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una herencia
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SANTOS Y BEATOS DE HERMANAS Y HERMANOS CAPUCHINOS
56 hermanas y hermanos de la familia capuchina

Los unos sencillos, otros doctores e insignes figuras, algunos estigmatizados, un grupo mártires.
Una herencia singular, comprometedora y provocadora ...

ENERO
5 Beato Diego José de Cádiz
12 San Bernardo de Corleone

FEBRERO
4 San José de Leonisa
ABRIL
21 San Conrado de Parzham
24 San Fidel de Sigmaringa
30 San Benedicto de Urbino
MAYO
8 Beato Jeremías de Valaquia
11 San Ignacio de Laconi
12 San Leopoldo Mandic
18 San Félix de Cantalicio
19 San Crispín de Viterbo
deCadiz
5 de enero
Beato Diego José de Cádiz
(1743-1801)

Himno

30 marzo 1743: el beato Diego nace en Cádiz.

12 noviembre 1757: viste el hábito capuchino en Sevilla.

31 marzo 1758: inicia el año de noviciado.

31 marzo 1759: profesa los votos religiosos.

24 mayo 1766: es ordenado sacerdote en Cardona. En el mismo año inicia la predicación en Ubrique.

1766-1776: durante casi un decenio predica en Andalucía.

En 1782: predica en Toledo.

En 1783: predica en Madrid y en Alcalá de Henares.

9 abril 1782: predica en Sevilla y es desterrado.

Invierno de 1786: predica cerca de un mes en Cuenca.

En 1787: predica en Albalate, Alcañiz; luego en Cataluña y en muchas ciudades.

Hasta 1793: por varios años es confinado en el convento de Casares.

Otoño de 1794: predica en Portugal.

En 1799: atraviesa el estrecho para ir a predicar en Ceuta.

24 marzo 1801: muere en Ronda, diócesis de Málaga.

27 septiembre de 1826: se inicia su causa de beatificación y canonización.

22 abril 1894: es beatificado por el papa León XIII.


MISIONERO DE LA DIVINA MISERICORDIA

"El motivo que, a mi parecer, garantiza al capuchino una larga vida, más que a ninguna otra Orden religiosa es, sin lugar a dudas, el ser querido por la gente; este es, sin ningún género de dudas, el motivo que constituye su propia esencia. 'El capuchino es el fraile del pueblo...'".

Así escribía en 1847 Vicenzo Gioberti, que luego cita aquella famosa página de Los Novios, en la que Manzoni presenta de manera entusiasta a los capuchinos como los frailes del pueblo: "Tal era el modo de ser de los capuchinos, que nada les parecía demasiado bajo, ni demasiado elevado. Servir a los seres más inferiores y dejarse servir por los más poderosos, entrar en los palacios o en las cuevas con la misma actitud de humildad y de seguridad, ser, a veces, en la misma casa motivo de distracción o una persona sin cuya ayuda no se decidía nada, pedir limosna para todos y darla a todos los que la pedían en el convento, con todo ello estaba familiarizado un capuchino".

Escuchando esta sencilla descripción y reflexionando sobre la expresión "frailes del pueblo", ¿cómo no pensar en fray Diego José de Cádiz? Nadie como él, en la difícil España del siglo XVIII, vivió y encarnó esta realidad, haciendo vivo y actual, también en nuestro tiempo, su mensaje y su vida.

El mensaje de Francisco es hoy más actual que nunca; los "frailes del pueblo" son, hoy más que nunca, necesarios en una sociedad que cree tenerlo todo, pero que no se percata de los valores más apreciados. Vivimos en un momento de gran riqueza, pero también de extrema pobreza. Nuestra sociedad produce pobres: desde el pobre que carece de bienes a la pobreza, que nace de la marginación, de culpas y fallos, enfermedades, falta de sentido... Y después, los retos: nuevas situaciones culturales, la comunicación planetaria, la irrupción de los pobres en la iglesia, la caída de los grandes mesianismos, la necesidad de trascendencia, la ecología y otros factores que exigen la creación de nuevos "areópagos" donde vuelva a resonar la buena nueva. La sociedad trata de superar las nuevas y crecientes necesidades, pero, una vez más, será la humilde presencia del hijo de Francisco el que dé respuestas a los gritos que nadie quiere oír.

José Caamaño, nuestro Beato Diego, nació en Cádiz, de noble familia, el 30 de marzo de 1743. Pasaría su niñez en Ubrique, blanco pueblecito de la sierra gaditana, donde estudió las primeras letras y conoció a los capuchinos. Ya desde niño manifestó sus deseos de hacerse misionero: "De mayor - decía ya - seré capuchino; predicaré; empuñaré la cruz y haré llorar al mundo". De Ubrique iría a Ronda, donde en el colegio de los dominicos comenzaría los estudios de humanidades y filosofía, con bastantes dificultades y sin demasiado éxito.

Con tesón y confianza suplicó la ayuda del Señor. Insistió y esperó. Estaba en juego su voluntad de "¡Ser capuchino, misionero y santo!" Sus súplicas y lágrimas lo consiguieron del Señor. Superados todos los obstáculos, fue admitido con los brazos abiertos en los capuchinos de Andalucía, a la edad de quince años, el 12 de noviembre de 1757, iniciando con fervor el noviciado en el convento de Sevilla y profesando el 31 de marzo de 1759. Seguiría luego con los estudios de filosofía, manifestando una gran inclinación a la literatura y aficionándose a la poesía; pero, cuando comienza a estudiar teología, el corazón se le vuelve alas sumergiéndose en el estudio del misterio de Dios, poniendo de relieve una profunda y rica vida interior, siendo ordenado sacerdote en Carmona el 24 de mayo de 1766.

Ya sacerdote, su humildad le llevó a rechazar el nombramiento de maestro de estudiantes en teología, y también falló un posible envío de fray Diego a América como misionero, siendo destinado en consecuencia al conventito de Ubrique, donde pasaría tres años dedicado de lleno a la vida interior, a la penitencia, estudio y al cuidado de los enfermos. Dios iría templando su corazón de apóstol y preparando su espíritu misionero. Cuenta él que aquí, en Ubrique: "Los domingos por la tarde y días solemnes, me iba a la plaza, donde junto al pueblo, le explicaba y predicaba un punto de doctrina, y confesaba por las mañanas de dichos días los que, de resultas de la predicación, me buscaban".

Un día san Pedro y san Pablo le entregan un libro y un bastón de viaje y le dicen: "¡Ve y predica!". Poco antes, según él refiere, Jesús mismo le había dicho: "Quiero convertirte en uno de mis apóstoles y enriquecerte con sus dones". Él mismo recordará más tarde que comenzó a predicar "con singular aprovechamiento y edificación común". Pone entusiasmo en sus sermones. Las iglesias se vuelven pequeñas para contener a las multitudes; las calles y las plazas se convierten en su púlpito predilecto; en un siglo de predicaciones a lo "Campazas", su palabra se vuelve viva, cálida, penetrante, conmovedora, evangélica... Las gentes le siguen durante horas sin cansarse, predica tres o cuatro veces al día, con el crucifijo entre las manos termina los sermones, la gente llora arrepentida.

Sus correrías apostólicas comenzarían en 1771. En Estepona (Málaga) tendría su primera misión popular, le seguiría Andalucía y España entera: Castilla, Madrid, Navarra, Aragón, Cataluña, Valencia, Murcia, Toledo, Ocaña, el Real Sitio de Aranjuez, Cuenca, Sangüesa, Zaragoza, Albacete, Alcañiz, Caspe, Galicia, Valencia, Murcia, Cartagena... Dicen que recorrió a pie 52.000 kilómetros. No se contenta con predicar al pueblo, entra también en las comunidades religiosas; predica a obispos, canónigos, soldados, presos, magistrados... Todos oyen su voz, su cálida palabra ilumina a todos, con libertad apostólica les enseña sus compromisos y deberes, invita a la conversión, al seguimiento de Cristo, a vivir el Evangelio, a la reforma de las costumbres, a la reconciliación entre enemigos. Está convencido de su misión apostólica providencial. Para ello se exige una vida santa, de oración continua, penitencia sin miramientos, cilicios, mortificación y estudio. El tabernáculo será su verdadero punto de referencia, la luz que irradie su vida. Su fama de hombre de Dios y de varón apostólico se extiende por toda España. A pesar de las ideas reinantes en el ambiente, fray Diego predica incansablemente. Menéndez y Pelayo dice en su Historia de los Heterodoxos españoles que, después de san Vicente Ferrer y san Juan de Avila, "palabra más elocuente y encendida no ha resonado en los ámbitos de España".

Dios está con él. Su apostolado no conoce descanso. Celebra una misión en la catedral de Sevilla. Asiste toda la ciudad. Nunca se vieron en la iglesia tantos doctores, escritores, médicos, hombres de ciencia, magistrados. La admiración y el consenso son unánimes: "¿Quién es este joven fraile que expone las sagradas Escrituras con tanta profundidad y de forma tan clara?". "¡Es ciertamente un hombre de Dios!". "¡Otro san Pablo!". "¡No, para nosotros ha vuelto el mismo profeta Elías!".

Hablaba de la Santísima Trinidad con verdadera elocuencia sin cansar ni repetirse, hasta el punto de ser llamado el apóstol por excelencia de la Trinidad. Algunos viejos teólogos españoles famosos, al oírlo, confesaban: "¡Verdaderamente este Capuchino ha sido escogido por Dios para recordar al mundo el gran misterio de la Trinidad, para que sea de todos alabado, creído y adorado!".

Tras sus predicaciones lo colmaban de títulos y honores, pero él repetía humildemente: "¡Para qué tanto viento para tan poca paja!". "¿Queréis saber quién soy?", preguntó una vez a los que se hallaban a su lado: "Soy un pobre asno, que ha obtenido del Creador el privilegio de caminar con dos pies". Con frecuencia repetía: "Los españoles se han puesto de acuerdo para honrar a este pobre asno de Galicia, que se llama Diego".

Bajo la protección de la Virgen fray Diego crecerá como ejemplo fiel en todas las virtudes. Fue llamado el apóstol de la Divina Pastora, extendiendo su devoción y culto. A su protección encomendaba sus predicaciones, llevando su estandarte en todas las misiones, colocándolo en las iglesias y haciendo de él el centro de toda su actividad apostólica. En su dilatada vida misionera, el único descanso que se concedía era, en verano, para acudir a Ronda a predicar la novena de la Virgen de la Paz, hospedándose en la casa de una familia amiga, que vivía frente a la iglesita de la patrona de Ronda.

Pero cierto día, fray Diego sintió el cansancio de su actividad misionera y, mientras oraba en el coro de capuchinos de Jerez, se le apareció Jesús con la cruz a cuestas que caía y se volvía a levantar. Fray Diego atónito le preguntó: "¿Dónde vas, Señor?". "¡Voy a salvar almas - le dijo -, ya que tu piensas abandonarlas!". Repuesto del trance, el intrépido misionero continuará con su apostolado, deseando hacer misión incluso en las puertas mismas del infierno.

El padre Francisco Javier González, religioso de la Orden de los Mínimos, había sido el artífice de este prodigio y portento de santidad. Con mano exquisita, como director espiritual, guió y condujo a fray Diego a las más altas cimas de la santidad. Un denso y selecto epistolario entre dos hombres de fuerte temple ha quedado entre nosotros (El Director perfecto y el dirigido santo) como prueba

En 1801, el cólera morbo se abate sobre Andalucía, y fray Diego, que se encontraba en Ronda, se ofrece para librar a la ciudad de tan terrible plaga. En marzo del 1801, la salud del gran apóstol se resiente. Sabe que va a morir. En la madrugada del día 24 recibe los últimos sacramentos y abrazado al crucifijo, murió santamente. El 26 de mayo de 1801, la Gaceta, o Boletín Oficial del Estado publicaba la noticia de la muerte del religioso capuchino.

El Proceso canónico para su beatificación comenzó muy pronto, pero sufrió la paralización debido a los tiempos difíciles de la exclaustración que sufrían las órdenes religiosas en España y debido, además, a la invasión francesa. A pesar de todo, sus huesos incorruptos sudaron sangre y Sor Adelaida, Hija de la Caridad, fue prodigiosamente curada. Hechos que, considerados por la Iglesia milagrosos, hicieron que León XIII, el 22 de abril de 1894, proclamara Beato a fray Diego José de Cádiz, elevándolo a la gloria de Bernini

En la cambiante y revolucionaria sociedad laica española del siglo XVIII, agitada por las ideas de la revolución francesa, el regalismo...el humilde hijo de Francisco, Diego José de Cádiz, hombre de Dios y varón apostólico, fue respuesta válida a las inquietudes del hombre de su tiempo, valores de los que también hoy el ser humano está necesitado.

12 de enero
San Bernardo de Corleone
(1605-1667)


Felipe Latini (Bernardo) nació en Corleone (Sicilia) el 6 de febrero de 1605.

En 1624 hirió en un duelo a Vito Canino.

El 13 de diciembre de 1631 vistió el hábito capuchino en Caltaniseta.

El 13 de diciembre de 1632 emitió la profesión religiosa como hermano laico.

De 1652 a 1667 vivió en el convento de Palermo, donde murió el 12 de enero.

En 1673 se inició el proceso de canonización.

El 29 de abril de 1768 Clemente XIII lo declaró Beato, celebrándose la beatificación el 15 de mayo del mismo año.

El  el papa Juan Pablo II, aprobado el milagro para la canonización, le dio el título de Santo.

La Orden capuchina es como un jardín, que no es bello y hermoso si sólo contiene una especie de árboles, sino si tiene más. Del mismo modo la Orden cuenta con religiosos diferentes: uno insigne en la humildad, otro en la caridad, en la obediencia o en la penitencia. Pero no os debéis entristecer si no podéis entregaros a la austeridad de la vida como deseáis.

(San Bernardo de Corleone)


ORACIÓN Y PENITENCIA

En el imaginario común, difundido por una biografía titulada De la espada al cilicio, escrita por Dionisio de Gangi, ha permanecido la figura deformada de Bernardo de Corleone como la de un bribón pendenciero, siempre dispuesto a desenvainar la espada con arrogancia. Es más, alguien ha querido ver en este hombre, que vivió en el seiscientos italiano, juzgado injustamente como formalista, falso y sin alma, al famoso padre Cristóforo de la novela de Manzoni, defensor de los pobres y oprimidos. Pero Felipe Latini, como se llamaba antes de hacerse fraile, no era el espadachín Ludovico de Los novios.

Nacido el 6 de febrero de 1605 en Corleone, "animosa civitas" (ciudad pendenciera) e inquieta bajo la dominación española, Felipe tenía de esta ciudad siciliana, dulce y fuerte al mismo tiempo, el carácter generoso y recio, siempre dispuesto a ayudar y defender a los pobres. Su casa, según el decir de la gente, era "casa de santos", porque su padre, Leonardo, habilidoso zapatero y peletero, era misericordioso con los miserables hasta el punto de llevarlos a su casa para lavarlos, vestirlos y alimentarlos con exquisita caridad. Sus hermanos y hermanas también eran conocidos como personas especialmente virtuosas. Un terreno tan fértil no podía no fecundar positivamente la formación religiosa y moral del joven Felipe, que muy pronto empezó a dar muestras de una gran devoción al Crucifijo y a la Virgen, así como de una gran asiduidad a la oración y a la práctica de los sacramentos en las iglesias de la ciudad. Pero donde más destacaba era dirigiendo el taller de zapatero, porque sabía tratar justamente a sus dependientes y no se avergonzaba de pedir limosna "por la ciudad, en tiempo de invierno, para los pobres encarcelados".

Un solo defecto lo caracterizaba, según la deposición hecha por dos testigos durante el proceso de canonización: fácilmente se encendía y echaba la mano a la espada cuando de provocaciones se trataba, particularmente en defensa del prójimo: "Ningún defecto se le notaba, sino la excitación que experimentaba cuando empuñaba la espada al ser provocado". Esta "excitación" producía gran ansiedad en sus padres, sobre todo después de la herida que Felipe propinó en la mano a un arrogante provocador. El duelo con Vito Canino, un sicario pagado, tuvo lugar en 1624 bajo la atenta mirada de mucha gente, cuando Felipe tenía 19 años, produciendo un impacto muy fuerte. El sicario perdió un brazo y Felipe, considerado el "primer espada de Sicilia", sufrió una profunda sacudida interior, pidiendo pronto perdón al herido, del que se hizo amigo. En medio de esta crisis maduró su vocación religiosa, alcanzando la paz interior a los 27 años de edad, el 13 de diciembre de 1631, cuando vistió el hábito capuchino en el noviciado de Caltaniseta, eligiendo a los frailes más insertos entre las clases populares, y adoptando el nombre de fray Bernardo.

Su vida como capuchino fue una ascensión continua por la vía de las virtudes. Vivió en los distintos conventos de la provincia, siendo difícil delinear un cuadro cronológico exacto: Bisacquino, Bivona, Castelvetrano, Burgio, Partinico, Agrigento, Chiusa, Caltabellotta, Polizzi, y quizá también Salemi y Monreale. Es seguro que transcurrió los últimos quince años de su vida en Palermo, donde encontró a la hermana muerte el 12 de enero de 1667. Parece también que poco tiempo después de la profesión habitó en Castronovo y que algunos años antes de su destino definitivo al convento de Palermo habría trabajado en Corleone. Nunca se le vio desempeñar la actividad de portero, ni tampoco la de hermano limosnero. Su trabajo casi exclusivo fue el de cocinero o ayudante de cocina. Pero él sabía añadir a esto el cuidado de los enfermos y una cantidad de trabajos suplementarios nada despreciable para hacerse útil a todos, por ejemplo, lavando la ropa de los hermanos sobrecargados de trabajo y de los sacerdotes. Así se convirtió en el lavandero de casi todos sus hermanos de comunidad. Con todo, una simplicidad de vida tan llamativa y concluyente, en el marco humilde y escondido de los pobres conventos capuchinos, no impidió que su figura llegara a ser conocida. El perfume de sus virtudes traspasó pronto los muros del convento. Un mosaico de hechos y dichos, perfumado de actos heroicos y de increíbles penitencias y mortificaciones, forman la trama objetiva y relevante de su fisionomía espiritual.

Los testimonios del proceso refieren con profusión de detalles su tenor de vida y forman una historia espléndida, llena de trazos que completan el dibujo de su personalidad, dulce y fuerte como su patria: "Siempre nos exhortaba a amar a Dios y a hacer penitencia por nuestros pecados". "Siempre estaba concentrado en la oración... Cuando iba a la iglesia, banqueteaba alegremente en la oración y unión divina". Entonces el tiempo desaparecía y frecuentemente permanecía abstraído y extático. Después del rezo de maitines, a media noche, fray Bernardo se quedaba en la iglesia, porque, como él explicaba, "no estaba bien dejar al Santísimo solo; él lo acompañaba hasta que vinieran otros hermanos". Cuando era cocinero o desempeñaba otros servicios, también encontraba tiempo para ayudar al sacristán, para de ese modo estar lo más cerca posible del sagrario. En contra de la costumbre del tiempo solía comulgar cada día. Por este motivo los superiores, en los últimos años de su vida, ya maltrecho por las continuas penitencias, le confiaron sólo el servicio del altar.

Fray Bernardo fue un genuino capuchino, nostálgico de los orígenes, atraído y fascinado por la experiencia "de la vida eremítica". Se podría decir que vivía casi zambullido en el clima de los primeros capuchinos. Se le veía con frecuencia "ir al bosque hacia la capilla de la Virgen, a hacer oración". Su amor a la Virgen se expresaba de mil formas. En la cocina adornaba un altarcillo (costumbre difundida entre los hermanos cocineros capuchinos), dedicado normalmente a la Virgen; encontrando en esto, en los espacios de tiempo que le permitía su oficio, el gozo de una oración íntima. Ese altar lo embellecía "con flores y hierbas olorosas no sólo en las festividades de la Virgen, sino también los sábados, como si hubiera querido recrear con aquellos olores a su santísima Madre". Su devoción mariana iba acompañada de un gozo exultante, lleno de calor, fantasía y sentido de fiesta. Una vez, estando en su celda recitando las letanías marianas, a la invocación "Santa María", "movía los pómulos con la boca -refiere un testigo- como signo de solemnidad", es decir, imitaba el sonido de los juegos pirotécnicos. Los frailes, que le oían, reían divertidos y decían: "Fray Bernardo hace como los pajarillos".

En cualquier lugar en el que se encontrase, en la iglesia, en el coro o en el refectorio, apenas oía pronunciar o cantar las palabras del Gloria Patri se postraba en tierra y besaba el suelo con profundo respeto. Enamorado de la Pasión de Cristo, consideraba precioso un pequeño crucifijo pintado en una simple cruz de madera. Este era el libro que había aprendido a leer después que interrumpió el proyecto de aprender a leer (era analfabeto) bajo la guía de fray Benito de Cammarata, cuando el Señor mismo, apareciéndosele, le dijo: "Bernardo, no busques lo que contienen los libros, porque mis llagas te bastan. En ellas encontrarás una doctrina mucho más eficaz que aquella que te podrían comunicar todos los otros libros".

Los conventos que tenían un "bonito Crucifijo" eran sus preferidos. Sobre ese punto los testimonios son unánimes: "Estaba contento de familia en los lugares donde en la iglesia había una imagen del Santísimo Crucifijo". Él mismo decía a los frailes: "Cuando en el convento tengáis un Crucifijo devoto y bello, no deseéis nada más". También aconsejaba a los hermanos que recitaran el Oficio de las cinco llagas de Cristo, compuesto por san Buenaventura. Su corazón, entregado asiduamente a la meditación de los misterios de la Pasión, le hacía experimentar que "la Pasión del Señor (son sus palabras) es un mar que no tiene fondo, porque contiene una gran multitud de misterios que incitan al alma al amor de Dios".

Pero lo que impresiona al lector moderno es su extraordinaria penitencia. Se puede decir que para él todo el año era una continua cuaresma. Sólo comía cortezas de pan ennegrecidas o las sobras de pan duro, untadas en agua amarga de hierbas; siempre de rodillas, detrás de la puerta del refectorio, en una escudilla oxidada y con un trapo viejo como servilleta. Esto lo hacía incluso en presencia de huéspedes ilustres; y, cuando algún superior le mandaba sentarse a la mesa con todos para participar de la comida, él obedecía, pero era como si comiera veneno, porque después se sentía mal y con fiebre. Pero también en esto el Señor le consolaba. Un día se le apareció, y tomando un trozo de aquel pan duro, lo untó en la sangre de su costado y se lo dio a la boca diciendo: "Hijo mío, persevera hasta el final en la vida de abstinencia".

De tal austeridad florecía, perfumada, la castidad. Él solía decir que "los dolores pasan rápidamente, mas la pureza del corazón y las virtudes religiosas son los verdaderos adornos del alma".

No es necesario describir sus despiadadas penitencias, pero una cosa es cierta, que él, llevando una vida tan "inhumana", demostraba tal delicadeza y dulzura en el trato con los demás, así como un gozo y una plenitud de vida que impresionaban a todos. Jamás se le vio "airado con alguno, o lamentarse de alguien, o murmurar del prójimo", ni hablar mal de nadie, es más, "no encontraba nunca defectos en las otras personas". A los frailes huéspedes los alegraba con sus gracias, les lavaba los pies y les servía en sus necesidades, repitiendo siempre el mismo estribillo lleno de júbilo, "Por amor de Dios, Por amor de Dios". De todos eran conocidas, además, sus grandes dotes para consolar a los atribulados. Para los pobres siempre estaba disponible, pero si alguno se acercaba para observarlo, aunque fuera persona de importancia, se escondía haciéndose imposible de encontrar. Al portero, en cambio, le decía que "cuando fueran los pobres los que lo requirieran, le llamara de inmediato". En Castronovo iba "con una olla cargada sobre la espalda", por las calles del pueblo, "dando la sopa a los pobres".

Con los enfermos tenía un corazón maternal, su compasión era inagotable; asistirles y servirles le hacía feliz. Cuando en el convento de Bivona toda la comunidad cayó enferma con una epidemia, él multiplicó su caridad día y noche. Sin embargo, con las fuerzas acabadas, tuvo que ceder al mal, suponiendo esto una gran contrariedad para el padre superior, que se veía privado de su enfermero inigualable. El médico no le dio ni un día de vida. Entonces fray Bernardo se arrastró de forma escondida hasta la iglesia, cogió del sagrario una estatuilla ornamental de san Francisco, se la metió en la manga, y desafió al santo diciéndole: "Seráfico padre, os advierto que no saldréis de mi manga hasta que no me hayáis curado". Al día siguiente se encontraba completamente sano. El médico, que había ido al convento para constatar su muerte, se quedó atónito, y quiso conocer la medicina milagrosa que se había usado. Fray Bernardo sacó de la manga la estatuilla y con visible complacencia añadió: "Aquí está quien me ha curado".

En otra ocasión, en el convento de Castronovo, sabiendo que el padre Guardián estaba enfermo, decidió, porque era cocinero y enfermero, prepararle un plato más sustancioso. Encontrándose por las calles del pueblo, pidió a una señora bienhechora del convento una gallina para hacer un caldo más sabroso. Una vez llegado a la cocina del convento con la gallina pelada y limpia, mientras la estaba metiendo en el agua hirviendo, llegó el padre Guardián, se dio cuenta de lo sucedido, le reprendió por ello y le mandó restituir la gallina inmediatamente. Fray Bernardo, en silencio, la envolvió y, escondiéndola debajo del manto, se la devolvió a la bienhechora con breves y humildes explicaciones. Pero mientras la devolvía, la gallina recobró la vida, revoloteó piando por la sala y encontrando abierta la puerta del gallinero se reunió con las demás gallinas volviendo a ocupar el hueco donde acostumbraba poner los huevos. Fray Bernardo, confundido, desapareció, mientras las mujeres presentes gritaban por el milagro. El eco de los sucedido fue tan grande que mucha gente iba a ver la gallina resucitada, bautizada desde entonces por su dueña con el nombre de "Bernarda".

La solidaridad con sus hermanos se ensanchaba hasta adquirir una dimensión social. En Palermo, con ocasión de calamidades naturales como terremotos y huracanes, se hizo mediador delante del sagrario, luchando como Moisés: "¡Despacio, Señor, despacio! ¡Tened misericordia! ¡Señor, quiero esta gracia, la quiero!". El azote cesó y la catástrofe disminuyó.

Su compasión para con todo tipo de sufrimientos abrazaba también a los animales. Donde encontraba un animal herido o enfermo, particularmente si se trataba de mulos, caballos, vacas y asnos, que eran garantía de trabajo para la gente pobre, él se prestaba para curarlos y resanarlos. Y esto de tal modo, que algunos días había tantos animales en la plazoleta del convento que parecía un mercado de ganado o un ambulatorio prodigioso. Él solía recitar un Padrenuestro, o también cogía los animales por la cabeza o por los cuernos y les hacía dar tres vueltas en torno a la gran cruz delante del convento de Palermo invocando el Nombre de Jesús. Después cada uno se hacía cargo de sus propios animales perfectamente restablecidos.

Una vez, sin embargo, el portero perdió la paciencia y protestó contra él diciéndole que, en fin de cuentas, su oficio no lo hacía en favor de las bestias, sino de las personas. Fray Bernardo, pidiendo perdón, le respondió: "Mi querido portero, sabed que estas pobres criaturas de Dios no tienen ni médico ni medicinas a su disposición; y porque son incapaces de manifestar su necesidad, conviene tener compasión de ellas y soportar un poco más de fatiga para aliviarlas en sus sufrimientos".

Sembrador de milagros, fue muy combatido y turbado por el demonio desde el noviciado; pero él siempre venció con las armas de su humildad, penitencia y con su crucifijo de madera. En el lecho de muerte se le notaba impaciente por remontar el vuelo hacia la patria celeste. Recibida la última bendición, repitió con gozo: "Vamos, vamos", y expiró. Eran las 14 horas del miércoles 12 de enero de 1667. Un fraile íntimo suyo, fray Antonino de Partanna, lo vio en espíritu todo luminoso repitiendo con gozo inefable: "¡Paraíso! ¡Paraíso! ¡Paraíso! ¡Benditas las disciplinas! ¡Benditas las vigilias! ¡Benditas las penitencias! ¡Benditas las negaciones de la voluntad! ¡Benditos los actos de obediencia! ¡Benditos los ayunos! ¡Bendito el ejercicio de todas las perfecciones religiosas!".


4 de febrero
San José de Leonisa

(1556-1612)

Himno

Eufranio Desideri nació en Leonisa (Rieti) el 8 de enero de 1556.

Vistió el hábito capuchino el 3 de enero de 1572 en las "Carcerelle" de Asís.

Emitió la profesión religiosa el 8 de enero de 1573.

El 24 de septiembre de 1580 fue ordenado sacerdote en Amelia.

Recibió el título de predicador el 21 de mayo de 1581.

El 1 de agosto de 1587 fue enviado como misionero a Constantinopla, donde sufrió el martirio del "gancho".

En el otoño del año 1589 volvió a Italia, a las "Carcerelle".

Hasta su muerte predicó por los pueblos y aldeas de los Abruzos y de Umbría.

El 4 de febrero de 1612 murió en Amatrice.

En 165 y 1628 se instruyó el proceso de canonización en Espoleto, Áscoli y Rieti.

El proceso apostólico tuvo lugar en Leonisa durante los años 1629-1633 y 1639-1641.

El 18 de octubre de 1639 el pueblo de Leonisa sustrajo secretamente el cuerpo venerado en Amatrice.

En 1669-1670 se llevó a cabo el reconocimiento de los procesos apostólicos.

El 22 de junio de 1737 fue beatificado por Clemente XII.

El 29 de junio de 1746 Benedicto XIV lo declaró Santo.

El 12 de enero de 1952 el papa Pío XII lo proclamó patrón de las Misiones de Turquía.

Oh cruz santísima, transfórmanos en ti a todos. Las raíces profundicen en los pies, las ramas en los brazos, la cima en la cabeza. Y con el fin de que nosotros seamos todos cruz, clava los pies para que estén fijos en ti, ata las manos para que no obren sino por ti, ábrenos el costado, hiérenos el pecho y tócanos el corazón con tu amor. Haz que tengamos sed de ti, como Cristo tuvo sed de nosotros en ti.

(San José de Leonisa)

EVANGELIZADOR DE LOS POBRES

José de Leonisa fue, como todos los santos, especialmente esquivo de sí mismo, pero en ciertas ocasiones, sobre todo al inicio y al final de su vida sacerdotal, reveló algunas motivaciones de fondo, en las que fundamentó toda su existencia y actividad. En efecto, poco antes de ser ordenado sacerdote, en 1580, escribió en Perusa de su puño y letra, en latín, una oración programática en la que se encuentra ya todo el futuro santo: el amor de Dios y del prójimo que le hace anhelar el martirio, la sumisión humilde a la santa madre Iglesia, la confianza filial en la Virgen María, y la devoción singular al ángel de la guarda, a los santos ángeles y al Seráfico Padre san Francisco. Treinta y dos años más tarde, poco antes de morir, escribió tres largas cartas para reafirmar su fidelidad a la enseñanza de la Iglesia, porque "sólo esta doctrina le garantizaba la seguridad de salvarse en la verdadera fe". En esta fe de la Iglesia él practicó y vivió con decisión la opción fundamental del Evangelio de Jesús: "Evangelizar a los pobres". Este es el trasfondo real e ideal en el que se coloca toda su biografía.

Nacido en Leonisa (Alta Sabina, Rieti), el 8 de enero de 1556, sus padres fueron Juan Desideri y Serafina Paolini. Eufranio (así se llamaba) se quedó huérfano a los 12 años, razón por la que un tío suyo lo encauzó hacia los estudios humanísticos, que realizó en Viterbo y posteriormente en Espoleto, donde maduró su vocación religiosa. Rechazando un prometedor matrimonio con una noble, se retiró furtivamente al pequeño convento capuchino de las "Carcerelle" de Asís, emitiendo, una vez concluido el año de noviciado, la profesión religiosa el 8 de enero de 1573. De nada sirvieron, contra su temperamento fuerte y voluntarioso, los intentos de sus padres de hacerle volver a casa. Iniciado en los estudios, manifestó un interés muy vivo por la cultura, en función de un apostolado serio e iluminado. Amó la doctrina de san Buenaventura, siguiendo la orientación capuchina, entonces predominante, que veía en ella una armoniosa síntesis entre la espiritualidad contemplativa y el dinamismo apostólico. Redactó, entre otras cosas, una obra titulada Monarquía, en la que era evidente la influencia de los opúsculos del Doctor Seráfico Itinerarium mentis in Deum y De reductione artium ad theologiam. Se preparó para el apostolado estudiando con seriedad la teología, sagrada Escritura y moral, atento a las exigencias provenientes de la restauración religiosa postridentina. Ordenado sacerdote en Amelia el 24 de septiembre de 1589, continuó su preparación para el ministerio presbiteral en el convento de Lugnano in Teverina.

Aunque se sintió fuertemente atraído por la soledad y la contemplación, superó el dilema acción-contemplación como san Francisco. En un apunte suyo dejó escrito: "Quien ama la vida contemplativa tiene la grave obligación de salir al mundo a predicar, sobre todo cuando las ideas del mundo son muy confusas y sobre la tierra abunda la iniquidad. Sería inicuo retener, en contra de la caridad, lo que sólo por caridad ha sido instituido y donado". Recibido el 21 de mayo de 1581 el título de predicador, firmado por el vicario general de la Orden, José se dedicó inmediatamente a evangelizar a los pobres por los pueblos y aldeas diseminados por los campos y montañas de Umbría, Lacio y los Abruzos. Podría haber llegado a ser un predicador famoso por sus cualidades de inteligencia y corazón, subiendo a los púlpitos de las ciudades, pero él prefirió predicar sólo en los pueblos pequeños. Siempre se consideró predicador de los campesinos, pastores, hombres de montaña y niños.

El arrojo y el tono de su predicación aparecieron claros desde el principio, como se encuentran ampliamente documentados en su proceso de canonización, que incluyó un episodio en el que se ve todo el carácter y la personalidad del padre José. En la región de los Apeninos, situada en el centro de Italia, hacía estragos el bandolerismo. Una cuadrilla de unos cincuenta bandidos asolaban el pueblo de Arquata del Tronto, no hallándose nadie que fuera capaz de doblegarlos, ni siquiera la fuerza pública. Al padre José, llegado a aquel lugar para pedir la limosna acostumbrada, le pidieron que pusiera remedio. Él los buscó en sus guaridas de las montañas cercanas, consiguiendo reunirlos en una pequeña iglesia, donde, con el crucifijo en mano, los convenció para que cambiaran de vida. Éstos se volvieron dóciles y arrepentidos, contándose después entre los más asiduos oyentes de sus predicaciones, cuando el santo volvió allí a predicar la cuaresma. El secreto de este éxito, si se une al carácter indómito del personaje, hay que atribuirlo sobre todo a su íntima unión con Dios, cultivada en su espíritu con una vida de oración incesante. Esto fue notado muy oportunamente en el proceso de canonización, donde podemos leer: "Con gran facilidad recogía las potencias de su alma dentro de sí para gozar con mayor gusto de Dios, y no sólo en el tiempo de la oración, sino en todos los tiempos. Mientras iba de viaje abrazaba su crucifijo y se introducía de tal forma en aquellas llagas que, según los misterios que contemplaba, cambiaba el color de su cara, siendo unas veces macilenta y de color ceniciento, y otras tan enrojecida y encarnada que parecía toda fuego y la cabeza humeante, como si tuviera en su interior un horno grandísimo de fuego. Esto le sucedía también en las distintas predicaciones que hacía".

En 1587 fue enviado como misionero a Constantinopla, donde asistió a los esclavos cristianos y a los apestados. Su celo le llevó a convertir incluso a un obispo griego, y le empujó también a encontrarse con el mismo sultán Murad III, con el fin de interceder en favor de sus asistidos; pero en esta ocasión, y en odio a la fe, fue capturado y condenado al tormento del gancho, colgado de una viga con un garfio puesto en los tendones de la mano derecha y otro en el pie derecho. De esta forma debía esperar, con dolores atroces, la muerte precedida de una lenta agonía. Pero, después de tres días, fue salvado milagrosamente (por un ángel o por intervención humana) y restablecido con prontitud, volvió, en la plenitud de sus 33 años, en 1589, a Italia, donde retomó su querida predicación itinerante a través de los montes y valles de los Abruzos y de Umbría, por aquellos lugares ásperos y viles "por donde no querían ir los demás". Los compañeros que le seguían eran probados duramente, y difícilmente resistían aquellas marchas forzadas en medio de las más adversas condiciones climáticas y con una falta absoluta de alimento. Él predicaba varias veces durante el día y en distintos pueblos, enseñando el catecismo a los pobres campesinos y a los niños.

Su predicación tenía un marcado cuño evangélico, que se acentuaba fuertemente cuando incidía en temas de justicia social. Él contemplaba a Jesús en los pobres, como lo hacía en el Crucifijo y en el Sagrario y por ellos sabía adaptarse y hacer de todo, incluso lo imposible, como por ejemplo fundar almacenes de grano con un puñado de trigo recogido por las casas; organizar Montes de Piedad y modestos hospicios para transeúntes y peregrinos, y pequeños hospitales para enfermos. Son muchas las veces en las que en el proceso de canonización se repiten testimonios de su amor maternal con esos pobrecillos miserables y andrajosos que él "dejaba como nuevos" con vestidos recogidos en la limosna, con calzado rudimentario inventado por su fantasía para protegerlos del frío, con una limpieza e higiene general, cortándoles el pelo, quitándoles los piojos, curando sus heridas, y dándoles el alimento necesario recibido como limosna. Otra dimensión de su amor se manifestaba en su ansia por la educación de los niños en la piedad: les hacía aprender de memoria las oraciones cristianas y el catecismo, siguiendo el espíritu del concilio de Trento.

Su caridad se extendía también a las cárceles, donde asistía a los condenados a muerte y buscaba siempre, incluso arriesgando su vida, que las familias rivales hicieran las paces y que desaparecieran las injusticias, opresiones y discordias. Con el Crucifijo en la mano, empuñado como una espada, no dudaba cuando tenía que afrontar y meterse en situaciones difíciles para conducir a la gente a la paz y al perdón. Afirma un testigo: "Donde notaba riñas y odios, allí acudía rápidamente con la esperanza de conducirlos a la vida eterna; nada contaban los tiempos, nieves, lugares impracticables. Por eso, muchas veces se le cayeron las uñas de los pies, como en Leonisa, Montereale y Amatrice". Conseguía este ardor del Sagrario, ante el que pasaba muchas horas, también nocturnas, en oración, y del Crucifijo, que llevaba siempre en su pecho. Amaba plantar grandes y pesadas cruces en las cimas de los montes, transportándolas sobre la espalda procesionalmente.

Después de una brevísima estancia en Leonisa, agotado por tantos trabajos y fatigas, desgastado por la penitencia y atormentado por una enfermedad incurable, pasó sus últimos días de vida en el convento de Amatrice, donde a los 56 años encontró la muerte el 4 de febrero (sábado) de 1612. El proceso informativo para su canonización se inició en Espoleto, siendo interrumpido en 1615 y retomado en 1628. Otros procesos informativos fueron promovidos en Áscoli y en Rieti. El proceso apostólico tuvo lugar en Leonisa durante los años 1629-1633 y 1639-1641. El reconocimiento de todos los procesos apostólicos se realizó en los años 1669-1670. Fueron examinados numerosos manuscritos, pequeños códices de escritura sutilísima, casi todos relacionados con la predicación. El papa Clemente XII lo beatificó el 22 de junio de 1737, siendo canonizado por Benedicto XIV el 29 de junio de 1746.

Su fiesta se celebra el 4 de febrero, siendo un santo muy popular y disputado entre las ciudades de Amatrice y Leonisa, de las que fue nombrado copatrono. Pero la población de Leonisa, con fecha 18 de octubre de 1639, aprovechándose del terremoto, perpetró el "sagrado hurto", con fulminante y furtiva incursión, robando el cuerpo que ahora se venera en el santuario que le fue dedicado en su ciudad. Diversas cofradías se formaron en su honor, con su nombre, en Otricoli, Amatrice y Leonisa, algunas de las cuales subsisten todavía hoy. Pío XII lo proclamó patrón de las Misiones de Turquía. Él es también patrón de segundo rango (minus principalis) de la provincia capuchina de los Abruzos junto con san Bernardino de Siena. Pablo VI lo proclamó patrón principal de Leonisa. Emblemas característicos de su iconografía son algunos instrumentos penitenciales, el martirio del gancho y el crucifijo en la mano. Una revista de ágil lectura, "Leonisa y su Santo", mantiene viva entre el pueblo la espiritualidad y la memoria del santo.


  21 de abril
San Conrado de Parzham
(1818-1894)

Himno

Juan Evangelista Birndorfer (Conrado) nació el 22 de diciembre de 1818 en Venushof (Parzham), en las inmediaciones de Passau (Baviera).

En 1832 perdió a la madre, y dos años más tarde al padre.

En 1837 intentó estudiar con los benedictinos de Metten, (Deggendorf), pero los progresos en su formación académica fueron mínimos.

El 19 de mayo de 1841 entró y profesó en la Orden Franciscana Seglar.

El año 1849 fue trasladado como postulante al convento de Altötting.

El 17 de septiembre de 1851 vistió el hábito capuchino como hermano laico en el convento de Laufen, emitiendo la profesión religiosa el 4 de octubre de 1852.

Desde 1852 hasta su muerte fue portero en el convento de Altötting.

Murió el 21 de abril de 1894 en Altötting.

El proceso de canonización se inició sin demora, concluyéndose en 1930.

Pío XI lo proclamó Beato el 15 de junio de 1930, y lo incluyó en el catálogo de los santos el 20 de mayo de 1934.

Estoy siempre feliz y contento en Dios. Acojo con gratitud todo lo que viene del amado Padre celestial, bien sean penas o alegrías. Él conoce muy bien lo que es mejor para nosotros, y de este modo estoy siempre feliz en Dios. Me esfuerzo en amarlo mucho. ¡Ah!, este es muy frecuentemente mi único desasosiego, que yo lo ame tan poco. Sí, quisiera ser precisamente un serafín de amor, quisiera invitar a todas las criaturas a que me ayuden a amar a mi Dios.

(San Conrado de Parzham)

PORTERO DE LA PROVIDENCIA

Juan Evangelista, el penúltimo de doce hijos, nació en Venushof (Parzham) el 22 de diciembre de 1818, siendo sus padres Bartolomé Birndorfer y Gertrudis Nieder-Mayerinn de Kindlbach, ricos y devotos campesinos del valle del Rott. Después de asistir a la escuela primaria en Weng, se quedó huérfano a los 16 años. En esta situación, junto al trabajo en el campo, procuró intensificar su vida espiritual acomodándose al ritmo que marcaban las devociones populares bávaras. En realidad le gustaba mucho participar en las misiones populares, procesiones y peregrinaciones, y estaba inscrito en muchos grupos, cofradías y pías uniones. No dejó nunca de participar en la misa, para lo que llegaba a recorrer una larga distancia. Además conocía todas las iglesias y santuarios de la comarca.

La devoción lo acompañaba siempre, siendo una auténtica síntesis viviente de todas las formas de piedad popular bávaras. Incluso durante el trabajo en el campo, mientras daba la vuelta a la hierba con el rastrillo o lanzaba con el aviento el heno, elevaba oraciones al cielo. Como observó la mujer de un herrero de Birnbach, "el joven Birndorfer no había sido educado para ser campesino; él no estaba hecho sino de oraciones, penitencias y limosnas". Pero era un trabajador responsable. Con todo, se conoce poco de su vida seglar y casi nada de su infancia, porque, como escribe su más antiguo biógrafo Wolfgang Beyer, "él no habló jamás de sí mismo". Se le recordaba como el "angelote del Venus". El cielo se traslucía en sus ojos. Sus compañeros evitaban, en su presencia, conversaciones ambiguas y cuando le veían acercarse decían: "¡Callaos, que viene Juanito!".

A la edad de diecinueve años intentó, sin éxito, estudiar en el colegio de los benedictinos de Metten (Deggendorf). En 1841 profesó la regla de la Orden Franciscana Seglar. A los 31 años, en 1849, entró como hermano terciario en los capuchinos de Altötting y en 1851 inició el noviciado como hermano laico en el convento de Laufen. Allí se le encargó ayudar al hortelano y al jardinero del convento, pero, después de un mes, un constipado, que se convirtió en bronquitis aguda, le obligó a guardar cama. Así comenzó aquella molesta asma bronquial con tos que le atormentó durante el resto de su vida. De la dura prueba del noviciado salió hecho ya un capuchino acabado, de modo que un testigo pudo decir: "Era un capuchino con toda el alma y con todo el cuerpo".

Su empeño e ideal están muy bien documentados en los once propósitos "hechos con reflexión" en el noviciado, antes de la profesión, inspirados por el buen sentido de un hombre sólido y concreto, vivo retrato del espíritu capuchino querido y asimilado por fray Conrado. Esos propósitos tratan de la presencia de Dios, del silencio, el sentido de las cruces, el retiro, el amor fraterno, la mortificación de la lengua y de los ojos, la puntualidad en el coro, la delicadeza y discreción con las mujeres, y la obediencia y devoción interior a la Virgen. Un martilleante "quiero", estribillo de la santidad, recuerda una y otra vez la voluntad de fe, de obediencia y de servicio subrayada retrospectivamente por el Poverello de Asís en su Testamento. Se trata de propósitos escuetos y descarnados que permiten una lectura correcta de muchos hechos y episodios de la vida de fray Conrado de Parzham después de su profesión religiosa (4 de octubre de 1852), cuando fue enviado de nuevo a Altötting con el oficio de portero del convento de Santa Ana (ahora llamado de S. Conrado), lugar en el que permaneció hasta su muerte, acaecida el 21 de abril de 1894.

Fray Conrado, portero durante cuarenta y un años junto al célebre santuario de la Virgen, meta de numerosas peregrinaciones, se convirtió en el punto de referencia de todo tipo de personas, sobre todo de los pobres, desheredados, atribulados y niños. Al sonido del campanillo él corría, abría, sonreía y se inclinaba sobre las miserias. Daba sin medir y sin juzgar; ignorando a sabiendas las más mínimas leyes económicas. Él daba porque la gente era pobre, y esperaba las peticiones de los pobres como espera la limosna uno que pide. Nadie lo vio triste o nervioso. Se encontraba siempre preparado y dispuesto, a todas las horas del día y en cualquier tiempo o estación. La gente le llamaba el "santo portero" y su santidad, hecha de fidelidad heroica y de una fuerte devoción eucarística y mariana, en la simplicidad de la vida cotidiana, estaba envuelta de silencio orante y de caridad constante. Por eso él, influido también por su carácter tímido y reservado, hablaba poco, con frases cortas, pero tan llenas de espíritu que con frecuencia compungían y convertían los corazones. Sus palabras habituales eran: "In Gottes Namen, en nombre de Dios", o también "Wie der liebe Gott es will, como el buen Dios quiere". Las frases de fray Conrado podrían formar un pequeño florilegio de breves sentencias.

Esa era su forma de predicar, de aconsejar y de confortar. Se aplicaba a sí mismo las palabras de la regla de san Francisco: "con brevedad de palabra". Pero el silencio era más elocuente que sus palabras. Su tesoro era la oración y su secreto el silencio, como escribió en una carta del 3 de octubre de 1873: "Esforcémonos mucho en llevar una vida verdaderamente íntima y escondida en Dios, porque es algo muy hermoso detenerse con el buen Dios: si nosotros estamos verdaderamente recogidos, nada nos será obstáculo, incluso en medio de las ocupaciones que nuestra vocación conlleva; y amaremos mucho el silencio porque un alma que habla mucho no llegará jamás a una vida verdaderamente interior". Fray Conrado llegó a ser metódico y ordenado como un reloj: todos los días a la misma hora hacía los mismos gestos y daba los mismos pasos. Fidelidad de acero. Llegaba siempre el primero a la oración nocturna y consiguió el privilegio de ayudar a la primera misa en la Gnadenkapelle (Capilla de las gracias) y de comulgar todos los días, en una época en que esto no era habitual.

Fray Conrado estaba siempre en movimiento. Su rostro parecía como transfigurado cuando salía de la oración privada, realizada preferentemente debajo de la escalera de S. Alejo, que era una pequeña habitación desde donde podía divisar el altar de la iglesia y contemplar el sagrario. Del mismo modo se mostraba radiante cuando llegaba la hora de distribuir la comida a los pobres; se llegaba a la cocina, y el hermano cocinero, observando que fray Conrado metía la cuchara en todas las cacerolas, se lamentaba bromeando: "Tapad las cacerolas, que si no, se lleva todo". Él sonreía y respondía: "Todo lo que se da a los pobres vuelve de nuevo dentro con abundancia". Se trataba de la mejor tradición capuchina, reflejo del ejemplo luminoso del Poverello.

A fray Conrado le gustaba leer la Imitación de Cristo de Tomás de Kempis o algún otro libro devoto, como las Meditaciones sobre la pasión de Cristo del capuchino Martin von Cochem, o el Espejo de las virtudes de Agustín Ilg. Solía decir: "La cruz es mi único libro: una sola mirada a la cruz me enseña en toda ocasión como tengo que comportarme". Su espiritualidad, límpida y esencial, se concentra toda en estas palabras autobiográficas: "Mi tenor de vida consiste sobre todo en sufrir y amar en contemplación, y en adorar, contemplar y admirar el amor sin nombre por nosotros pobres criaturas. Yo no llego nunca al fondo de este amor de mi Dios, porque nada me obstaculiza; de este modo siempre estoy unido íntimamente con mi amor, y en mis muchas ocupaciones estoy con frecuencia tan íntimamente unido con él que le hablo, y con la confianza que un niño tiene con su padre le expongo mis necesidades, mis oraciones, aquello que me preocupa... Estoy siempre feliz y contento en Dios. Acojo con gratitud todo lo que viene del amado Padre celestial, bien sean penas o alegrías. Él conoce muy bien lo que es mejor para nosotros, y de este modo estoy siempre feliz en Dios. Me esfuerzo en amarlo mucho. ¡Ah!, este es muy frecuentemente mi único desasosiego, que yo lo ame tan poco. Sí, quisiera ser precisamente un serafín de amor, quisiera invitar a todas las criaturas a que me ayuden a amar a mi Dios".

Era pequeño de estatura y en los últimos años se arrastraba todo encorvado, con la cabeza casi completamente calva, excepto una tupida barba blanca y una corona de cabellos en la nuca. Así se le representa en la iconografía, con la cruz en la mano o en el acto de distribuir la caridad a los pobres. Fue el segundo santo de Alemania (el primero fue san Fidel de Sigmaringa) después de la reforma protestante.

Su causa de canonización fue extraordinariamente veloz, a pesar de que toda la documentación recogida sólo pudo ser enviada a Roma a finales de 1919 por causa de la guerra. Pío XI, que en 1924 favoreció el proceso del "santo portero", lo proclamó beato en 1930 y el 20 de mayo de 1934 él mismo lo inscribió en el catálogo de los santos. Este viaje tan veloz y recto tramite de la causa pudo haber parecido fruto de una "voluntad política" determinada, pero fue, en cambio, como dijo el Papa, "el arte divino de Nuestro Señor para preparar, disponer o combinar las cosas de modo que hagan surgir hechos, acontecimientos y encuentros felicísimos".

Con todo, el milagro de la figura humilde del santo hermano de Parzham permanece: una vida sin dramas, rectilínea, simple, sin problemas, casi sin fondo, como una flor silvestre al alcance de todos. Él es un modelo imitable, claro, facilísimo, sin especiales relieves. Es un buen campesino bávaro, pero sin los colores chillones y magros de los bávaros y sin la alegría complicada de la religiosidad barroca. Fray Conrado se desvincula del catolicismo patriótico, en él no se encuentra ninguna alusión a la patria, ningún nacionalismo. Él representa la propuesta de un mensaje de simplicidad en la "terrible cotidianidad", que adquiere tonos siempre más profundos e íntimos y requiere una escucha prolongada y una mirada penetrante.

Su fiesta se celebra el 21 de abril, y es copatrón de la provincia capuchina de Baviera y de Hungría, y patrón de organizaciones juveniles, de la Obra Seráfica de la Caridad y de la juventud católica de Würzburg.
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24 de abril
San Fidel de Sigmaringa
(1578-1622)

Himno

Marcos Roy (Fidel) nació en Sigmaringa, diócesis de Constanza, los primeros días del mes de octubre de 1577.

En 1601 obtuvo el doctorado en filosofía en el colegio de los jesuitas de Brisgovia.

Durante los años 1601-1604 estudió en la universidad de Friburgo.

En 1604 acompañó a un grupo de estudiantes en una visita a Italia.

El 7 de mayo de 1611 consiguió brillantemente el doctorado en derecho civil y eclesiástico.

En el mes de septiembre de 1612 fue ordenado sacerdote, y el 4 de octubre del mismo año ingresó en los capuchinos, comenzando el noviciado en el convento de Friburgo.

El 4 de octubre del año siguiente emitió la profesión religiosa.

De 1614 a 1618 estudió teología en Friburgo, Fraunfeld y Constanza.

En los años 1618-1619 fue guardián en Rheinfelden, y de 1619 a 1620 en Feldkirch.

Durante 1620-1621 fue guardián en Friburgo y en 1621-1622 de nuevo en Feldkirch, donde asistió a los soldados.

En 1622 fue nombrado misionero apostólico en Prättigau, en la Misión de Retia, recién creada por la Congregación de Propaganda Fide.

El 24 de abril de 1622 es asesinado por los herejes en Seewis.

En el mes de octubre de 1622 su cuerpo es trasladado a Feldkirch.

La fase informativa del proceso de canonización tuvo inicio en 1623.

El papa Benedicto XIII lo beatificó el 24 de marzo de 1729, y Benedicto XIV lo declaró santo el 29 de junio de 1746.

Oh Señor, transfórmame completamente en Ti! Mi intención es suplicarte de modo especial que me hagas totalmente conforme a tu santísima Humanidad en todas tus virtudes, tribulaciones, penas y tormentos; y sobre todo en tu abyección, humildad y anonadamiento.

(San Fidel de Sigmaringa)

PROTOMÁRTIR DE "PROPAGANDA FIDE"

Fidel de Sigmaringa, protomártir de Propaganda Fide, beatificado por Benedicto XIII el 24 de marzo de 1729 y canonizado por Benedicto XIV el 29 de junio de 1746, es el santo capuchino que murió en edad más temprana -a los 44 años- y es también el que menos años transcurrió en el claustro: sólo vivió diez años como capuchino, de 1612 a 1622. Nació en 1578 en la entonces minúscula ciudad de Sigmaringa , en las riberas del Danubio, en el Principado de Hohenzollern. Sus padres fueron Juan Roy, rico empresario hostelero del Adler y más tarde miembro del gobierno municipal y burgomaestre, y de Genoveva Rosenberger, natural de la ciudad protestante de Tubinga, convertida al catolicismo cuando contrajo matrimonio el 28 de diciembre de 1567. El futuro santo, Marcos (llamado familiarmente Marx), quinto de los seis hijos que tuvo el matrimonio, hizo sus primeros estudios en su ciudad natal. En su testamento, que redactó antes de hacer la profesión religiosa (1613), afirmó "haber sido instruido en la fe apostólica, romana y única verdadera, que le habían transmitido sus queridísimos padres" y de "haber sido educado en las buenas costumbres, en la disciplina y en el temor de Dios".

Marcos, para realizar los estudios superiores, se trasladó a Friburgo de Brisgovia, donde en el colegio de los jesuitas profundizó en las disciplinas humanísticas, pasando después a estudiar filosofía, que, en 1601, coronó con un brillante doctorado; al mismo tiempo se esforzaba por aprender la lengua italiana y francesa. Marcos era una persona particularmente abierta a la amistad, de inteligencia brillante, amante de la belleza y de la música, y muy habilidoso en el manejo de distintos instrumentos musicales. De 1601 a 1604 siguió los cursos de jurisprudencia. En 1591 Marcos y sus hermanos sufrieron con crudeza el duro golpe de la muerte de su padre. Y no había pasado un año desde su desaparición, cuando la viuda y madre Genoveva volvió a desposarse en segundas nupcias con Gabriel Rieber de Ebingen. Fidel expresará en su testamento su disgusto y desaprobación del segundo matrimonio de su madre, que a él y a sus hermanos les pareció inoportuno e incomprensible.

Antes de finalizar sus estudios de derecho, Marcos recibió la invitación, en 1604, de acompañar, como guía, a un cierto número de estudiantes universitarios de familias nobles, en una visita a las provincias de los Países Bajos que estaban bajo la dominación española, Francia e Italia, con la intención de que ampliaran el horizonte de sus experiencias humanas. El vivió este viaje como una verdadera y propia peregrinación, animando con su ejemplo a los amigos a una vida más espiritual.

Después de su regreso a Friburgo en 1611, se doctoró con aplauso en derecho canónico y civil en la ciudad de Willingen. Marcos fue nombrado asesor del tribunal supremo en Ensisheim, capital de la entonces Austria anterior, y al mismo tiempo abrió un despacho de abogado. En su trabajo observó las exigencias de una absoluta honestidad y se prodigó preferentemente entre los pobres. Una serie de experiencias negativas y la actitud de muchos colegas de profesión, que actuaban sin escrúpulos y proponían arreglos de las causas sin ningún pudor, para embolsar más dinero, le hicieron perder cada vez más el gusto por su profesión y le llevaron a pensar en la vida religiosa. Marcos leyó entonces la obra del jesuita Jerónimo Piatti (+1591) sobre la vida consagrada, pero no se decidió todavía por una Orden religiosa concreta (cartujos, jesuitas o capuchinos), aunque tenía cerca el ejemplo de su hermano Jorge, que se hizo capuchino en 1604 con el nombre de fray Apolinar.

Probablemente en junio de 1612 pidió al ministro provincial de los capuchinos de la provincia de Suiza, Alejandro de Altdorf, que lo admitiera en la Orden. El superior, para probarlo, le hizo esperar y le sugirió que antes se hiciera ordenar sacerdote. Una vez recibida la ordenación sacerdotal y renovada la petición de admisión, el padre Ángel Visconti de Milán lo acogió finalmente en el noviciado de Friburgo de Brisgovia el 4 de octubre de 1612, imponiéndole el nombre de Fidel. Durante el año de prueba, aunque decidido a recuperar los treinta y cuatro años "perdidos", no faltaron sugestiones y fuertes tentaciones de volver al mundo, pero él superó y resistió, con decisión y empeño, a toda clase de dudas. En aquel periodo escribió, únicamente para uso personal, una colección de oraciones y meditaciones, de carácter preferentemente recopilador, que manifiestan el tono afectivo y contemplativo de su espiritualidad, y que fueron parcialmente publicadas más adelante en Friburgo con el título de Exercitia spiritualia seraphicae devotionis (1746 y 1756). Fidel, antes de emitir los votos (4 octubre 1613), redactó su testamento, en el que dejó becas de estudio para jóvenes católicos pobres de la familia Roy o de otros allegados.

Después de un año de formación religiosa en Friburgo, Fidel inició en Constanza los cuatro años de teología bajo la guía del padre Juan Bautista Fromberger, de origen polaco, para terminarlos en 1618 en Frauenfeld. Seguidamente ejerció con gran éxito el ministerio de la predicación en el convento de Altdorf. Ese mismo año (1618) fue nombrado guardián del convento de Rheinfelden. Según la costumbre de entonces, al año siguiente fue trasladado como predicador y probablemente también como guardián, al convento de Felkirch, donde no sólo reconquistó a un cierto número de soldados evangélicos a la fe católica, sino que incluso promovió un proceso judicial contra una señora convertida al luteranismo.

En septiembre de 1620 la obediencia lo llamó a presidir la comunidad capuchina de Friburgo (Suiza), pero en 1621 volvió a la ciudad de Feldkirch. Además del cargo de superior se le confió la asistencia espiritual de la tropa, a la que durante una epidemia de fiebre petequial prestó los más humildes servicios, sin preocuparse del peligro de contagio que aquel servicio conllevaba. Siguiendo a los soldados hacia el cantón de los Grisones, predicó los sermones de Adviento en Marienfeld, consiguiendo para la fe católica al noble Rodolfo de Gugelberg de Malans. Un caso similar de conversión, la del conde Rodolfo Andrés de Salis, en Zizers, al inicio de 1622, revela su método de dirigirse sobre todo a los jefes de los reformados, para acometer, en un segundo momento, el regreso a la fe católica de todo el pueblo. Fidel, para sostener su actividad contra la Reforma, escribió algunos opúsculos apologéticos, que sin él saberlo fueron publicados en la imprenta; pero no se nos ha conservado ningún ejemplar.

Entre febrero y abril de 1622 el santo, por encargo del nuncio y de su ministro provincial, trabajó como misionero apostólico en la región de Prättigau (Pretigovia), dependiente políticamente de Austria, donde la población se había pasado en buena parte a la reforma de Zwinglio. En un periodo de grandes tensiones, agravadas por las injerencias de las potencias europeas extranjeras, como Francia, España y la República de Venecia, el archiduque Leopoldo V de Austria decidió que el ejército ocupara la región, bajo la guía del coronel Luis de Baldirone, provocando la ira del pueblo con una serie de acciones violentas. En medio de esta situación explosiva Fidel continuó exponiendo la fe católica con predicaciones, disputas y coloquios, a pesar de la constante oposición y la cerrazón casi total cuando anunciaba estas iniciativas. Él, conociendo la gran influencia que ejercía la predicación subterránea de los zwinglianos y previendo con claridad su martirio, redactó el llamado "Mandato de punición" o "Los Diez artículos de la religión", con el que, entre otras cosas, la autoridad civil debía prohibir el culto protestante, enviaba al exilio a sus ministros y obligaba a todos los cristianos a participar, los domingos y días festivos, en la predicación católica. En una época en que la libertad de conciencia era tan pisoteada y vituperada sorprende sobremanera el punto sexto, que establecía que nadie podía ser obligado a aceptar la fe católica, a confesarse y a participar en la misa.

La publicación del Mandato, el 19 de abril, fue el detonante de la sublevación general del pueblo. El 23 de abril Fidel celebró la misa y subió al púlpito en la iglesia de Grüsch, donde recibió la invitación para predicar al día siguiente, domingo, 24 de abril, en Seewis. Pero aquella deferencia no era más que un pretexto para eliminar al temible protagonista de la actividad contrarreformista. Mientras comenzaba el sermón (según una tradición él glosaba el pasaje de Ef 4, 5-6), en el auditorio estallaron reacciones muy vivas y violentas, llegando alguno a disparar, pero sin que consiguiera alcanzarlo. Fidel descendió del púlpito, se arrodilló delante del altar mayor y salió de la iglesia por una puerta lateral, camino de Grüsch. Después de recorrer unos pocos metros, se vio rodeado de un grupo de revoltosos que le preguntaron si estaba dispuesto a aceptar su fe. Él respondió que no era ese precisamente el motivo por el que había llegado a aquel valle, sino por la esperanza de que un día hubieran dado adhesión a su fe. Después de unos momentos de incertidumbre, uno de los rebeldes le golpeó la cabeza con la espada. El mártir, cayendo de rodillas con la cabeza cortada exclamó: "¡Jesús, María! ¡Ven en mi auxilio, oh Dios mío!". Sólo un fanatismo enorme y desmesurado explica la inaudita ferocidad con la que los asesinos se ensañaron con su cuerpo con horcas, mazas y palos.

Al día siguiente, fiesta de san Marcos, el sacristán Juan Johanni dio tierra al cadáver. Mientras la cabeza del mártir fue exhumada en octubre de ese mismo año 1622 y trasladada a la iglesia de los capuchinos de Feldkirch, el resto de sus despojos fue enterrado solemnemente el 5 de noviembre del mismo año en la cripta de la catedral de Coira. El 16 de febrero de 1771 su fiesta fue extendida a toda la Iglesia universal. Es patrón de la región de Hohenzollern y de los juristas. Sus atributos, en la iconografía, son la maza, la espada y la palma.

Oktavian Schmucki

inicio

30 de abril
Beato Benito de Urbino

(1560-1625)

Himno

Marcos Passionei (Benito) nació en Urbino el 13 de septiembre de 1560.

El 28 de mayo de 1582 consiguió el doctorado en derecho civil y eclesiástico en la universidad de Perusa.

A finales de mayo de 1585 emitió la profesión religiosa en el convento de Fano, después de haber transcurrido unos trece meses de noviciado.

Unos años después de su ordenación sacerdotal (1590), fue asignado al convento de Ostra, en 1598.

De 1600 a 1602 fue misionero en Bohemia.

De regreso a la provincia, estuvo en Fano el año 1604, en Jesi en 1605, y de 1609 a 1612 en Fossombrone.

El año 1612 predicó en Pésaro, siendo elegido definidor y guardián del convento de esa ciudad.

En 1616 fue nombrado guardián de Cagli, y en 1618 de Fossombrone.

El año 1619 predicó en Urbino y en Génova.

En 1620 fue destinado de nuevo a Cagli y de 1622 a 1623 a Urbino, volviendo a Cagli de 1623 a 1625.

En 1625 comenzó la predicación de la cuaresma en Sassocorvaro, pero no pudo terminarla.

Murió el 30 de abril de 1625 en Fossombrone, adonde había sido trasladado unos días antes.

El proceso de canonización, en su fase ordinaria y apostólica, se inició tardíamente y con mucho retraso, llevándose a cabo de 1792 a 1795 y de 1838 a 1844 respectivamente

El papa Pío IX lo proclamó beato el 10 de febrero de 1867.

Honremos a los santos del Señor. No se puede satisfacer al alma y al cuerpo; como uno de los dos tiene que perder, que pierda, que pierda el cuerpo.

(Beato Benito de Urbino)


NOBLE Y HUMILDE SIERVO

Cuando Gabriel de Modigliana y Buenaventura de Ímola publicaron la obra Leggendario cappuccino (Venecia-Faenza 1767-1789) incluyendo la "Vida de Benito Passionei de Urbino (1560-1625)", todavía no había sido hallado el cuerpo del beato. Los frailes, obedeciendo a la Iglesia que prohibía el culto público de los Siervos de Dios no beatificados, cambiaron secretamente el lugar de su sepultura, concurrido de tal modo por los peregrinos que sólo dos siglos después, en 1792, se logró identificar. Por este motivo los procesos canónicos (ordinario y apostólico), conducentes a la canonización, iniciaron su andadura sólo a finales del siglo XVIII, entre 1793 y 1795 y posteriormente entre 1838 y 1844. Es, en realidad, un caso poco frecuente en la historia de la hagiografía capuchina. Por ello los testimonios recogidos en los volúmenes manuscritos de los procesos sólo tienen valor como certificación de la fama de santidad ininterrumpida, bien sea entre los frailes o entre los fieles. Por otra parte hay que notar que todos ellos aluden a una Vida manuscrita ("recuerdo haber leído en la vida manuscrita... He leído en la Vida conocida por todos" etc.), redactada por el padre Ludovico de Rocca Contrada (+ 1654), justo después de la muerte de Benito de Urbino.

Es este el único y verdadero testimonio coetáneo, de gran valor documental por la seguridad y seriedad que ofrecen las informaciones recogidas de fuentes directas, consultadas con frecuencia personalmente por el autor, que era guardián del convento de S. Juan Bautista de Fossombrone, y que siguió directamente los últimos avatares de su santo hermano, asistiéndolo en el lecho de muerte. Por eso la Vida cuenta con todo detalle la última enfermedad, la agonía y las manifestaciones, un tanto incontroladas, de la piedad popular en torno al cadáver.

Lo que todavía hoy llama la atención es el hecho de ver a un vástago de una de las familias más ricas y nobles de Umbría prestarse para los fatigosos trabajos manuales de los conventos, como si fuera un hermano lego, sensible y lleno de compasión con los pobres, sin hacer distinciones, deseoso de predicar sólo en los pueblos más pequeños y humildes; y todo él desbordante de piedad y devoción, pobreza y penitencia, humildad y simplicidad, verdaderamente como un "clásico" hermano capuchino.

Marcos nació el 13 de septiembre de 1560 en la ciudad ducal de Urbino, y fue el séptimo de los once hijos de la familia de noble linaje de Domingo Passionei y Magdalena Cibo. Todavía muy joven se quedó huérfano, por lo que se estableció en Cagli, donde fue iniciado en las primeras letras en su casa familiar. Posteriormente, cuando contaba diecisiete años, se trasladó a Perusa para continuar sus estudios, y después a Padua, ciudad donde realizó la formación superior, consiguiendo el 28 de mayo de 1582, a los veintidós años, el doctorado en derecho civil y eclesiástico. Con esta preparación fue introducido en la vida de la corte pontificia romana, al servicio del cardenal Pedro Jerónimo Albani, pero ese género de vida le disgustó profundamente.

Marcos Passionei (pues este era su nombre de bautismo) volvió a las Marcas y se estableció en Fossombrone, a donde su familia había trasladado su domicilio por aquellos años. Él, cultivando en su corazón una secreta llamada del Espíritu, aspiraba a la vida humilde y austera de los capuchinos, que habían construido, fuera de la ciudad, un devoto eremitorio en lo alto, sobre el Metauro. Pero no le fue fácil obtener el permiso, bien sea por parte de los familiares que de los mismos frailes, hasta que el nuevo ministro provincial, Jaime de Pietrarubbia, por voluntad del capítulo, lo admitió en el noviciado de Santa Cristina de Fano. Su frágil salud hizo que el noviciado le resultase difícil. En realidad, después de pocos meses se enfermó de tal modo que los superiores le obligaron a dejar Fano y trasladarse al convento de Fossombrone. A los tres meses se pensó en despedirlo, pero su indómita voluntad se impuso al final. Dijo que se había vestido con aquel hábito para vivir y morir como capuchino: "Si lo hubieran expulsado por una puerta, hubiera entrado por otra". Se confió a la oración y obtuvo la gracia de la curación. Así pudo emitir su profesión religiosa a finales del mes de mayo de 1585, con gran consuelo de muchos pobres, que, con esta ocasión, recibieron abundantes y cuantiosas limosnas. En Ancona prosiguió su formación religiosa y teológica, siendo ya en 1590 sacerdote y predicador humilde en diversos conventos, como Fano y Ostra.

En 1600 el ministro general Jerónimo de Castelferretti lo asignó al grupo de misioneros que, bajo la guía de san Lorenzo de Brindis, había sido destinado a sostener la fe católica y a dilatar la Orden en Bohemia. Aunque él no había pedido ir, se dispuso con prontitud para la partida. Hacían falta hombres ejemplares y capaces, y el ministro general, natural de las Marcas como él, y que lo conocía bien, lo retuvo idóneo para una empresa tan difícil. Benito confesaba en una carta estas dificultades. Bajo la guía de san Lorenzo fue muy obediente y tuvo que soportar muchas injurias por parte de los herejes que lo odiaban a muerte. Al finalizar el trienio (1602), fue llamado de nuevo a la provincia, donde recorrió varios conventos como predicador, superior y simple fraile, yendo incluso a pedir limosna tanto por la ciudad como por los pueblos del campo, diciendo: "Es mejor llevar el peso del pan que el de los pecados". Era tan humilde y amante del silencio que parecía ingenuo y poco instruido. Cuando era guardián del convento de Pésaro, el duque de Urbino fue a visitarlo. Benito, acostumbrado a ayudar al cocinero después de la comida, dejó que el ilustre huésped lo esperase hasta que no hubo terminado de ordenar los utensilios de la cocina.

Programaba rígidamente su vida de piedad al ritmo de las horas nocturnas y diurnas de oración, que alargaba más allá de las prácticas devocionales comunitarias. Como lo consignan todos sus biógrafos, su jornada comenzaba con una o dos horas de oración en la iglesia antes del rezo comunitario de los maitines. Acabado el oficio, volvía durante media hora a su celda para descansar parcamente. Después se dirigía de nuevo a la iglesia, donde, siempre de rodillas y con las manos juntas, recitaba el rosario a la Virgen. Posteriormente se disciplinaba y se sumergía en la oración mental hasta el alba. Nunca se cansaba de orar. Todos los días recitaba el oficio de la Virgen, los siete salmos penitenciales, el oficio del Espíritu Santo y de la santa Cruz, y muchos rosarios y padrenuestros. Dedicaba mucho tiempo a la lectura de libros espirituales, a hacer el vía crucis y a visitar el sagrario y el altar de la Virgen. Él, que era tan frágil, flaco y débil parecía que se fortalecía cuando estaba en oración. Si alguna vez llegaba tarde a la meditación, le daba la vuelta al reloj de arena para recuperar el tiempo de oración perdido. En este punto era muy exigente, también con los demás: cuando fue superior jamás dispensó a los frailes de las dos horas de meditación. Fuera del convento también mantenía su estilo rígido y austero.

A Benito le gustaba decir que prefería para sus predicaciones los pueblos con reloj público que daba las horas de día y de noche, porque así podía repartir sus prácticas de piedad y de penitencia como lo hacía en el convento. Benito, enamorado del Crucifijo, de la Pasión, de la Eucaristía y de la Virgen, a la que llamaba dulcemente "mamá", inventaba muchos gestos de amor, como hacer una hora de postración en tierra, su "oración del huerto" con los brazos abiertos y la cara sobre el suelo. La asidua meditación de la Pasión le infundía en el corazón una continua contrición que lo empujaba a confesarse con mucha frecuencia, incluso tres veces por semana, pero sus confesores no hallaban suficiente materia a la hora de concederle la absolución.

Benito era austero y heroico en sus penitencias corporales, y no se concedía nada a sí mismo: macilento y de vista débil, con dolores frecuentes de estómago y cólicos renales que lo ponían frecuentemente al borde de la muerte, "parecía que sostuviera el aliento con los dientes; pero cuando se trataba de hacer ejercicios espirituales parecía un hombre de acero", anota su primer biógrafo. Sus frecuentes salidas para predicar siempre las hacía a pie, debiendo soportar las molestas heridas de sus piernas. A pesar de haber sufrido unas quince operaciones de hernia, nunca estaba quieto y se restablecía siempre con mucho animo.

No le gustaban las grandes ciudades y si alguna vez, raramente, tuvo que predicar en Pésaro (1612), Urbino (1619) y Génova (1619), sus lugares preferidos eran los pequeños pueblos del campo y las aldeas humildes, "pequeños lugarcillos" que con dificultad son nombrados en los mapas comunes. Más de una vez se tomó el trabajo de hacer construir o restaurar iglesias, como en Barchi y en Castelleone. No escribía los sermones, sino que se limitaba a apuntar esquemas breves en pequeños trozos de papel. Su predicación brotaba directamente del corazón, casi como una exhortación humilde hecha para los humildes; pero toda penetrada de la palabra de Dios destinada a sacudir los corazones y a convertirlos. Predicó su última cuaresma en Sassocorvaro.

Durante el viaje, siempre a pie, se tuvo que detener en Urbania por inedia (falta de alimentación). Después de haber predicado diez sermones tuvo que renunciar a seguir. Trasladado a Urbino, y después a Fossombrone, tuvo que sufrir una enésima operación de hernia, que lo llevó al final de la vida. Entonces se hizo colocar un crucifijo sobre una mesita, dirigiendo allí su mirada fijamente y concentrándose en espíritu. Si alguno se interponía entre él y el crucifijo le sugería que se retirara de en medio. De tal modo permaneció en silencio, como si reposara quedamente, que, cuando su vida se apagó como una vela el 30 de abril de 1625, a la luz de la Pasión que quiso se le leyera, los frailes apenas lo advirtieron. Contaba casi 65 años de edad y 41 de vida religiosa.



8 de mayo
Beato Jeremías de Valaquia
(1556-1625)

Himno

Jeremías de Valaquia (Jon Stoika) nació el 29 de junio de 1556 en Tzazo (Rumanía).

A los dieciocho años, en 1574, fue a Italia.

Llegado a Nápoles en 1578, en el mes de mayo tomó el hábito capuchino en el convento de Sessa Aurunca.

El 8 de mayo de 1579 emitió la profesión religiosa.

Desde 1579 a 1584 fue destinado como hermano laico a varios conventos.

En 1585 fue nombrado enfermero de la gran enfermería de los capuchinos en el convento de S. Efrén Nuevo de Nápoles.

Con casi setenta años, a finales de febrero de 1625, el superior lo envió a Torre del Greco para visitar a un enfermo.

A la vuelta, una pleuropulmonitis lo arrancó de esta vida el 5 de marzo de 1625. Fue llorado por todos como una madre.

Inmediatamente, el 20 de septiembre de 1625, se instruyó el proceso.

El Papa Juan XXIII, el 18 de diciembre aprobó la heroicidad de las virtudes.

El Papa Juan Pablo II, el 30 de octubre de 1983 lo proclamó Beato.

Decid el Pater noster porque ésta es la mejor oración que puede hacer un cristiano, porque la ha enseñado Dios a los apóstoles. Amemos a este gran Dios que merece ser amado. No le ofendamos, porque es tan bueno, y tan buen remunerador, porque ha hecho tanto por nosotros. La caridad lo pone todo en su sitio.

(Beato Jeremías de Valaquia)

LA MISERICORDIA DE LA CARIDAD

Jeremías de Valaquia, cuando llegó a Italia, ya estaba avezado en las virtudes evangélicas gracias a los ejemplos y enseñanzas de sus progenitores, tanto de su padre, Stoika Kostist, como especialmente de su madre, Margarita Barbato. Había nacido en Tzazo, un pequeño pueblo de campesinos y pastores de Rumanía, el 29 de junio de 1556. Había sentido una fortísima llamada interior a ir a Italia, "donde estaban los buenos cristianos - así se lo había dicho su madre - y donde los monjes eran todos santos y estaba el Papa, vicario de Cristo". El viaje fue una aventura de duras experiencias. ¿Cómo podía un joven campesino, que no sabía ni leer ni escribir, y conocía sólo el dialecto de su país, aventurarse a un viaje tan largo y arriesgado, sin medios ni programa, y con una separación tan radical de los padres, si no era por una gracia especial del Señor? Él mismo contaba que había sufrido mucho. "Desde su país hasta aquí, había tenido que hacer todos los oficios: ayudar como peón en las fábricas, cavar la tierra, cuidar animales, servir a un médico y a un farmacéutico. Solo había dos oficios que no había hecho nunca: el de paje y el de esbirro".

Llegado a Italia, a Bari, como siervo del célebre médico Pedro Lo Iacono, encontró la más amarga desilusión de su vida. Nada de buenos cristianos. Y había decidido volver a su patria. Pero la providencia quiso que fuera fraile capuchino en Nápoles, donde llegó durante la cuaresma de 1578. Le pareció que los frailes eran "los monjes santos" de los que la había hablado su madre. En el convento de Sessa Aurunca (Caserta) tomó el hábito capuchino con el nombre de fray Jeremías. Después de ejercer varios oficios en conventos como San Efrén Viejo en Nápoles y Pozzuoli, en 1585 fue encargado de asistir a los enfermos en la gran enfermería del convento de San Efrén Nuevo, llamado comúnmente de la Concepción. Aquí permaneció cuarenta años continuos, hasta la muerte, que le llegó el 5 de marzo de 1625.

Durante 46 años de vida religiosa hizo brillar dentro y fuera del convento el carisma sobrenatural de la caridad y los dones del Espíritu Santo, por lo que se solía decir: ¿Quién puede llegar a la caridad de fray Jeremías? Vivió toda la espléndida gama de las virtudes y de las obras de misericordia corporales y espirituales. La visión y dimensión de su vida ha sido la misericordia: Dios es todo misericordia, la Trinidad es misericordia, la Pasión de Cristo y el Cuerpo de Cristo en la Eucaristía son misericordia, la Virgen del manto tachonado de estrellas es madre de misericordia, el universo visible e invisible es un acto continuo de la misericordia divina.

Era analfabeto, pero cuando hablaba era pintoresco, penetrante, sin complejos racionales, inmediato, por lo que "todos daban saltos, escuchándolo con gran gusto". Embebido de misericordia, lo buscaban como consolador de los afligidos, y sabía consolar de verdad. Pero si muchos lo buscaban, él también buscaba a los que sufrían. No hacía distinciones entre ricos y pobres. Pasaba de las casas de los pobres a los palacios de los nobles, acercándose a ellos como la misma sencillez. El enfermo y el que sufría lo atraían como un imán, y lograba consolarlos con su servicio y "con sus palabras simples y espirituales" más que los doctos y los predicadores.

Siempre estaba dispuesto y alegre. Pureza, sencillez y amor eran las fuentes de aquella alegría que irradiaba su rostro. Siempre llevaba algo para dar. Escondía el ansia de padecer y el heroísmo de su penitencia y de su pobreza detrás de un modo de actuar juglaresco, humorístico y alegre. Incluso en el convento estaba como peregrino y forastero, porque no tenía una celda para él, sino que pasaba la noche en las celdas de los enfermos o de otros frailes, y era tan pobre "que no tenía ni para pagar el alquiler de una celda", como él decía.

Todos conocían las "habas de fray Jeremías". Con ellas escondía su continua abstinencia y las llamaba chucherías, y hablaba tan bien ellas que a veces incitaba a personajes notables de la ciudad a pedirle algunas por devoción. Incluso los mismos frailes enfermos, cuando lo veían pasar con sus habas con la vaina, le pedían unas pocas y él las distribuía con mucho gusto. Su caridad la conocían hasta las "piedras del convento". Porque "hacer la caridad - decía - era más que el éxtasis". Y sin embargo él era un orante insomne y un enamorado de la Eucaristía, del Crucificado, de María misericordiosa, a que la tiernamente llamaba mamaíta nuestra".

Se ha hecho famosa la Virgen de fray Jeremías, a la que él una noche, probablemente la vigilia de la Asunción de 1608, vio con su belleza inefable. Pero se dio cuenta de que, a pesar de ser Reina, la Virgen no llevaba la corona sobre su cabeza. Pidió una explicación. Y Ella dijo: "Mi corona es mi Hijo". Esta visión permaneció siempre en el rostro del humilde hermano como una luz que no logró esconder y la confió a su amigo íntimo, fray Pacífico de Salerno. Y así, de amigo en amigo, la noticia se difundió entre los frailes e incluso fuera del convento. La Virgen de fray Jeremías se hizo popular en la ciudad y en el Reino de Nápoles. Un pintor la reprodujo y se hicieron grabados que se multiplicaron entre la gente como si se tratara de un icono.

Esta experiencia mariana encendió aún más la caridad de fray Jeremías hacia todo tipo de sufrimiento, en el que veía el esplendor de aquella corona, es decir, el rostro del Hijo de María. Los pobres eran para él los verdaderos señores a los que había que servir. A ellos había que abrir de par en par las puertas del convento, y también dejar abierta la entrada a la huerta. Pero su desbordante caridad puso a dura prueba los esquemas de la vida conventual: los cocineros, los hortelanos y los limosneros e incluso diversos superiores mostraban su malestar. Pero él, intrépido en el amor, los hacía callar con sencillas palabras a las que no había nada que oponer: "La caridad es para los enfermos necesitados", pues muchas veces lo que recogía de limosna en la ciudad iba a parar a los enfermos o a los pobres que encontraba. También decía: "La avaricia trae carestía", porque los frailes hortelanos, molestos por el va y viene de tantos pobres, habían vallado la huerta. Él sostenía que "a los pobres hay que darles siempre de limosna lo que nos gusta y no lo que nos disgusta; hay que darles lo mejor".

En el convento era incansable de día y de noche. Siempre estaba en movimiento para servir a los enfermos, especialmente a los más desagradables, con una alegría y un gusto indecibles. Eran su paraíso, su diversión, su mejor compañía. Había algunos enfermos repugnantes, deformes, llagados y malolientes y él les servía de día y de noche como si fueran sus hijos, y le parecía estar entre flores y rosas. El mal olor se le cambiaba, como para san Francisco la amargura entre los leprosos, en dulzura del alma y del cuerpo. Le parecía oler el perfume del almizcle, como decía muchas veces, mientras estaba con ellos para consolarlos, sirviéndoles como a niños pequeños, y les daba de comer.

"No se avergonzaba - escribe Francesco Saverio Toppi - de ppedir carne a los carniceros para los enfermos pobres, se las ingeniaba para recoger vestidos para los que no tenían con qué cubrirse, defendía a los servidores maltratados por sus amos, se preocupaba de encontrar un trabajo honrado para los desocupados, buscaba dote para las chicas huérfanas o en peligro, para que se casasen decorosamente, iba a las cárceles para visitar a los detenidos, hacía lo posible para extinguir las enemistades y pacificar los ánimos agitados por el odio... Era una imagen viviente y operante de la misericordia del Señor".

Pero también ayudaba en los trabajos domésticos a los otros frailes para aliviarles el cansancio, siempre dispuesto a lavarles los pies con agua de hierbas aromáticas, a quitarles de la mano la escoba, a lavarles la ropa y el hábito. En el convento se decía que fray Jeremías era la mano derecha de cada fraile. Servir a todos y no ser servido: ésa era su ambición. Por esto podía decir sinceramente esta oración: "Señor, te doy gracias porque siempre he servido y nunca he sido servido, siempre he sido súbdito y nunca he mandado".

Solemos recurrir a la imagen del amor materno. Él servía como una madre a sus hijos. Tanto es así que cuando murió sus enfermos y los otros hermanos lloraron durante mucho tiempo, como si de verdad hubieran perdido a la madre. "Nosotros hemos llorado por él muchas veces, como si hubiese sido nuestra madre". Murió, víctima de caridad y de obediencia, a causa de una visita a un enfermo que estaba en Torre del Greco.

El carisma del verdadero "hermano laico" capuchino brilla en su más límpida luz en este testimonio. Por esto, las deposiciones procesales más frecuentes y significativas provienen de los hermanos laicos que durante los procesos informativo y apostólico fueron muchas veces a contar con clara sencillez sus recuerdos, que todavía se leen con gusto y confortan la vida capuchina inspirándola en cimas más altas, después de que Juan XXIII, el 18 de diciembre de 1959, proclamó la heroicidad de las virtudes del humilde fray Jeremías y Juan Pablo II, el 30 de octubre de 1983 lo elevó al honor de los altares.


11 de mayo
San Ignacio de Láconi
(1701-1781)

Himno


 El 10 de diciembre de 1701 nace Vicente Cadello Peis (Ignacio) en Láconi, diócesis de Oristano (Cerdeña).

El 17 de mayo de 1707 recibe la confirmación, y después la comunión.

El 10 de noviembre de 1721 entra en el convento-noviciado de S. Benito, en Cagliari, y como hermano laico viste el hábito capuchino con el nombre de fray Ignacio.

El 10 de noviembre de 1722 emite la profesión religiosa.

Hasta 1742 está destinado en la cocina y el telar, primero en Iglesias, después en los conventos de S. Benito y Buencamino de Cagliari.

Desde 1742 hasta la muerte es limosnero por toda la ciudad.

El viernes 11 de mayo de 1781 muere en la enfermería del convento de Buencamino de Cagliari.

El 18 de diciembre de 1821 se hace el reconocimiento de sus restos.

La causa se inició el 16 de julio de 1844 y Pío IX declaró la heroicidad de las virtudes el 26 de mayo de 1869.

Pío XII lo declaró Beato el 16 de junio de 1940.

El mismo papa lo inscribió en el catálogo de los Santos el 21 de octubre de 1951.

El 27 de agosto de 1960 se inauguró en Láconi el museo de San Ignacio.

Del 20 al 28 de agosto de 1976 la urna del santo recorrió en peregrinación toda Cerdeña.

Tened confianza en Dios. Antes morir que perder la fe. Doy gracias de Dios por haber nacido de padres católicos y haber aprendido de ellos las máximas de la santa fe. Doy gracias a Dios que me ha llamado a la fe en el santo bautismo y a la religión en esta Orden de San Francisco. Quisiera que todo el mundo fuese católico y se convirtiese a la adoración del verdadero Dios Creador y Redentor.

(San Ignacio de Láconi)

UNA ALFORJA DE SABIDURÍA

Viernes 11 de mayo de 1781. A las tres de la tarde, la campana del convento de Buencamino, después del anuncio de la agonía del Señor, señala la muerte de uno de los religiosos. La noticia se esparce rápidamente por las callejuelas de la ciudad; corre veloz porque el nombre de fray Ignacio, el religioso difunto, está en los labios de todos. Se desata entonces una rivalidad singular entre los de Cagliari, pues todos quieren ser los primeros en llegar al convento para rendir homenaje al hermano. Una procesión interminable pasa ante el cadáver. Después de la obligada interrupción de la noche, al día siguiente continúa con una afluencia aún mayor.

Impresionante. No era fácil ver una multitud semejante, en la que estuviesen unidos los sencillos del pueblo y los poderosos. Hasta el virrey de Cerdeña, acompañado por el vicario general de la diócesis, se detuvo ante el cadáver. Dos días después, el domingo, la misa exequial, que fue una verdadera fiesta, selló definitivamente el afecto de la ciudad por su "santo" (esa era la opinión de la gente). Y sin embargo, la historia de fray Ignacio había sido de lo más normal. Incluso los milagros, tan abundantemente testificados en los procesos canónicos, eran algo que se daba casi por supuesto, ordinario, como una manifestación natural de una existencia más angélica que humana.

Había nacido en Láconi, en la ladera meridional de la región montañosa sarda, un pequeño satélite de la órbita de Cagliari, en diciembre de 1701. Sus padres eran Matías Cadello y Ana María Sanna, y se daba por supuesto que sería campesino como sus padres. ¿Hubiera podido ser distinto en una región aislada y poco abierta a las novedades? Si pensamos que en siete años, entre 1713 y 1720, durante la adolescencia y la primera juventud de Ignacio, Cerdeña cambió tres veces de gobierno, pasando, después de cuatro siglos de gobierno español, primero a Austria, para volver a España y acabar finalmente en la casa de Saboya, sin que los sardos se diesen cuenta de todo aquel vaivén de gobiernos, comprendemos que la vida en la isla transcurriese sobre sus propios raíles, asentada en leyes que no eran las que el derecho de las monarquía europeas había codificado.

Sus familiares le transmitieron la semilla evangélica, hasta el punto de que, cuando era niño, sus paisanos le dieron el sobrenombre de lu santuxeddu, el santito: nunca a la escuela, ni aprendió a escribir, pero todos los días iba a misa, que entonces se celebraba antes del alba, y hacía de monaguillo. Antes de cumplir los siete años, según la costumbre del tiempo, recibió la confirmación, el 17 de mayo de 1701, de manos del arzobispo de Oristano, monseñor Francisco Masones y Nin. El santito se mantuvo tal, si hemos de creer a los testimonios, incluso en la edad, delicada y difícil, de la adolescencia y de la primera juventud; y así lo consideraban cuando, a los dieciocho años, una enfermedad lo postró durante mucho tiempo en la cama y lo puso al borde de la muerte. En aquella ocasión prometió a Dios que, si sobrevivía, se haría franciscano.

Vicente curó, pero no mantuvo su voto. Nunca sabremos con certeza los motivos que le llevaron a olvidar la promesa que había hecho. Es inútil, pues, cualquier intento de explicación, que estaría fundado solamente sobre conjeturas hipotéticas. Es verdad, en efecto, que muchas veces "el pasado queda oscuro, y misterioso lo que alberga el ánimo humano" (P. Golinelli). Y es verdad también que Vicente pareció olvidar, por algún tiempo, no solo la promesa que había hecho, sino también el anterior fervor religioso, volcado más bien en descubrir las alegrías de la juventud. Pero si él había olvidado el voto hecho a Dios, Dios no se había olvidado de él. Una mañana del otoño de 1721, mientras se dirigía a caballo hacia el altiplano de Sarcidano, estuvo a punto de sobrevenir la tragedia: el animal emprendió de improviso una carrera loca y Vicente, que había perdido el control, miraba con temor el precipicio que se abría junto al sendero, creyendo que antes o después iría a parar al fondo. Cuando se había convencido de que había llegado su hora, el caballo se paró en seco, dejando al joven exhausto y bañado en sudor, pálido por el miedo. Entonces, mientras suspiraba aliviado, Vicente recordó el voto que había hecho y no había cumplido. En aquel momento decidió cumplirlo.

A primeros de noviembre de aquel año de 1721 Vicente llegó, acompañado por su padre, al convento de Buencamino de Cagliari, y se presentó al Provincial de los Capuchinos, pidiéndole ser admitido en la Orden. Ocurrió lo que quizá no había previsto, porque lo rechazaron: una salud como la suya, más bien débil, no le iba a permitir superar las austeridades propias de una vida de hermano laico. Vicente y Matías fueron entonces a visitar al marqués de Láconi, Gabriel Aymerich, para que intercediese a favor del joven. Gracias a sus buenos oficios, Láconi tuvo un campesino menos y el pueblo sardo un santo más. El 10 de noviembre Vicente vestía el hábito capuchino con el nombre de Ignacio, e iniciaba el año de noviciado, superado no sin dificultades: el último escrutinio lo superó con un solo voto (seis favorables y cuatro contrarios), pero fue suficiente para admitirlo a la profesión, que emitió el 10 de noviembre del año siguiente, 1722.

Los veinte años que siguieron están envueltos en un silencio difícil de penetrar: los testimonios de este largo período son pocos y contradictorios. Probablemente estuvo primero en Iglesias y después en Domusnovas (pero es posible que fuera al revés), donde se le confiaron diversos trabajos, porque no lograba mantenerse por mucho tiempo en ningún encargo. Llegó a Cagliari hacia 1742, y desde entonces hasta la muerte recorrió las calles de la ciudad con la alforja a la espalda. Aprendió a conocer las piedras y los rostros de las personas de Cagliari; entró en todas las casas, en las de los pobres y en las de los ricos, pidiendo pan y ofreciendo otro pan, el del Evangelio, que anunciaba de modo sencillo y eficaz, sobre todo a los niños y a los pobres, que se sentían acogidos y amados, comprendidos y defendidos por él.

Tanto es así que es famosa la lección que fray Ignacio dio a Joaquín Franchino, un comerciante que se había enriquecido desangrando a los pobres, y le gustaba la ostentación, deseando aparecer incluso como bienhechor, pero el fraile se guardaba mucho de llamar a la puerta de su casa. El especulador se quejó al guardián, que ordenó a fray Ignacio pasar por casa de Franchino cuando saliese a la limosna. El fraile, posiblemente a su pesar, obedeció, pero cuando acababa de salir de la casa del rico usurero, comenzó a manar sangre de la alforja, llena de una abundante limosna: un reguero que iba de la ciudad hasta el convento. Cuando depositó aquella alforja a los pies del guardián, éste, horrorizado, pidió explicaciones. "Padre - dijo fray Ignacio -, ¡es la sangre de los pobres". Y no dijo nada más y nada más le preguntó el superior, porque estaba dicho todo.

Alrededor de aquel fraile bueno, amigo de los niños y cercano a los que sufrían, que sabía escrutar los corazones, que dominaba su cuerpo con una dura penitencia y que había recibido de Dios el don de los milagros y la previdencia, floreció muy pronto la leyenda. Se convirtió en una parte importante de Cagliari, e incluso los grandes personajes se le acercaban para pedirle consejo e intercesión. Los milagros están testificados con tanta abundancia en los procesos, que podría parecernos incluso molesto de no tener un testimonio nada sospechoso, debido a un pastor protestante que no tenía ninguna intención de favorecer la canonización del fraile. José Fuos, que había llegado a Cagliari en 1773 como capellán de un regimiento alemán, permaneció allí algunos años. En 1780 publicó en Lipsia un libro (Cerdeña en 1773-1776, en alemán) con las cartas que había escrito en aquellos años: "Veíamos - escribía el pastor en una de ellas - todos los días pedir limosna por la ciudad a un santo viviente [...]. Él puede hacer que vayan detrás de él quesos enteros, cuando cruelmente le niegan un pedazo. Si un acaparador de trigo le da pan como limosna, brota la sangre; si un burlón le ofrece llenar de aceite su saco de tela, él lo lleva a casa sin perder ni una gota. Incluso las damas jóvenes cuando están de parto le piden ayuda para tener un alumbramiento feliz, y su confianza en él es muy profunda y nada sospechosa, porque peina canas y está con un pie en la tumba".

La escritora y premio nobel Gracia Deledda, retomando las afirmaciones de uno de los biógrafos del santo fraile, subrayaba que él "no ha escrito una línea, porque era analfabeto, no ha dejado una doctrina, porque no era filósofo, no ha fundado ninguna Orden, porque no era hombre de iniciativas geniales y valerosas. Un pobre fraile limosnero era fray Ignacio, el siervo de todos, el último de los últimos; y sin embargo fue el hombre más famoso del siglo XVIII en Cerdeña". Y continuaba Deledda recordando una estampa característica que "nos lo presenta ya viejo, quizá ya ciego, con el Rosario, el bastón, la barba hirsuta, su rostro oscuro y chato: nada tiene de seráfico, pero es el antiguo pastor sardo, en cuya alforja es esconde un tesoro de sabiduría y de virtud". Esa sabiduría y esa virtud que aún hoy nos encantan.

Felice Accrocca
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12 de mayo
San Leopoldo Mandic
(1866-1942)

Himno

Bogdan (Adeodato) Juan nace el 12 de mayo de 1866 en Herzeg Novi (Castelnovo), en Dalmacia.

El 2 de mayo de 1884 viste el hábito capuchino en Bassano del Grappa (Vicenza).

El 18 de junio de 1887 siente por primera vez la voz de Dios, que lo llama a promover la vuelta de los disidentes orientales a la unidad católica.

Emite la profesión solemne en Padua el 28 de octubre de 1888.

Es consagrado sacerdote en Venecia el 20 de septiembre de 1890.

Después de residir en varios conventos (Zara, Bassano del Grappa, Capodistria, Thiene) desde el 25 de abril de 1909 hasta la muerte es confesor en Padua.

Desde el 30 de julio de 1917 hasta mayo de 1918 se exilia voluntariamente en Tora (Caserta), Nola (Nápoles) y Arienzo (Caserta).

Desde el 16 de octubre al 11 de noviembre de 1923 es trasladado provisionalmente a Fiume d'Istria.

En julio de 1934 va a Lourdes y el 22 de septiembre de 1940 celebra sus bodas de oro sacerdotales.

El 30 de julio de 1942, a las 6,30 h., muere en Padua.

Su celda-confesonario queda en pie después del bombardeo del 14 de mayo de 1944.

Pablo VI lo declaró Beato el 2 de mayo de 1976.

Juan Pablo II lo proclamó Santo el 16 de octubre de 1983.

Toda la razón de mi vida debe ser este designio divino, es decir, que también yo, a mi manera, contribuya algo para que un día, según el orden de la divina Sabiduría, que todo lo dispone con fuerza y suavidad, los Disidentes orientales vuelvan a la unidad católica. Debo estar siempre dispuesto a trabajar. Nosotros hemos nacido para la fatiga y descansaremos en el paraíso. Estoy llamado a la salvación de mi gente, es decir, de los pueblos eslavos, y al mismo tiempo estoy llamado a la salvación de las almas especialmente en la administración del sacramento de la penitencia.

(San Leopoldo Mandic)

ECUMENISMO Y RECONCILIACIÓN

Los santos consagran el lugar en el que han vivido. Como Francisco Asís sus eremitorios, Antonio Padua, Juan María Vianney Ars, Pío de Pietrelcina San Giovanni Rotondo. Pero en Padua no solo la basílica del "Santo", sino también una celdilla-confesonario del convento de los capuchinos de la plaza de la Santa Cruz se ha convertido en centro de atracción. Aquí ha escuchado San Leopoldo Mandic las humildes historias del pecado durante más de treinta años. Este "lugarcillo" quedó en pie después de la incursión aérea del 14 de mayo de 1944, como el pequeño capuchino había previsto: "La iglesia y el convento quedarán destruidos por las bombas, pero no esta celdilla. Aquí Dios ha tenido tanta misericordia de las almas: debe quedar como un monumento a su bondad". Toda la vida del santo "confesor" está encerrada en esos pocos metros cuadrados. Pero no es fácil contarla, porque es demasiado simple, escondida para la sabiduría del mundo.

Nació el 12 de mayo de 1866 en Herzog Novi, es decir, Castelnovo, en Dalmacia, al comienzo de las Bocas de Cattaro, en el Adriático; era el último de doce hijos, y fue bautizado el 13 de junio con el nombre de Bogdan (Adeodato). Su padre, Pedro Mandic, pescador y comerciante, se había casado con Carlota Zarevic; ambos eran fervientes católicos. El recuerdo de su madre le venía con frecuencia: "Era de una piedad extraordinaria. A ella le debo de modo especial lo que soy". Muchacho reflexivo, recogido, muy inteligente, pasaba su tiempo entre la casa, la iglesia y la escuela. A los dieciséis años, el 16 de noviembre de 1882, entró en el seminario de los capuchinos de Udine.

La vocación capuchina de Adeodato nacía de un fuerte impulso apostólico. Se iba porque quería volver como misionero entre los suyos. Además, las celebraciones franciscanas promovidas por el papa León XIII impulsaban también al apostolado activo. Durante los dos años que pasó en Udine trató de corregir, con el silencio y el autocontrol, su defecto de pronunciación, un terrible escollo que lo bloqueaba en su deseo de comunicarse, avivado por su carácter cordial y extrovertido. Se reveló en seguida como un modelo en todo. El año de prueba lo pasó en Bassano del Grapa (Vicenza), en donde, junto con el hábito capuchino recibió el nombre de fray Leopoldo, el 2 de mayo de 1884. Después pasó a Padua para el trienio filosófico, desde 1885 hasta 1888. El 18 de junio de 1887 - como él mismo dejó escrito - oyó por vez primera la voz de Dios que le hablaba del retorno de los disidentes orientales a la unidad católica. Ésta es la orientación fundamental de su vida, el estribillo de sus aspiraciones, la razón de ser de su misión.

En otoño de 1888 se trasladó al convento del Redentor, en la isla veneciana de la Giudecca, para cursar los dos años de teología, al término de los cuales fue consagrado sacerdote, el 20 de septiembre de 1890, en la iglesia de la Salud. Su sueño misionero le parecía que estaba cada vez más cerca. Inmediatamente pidió a los superiores ser enviado como misionero a Oriente. La respuesta fue negativa. Tenía muy poca facilidad de palabra y los superiores no lo consideraron apto. También rechazaron ulteriores peticiones en este sentido. Él se replegó en el silencio de la obediencia, en el misterio de la oración por la unidad, en la penumbra del confesonario. Un campo misionero, más extenso que las tierras de Oriente, se abría misteriosamente ante el pequeño fraile. Su misa cotidiana, vivida con intención ecuménica, profundizaba la luz de su vocación, que después de desplegaba en el confesonario de modo penetrante y sabio.

Durante los siete años que permaneció en Venecia, con su afán ecuménico siempre presente, a pesar de ser tan pequeño y casi desgarbado en su sayal, se había convertido en punto de referencia, un verdadero maestro espiritual dotado de particulares carismas espirituales. Una pequeña pausa en el pequeño hospicio de Zara durante tres años le pareció que le acercaba a su ideal ecuménico. A pesar de no tener una actividad directa, debió sentirse a gusto, cerca de su gente. Después lo llamaron de nuevo a Italia, a Bassano, donde estuvo un quinquenio dedicado enteramente al confesonario, a la oración y al estudio de sus predilectos Santo Tomás y San Agustín.

En 1905, por un año, fue enviado al convento de Capodistria como vicario. Llamado de nuevo a Italia, estuvo tres años en Thiene (Vicenza), en el santuario de la Virgen del Olmo. Aquí animaba a los grupos de terciarios franciscanos, y estaba muchas horas durante la noche en oración, que intensificó después de que tres jóvenes obreras se burlaron de él, por lo que le exoneraron del ejercicio de la confesión. Le parecía que todo se hundía: su vocación oriental, el deseo de un apostolado activo, los servicios de utilidad común. Él era un pequeño fraile, que solo valía para confesar. E incluso de esto le privaban. Fue un anonadamiento de sí mismo y un abandono místico en la oración que lo afligió y al mismo tiempo lo exaltó.

Trasladado a Padua en 1909, los superiores le confiaron la dirección de los estudiantes y la enseñanza de la patrología. Un nuevo ardor apostólico le llevó a querer dedicarse a la predicación, alimentada por sus lecturas y por la enseñanza, y quedaba turbado cuando se enteraba de que muchos sacerdotes y religiosos hacían gala de erudición profana en la predicación. A pesar de no tener el don de la palabra por el defecto de la tartamudez, sabía infundir en los otros el amor a la predicación basada en el Evangelio. Este período marcado por los estudios y la enseñanza en Padua representó la culminación dramática de su vocación misionera y ecuménica, transformada en ofrecimiento heroico de sí como holocausto y víctima. En enero de 1911 escribía a su director espiritual, que le respondió: "Esté seguro de que esta actitud de orante y de víctima ante el Padre de todos será muy útil a los pueblos disidentes". El 19 de noviembre de 1912 se ofreció víctima por sus propios estudiantes.

Estos actos heroicos representan el cambio decisivo de su vida, el inicio de una nueva dimensión espiritual. El Padre Leopoldo ha elegido un estado permanente de víctima, en la obediencia radical que asume los tonos de la dura obediencia ignaciana y de la mística del anonadamiento sufrido con toda la riqueza de su fuerte humanidad dálmata. Tenía entonces cuarenta y siete años. Fue duro para él sustituir los sueños de apostolado misionero por los padecimientos aceptados en unión con Cristo y San Francisco. Como escribe un biógrafo, "en todo lo que podía ofrecer de sí mismo - físicamente, existencialmente - sustituía a los alumnos, a los penitentes, a los amigos. Su vida entera quedaba comprometida: comprometida porque la había entregado".

Exonerado de la dirección de los estudiantes en 1914, su vida sucesiva iba a ser un martirio de confesión, crucificada en el confesonario. Pero su corazón estuvo siempre en Oriente. Por eso rechazó siempre la ciudadanía italiana, por lo que durante la primera guerra mundial fue desterrado y durante 1917-1918 tuvo que ir de convento en convento por la Italia del sur por ser ciudadano del impero habsbúrgico, que entonces estaba en guerra con Italia. Cuando en 1923 Istria y Cuarnaro fueron anexionados a Italia, el padre Leopoldo fue destinado como confesor a Zara. Lo invadió una alegría inmensa. Quizá había llegado la ocasión. Se trasladó en seguida a su nuevo destino, pero poco después, el 16 de noviembre, lo llamaron de nuevo a Padua. Su inesperada partida había agitado a un numeroso grupo de penitentes, que se quejaron al obispo Elías Dalla Costa. Odorico de Pordenone, ministro provincial, se vio obligado a llamar de nuevo al pequeño fraile. Él continuó su silencioso martirio, dulcificado solo en 1924 por un curso de lengua croata tenido en Venecia para los jóvenes frailes. Tenía la esperanza, por lo menos, de preparar un grupo de misioneros para Oriente, porque daba a su enseñanza una finalidad apostólica. Tenía cincuenta y cinco años. El 13 de noviembre de 1927 escribió en un folleto una vez más un voto por el retorno de los disidentes orientales a la unidad católica.

Todos concurrían a su confesonario, pequeños y grandes, doctos y sencillos, religiosos, sacerdotes, clérigos y laicos. Encerrado en un cuartito de dos metros por tres, con una ventanita que malamente protegía de las inclemencias y que daba a un patiecillo estrecho y poco ventilado, el padre Leopoldo ejerció hasta la muerte el ministerio de la reconciliación y de la misericordia. Su Oriente fue cada alma que se acercaba a pedir su ayuda espiritual. Él mismo escribía el 13 de enero de 1941: "Cualquier alma que tenga necesidad de mi ministerio será para mí un Oriente". Confesaba de diez a doce horas al día, sin preocuparse del frío, del calor, del cansancio, de las enfermedades. "Esté tranquilo - decía a sus penitentes - póngalo todo sobre mis espaldas, que ya me ocuparé yo", y hacía sacrificios, oraciones, velas nocturnas, ayunos, disciplinas sangrientas. Acogía con alegría al penitente, es más, le daba gracias y hubiera querido abrazarlo. Una vez escuchó de rodillas a un penitente que por equivocación, al entrar en su celdilla, se había sentado sobre la butaquita.

Lo tacharon de laxo, de "manga larga", y tuvo muchas dificultades. Pero él, mirando al Crucifijo, respondía con maravillosa experiencia de la misericordia de Dios: "Si el Crucifijo me hubiese que reprochar la manga larga respondería: Este triste ejemplo, Padre bendito, me lo habéis dado vos; yo todavía no he llegado a la locura de morir por las almas". Pero la historia de su confesonario iba a ser un poema magnífico, una cascada gozosa de carismas y gracias y milagros que sería demasiado largo referir. La víctima estaba preparada para el sacrificio.

A finales de otoño de 1940 su salud se resintió y fue empeorando cada vez más. A comienzos de abril de 1942 fue ingresado en el hospital. No sabía que tenía un tumor en el esófago. Continuó confesando en el convento. Pero tenía miedo de la muerte y el dolor lo estaba consumiendo. El 29 de julio de 1942 confesó sin concederse descanso y después pasó toda la noche en oración. Por la mañana del 30 de julio, cuando se preparaba para la misa, se desvaneció. Llevado a la cama, recibió la unción de los enfermos y, al acabar las últimas palabras de la Salve Regina, levantando las manos hacia lo alto, como si fuese hacia algo, como transfigurado, expiró. Toda la ciudad de Padua se agolpó alrededor de su cadáver y su funeral fue un triunfo. Treinta y cuatro años después Pablo VI lo declaró Beato el 2 de mayo de 1976, y el 16 de octubre de 1983 Juan Pablo II lo proclamó Santo.

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18 de mayo
San Félix de Cantalicio
 
(1515-1587)

Himno

Félix Porri nace en Cantalicio (Rieti) hacia 1515.

Vistió el hábito capuchino a finales de 1543 o principios de 1544 en el convento de Anticoli de Campagna (hoy Fiuggi).

El 18 de mayo de 1545 emitió la profesión religiosa en el convento de Monte San Juan.

Desde 1545 hasta1547 estuvo destinado en los conventos de Anticoli, Monte San Juan, Tívoli y Palanzana (Viterbo).

Desde 1547 hasta su muerte residió como limosnero de ciudad en el convento de S. Niccoló de Portiis de Roma.

Hasta 1572 es limosnero de pan, después de vino y aceite.

El 30 de abril de 1587 cae enfermo.

El 18 de mayo de 1587 muere.

Sixto V ordena instruir inmediatamente el proceso, que fue terminado entre el 10 de junio y el 10 de noviembre de 1587.

Nuevo proceso canónico entre 1614 y 1616.

Urbano VII lo declara beato el 1 de octubre de 1625.

El 27 de abril de 1631 el cuerpo del Beato Félix es trasladado desde la iglesia de S. Niccoló al nuevo convento de la Inmaculada Concepción.

Clemente XI lo inscribe en el catálogo de los santos el 22 de mayo de 1712.

"Oh dulce amor, Jesús, sobre todo amor, / escríbeme en el corazón cuánto me amaste. / Jesús, tú me creaste, / para que yo te amase". - "Jesús, Jesús, Jes&uacutte;s, / toma mi corazón / y no me lo devuelvas más". - "Oh Jesús, Jesús, / hijito de María, / quien te poseyese / cuánto bien tendría". - "A quien abraza bien la cruz / Jesucriisto le socorre / y el paraíso obtiene / y la gloria eternal". - "En esta tierra nuestra / ha nacido una rosa, / una bella Virgen, / que es Madre de Dios". - "Cruz de Cristo en mi frente, / palabras de Cristo en mi boca, / amor de Cristo en mi corazón: / me encomiendo a Jesucristo / y a su dulce Madre María".

(San Félix de Cantalicio)

EL SANTO DE LAS CALLES DE ROMA

El 22 de mayo de 1712 el Papa Clemente XI elevó al honor de los altares a los santos Pío V, Andrés Avellino, Félix de Cantalicio y Catalina de Bolonia: un papa, un sacerdote, un hermano lego y una monja, que habían vivido todos en el período histórico caracterizado por el gran movimiento de restauración católica, antes, durante y después del concilio de Trento.

Los cuatro son "religiosos" (un dominico, un teatino, un capuchino y una clarisa), como subrayando la aportación que las Órdenes religiosas, antiguas y modernas, dieron a la renovación de la Iglesia. Una aportación en distintos niveles: desde la cátedra de Pedro (Pío V), pasando por el formador de un clero nuevo (Andrés Avellino), y el que edifica al prójimo con la humildad y la piedad (Félix), hasta el silencio orante de un monasterio (Catalina). Consciente o no, al canonizarlos juntos, Clemente XI presentó, en una síntesis maravillosa, cuatro típicos representantes de los que habían llevado a la práctica la renovación de la Iglesia.

Entre ellos está la humilde y emblemática figura de Félix de Cantalicio, elevado también a la cima de la gran historia de la Iglesia.

Nacido en el minúsculo centro agrícola de Cantalicio (Rieti) hacia 1515, Félix Porro entró en los capuchinos entre el fin de 1543 y el comienzo de 1544 y, después de transcurrido el año de noviciado en el convento de Anticoli de Campagna (la actual Fiuggi), el 18 de mayo de 1545 emitió la profesión de los votos religiosos en el conventito de Monte San Juan, donde aún se conserva su testamento, redactado el 12 de abril de 1545.

Pertenece, pues, a la primera generación de capuchinos, a los que llegó no desde la familia de los Observantes o de otra Orden religiosa, sino del "siglo". Se hizo fraile inmediatamente después de la triste defección de Bernardino Ochino (ocurrida el mes de agosto de 1542), cuando los pobres capuchinos eran acusados públicamente de herejía, y todo hacía sospechar que debían ser suprimidos.

No obstante, por las palabras del mismo fray Félix, podemos saber lo que, en aquellas tristísimas circunstancias, pensaba el pueblo cristiano - no los perseguidores ni algunos empleados de la curia romana - de la vida y la religiosidad de los capuchinos. En efecto, a un primo agustino, que lo animaba para que lo siguiera en su Orden, Félix respondió que, si no se podía hacer capuchino, prefería quedarse en el siglo. Por eso cabe deducir que, a pesar de las persecuciones y las calumnias, la Reforma capuchina era muy querida.

Parece superflua la insistencia en recordar toda la serie de anécdotas pintorescas que caracterizan la vida de fray Félix. Entre ellas hay que enumerar los encuentros y el intercambio de dichos ingeniosos con Sixto V, San Felipe Neri, el futuro cardenal César Baronio, con San Carlos Borromeo, los alumnos del Colegio Germánico o las damas de la nobleza romana, a cuyas puertas llamaba para pedir limosna. Son cosas más que sabidas, como también son conocidas las cancioncillas que él cantaba por las casas y por las calles de Roma, sus reconvenciones a prepotentes y pecadores, las profecías y los milagros que refirieron los testigos con ocasión de los procesos canónicos y que Sixto V, queriendo apresurar su canonización, decía estar dispuesto a confirmarlos con juramento.

Hay que subrayar, de todos modos, que sobre las cosas maravillosas atribuidas a fray Félix mientras vivía, los testimonios son casi todos de fuera de la Orden capuchina. Los frailes, o las ignoraban, o no juzgaron oportuno contarlas.

Pero si de la vida de fray Félix se quitan las anécdotas, los dichos ingenuos y sabrosos, los milagros y las profecías, queda muy poco que contar. Él, después de pasar los primeros años cuatro años de su vida religiosa en los conventos de Anticoli, Monte San Juan, Tívoli y Palanzana (Viterbo), durante el resto de sus días moró en Roma (1547-1587), donde diariamente pidió limosna primero de pan (hasta 1572) y después, hasta la muerte, el vino y el aceite para sus frailes. Los capuchinos que vivieron codo a codo con él lo consideraban un buen religioso, como tantos otros, y por eso se admiraron mucho al ver la interminable procesión de personas que acudieron a venerar su cadáver y que - junto a hombres y mujeres de la nobleza romana, a cardenales y al mismo Sixto V - proclamaba sus milagros y su santidad.

En los primeros procesos los frailes se limitaron a contar cómo fray Félix empleaba su tiempo en la vida de cada día. Por eso conocemos hoy lo que él hacia en cada momento de su laboriosísima jornada: cuándo oraba (de día y de noche), se flagelaba, iba a la limosna, daba consejos, visitaba a los enfermos en el convento y fuera de él, hacía toscas crucecitas para los devotos que se las pedían.

Por eso, en los procesos antiguos se narran poquísimos milagros. Abundan más bien en describir la vida cotidiana de Félix, que por lo demás, con las debidas excepciones, era el modo de vida de los capuchinos en la segunda mitad del siglo XVI. Todos pueden darse cuenta repasando el índice de cosas, lugares y personas de la edición crítica de los procesos de beatificación y canonización de fray Félix, en los que veinte densas columnas se refieren al santo.

Se nos ha transmitido así la imagen de un modelo de la vida capuchina, de modo concreto y detallado. Fray Félix encarnó a la perfección lo que las constituciones prescribían, no servilmente, sino en la libertad de su carisma. Y por eso mismo se convirtió en un modelo a imitar, y de hecho ha sido imitado.

Cuando estaba vivo, fray Félix había enseñado a algunos frailes - con maneras no siempre corteses y dulces - a rezar y a ir a la limosna. Después de su muerte se convirtió en un modelo para muchos. Los testigos que en 1587 habían referido su vida y sus virtudes, en los procesos celebrados a distancia de veinte o treinta años contaron cosas maravillosas que en 1587 habían callado. ¿Cómo es posible? ¿Inventaron fábulas? No, sino que, con el correr de los años, habían comprendido mejor el significado de una vida que, mientras transcurrió ante sus ojos, les había parecido del todo normal y en absoluto diversa de la de tantos otros frailes.

Aunque relegado al último lugar, fray Félix había vivido durante cuarenta años en Roma, en el convento principal de la Orden, sede del vicario general. Lo habían conocido tantos frailes ilustres, especialmente con ocasión de los capítulos generales. Bernardino de Colpetrazzo señala que, en el capítulo de 1587, debido a los acontecimientos que siguieron a la muerte de fray Félix, los frailes capitulares dejaron de lado casi del todo los sermones que solían hacerse en dicha ocasión, porque fray Félix había predicado más que suficiente con su santa muerte. Fueron precisamente los capitulares los que dieron a conocer en las diversas provincias las cosas maravillosas que entonces sucedieron. Inmediatamente se distribuyeron "vidas" e imágenes de Félix, y más tarde fueron festejadas solemnemente en todas partes su beatificación (1626) y su canonización (1712).

En el grupo de frailes que han de ser tenidos como padres de la Reforma capuchina, fray Félix es probablemente el que sigue a Bernardino de Asti, que lo había acogido en 1543/44 siendo guardián del convento de Roma. Sería necesario tratar de conocer mejor el influjo (no oficial, sino carismático y real) que ejerció en la vida y la historia de la Orden capuchina, en el fecundo campo de la perfección religiosa y de la santidad. Ciertamente no faltan indicios para descubrir los canales y las formas de dicho influjo. Baste recordar la amplísima difusión de sus estampas ("Pictura est laicorum litteratura", y no solo de los iletrados), de sus "vidas", de las reliquias, del culto, de determinadas fórmulas de oración y, lo que es más importante, del afán de imitarlo especialmente por parte de los hermanos laicos capuchinos, algunos de los cuales están inscritos en el catálogo de los beatos y de los santos. Se ha comprobado que, entre los capuchinos, fray Félix fue el santo más amado e imitado. Una muestra de ello se puede encontrar incluso en el gran número de frailes que, al entrar en religión, tomaron el nombre de Félix. Así, en 1650, entre los casi 11.000 capuchinos de Italia, 277 se llamaban Félix y, hasta 1966, el Necrologio de la provincia Romana registra 217 frailes que llevaron el mismo nombre.

Pero quizá el influjo ejercido por Félix fue más profundo y vasto de lo que se puede imaginar. Por ejemplo, en la Orden capuchina no hay trazas de ninguna clase de la clericalización que, pocos años después de la muerte de San Francisco, se radicalizó entre los frailes Menores. Además, incluso contra las puntillosas opciones de la Iglesia postridentina, la Orden capuchina siempre reivindicó los mismos derechos para los laicos y para los clérigos. En esta peculiaridad difícilmente pudo ser indiferente el papel de fray Félix, el primero que honró a la Orden con la nobleza de la santidad y que, en el noviciado de Anticoli de Campagna, tuvo como maestro a fray Bonifacio, un capuchino no clérigo.

En 1537, precisamente en el convento de Anticoli, había muerto Francisco Tittelmans de Hasselt, siendo vicario de la provincia de Roma, mientras estaba de visita canónica. Desde un punto de vista humano, su muerte prematura fue una tragedia para la joven familia capuchina, de la que él era una de las columnas. Pero, a los pocos años, en el mismo lugar en el que el doctísimo Tittelmans había muerto, daba sus primeros pasos en la palestra de la vida religiosa el "inculto" Félix. A pesar de su diversidad - Tittelmans gran profesor, Félix un laico iletrado - ambos tuvieron en común el amor por el trabajo manual, por la contemplación, por una rígida observancia de la Regla, per la humildad y el cuidado de los enfermos. Pero, a diferencia de Tittelmans, Félix tuvo tiempo de encarnar un perfecto modelo de vida capuchina marcado por esas opciones. Y su ejemplo ha creado escuela.

Mariano D'Alatri

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19 de mayo
San Crispín de Viterbo
(1668-1750)

Himno

Pedro Fioretti (Crispín) nació en Viterbo el 13 de noviembre de 1668.

Hasta los 25 años estuvo en el taller de su tío zapatero.

El 22 de julio de 1693 vistió el hábito capuchino en .el convento de la Palanzana en Viterbo como hermano laico.

El 22 de julio de 1694 emitió la profesión de los votos.

Desde 1694 hasta el mes de abril de 1697 reside en el convento de Tolfa.

Va a Roma por unos meses en 1697.

Desde 1797 hasta abril de 1703 reside en Albano.

Desde 1703 hasta octubre de 1709 habita en el convento de Monterotondo.

Desde 1709 hasta enero de 1710 es hortelano en Orvieto.

Desde 1710 hasta la muerte (excepto algunos breves cambios) es limosnero en Orvieto.

En los últimos meses de 1715 pasa por Bassano.

Desde la mitad de mayo hasta el final de octubre de 1744 está en Roma.

El 13 de mayo de 1748 es ingresado en la enfermería de Roma.

Muere en Roma el 19 de mayo de 1750, durante el Año Santo, a las 14,30 h.

Debido a la fama de santidad, se instruyó el proceso informativo en Orvieto y Roma durante 1755-1757.

El 7 de septiembre de 1806 fue beatificado por el Papa Pío VII.

Juan Pablo II lo declara santo el 20 de junio de 1982 (el primer canonizado por este papa).

Me he alegrado al saber que abraza de corazón las máximas santísimas que nos ha dejado nuestro amoroso Señor en el santo Evangelio; ahí se encuentra el camino seguro y cierto para andar según su santísima voluntad y también la ayuda para meditar en la vida y pasión de Cristo, que es escuela segura para no errar y practicar las santas virtudes. Y procure por su parte, tanto cuanto pueda, estar alegre en el Señor.

(San Crispín de Viterbo)

AFORISMOS DE LA ALEGRÍA FRANCISCANA

Crispín nació en Viterbo, en la calle del Bottarone, el 13 de noviembre de 1668; fue bautizado el 15 del mismo mes en la iglesia de S. Juan Bautista con el nombre de Pedro. La partida de bautismo nos da a conocer los nombres de sus padres: Marzia y Ubaldo Fioretti, y el del padrino, Ángel Martinelli. Ubaldo, que se había casado con Marzia, viuda y con una hija, era un artesano que dejará pronto la escena, dejando a Pedro huérfano en su más tierna edad, y a Marzia viuda por segunda vez. Su puesto lo ocupará su hermano. Francisco era un zapatero que le quería mucho, le llevó al colegio de los jesuitas y después lo tomó como aprendiz en su taller de zapatero.

Pedro vistió el hábito capuchino el 22 de julio de 1693, día de la Magdalena, asumiendo el nombre con el que es conocido en la historia de la santidad: Crispín de Viterbo, y al cumplirse el año de prueba, el 22 de julio de 1694, fue trasladado a Tolfa, donde permaneció durante casi tres años, hasta el mes de abril de 1697. Pasó a Roma, donde permaneció algunos meses. Desde 1697 hasta abril de 1703 moró en Albano, de donde pasó a Monterotondo; aquí permaneció casi ininterrumpidamente durante más de un sexenio, hasta octubre de 1709; se dirigió a Orvieto, donde fue hortelano hasta el mes de enero de 1710, cuando comenzó a ejercer el oficio de limosnero. Comenzaban así los cuarenta años de vida orvietana, interrumpidos por una breve estancia en Bassano (últimos meses de 1715) y en Roma (mitad de mayo - fin de octubre de 1744). Finalmente, el 13 de mayo de 1748, tuvo lugar la partida definitiva hacia la enfermería de Roma, donde murió el 19 de mayo de 1750.

Fray Crispín fue beatificado el 7 de septiembre de 1806 y, finalmente, canonizado el 20 de junio de 1982.

En un perfil biográfico de fray Crispín de Viterbo quedaría una laguna incolmable, si no se hiciese referencia a sus aforismos: dichos, sentencias, máximas, reflexiones o exclamaciones en las que él, como auténtico maestro, sabía condensar el jugo de sus más profundas convicciones y de sus sentimientos. [Estos aforismos tienen su gracia propia en italiano; por eso, en ocasión, al traducirlos, añadimos, algunas veces, el texto original italiano]. Hombre reflexivo y cortés, gustaba de las semejanzas y las imágenes. Sobre todo, sabía encontrar palabras y modos adecuados cuando tenía que hacer "advertencias" a personas de cualquier condición. Lo hizo notar con intuición feliz el hermano laico Domingo de Canepina, de 43 años, que depuso en los procesos: "Al dar sus santas advertencias, solía usar un modo dulce y cortés, bromeando santamente, y como dirigiéndose a una tercera persona para alcanzar mejor con prudencia su propósito...".

Algunos de los aforismos de fray Crispín continuaron repitiéndose. Dan fe de ello no solo los procesos canónicos, donde se refieren muchos, sino que también se escuchaban por las calles y en las casas. Tanto es así que un capuchino, el padre José Antonio de la Valtellina, predicando la cuaresma en los pueblos del Orvietano (Sugano, Torre, Sala y S. Venancio) creyó oportuno comentar los "dichos y máximas" de fray Crispín, y la gente iba para oírlos otra vez, porque estaba convencida de su eficacia. Citaremos algunos, sin pretender ser completos ni encuadrarlos en el contexto en el que fueron dichos, lo cual requeriría demasiado espacio.

Muchas veces, alzando los ojos al cielo, fray Crispín exclamaba: "¡Oh, bondad divina!". O bien, invitando a admirar la creación, decía: "¡Qué gran Dios, qué gran Dios!". Muchas veces gemía: "Oh Señor, ¿por qué todo el mundo no os conoce y no os ama?", y exhortaba: "Amemos a este Dios porque lo merece"; "Ama a Dios y no yerres, haz el bien y que digan lo que quieran"; amonestaba a los mercaderes: "Estad atentos, no hagáis trampas, que Dios nos ve". Y también: "El que no ama a Dios está loco"; "Quien ama a Dios con corazón puro, vive feliz y muere contento"; "Al que hace la voluntad del Señor, no le sucede nada en contra".

En tiempo de grave necesidad, exhortaba a confiar en la divina Providencia diciendo: "Pon en Dios tu esperanza, y tendrás toda abundancia"; "La divina Providencia prevé más que nosotros"; en dicha ocasión, al que le preguntaba cómo iba a proveer a las necesidades del convento, al que habían llegado siete estudiantes más, fray Crispín respondía "que no se preocupaba por nada, pues tenía tres grandes proveedores", que eran Dios, la Virgen y San Francisco.

Al oír tocar la campana para la oración, se despedía diciendo que "lo llamaba su Señor Padre", y a fray Francisco Antonio de Viterbo declaró: "Paisano, todo lo que hacemos, lo hemos de hacer por amor de Dios... Yo no alzaría ni siquiera una paja si no fuera por la gloria del Señor"; si hiciera otra cosa "sería mártir del demonio".

Eran frecuentísimas, en la lengua de fray Crispín, "sus santas máximas" sobre la Virgen, a la que llamaba "mi Señora Madre": "Quien es devoto de María santísima no se puede perder"; "Quien ama a la Madre y ofende al Hijo, es un falso amante"; "Quien ofende al Hijo no ama a la Madre"; "No es verdadero devoto de María quien disgusta a su divino Hijo ofendiéndole". Y hacía repetir: "María santísima, sed mi luz y protectora especialmente en la hora de la muerte". Cuando le pedían que rezase a la Virgen en casos graves (ordinariamente pedían milagros) decía: "Déjame hablar un poco con mi Señora Madre, y luego vuelve"; o bien: "Enviaré un memorial a mi Señora Madre, y después veremos la contestación"; y no siempre la contestación era la deseada, como en el caso de Francisco Laschi, al que dijo: "Mi Señora Madre no ha firmado el memorial que he presentado para obtener la salud" de tu hijo.

Son muy numerosos los dichos referentes a los novísimos. Fray Crispín realiza cada acto a la luz de la eternidad, que será gozosa o terrible, según como se haya vivido. A sor María Constanza anuncia el próximo e imprevisible fin con las palabras "Quien nace, muere". A quien estaba apegado a las vanidades del mundo recordaba: "Cada día tenemos uno menos". Animaba a los enfermos y atribulados diciendo: "El padecer es breve, pero el gozar es eterno", o bien: "Tanto es el bien que espero, que toda pena me alegra"; "Dios me lo ha dado, Dios me lo quitará: hágase su santísima voluntad". A quien le compadecía por sus sufrimientos, respondía alegremente: "¿Cuándo quieres padecer por amor de Dios, cuando estés muerto?", o bien: "Eh, ¿queremos comenzar a padecer cuando estemos en el agujero?", refiriéndose a la fosa del cementerio. Más frecuentemente decía: "Al paraíso no se va en carroza"; "El paraíso no está hecho para los ociosos"; "Al paraíso no se va en pantuflas".

Al pensar en el infierno solía exclamar: "Oh eternidad, oh eternidad", aunque estaba convencido de que "hay que hacer más esfuerzo para ir al infierno que para alcanzar el paraíso con obras santas"; y añadía: "La muerte es una escuela para que vuelvan en razón los locos que se apegan al mundo". Y él ayudaba a los locos que encontraba a que volvieran en razón. A los mercaderes les decía: "Tened en cuenta que Dios ve el contrato y la ganancia"; a uno que se dirigía a ciertas casas, dijo: "Estás a tiempo de cambiar de camino si quieres cambiar tu suerte en el cielo y en la tierra". Y también decía: "Las cosas mundanas no llevan a Dios", "El avaro está condenado". Pero con más frecuencia trataba de infundir confianza. A quienes le preguntaban si se iban a salvar, "en seguida respondía que, si tenían esperanza de salvarse, se salvarían"; "decía siempre que la misericordia de Dios es infinita"; "La misericordia de Dios, señora, es grande. Líbrese de las malas costumbres con una buena confesión"; "La potencia de Dios nos crea, la sabiduría nos gobierna, la misericordia nos salva". A la señora Paula Schiavetti, angustiada por los escrúpulos, dijo: "Cuando el hombre pone de su parte todo lo que sabe y puede, en lo demás debe abandonarse en las manos misericordiosas de Dios".

Especialmente numerosos también los dichos de fray Crispín sobre la vida religiosa de los capuchinos, de la que exclama: "¡Cuánto debemos al Señor, que nos ha llamado a la santa religión!". En ella sirvió llevando la alforja y los odres, que eran "su cruz", "pero ¡cuánto mayor era la de Cristo!". En más de una ocasión dijo que la cruz de los religiosos "era de paja en comparación de la de los seglares; y las cruces que llevaban los seglares, aunque fuesen de hierro, no tenían ni punto de comparación con la que llevó" Cristo. Por eso tenía una visión más bien pesimista de la vida religiosa tal como se vivía en su tiempo. Quería que fuera comprometida, austera y llena de obras. Solía repetir: "Hijitos, obrad mientras sois jóvenes, y padeced animosamente, porque cuando uno es viejo solo queda la buena voluntad". A pesar de ser tan cuidadoso al "advertir", cuando se trataba de religiosos se dejaba de imágenes y alegorías. A fray Francisco Antonio de Viterbo, que se había enfadado con el guardián, dijo sin rodeos: "Paisano, si quieres salvar tu alma, has de observar estas cosas: amar a todos, hablar bien de todos y hacer el bien a todos". A otro sugirió: "Si quieres vivir contento en la comunidad religiosa, entre otras cosas tienes que observar estas tres: sufrir, callar y orar".

Era especialmente severo con quienes iban contra el voto de obediencia. Amonestaba: "Quien no obedece es un alma muerta ante Dios y el padre San Francisco, y un cuerpo inútil para la religión"; "se parece a un joven sin juicio, mentecato y turbio en una familia, que solo sirve para inquietar y molestar a los otros y enredar"; "es como un cuerpo muerto en una casa, que solo sirve para apestarla con su hedor".

Exhortaba a ayudar a los pobres que se presentaban a la puerta, y decía que Dios proveería en abundancia "cuando tuviéramos abiertas las dos puertas, la del coro para mayor gloria de Dios, y la de la portería en beneficio de los pobres"; y también: "la puerta mantiene el convento".

Fray Crispín era exigente con los religiosos, pero no pesimista con la Orden: consideraba una gracia grande poder servir a Dios en ella. Cuando veía a un niño orvietano, Jerónimo, hijo de Magdalena Rosati, le predecía que sería capuchino, cantándole: "Sin pan y sin vino, hermanito de fray Crispín" (Senza pane e senza vino, fraticello di fra Crispino). El chico se hizo fraile con el nombre de Jacinto de Orvieto y murió siendo clérigo en Palestrina, cuando acababa de cumplir veintiún años, en 1749.

Pero hay también toda una serie de aforismos en plena sintonía con el carácter de fray Crispín. Con ellos bromea alegremente sobre hechos y situaciones no pocas veces penosos, con un inagotable sentido del humor. Al tendero orvietano Francisco Barbareschi, atormentado por la gota, fray Crispín le invitaba ingeniosamente "a tomar el asta de Aquiles, es decir, la azada, y a trabajar en la villa Crispiniana, llamando así a su huertecillo, en el que sembraba la verdura y plantaba las hierbas para los bienhechores". Ardiente como un latigazo en la cara fue la respuesta dada a otro que le pedía la curación del mismo mal: "Vuestro mal es más de avaricia que de gota, porque... no pagáis a quien debéis: vuestros obreros y criados lloran...". A la princesa Barberini, que quería ver curado a su hijo Carlos, respondió: "Eh, ¿no te basta que cure en el Año santo?... Eh, ¿quieres coger al Señor por los pelos? Hay que recibir de Dios las gracias cuando Él quiere hacerlas". A Cosme Puerini, que le disgustaba dar de limosna una garrafa de vino bueno, Crispín le dice: "Eh, ¿es que quieres hacer el sacrificio de Caín?". Después de que un capuchino se había librado milagrosamente de la muerte cuanto trataba de atravesar un río en crecida, fray Crispín canturreó: "Turbia la veo, turbia la dejo; soy un gran loco, si atravieso" (Torbida si vede, torbida si lassa; son un gran matto, se si passa).

Fray Crispín se veía obligado frecuentemente a hablar de sí mismo... para ayudar a los otros a hacerse una idea de él más ajustada a la verdad. Por lo menos así lo creía él, que gustosamente hacía eco a los que le denigraban diciendo: "soy peor que el acíbar, del que se puede sacar un poco de jugo, pero de mí, ¿qué pueden sacar?". Para evitar las alabanzas y la admiración, fray Crispín solía acudir a imágenes y comparaciones. A quien le decía que no echase a perder la sopa con ajenjo, respondía: "Todo lo amargo estimadlo" (Ogni amaro tenetelo caro), o bien: "Este ajenjo no es según el gusto, sino según el espíritu". A quien lo compadecía cuando lo veía caminar bajo la lluvia le decía: "Amigo, yo camino entre las gotas", o bien sacaba a colación a su "sibila", que le sostenía "el paraguas sobre la cabeza" o "le llevaba sus pesadas alforjas".

Cuando fue a visitar al cardenal Felipe Antonio Gualtieri, éste le preguntó por qué para aquella ocasión no se había puesto un hábito y un manto un poco mejores. Y Crispín "como tenía por costumbre respondió con una de las suyas estirando el manto, que brillaba por todas partes, queriendo indicar que estaba desgastado y era el que tenía". Al que lo ensalzaba por sus milagros decía: "Vaya, ¿de qué os extrañáis? ¿Es un novedad que Dios haga milagros?"; "¿Es que no sabes, amigo mío, que San Francisco sabe hacer milagros?". En Montefiascone gritaba a la gente que le recortaba pedazos del manto como reliquias: "Pero infelices, ¿qué hacéis? ¡Mejor haríais cortándole el rabo a un perro!... ¿Estáis locos? Tanto ruido por un asno que pasa. ¡Id a la iglesia a rezar a Dios!".

La humilde bestia de carga aparecía frecuentemente en los dichos de fray Crispín, y en sus palabras no había nada de artificial. Un día dijo al padre Juan Antonio: "Padre guardián, fray Crispín es un asno, pero el ronzal que lo guía está en vuestras manos; por eso, cuando queráis que camine o que se pare, tiradle o soltadle el ronzal". Cuando pedía ayuda para ponerse a la espalda la alforja, "alegre y jovial decía: Carga al asno y ve al mercado". Y al que le preguntaba por qué no se cubría la cabeza cuando llovía o había sol, respondía "graciosamente: ¿No sabes que el asno nunca lleva sombrero? ¿Y que yo soy el asno de los capuchinos". Pero algunas veces añadía con seriedad: "Sabes por qué no llevo la cabeza cubierta? Porque considero que estoy siempre en presencia de Dios".

Mariano D'Alatri

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