer, Allende ostentaba bajísimos niveles de popularidad en las semanas anteriores al golpe de Estado; "para ese momento el presidente tenía perdida toda oportunidad de reelegirse y con su carrera política arruinada... su destitución sólo aceleró lo que iba a ocurrir de cualquier manera", señaló Valdivia. Una asonada que se ha comprobado jamás hubiera ocurrido sin la anuencia de Washington pero sin la cual el rumbo chileno quizá sería hoy muy diferente. Una buena parte de los chilenos entienden aquello, mas no lo justifican.

El golpe de Estado, reprobable desde cualquier perspectiva, llevaba una particularidad, que Augusto Pinochet trajo a su gabinete a economistas que no tenían sus cabezas plagadas de keynesianismo sino de lo que a mediados de los setenta era un exoticismo, el impulso a las políticas de libre mercado. Sin embargo y como llegó a decir el fallecido Nóbel Milton Friedman, "para fines de esa década Pinochet estaba cada vez más convencido de la inviabilidad del libre mercado y deseaba que el Estado volviera a ser el eje central de la economía dados los lentos resultados. Sin embargo en aquellos años lo que realmente ocurrió es que se luchaba contra la inercia de un gobierno que seguía siendo intervencionista y donde los contratos sólo podían conseguirse congraciándose con algún militar de alto rango. "Era una economía de mercado relativamente libre, el régimen nunca se atrevió a abrir totalmente las puertas a las reformas que hacían falta", escribió el conocido economista Hernán Büchi, ex ministro de Hacienda.

La presión aumentó tras la grave crisis económica que Chile sufrió en 1982 donde los bancos tronaron víctimas de sus autopréstamos y dejaron sin ahorros a miles de chilenos. Pero al final imperó la mesura y los asesores de Pinochet que pedían más intervencionismo tuvieron que retraerse. "Fue una lucha difícil, sobre todo ante un gobierno militar que no sabía nada sobre cómo manejar una economía", refirió Valdivia. Las reformas se aceleraron y para 1985 finalmente Chile parecía avizorar el último tramo de su oscuro túnel. Una de las reformas fue la privatización de los fondos de pensión, frecuente caja chica de gobiernos irresponsables (práctica también realizada por el pinochetismo) y que en su momento era vista como una idea descabellada. Al final sirvió para reducir una burbuja inflacionaria que amenazaba a la economía. 

Sólo quedaba un pendiente, que era mandar a casa a Pinochet. Tras la abrumadora victoria del NO en el plebiscito de 1988 el general se vio obligado a ceder el poder no sin antes asumirse como "protector de la democracia" (valga todo sarcasmo). es decir, que respondería ante cualquier intento de traer de vuelta las políticas de Allende. El primer presidente civil fue Patricio Aylwin, quien no sólo mantuvo a buena parte del gabinete económico sino que ofreció continuidad al programa que se estaba llevando a cabo, "era una manera de restregarle en la cara al general que era posible tener desarrollo económico en un régimen de libertades civiles, algo que le costaba mucho entender", dijo Valdivia.


Los sucesores de Aylwin provenían de sectores de la izquierda "dura" setentera que había vivido en el exilio y que seguramente buscaría revertir un sistema que era contrario a sus convicciones. Fue el caso, por ejemplo, de Michelle Bachelet --Aylwin y su sucesor Ricardo Lagos habían sido opositores a Allende-- quien sin embargo y pese a algunos desplantes populistas, reforzó el camino chileno hacia el desarrollo. Con Sebastián Piñeira, primer presidente post dictadura que no pertenece a la coalición de dentro izquierda, es de esperarse que el trayecto termine por afianzarse.

Y a las catástrofes chilenos se ha sumado otro drama. El terremoto del pasado febrero ocurrió en zonas relativamente despobladas pero también la infraestructura permitió que muchas construcciones resistieran los embates. Sin embargo fue una tragedia que enlutó a todo el país. Pero el octubre ocurrió el rescate de los mineros atrapados y el ánimo nacional volvió a irse hasta el cielo. "Somos un país que se está acostumbrando a sobreponerse de sus caídas y a no detenerse ante los malos momentos...", añadió Valdivia.

Aún falta mucho: aunque desde el año 2 mil el número de pobres ha bajado en un 32 por ciento --lo mismo ha ocurrido en Venezuela, pero a la inversa-- aún existen miles de ciudadanos a quienes no ha llegado el progreso. Su clase media es, junto con la brasileña, la que más se ha solidificado el último decenio; menos del 10 por ciento de ella trabaja para el Estado, por lo cual es más sólida que, por ejemplo, la mexicana, donde la cifra alcanza casi un 23 por ciento, según el Inegi. Pese a los esfuerzos, el nivel educativo se ha recuperado muy lentamente y el bullying, o agresiones en escuelas, es uno de los más altos del continente, lo que ha desembocado en al menos media docena de suicidios de chicos que no pudieron soportarlo.

La expectativa es que este 2011 Chile crezca un 6.6 por ciento, es decir, dos décimas arriba de lo que se estima creció el año anterior, cifra que duplica a la que México registro en el mismo lapso.

¿Cuál sería la lección chilena para nuestros países que buscan el desarrollo sin que implique pasar por una feroz dictadura? Quizá la mejor respuesta la dio el ex presidente Lagos al periodista Andrés Oppenheimer: "Lo importante de las reformas es realizarlas a fondo, las reformas maquilladas o hechas a medias sólo agravan los problemas en vez de resolverlos".

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