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El cierre no es una tragedia, lo que quiere Obama, sí

El Senado le impone un límite al dispendio que Barack Obama quiere aumentar y como represalia presidencial se pone candado a los parques y monumentos nacionales más que nada esconder con humo algo innegable: que buena parte de la burocracia norteamericana es totalmente prescindible

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OCTUBRE, 2013. Que un Estado, en este caso el norteamericano, posponga sus actividades por un tiempo indefinido pareciera ser una tragedia que augura cosas peores en el futuro inmediato. Por lo menos así lo consigna The Washington Post, el cual afirma que la "interrupción" (shutdown) del gobierno "traerá más pobreza, baja en la producción y pérdida de millones de dólares en horas hombre-trabajo." El mismo Obama ha entrado al juego de ahí-viene-el-coco al denunciar que con la "interrupción", "miles de granjeros no podrán producir pasa satisfacer la demanda alimenticia que requiere el país".

De hecho, ni los granjeros ni el comercio necesitan tener un burócrata a sus espaldas para producir más. Hay sectores, entre ellos la Defensa, seguridad interna, las fuerzas policiales y los servicios migratorios donde es indispensable tener en actividad a sus empleados pagados por el Estado. Pero en la mayoría de los sectores, incluido el médico, ni el cielo se ha caído ni la economía se ha empantanado ni Wall Street se ha ido por el precipicio, simplemente porque buena parte de ese personal es de sobra.

Presumiblemente, los medios norteamericanos y casi todos los foráneos han manejado la "interrupción" como una hecatombe achacable a ¿quién más? los senadores republicanos a quienes acusan de insensibles y de "dejar sin sustento a miles de honrados servidores públicos", como dijo recientemente en radio la periodista Tere Vale. Cualquiera juzgaría, desde esa óptica, que Barack Obama está agarrado del pescuezo por los miembros del Tea Party entercados en que al presidente se le descarrilen todas sus propuestas de beneficio social.

La verdad, en ambos casos, es muy diferente. El Congreso está ejerciendo una de sus facultades constitucionales para poner límites al déficit fiscal, astronómico por demás, al que ha llegado el gobierno de Barack Obama. En Europa y en América Latina se interpretan estas medidas con un tufo indignante porque no entendemos o no estamos acostumbrados a este tipo de mecanismos diseñados para encender la luz de alarma cada vez que el Estado empieza a crecer sin justificación o el presidente quiere tomar atribuciones exclusivas del Senado.

Los congresistas le están recordando a Obama, como se lo recordaron a Bill Clinton en 1996, que en Estados Unidos el Poder Ejecutivo no puede brincarse las trancas del Poder legislativo. Obama simplemente quiere actuar como si fuera el gobernante de países como Venezuela y Ecuador, donde los otros dos poderes son simples marionetas o parapetos del Ejecutivo.

La "influencia" del Tea Party, por otro lado, es un mero invento de los medios que quieren dibujar a esa organización como una guarida de intolerantes. Pero finalmente su peso entre los senadores republicanos es mínimo.

Adicionalmente, los burócratas no quedarán si sustento pues recibirán sus sueldos íntegros en forma retroactiva una vez que culmine la "interrupción". Si los burócratas nos hacen esperar horas y horas en filas para cualquier trámite, nada pasará si se les hace esperar unos días para recibir sus cheques. Quizá así sabrán lo que se siente.

Lo que la "interrupción" podría poner en evidencia, como anota el columnista Matt Welch en la página reason.com, es cómo un país puede prescindir de casi todo su sector público. Ello explicaría la injustificada decisión del gobierno federal de cerrar los parques y monumentos públicos, algo que lógicamente produce molestia entre los turistas, como fue el caso del cementerio en donde reposan los soldados que perecieron en Francia durante el Día D, o sitios como el Parque Yellowstone, abierto las 24 horas o bien el cierre obligado de negocios o construcciones erigidos en territorio federal. 

Obama actuó, entonces, como un niño resentido que trata de provocar el mayor daño posible cuando no se sale con la suya, una inconcebible muestra de inmadurez para el que sin duda es el cargo más poderoso del mundo.

 

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