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Grandes corrientes del siglo XX: el hippismo

Primero fue una rebelión contra sus mayores, luego vinieron la revolución sexual y el consumo de drogas y, al final de la década. la debacle que había iniciado en un inspirado idealismo. Ya ha pasado casi medio siglo desde entonces y el mundo aún tiene preguntas acerca del Peace and Love

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AGOSTO, 2012. Aunque se desconoce el momento exacto en que nace el movimiento hippie, la canción "The Times They Are-A-Changin'" permite vislumbrar un inicio. "No critiquen lo que no entienden", canta Bob Dylan a los padres de los jóvenes, quienes, advierte, "ya no están bajo su control". El hippismo, palabra que deriva de la palabra inglesa "hip" (cadera) pero que también define a alguien "conectado" con su entorno para proponer cambiarlo, ubica a San Francisco como punto donde se dio el boom aunque éste no haya surgido de ahí, como erróneamente creen muchos historiadores: lo indudable es que fue ahí donde se amalgamó.

Pero si quisiéramos referir los orígenes básicos del hippismo tendríamos que remontarnos a la generación baby boomer, en especial aquélla nacida en los años inmediatos al fin de la segunda guerra mundial. Un aspecto adicional a ese conflicto fue el ver cómo Estados Unidos se reencontraba con sus raíces europeas. Cientos de soldados ahí destacamentados conquistaron y después desposaron a muchachas sobre todo inglesas y francesas, los países que habían sido liberados de la amenaza del nazismo. La mayoría de esas mujeres fijaron la residencia en el país de sus flamantes maridos de modo que miles de los niños nacidos de 1945 a 1950 tenían un perfil bicultural. Un artículo publicado en la revista LIFE en 1960 daba cuenta que por lo menos el 40 por ciento de los baby boomers --que en ese año apenas estaban entrando a la adolescencia-- tenían un progenitor procedente de Europa y que eran blancos en abrumadora mayoría.

Ya desde entonces la cultura europea se sentía ajena a la norteamericana, y la consideraba inferior en cierto grado. Transcurrida la guerra los países aliados --y muchos de sus habitantes--se dieron cuenta lo diferentes que eran entre sí, con la paradójica excepción de los jóvenes, quienes habían encontrado en la música rock and roll un modo perfecto de identificación. En un Estados Unidos que se desarrollaba frenéticamente, y una Europa que se reconstruía con lentitud, había de dos alternativas para huir del aburrimiento: ingresar al ejército o moverse al ritmo de los nuevos ídolos musicales. En aquel entonces esa música todavía no proponía letras incómodas para los mayores pero bastaba con la imagen; el que el rock and roll fuera visto como amenaza creó una liga, la primera importante, para lo que vendría después entre los baby-boomers, en especial ingleses y norteamericanos (los franceses, luego de la breve pero fulgurante carrera de Billy Halliday, se fueron autoexcluyendo del movimiento, si bien luego París se inundaría igualmente de hippies).

¿Cómo asimilar entre aquellos baby boomers la idea de vivir en un país conservador como Estados Unidos y al mismo tiempo tener raíces en sitios proclives a la cultura progre como Francia o contestataria, como la Gran Bretaña? Al otro lado del Atlántico las cosas eran vistas a la inversa: ¿Por qué soportar los efectos de una guerra con la que nosotros nada tuvimos que ver y, segundo, ver cómo en América se produce música que te hace sentir libre pero que ahí mismo es ignorada y despreciada?

El caldo estaba listo para que un descendiente de europeos nacido en Minnesota y de nombre Robert Zimmerman detectara esa inquietud y la plasmara en letras de protesta. Inspirado por Woodie Guthrie, ese muchacho que hoy conocemos como Bob Dylan brincó del folk al rock cuando el público del primer género lo abucheó al empuñar una guitarra eléctrica durante el Festival de Newport en 1964. Y, de nuevo, el mensaje fue recibido con más entusiasmo en Europa, específicamente en los Beatles, quienes del ye-ye brincaron a letras más elaboradas tras conocer personalmente a Dylan (y probar con él la mariguana por primera vez, como reconoció George Harrison en su biografía). La receta fue seguida en Estados Unidos por un puñado de músicos, básicamente The Byrds, primer grupo pre-hippie y del que, quizá no casualmente, su vocalista líder Roger McGuinn, era ciudadano inglés.

El resto de los elementos contra el establishment fueron configurándose en 1965. Sin duda inspirados por libros como Los Condenados de la Tierra de Franz Fannon, libro que proponía "volver a los orígenes ante las acechanzas del capitalismo", grupos de jóvenes viajaron a Katmandu, Nepal, atraídos por la noticia de que la mariguana podría comprarse libremente --hasta 1976 se decretó su prohibición-- por lo que al fumar la "hierba" libremente buscarían, y quizá hallarían, su "yo" interior ante el materialismo del mundo moderno. Otros más, sobre todo ingleses, "descubrieron" a la India, conclusión que tenía mucho que ver con que en un tiempo fue colonia británica (algo similar ocurriría a mitad de los setenta cuando igualmente se obsesionaron con Jamaica). La meditación, la resistencia pacífica que proponía Ghandi, y a lo cual luego se sumó la idealización de la cultura de los indígenas norteamericanos una vez que los jóvenes de ese país se fueron sumando al movimiento, estaban dando forma a una manifestación juvenil que, ante todo se proponía difundir el mensaje de la paz.

Pero la mariguana ya no fue suficiente: los "viajes" eran relativamente cortos y rara vez se conseguía tener una "experiencia colectiva" entre los participantes... además que tras aspirarla un rato producía sueño (en un principio esta yerba no se fumaba en "carrujos" o "porros"; alguien encendía una fogata y todos inhalaban el humo al mismo tiempo, como se había hecho por cientos de años). Entonces entró en escena un ex maestro de matemáticas llamado Timothy Leary, quien descubrió el ácido lisérgico, o LSD, que producía sensaciones que alteraban el sistema nervioso y producían visiones, dijo alguna vez el cantante Donovan. "iguales a las que sentías al ver un cuadro de Van Gogh". Los objetos cambiaban de color y dimensión a ojos de quien la consumía, los rostros se alargaban y los sonidos parecían detenerse. Era la "experiencia psicodélica", o de alteración de la conciencia; la realidad, por tanto, era relativa y por tanto no podía interpretarse como un todo. Para los músicos que buscaban expandir sus horizontes de creatividad, la aparición del LSD debió haberles significado una fortuna más grande que todo el oro de Fort Knox. Paul McCartney reconoce en una biografía que Rubber Soul, el primer disco post giras que grabaron, "lo realizamos entre el consumo conspicuo de LSD".

                                                        Y entra en escena San Francisco

El cruce de las calles Haight y Hasbury en San Francisco con frecuencia es referido como punto de origen del hippismo. Pero más que nada es un símbolo: fue ahí donde la policía realizó una redada de jóvenes que vestían estrafalariamente, confesaron ser consumidores de la "yerba" y leían a autores como Jack Keruac, William Blake --el autor del poema "Puertas de la Percepción" y de donde The Doors tomó el nombre-- y Un Lobo Estepario, de Hermann Hesse, autor que llevaba más de 40 años de muerto. También ayudaron a crear el mito como las protestas en el campus de Berkeley donde los estudiantes incluso "derrocaron a su rector".

Nuevamente, lo que unió a los jóvenes de buena parte del mundo fue la música. A mediados de 1967 San Francisco se convirtió en la capital musical de Norteamérica. Grupos locales como The Grateful Dead --liderado por Jerry García, hijo de un inmigrante español-- The Jefferson Airplane, y otros de fuera, como Janis Joplin, dieron forma a una música que venía aderezada con letras de protesta .Meses después llegó desde Gran Bretaña el Sgt. Pepper de los Beatles y el hippismo se desbordó por el mundo. El tema "All You Need is Love" y las canciones de Donovan habían sido el adelanto de un movimiento que inicialmente fue conocido como el Flower Power o, en traducción libre, Los Hijos de las Flores.

Millones de jóvenes se dijeron "hartos" de la autoridad paterna y huyeron de sus casas en busca de la "doctrina hippie", la cual resaltaba la propiedad comunal, la abolición de la propiedad privada, la construcción de una sociedad mejor mediante el amor y la vida en medio de la naturaleza, lejos de la enfermiza industrialización de las grandes ciudades. La idea no era nueva: ya desde el siglo XXVIII promotores del socialismo utópico como Saint Simon propusieron la creación de comunas a manera de fomentar el bien común, o bien un tal Graco, quien décadas antes de la Revolución Francesa creó un poblado en el cual se desterró todo derecho a la propiedad privada. Sin embargo los hippies parecían más bien animados por lo que ellos pensaban ocurría en Europa Oriental, esto es, un sistema que finalmente había aplicado la justicia social o estaba en vías de conseguirla.

El hippismo abjuró de todo lo que hasta entonces habían sido "valores occidentales": el corte tipo militar desapareció para dejarse crecer el cabello en absoluto desorden y las barbas reaparecieron, sin duda inspiradas por los "barbudos" castristas y el Ché Guevara, muerto en Bolivia en 1967. Los trajes de colores serios cedieron a vestimentas de colores chillantes, ya fueran camisetas azules, corbatas verdes y sobre todo, el rosa, que se convirtió en color central de la moda psicodélica. Se adaptaron las casacas tipo Napoleón y los uniformes militares de colores vivos, con olanes; un ejemplo claro lo tenemos con la portada del Sgt. Pepper donde unos Beatles formales quedaban atrás de unos Beatles con vestimentas multicoloridas. Las mujeres adoptaron la moda del pelo lacio hasta el extremo, se pintaban símbolos en sus caras, se colocaban unos aros en la parte superior de los brazos, utilizaban aretes enormes con motivos celtas o autóctonos --el hippismo decía apoyar la "causa", es decir, la "liberación" de los indios norteamericanos-- pantalones de mezclilla sin bastilla, blusas y camisetas ligeras y enormes anteojos redondos con vidrios de colores. 

Mary Quiant, una australiana que se fue a Londres atraída por la rebelión hippie, tuvo una ocurrencia que deleitó a los caballeros cuando introdujo la minifalda, la cual reveló que por décadas se había cubierto del cuerpo de las mujeres como si fueran propiedad privada. Bien pronto la mini cundió entre las chicas hippies. La moda obviamente aceleró los romances y el despertar sexual entre las jóvenes; si bien se popularizó el uso de la píldora ello no evitó un incremento en las enfermedades venéreas.

Esta premeditada "distorsión de la realidad" se reflejó en artistas como Andy Warhol y cuadros como, por ejemplo, sus latas Campbells, los cuadros de Peter Max, el auge de la poesía beat de gente como Allen Gingsberg, los libros de Carlos Castaneda y en especial, la música: Jimi Hendrix, Cream,
Rolling Stones y Pink Floyd, cuyo álbum, debut Piper at the Gates of Dawn daba clara muestra de la experimentación con drogas del ideal hippie. Nadie veía con preocupación el uso de químicos y yerbas para expandir la mente: se popularizaron los brownies hechos de hachís y el "polvo de ángel", un derivado del LSD, se ofrecía en todas las fiestas

                                                  De Woodstock a Altamont: la debacle

Sin embargo poco a poco comenzaron a proliferar los "pasones" por el uso de drogas que llevaban, en lo mínimo, a desmayos, e incluso la muerte. Simplemente, en los sesenta se desconocía el alcance real que las drogas podrían provocar en quien abusara de ellas. Los grupos de rock seguidores del hippismo promovían abiertamente su uso en sus canciones ("White Rabbit" de Jefferson Airplane, "Lucy in the Sky With Diamonds" de los Beatles, "Incense and Peppermint" de Strawberry Alarm Clock son apenas un pequeñísimo ejemplo). Por el otro lado estaba la posición política del hippismo contra la guerra de Vietnam. Era inevitable que ambas llegaran a conjuntarse. Y lo hicieron primero en la isla de Wight, Inglaterra.

A los conciertos de Wight siguió la versión norteamericana de Woodstock, celebrada en agosto de 1969 en momentos que el país aún estaba en shock por los asesinatos de la actriz Sharon Tate y el matrimonio LaBianca ocurridos una semana antes. Los responsables habían sido la "Familia", liderada por Charlie Manson, autoasumido hippie que se consideraba a sí mismo Jesucristo y quien ordenó la masacre tras "interpretar" las profecías bíblicas y los "mensajes del Armagedón" en el White Album de los Beatles. Ese fue el primer aviso importante de que el hippismo, que comenzó como un movimiento difusor de la inocencia, el samaritanismo y el alegre convivir con la naturaleza, estaba adquiriendo rumbos evidentemente aterradores.

El hoy legendario concierto presentó un mínimo saldo rojo, un muerto por un pasón, y otro que murió arrollado por un camión; para un universo de 450 mil asistentes la cifra era ridículamente baja. Pero ese concierto ocurrió a cuatro mil kilómetros de la considerada cuna del hippismo por lo que a las pocas semanas comenzó a armarse otro concierto, aunque menos ambicioso, uno que reflejaría el afán hippie de paz y amor. El seis de diciembre del 69 se realizó la presentación en Altamont, en una pista de carreras. La atracción principal eran los Rolling Stones, que no estuvieron presentes en Woodstock. Pero a mitad de su presentación --donde interpretaban "Under My Thumb" y no "Sympathy for the Devil", como se cree comúnmente-- un joven negro llamado Meredith Hunter fue acuchillado por un miembro de los Hell's Angels, quienes fueron contratados como guardaespaldas. Esa escena fue filmada y aparece en la película Gimme Shelter, que se suponía sería la celebración del sueño hippie, terminó en tragedia. Para los historiadores ese momento representa el fin de los hippies y del sueño de los sesenta.

A partir de ese momento el hippismo sufrió una horrible decadencia: Tres figuras emblemáticas del hippismo, Jimi Hendrix, Janis Joplin y Jim Morrison tuvieron muertes relacionadas con las drogas al tiempo que miles de jóvenes adictos quedaban con sus cerebros inutilizados por el abuso de sustancias de las cuales no tenían idea de sus alcances. Cientos de chicas que dejaron sus hogares en busca del sueño armónico del hippismo quedaron atrapadas en redes de prostitución mientras otro tanto se dispersó por América latina, la India y África en busca de respuestas que no encontraban en sus países de origen.

Sin embargo los hippies se negaron a dejar sus ideales tan fácil y sobrevivieron hasta entrados los setenta. La mayoría de ellos se radicalizaron, se fueron a vivir a comunas alejadas de las ciudades y celebraban la memoria de Ralph Waldo Emerson, un poeta y filósofo que fundó una granja utópica en Massachussetts a mediados del siglo XIX. Era un ideal que no iba a ningún lado: sus miembros fueron desertando, forzosamente convencidos que el hippismo era una corriente que perteneció íntegramente a los años sesenta. Cientos de sus miembros optaron, ya en la madurez de sus vidas, a integrarse a la docencia, a la promoción de la ecología, a los "Cuerpos de Paz", a las corrientes filosóficas orientales y al feng-shui, entre otras más.

Al final, el saldo del hippismo encierra --como muchas otras cosas que surgieron en los sesenta-- un comportamiento infantil, algo que puede verse con el rechazo al baño y al aseo diarios. Pero también hizo comprender a muchos hippies que las "reglas patriarcales" que ellos rechazaron por "burguesas" tenían una razón: la institución matrimonial, por ejemplo, tenía como intención salvaguardaba la integridad sexual de las mujeres, algo que ellas descubrieron cuando se integraron a esas comunas donde "lo mío es tuyo y lo tuyo es mío". 

Esa sociedad occidental que ellos repudiaban estaba, en efecto, lejos de ser perfecta, pero se encontraba en proceso de evolución: el racismo aún existía en los sesenta pero los años cuando miembros del Ku Klux Klan linchaban a negros escogidos al azar para luego prenderles fuego --práctica común en la Norteamérica posterior a la Guerra de Secesión-- estaba felizmente superada, y esos jóvenes gozaban de una prosperidad económica de la que sus padres ni siquiera se atrevieron a soñar. Era asimismo una generación privilegiadamente educada, que ofrecía a los jóvenes la oportunidad de estudiar lo que quisieran y no terminar como ignorantes el resto de sus vidas.

Desafortunadamente, y como escribió la ensayista Camille Paglia (ella misma una baby boomer y perteneciente a la generación hippie): "Nos propusimos tirar el tronco de la civilización occidental sin darnos cuenta que queríamos sustituirlos con ideales que en el fondo constituían un retroceso. Por eso el hippismo terminó como terminó".

 

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