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Dama de Hierro, pero también de carne y hueso

Una cinta estelarizada por Meryl Streep rescató del olvido a una mujer que cambió el rostro de la Gran Bretaña y contribuyó a hacerle un boquete letal al Muro de Berlín. Es momento de redimensionar a Margaret Thatcher y darle su sitio en la historia. Hollywood no suele ser fiel a difundir las cosas como realmente fueron

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FEBRERO, 2012. El reciente estreno de una película protagonizada por Meryl Streep vuelve a poner en comentario la figura de la ex primera ministro inglesa Margaret Thatcher. Hay quienes señalan que la cinta refleja lo que fue en verdad su gobierno mientras otros lo ven como un ataque despiadado a su memoria máxime porque como parte del argumento se le ve hundida en la demencia senil y hablando con su marido que murió hace muchos años. Lo que nadie duda es la poderosa caracterización de Streep y que podría llevar a conseguirse otro Óscar este mes. Lo que ha hecho este largometraje es sacar del olvido a una de las figuras más importantes de la política del siglo XX, a la altura, incluso, de un Winston Churchill.

El olvido de sus conciudadanos sorprende: una reciente encuesta del prestigiado Daily Mail da cuenta que Thatcher es recordada entre aquellos que cuentan con más de 40 años pero que entre aquellos menores de 30 años apenas un 33 por ciento pudo ubicarla. Entre aquellos que nacieron después de 1990 prácticamente no se sabe quién fue, con un ínfimo 16 por ciento entre los encuestados que acaban de salir de su adolescencia. De hecho, según el diario, muchos veinteañeros se preguntan si la protagonista de la película realmente existió.

Pero dentro del margen de quienes la recuerdan no es precisamente positivo: de los cuarentones que saben de ella, un 68 por ciento, el 31 por ciento tiene una imagen mala de ella, particularmente por su actuar contra los mineros ingleses en la huelga de 1981, hecho que en la película inglesa Billy Elliot, es retratado como símbolo de la intolerancia thatcherista. Apenas un 8 por ciento de esos encuestados la recordó por haber sido pieza indispensable en la caída del Muro de Berlín en 1989.

El desdén tiene raíces explicables. no era laborista y por lo tanto no era "progresista". En la prensa británica se considera políticamente incorrecto hablar bien, siquiera un poquito, del Partido Conservador. Las equivocaciones, las pifias y las metidas de pata que cometen los ministros laboristas de deben, invariablemente, a que tratan de imitar a los conservadores. Ese fue el caso de Tony Blair, al que los medios atacaron inmisericordemente una vez que apoyó al ex presidente George W. Bush para invadir Irak. Otras propuestas de Blair, como el aumento en el déficit fiscal para solventar el gasto público en vez de resolverlo, nunca se le han echado en cara. Lo irónico es que Blair, por lo demás un político brillante, tuvo que moverse hacia el centro para salvar a su partido, el cual estaba languideciendo en la obsolescencia producto de la cerrazón de sus dirigentes..

¿Quién fue realmente Margaret Thatcher? A riesgo de escribir esto sin haber visto aún la película --aunque con referencias que nos permiten alcanzar ciertas conclusiones-- podemos separar a la Dama de Hierro (The Iron Lady) a la mujer de carne y hueso que gobernó al Reino Unido de 1979 a 1990. Por cierto, ese apodo se lo dieron sus enemigos políticos a manera de insulto. Más tarde se convirtió en una definición completa de su carácter, pero no al modo que esperaban sus oponentes.

Thatcher fue hija de un tendero de clase baja. Fue éste quien le enseñó el valor de la perseverancia. La muchacha era de complexión atlética, practicaba el deporte y siempre poseyó el don del liderazgo. Desde que veía cómo su padre batallaba para hacer crecer su negocio ante el abrumador acoso del fisco inglés, entre los más voraces del mundo, se prometió hacer que en futuro haría algo para reducir esa carga y permitir que creciera el pequeño comercio, al que consideraba clave para dar al país un desarrollo firme. Estudio leyes y química y se convirtió en exitosa abogada.

Desde joven mostró un carácter fuerte; era imposible llevarle la contraria y mucho menos ganarle una discusión. Cuando contrajo matrimonio fue con alguien que compartía sus ideas casi en la totalidad. Contrario a lo que la prensa liberal ha difundido, su esposo Dennis no era un pelele ni mucho menos un "mandilón". Fue su consejero, su respaldo y lo que los cursis llaman "alma gemela"; se respetaban y compartían el compromiso de cambiar el destino de su país.

Cuando Thatcher se afilió al Partido Tory (conservador) y comenzó a hacer pininos políticos tuvo que enfrentar el desdén y el poco disimulado machismo de sus correligionarios, esto en un país donde las mujeres han tenido un papel político importantísimo. Muchos opositores cometieron el error de enfrentársele verbalmente y fueron atropellados por su retórica, entre ellos el líder laborista Neil Kinnock, cuyo desdén hacia ella alcanzaba lo personal. Pero lo más importante fue que Thatcher logró que millones de ciudadanos se identificaran con ella en la búsqueda de un cambio, algo diferente a la propuesta laborista que había ostentado el poder desde mediados de los sesenta.

En 1976 el déficit público alcanzó niveles astronómicos, el ISR alcanzó un escandaloso 66 por ciento sobre las ganancias netas y se disparó la inflación. Los artistas, los empresarios y todo aquel que tuviera algo de patrimonio optó por sacarlo del país so pena de terminar consumido por el fisco. Es de sobra conocido cómo los músicos de rock más importantes optaron por trabajar fuera para no pagar los desmedidos impuestos e incluso algunos, como Mick Jagger de los Rolling Stones, cambiaron su lugar de residencia. La situación provocó cierres y protestas, varias de las cuales dejaron muertos y heridos en las principales ciudades inglesas. Para 1978 los laboristas estaban liquidados y la economía isleña terminó en el cabús de Europa.

Mediante una hábil campaña y el desprestigio de los laboristas, Thatcher consiguió la nominación a su partido aun en medio de protestas de quienes le veían como "débil" e incapaz de enfrentar una encomienda que se veía imposible. Ganó las elecciones con un enorme margen y de pasó se llevó la mayoría en ambas Cámaras. La revista TIME se preguntó en un artículo, poco después de ser electa: "¿Podrá Margaret Thatcher con tan enorme tarea? Si fracasa, el conservadurismo quedará en entredicho por muchos años, quizá generaciones..." Pero como dijera aquélla vieja canción de Emmanuel, "se nota que no la conoces". 

Lo primero que hizo Thatcher fue ubicar aquellos sitios donde había fugas del gasto público y se dedicó a cerrarlas. Muchas de ellas eran los llamados "centros de promoción", oficinas vagamente parecidas a las actuales ONGs dedicadas a "investigaciones" interminables. En estos "centros de promoción" las nóminas estaban infladísimas por gente que no hacía absolutamente nada; por ejemplo, uno de ellos tenía la encomienda de promover el desarrollo de la fauna silvestre y tenía 186 empleados que cobraban puntualmente su cheque. Y aunque pareciera chiste, las oficinas para estudiar la "fauna silvestre" se encontraban en pleno centro de Londres. Thatcher cerró la llave presupuestaria a esos "centros" y aunque medios como The Guardian reaccionaron con furia y pugnaron para que los "investigadores" fueran reubicados, lo cierto es que esos "centros" no habían servido absolutamente de nada.

El siguiente paso fue revisar los contratos colectivos que las empresas públicas tenían con los sindicatos. En la mayoría de ellos las condiciones eran increíbles. En British Airways, por mencionar un caso, una cláusula sindical daba a los pilotos 20 días de descanso posteriores a un vuelo trascontinental y otorgaba talonarios de boletos a los empleados para que éstos y sus familias viajaran por la línea gratis a donde les diera la gana. Durante años los laboristas habían otorgado estas desmesuradas prerrogativas a los sindicatos con tal de ganar votos. El Estado inglés era dueño de los correos y los servicios de paquetería, buena parte del transporte, la radio y la televisión seguían siendo monopolio de la BBC y había varios pasquines que nadie leía pero que subsistían por la publicidad oficial y el embute del dinero público. Todo esto tenía a las finanzas gubernamentales al borde del colapso y de un espiral inflacionaria que no se veía en Inglaterra desde la Segunda Guerra Mundial.

Uno de los sindicatos más apapachados había sido el minero, donde aparte de tener personal de sobra --había contratos colectivos donde por tres mineros debería haber un cuarto que "supervisara" su labor-- los empleados recibían sin costo alguno abonos para asistir a los partidos de futbol y otros gastos injustificables. Cuando el sindicato minero se declaró en huelga el Estado la declaró inexistente e indemnizó a los empleados, algo similar a lo ocurrido en México con Luz y Fuerza. Muchos de ellos no aceptaron por lo que hubo disturbios en Leeds, Manchester y Birmingham. A continuación se reemplazó el sindicato y recontrató personal que era recibido llamado "esquirol" y recibido a pedradas y golpes cada vez que se presentaba a laborar. La película dedica buena parte de su tiempo a estas protestas, por cierto.

Luego vendría la guerra de Las Malvinas con Argentina. La reacción original de Thatcher al enterarse que el dictador argentino Leopoldo Galtieri había invadido el archipiélago fue de resignación pues no deseaba gastar dinero de las debilitadas arcas públicas en la aventura. Pero cuando los informes de Inteligencia le informaron sobre la fuerza real del ejército gaucho decidió rescatar las islas en el entendido que sería una operación corta. Para ello y en vez de enviar mayoritariamente efectivos en servicio, se acudió a los "gurkas", soldados a sueldo del gobierno inglés y a los que la prensa argentina, inflada de patriotismo, llamaba "esbirros de la señora Drake" en alusión al pirata del siglo XVII que fue incluso condecorado por la Reina Isabel I. Pero dos meses después Argentina se rindió y Gran Bretaña recuperó el control sobre Las Malvinas.

Para el efecto Thatcher tuvo que asegurar el respaldo del presidente Ronald Reagan. Desde que ambos se conocieron, en 1981, la química fue instantánea. Los dos eran conservadores, fueron deportistas en su juventud y aborrecían el estatismo. A diferencia de James Carter, con quien la primera ministro trató un par de veces y con quien el desagrado era mutuo, con Reagan, escribió, "podía hablar libremente como si nos conociéramos de mucho tiempo". Otra simpatía importante que Thatcher tuvo fue con el Papa Juan Pablo II. Tras el atentado que éste sufrió en 1981 diariamente llamaba para preguntar por su salud mediante un agregado en El Vaticano, pues no existían relaciones entre ambos países. Cuando Thatcher lo visitó la relación se hizo más fuerte. Ella era anglicana pero le hizo saber su abierta disposición para trabajar juntos.

Con otros líderes la relación fue menos cordial, en especial con el presidente francés Francois Miterrand, quien dijo que Thatcher tenía "ojos de Calígula". La primera mitad de los ochenta fue de choques frecuentes pues Miterrand insistía en su "fórmula al socialismo", pero al moderarse ambos iniciaron algo relativamente cercano a una amistad, (Su esposa, la recientemente fallecida Danielle Miterrand, no podía ver a la primera ministro "ni en pintura" y solía abandonar las reuniones una vez terminados los protocolos ante los medios de comunicación).

Tampoco extraña que entablar relación con Mijail Gorbachov hubiera sido una tarea complicada. Thatcher escribió en un artículo para The Reader's Digest: "Aunque no era un hombre alto, su presencia imponía y dejaba entrever un carácter fuerte. Venía previamente aleccionado y en nuestra primera reunión repetía las consignas que habíamos escuchado de otros líderes soviéticos. Pero también se percibía algo distinto. En una de nuestras conversaciones preguntó algo insólito: ¿podría gestionar nuestro gobierno para una visita a El Vaticano? Confesó que le había tocado gobernar a un país en un momento difícil y que se necesitaban profundos cambios. En realidad y detrás de todo ese orgullo inicial, Gorbachov nos estaba pidiendo ayuda". Más adelante refiere: "Nuestra relación nunca dejó de ser difícil. Este hombre evitaba expresar abiertamente sus emociones".

La comunidad musical británica también odiaba a Margaret Thatcher. Paul McCartney, el legendario beatle, rechazó una invitación que le hizo para una comida, Phil Collins le llamó "bruja" en un concierto, Bob Geldof, organizador del concierto Live Aid, aceptó reunirse con la reina pero no con la primera ministro, acusándola de estar apoyando el régimen de apartheid en Sudáfrica, el andrógino cantante Boy George comentó tras enterarse que uno de sus hijos había asistido a una presentación "espero que a la otra haya más vigilancia a la entrada para impedir que ello vuelva a ocurrir". En especial la detestaban por haber ordenado el cierre de varios "centros de artes musicales", paquidermos blancos que únicamente consumían presupuesto público. Su ineficiencia era tal que en más de una década no había salido de ahí un solo músico importante. Billy Bragg llegó a acusar a Thatcher de "racista" al señalar que en esos centros los alumnos "pertenecían a minorías raciales".

Sin embargo ese aparente tsunami de odio no se reflejaba entre los votantes. Margaret Thatcher se reeligió en tres ocasiones, siempre con un altísimo margen sobre sus oponentes. "La gente no es tonta, como creen mis oponentes. Ya no quieren más Estado, quieren menos Estado... Saben que el Estado les da con una mano lo que les quita con la otra. Esa ineficiencia ya no puede, no debe continuar más".

Sus detractores la atacaban diariamente por su negativa a aplicar sanciones económicas a Sudáfrica y a su política de apartheid. Era la misma gente, por cierto, que exigía levantar el embargo a Cuba sin pedir nada a cambio a La Habana. Thatcher sabía bien que el aislamiento en que se tenía a Sudáfrica no estaba funcionando pues el país se abastecía, como ocurre en Cuba, a través de terceros países. Fue una jugada riesgosa pero funcionó: el gobierno de minoría blanca se hizo más dependiente de las exportaciones y la política de apartheid comenzó a derrumbarse; al contrario de lo que habían hecho los laboristas con un embargo cuyo resultado había sido endurecer el apartheid, del mismo modo que Castro lo ha utilizado como pretexto en la isla para oprimir a la población.

Uno de los logros más grandes de Margaret Thatcher mereció apenas 30 segundos en la película protagonizada por Meryl Streep y se trata, claro, de la caída del Muro de Berlín. Durante años se había criticado a la primera ministro por manifestar abiertamente que deseaba ver la desaparición del bloque socialista. ¿Pero qué tenía de malo decir eso si desde Moscú a diario se clamaba por la desaparición de Occidente?

Esa sería su última victoria. Desde el mismo Partido Conservador comenzaron las presiones por parte de un tal Michael Heseltine para orilladla a renunciar y convocar una nueva elección donde ganó el también conservador John Major, un negociador mucho menos hábil y carente de las agallas de la ya mundialmente conocida Dama de Hierro. En 1992 la ex primera ministro se retiró a la vida privada para luego ser condecorada por la Reina. Desde mediados de la década anterior su salud se ha deteriorado dramáticamente; padece Alzheimer y demencia senil. Sin embargo la propuesta de la película de que alucina y habla con su difunto marido son mera invención. "Todo eso es una falsedad... no deseo comentar más al respecto", dijo recientemente uno de los hijos de la ex primera ministro.

Una figura capaz de crear tantas controversias mediante una película nos habla de alguien excepcional (¿habría sido lo mismo si se llevara al cine la vida de John Major?). Ante ello, la cinta debe verse con resrvas, como una historia dramática y sin apegarla totalmente a la realidad. Antes de las tinieblas en las que hoy se encuentra hundida, Margaret Thatcher atravesó los aires de la grandeza política, alturas que poquísimos de sus colegas han alcanzado.

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