Principal
Calendario
enero-mayo
junio-julio
agosto-sept
octubre-dicie
Himnario
Otros
los santos
Nuestros Santos,
una herencia
comprometedora
y provocadora


4 Hermanas  Clarisas CapuchinasVerónica -escritora (22.000 páginas) y mística-, portadora de los estigmas; Florida, su novicia, su vicaria, y a la muerte de Verónica,  Abadesa; Magdalena, otra privilegiada como escritora y mística;
la Hna. Kowalska, silenciosamente muerta en un campo de concentración naci.
Frente a las figuras sencillas, humildes, de dos hermanos laicos -Félix y Nicolás- los santos del día a día,dos lumbreras humanas -Lorenzo de Brindis y Jacinto Longhin-
el primero doctor de la Iglesia, el segundo Obispo.
Y los 5 capuchinos polacos muertos en distintos campos de concentración naci
después de unas vidas singulares.
JUNIO
2 Bto Félix de Nicosia
8 Bto Nicolás de Gesturi
12 Bta Florida Cevoli
26 Bto Andrés Jacinto Longhin
Mártires en Polonia 1941:
16 Bto Aniceto A.. Koplinski
16 Bto Enrique J Krzysztofik
16 Bto Florián J Stepniak
16 Bto Fidel J. Chojnacki
16 Bto Sinforiano  F. Ducki

JULIO
10 Sta. Verónica Giuliani
21 S. Lorenzo de Brindis
27 Bta Magdalena Martineng
28 Bta M. Teresa Kolwalska
4 Hermanas Capuchinas
Bta Florida Cevoli
Sta. Verónica Giuliani
Bta Magdalena Martinengo
Bta M. Teresa Kolwalska
2 de junio
Beato Félix de Nicosia
(1715-1787)

Himno

Jacobo Amoroso (Félix) nace en Nicosia el 5 de noviembre de 1715.

En 1733 pide entrar en los capuchinos como hermano laico, pero no se le acepta.

A comienzos de octubre de 1743 viste el hábito capuchino en el convento de Mistretta y hace el año de noviciado.

Al terminar el noviciado, hecha la profesión religiosa, es asignado al convento de Nicosia.

Permanece en Nicosia como limosnero hasta la muerte.

A finales de mayo de 1787 cae enfermo.

Muere un viernes, 31 de mayo de 1787.

La Orden capuchina inicia el proceso de beatificación el 10 de julio de 1828.

El 12 de julio de 1848 se concluye el proceso apostólico en Nicosia.

Pio IX, el 4 de marzo de 1862, proclama la heroicidad de las virtudes.

León XIII, el 12 de febrero de 1888, lo declara Beato .

Su cuerpo, después de la supresión del convento de Nicosia en 1864, es trasladado a la catedral en mayo de 1885, y a la nueva iglesia de los capuchinos en 1895.

Los pobres son la persona de Jesucristo, y se deben respetar. Veamos en los pobres y en los enfermos al mismo Dios, y socorrámoslos con todo el afecto de nuestro corazón y según nuestras propias fuerzas. Consolemos con dulces palabras a los pobres enfermos y tratemos con presteza de socorrerlos. No dejemos nunca de corregir a los extraviados de forma prudente y caritativa.

(Beato Félix de Nicosia)


UNA ALFORJA HEROICA

Es cosa sabida que el primer santo capuchino, S. Félix de Cantalicio, ha contribuido a dar un tono particular de simplicidad, humildad, pobreza y alegría a la santidad capuchina, convirtiéndose, casi, en un modelo insustituible para muchos hermanos laicos. Así fue para Jacobo Amoroso de Nicosia en la fértil tierra de Sicilia cuando, en 1743 y con veinte años, comenzó en el convento de Mistretta el año de noviciado, tomando junto con el nombre la figura y el ejemplo del santo hermano, canonizado treinta años antes. Pero no había sido fácil llevar a término esta vocación, no obstante haber tenido una juventud extraordinariamente virtuosa. Pues sus padres, Felipe Amoroso y Carmen Pirro, que lo recibieron de Dios el 5 de noviembre de 1715, y que, en medio de la pobreza, sacaron adelante una familia numerosa, eran ricos en temor de Dios y de un sólido testimonio cristiano.

El padre, Felipe, trabajaba de zapatero remendón en un oscuro cuchitril, y apenas podía tirar adelante. Pero quería especializar al hijo en su trabajo, por lo que, apenas creció, lo metió en la zapatería más famosa de la ciudad, donde trabajaban muchos operarios y estaba al frente de ella Juan Ciavarelli. Jacobo había aprendido bien el oficio y, mientras permanecía sentado en su apartada y silenciosa mesita de trabajo, encontraba el modo de infundir seriedad, respeto y devoción en los demás operarios. Aunque muy joven, en su encendida religiosidad había llegado no sólo a frecuentar la pía unión de los "Cappuccinelli" del convento de Nicosia, sino a inscribirse y poder vestir la capa de los congregantes, con un pequeña capucha franciscana, asimilando con agrado la espiritualidad capuchina. Y esta espiritualidad la manifestaba en todos sus actos y durante su trabajo.

Cuando entraba en la zapatería, refiere un testigo que había sido compañero de trabajo, "se quitaba el sombrero y saludaba a todos diciendo: En toda hora y en todo momento sea siempre alabado el Santísimo Sacramento. Estaba siempre con la cabeza descubierta, porque decía que en todo lugar está Dios, y conviene permanecer en su presencia con reverencia, respeto y veneración". Y si alguno se mofaba con burlas mordaces, a lo sumo le respondía: "Sea por el amor de Dios". un estribillo que se convertirá en habitual programa de toda su vida.

Siendo "cappuccinello", cuando oía la campana del vecino convento de capuchinos, se arrodillaba para rezar e invitaba a los demás:" Tocan a completas. Siervos de Dios, recemos el santo rosario a la santísima Virgen".

Parecía estar hecho adrede para ser capuchino. Sin embargo debió esperar aún muchos años. Cuando tenía dieciocho llamó a la puerta del convento para que se le acogiera como hermano laico, ya que no tenía formación. Pero siempre recibió una sonora negativa, pues la pobreza de su familia necesitaba la insustituible ayuda de su trabajo. Una vez muertos sus padres, Jacobo volvió a pedir el ingreso al nuevo provincial de los capuchinos, padre Buenaventura de Alcara, que estaba de visita en Nicosia. Finalmente, y después de diez años de espera, el "cappuccinello" podía llegar a ser un completo hermano capuchino, decidido, con el nombre de Félix de Nicosia, a recorrer el mismo camino que Félix de Cantalicio, hasta el punto de alcanzar sorprendentes coincidencias: noviciado a los 28 años, profesión a los 29 años, limosnero durante 43 años en la natal Nicosia (como S. Félix en Roma) y muerte a los 72 años. "Alforja heroica" lo definirá una popular biografía de Icilio Felici.

Seguir su biografía es un trabajo bastante fácil. Después del año de noviciado en Mistretta, fray Félix fue destinado a su Nicosia, donde permaneció de limosnero durante toda su vida, llegando a constituir en la ciudad una presencia espiritual encarnada en el pueblo y, por eso, intocable. Esto explica su larga y única permanencia, fuera de toda norma en la Orden, en el convento del Cerro de los capuchinos en Nicosia. En el convento se prestó a todo tipo de trabajo: limosnero, portero, hortelano, zapatero, enfermero... Ampliaba el círculo de la cuestación, más allá de su ciudad natal, a los pueblos vecinos, como Capizzi, Cerami, Gagliano, Mistretta y otros. Caminaba de casa en casa, muy recogido y mortificado, silencioso, el rosario en la mano, los ojos -cuenta un testigo- "intra 'na grutta", es decir, cerrados, como dentro de una cueva, siempre en silencio, y me parecía cuando lo miraba, siempre recogido en Dios". La única frase que todos, sin embargo, habían aprendido, era un sonriente agradecimiento:" Sea por el amor de Dios". Se definía a sí mismo con el despreciativo "'u sciccareddu ", el borrico del convento, que llegaba cargado, después de la cuestación, como solían utilizar los carreteros sicilianos.

Durante el camino instruía a los jóvenes en los rudimentos del catecismo y, para atraerlos, les daba pan y habas. Más aún, tenía su propio método práctico. De sus bolsillos, siempre llenos, sacaba para los pobres niños desnutridos y mal vestidos pequeños regalos: una nuez, tres avellanas, cinco habas, diez garbanzos, para recordarles el Dios uno en tres personas, las cinco llagas de Jesús crucificado y los diez mandamientos de Dios: regalitos y mimos que expresan una pequeña lección de fe. Como Félix de Cantalicio por las calles de Roma, así enseñaba también graciosas cancioncillas condimentadas con oraciones y actos de fe, esperanza y amor. En el proceso se recuerda una de estas cancioncillas:

Ven y descansa dentro de este corazón ingrato.

Teniendo vuestro amor y vuestro afecto,

Vivo feliz y, después, muero dichoso.

Cuando encontraba pobres que trasportaban leña o alguna otra cosa de peso, se prestaba a ayudarles, pues todo sufrimiento encontraba un eco profundo en su corazón. No descansaba hasta que no hacía algo por los necesitados. Estaba siempre dispuesto a servir, día y noche, a los enfermos. Todos los domingos visitaba a los encarcelados y les llevaba comida. Su guardián y confesor, padre Macario de Nicosia, atestigua que "a todos socorría, a todos remediaba, tanto en lo espiritual como en lo temporal y, en cuanto podía, guardaba pan, carne y otras cosas para darlas a los necesitados y, cuando la obediencia se lo permitía, se lo quitaba de su boca, y lo hubiera hecho siempre si se le hubiera permitido. Y caminaba de aquí para allá pidiendo vestidos y ayudas a la gente acomodada para vestir y ayudar a todos. Cuando no podía, era tan grande su pena que se sentía morir".

Su guardián, que era paisano, lo trató duramente durante los 23 años que fue su director espiritual. Todos conocían sus reprimendas y los motes con los que humillaba a su "Fray Descontento": perezoso. hipócrita, embaucador, santo de la Meca. Ante estos tonos crudos y ásperos contrastaba el dulce estribillo: "Sea por el amor de Dios". Y muchas veces fray Félix, por obediencia, debía hacer el tonto en medio del refectorio, vestido con una improvisada ropa carnavalesca, fingiendo repartir como perfumado requesón una pasta (así lo hizo una vez) de ceniza amasada en el sombrero que llevaba en la cabeza y que, después, se convertía milagrosamente en un verdadero y fresco requesón, ante el estupor de los hermanos y la enésima reprimenda del superior.

Fray Félix era analfabeto. Su devoción era simple; la palabra un hecho de vida, no una consideración intelectual. Era devotísimo de la Eucaristía, de la Virgen de los Dolores y de Jesús crucificado. El sacristán del convento de Nicosia, fray Francisco Gangi, así lo recuerda: "Siempre me decía y recomendaba que aprendiese a hacer oración mental, y especialmente sobre la pasión de Jesucristo, y me decía que quien medita y piensa en la pasión de Jesucristo no irá al infierno, y esto me lo decía con gran fervor de corazón y llorando. Yo, por mi oficio de sacristán, tenía siempre ocasión de encontrarme con él que, llorando, me abrazaba y me decía que hiciera oración sobre la pasión de Jesucristo".

Seria interminable la narración de los numerosos hechos y anécdotas aparecidos como leyenda durante su vida. Pero hay un aspecto que no podemos olvidar: su cándida religiosidad popular, que utilizaba como remedio infalible para todo mal, las "papeletas" de la Virgen, pequeños trozos de papel en los que se imprimían, en latín o siciliano, devotas invocaciones a la Virgen. Siempre las llevaba consigo y las distribuía frecuentemente. Las colgaba a las puertas de las casas donde había enfermos o pobres, en las cubas de quien recibía el vino de limosna, las arrojaba al fuego que había prendido en las gavillas preparadas para la trilla, en el grano ennegrecido por una calamidad natural, en la cisterna agrietada y sin agua, y florecían gracias y milagros, a veces verdaderas bromas de la Providencia.

Liberado de toda responsabilidad, con el físico muy castigado por las duras penitencias y mortificaciones, estaba siempre dispuesto a todo tipo de servicio, sobre todo con los enfermos de la enfermería del convento. Mientras disminuían sus fuerzas por el desgaste de sus 72 años, crecía en intensidad su concentración en Dios y su alegre y simple obediencia. Si de Francisco se ha dicho que se había convenido en la personificación de la oración, de fray Félix se podría decir que era la obediencia en persona, como acto de puro amor. Y este fue el último y único mensaje. A finales de mayo de 1787 'u sciccareddu, el borrico del convento, habiendo bajado al claustro para cuidar sus hierbas medicinales que cultivaba para los enfermos, se cayó en tierra, sin fuerzas. En su camastro, recibidos los sacramentos, y encomendándose a mani 'nchiuvati, manos enclavadas, es decir, al padre S. Francisco, invoca a menudo a la Virgen. El viernes 31 de mayo pidió a su guardián la obediencia para morir, y la obtuvo a la tercera demanda, permaneciendo luminoso en su dulce sonrisa y su último hilo de voz: "Sea por el amor de Dios" que susurró, inclinando la cabeza.

El 12 de febrero de 1888, León XIII lo proclamaba Beato.


8 de junio

B. Nicolás de Gésturi
(1882-1958)
Himno

Juan Ángel Salvador Medda (Nicolás) nace en Gésturi (Oristano, Cerdeña) el 4 de agosto de 1882.

En el mes de marzo de 1911 entra como terciario en el convento capuchino de Cagliari.

El 30 de octubre de 1913 viste el hábito capuchino y cambia su nombre por el de fray Nicolás.

Después de ocho meses, el 13 de junio de 1914 va a Sanluri para continuar el noviciado.

El 1 de noviembre de 1914, fiesta de Todos los Santos, emite la profesión simple.

El 16 de febrero de 1919 hace la profesión solemne de los votos.

Sucesivamente va al convento de Sassari como cocinero, después a Oristano y a Sanluri.

El 25 de enero de 1924 es trasladado al convento mayor de Buencamino en Cagliari, donde permanece hasta la muerte como limosnero.

Muere a las 0,15 del 8 de junio de 1958.

Fray Nicolás es enterrado en el cementerio de Bonaria en Cagliari, meta de continuas peregrinaciones.

El 6 de octubre de 1966 se inicia el proceso ordinario-informativo en Cagliari, concluyéndose el 20 de diciembre de 1971.

En los años 1978-1982 se instruye el Proceso de reconocimiento.

El 2 de junio de 1980 sus restos son trasladados del cementerio a la iglesia del convento.

El 25 de junio de 1996 se reconoce la heroicidad de sus virtudes.

El 3 de octubre de 1999 el papa Juan Pablo II lo proclama Beato.

Pidamos al Señor que tenga misericordia. Ya la vemos en estos días de recuerdo de su pasión y muerte, figura de nuestra vida; después viene la resurrección, aún más confortante si pedimos que se nos dé la gracia de imitarlo llevando la cruz por su amor. Pidamos y confiemos en Dios para vernos en el santo Paraíso. Sean alabados Jesús y María.

(Beato Nicolás de Gésturi)


"FRAY SILENCIO"

En Gésturi, un pueblo sardo de unos 1.500 habitantes, situado en la región del Sarcidanu y en la archidiócesis de Oristano, el 4 de agosto de 1882 nace Juan Ángel Salvador, hijo de modestos y religiosos propietarios, Juan Medda Serra y Pirama Cogoni Zedda, el cuarto de cinco hermanos. A los cinco años es ya huérfano de padre, y a los trece también de madre; por lo que es acogido como criado "no remunerado" por el acaudalado Peppino Pisano, suegro de su hermana Rita, junto a la que permanece aún después de morir el pariente. Curado de una grave enfermedad reumático-articular, en marzo de 1911 Juan Medda sube en Cagliari a la colina de Buencamino, donde estaba el convento de S. Antonio, para ser recibido entre los hermanos capuchinos no clérigos por el comisario provincial, padre Martín de Sampierdarena. El aspirante viene recomendado por la declaración del párroco, D. Vicente Albana (Gésturi, 31 de marzo de 1911), quien se manifiesta disgustado por la salida del joven de la "parroquia, donde ha servido siempre de edificación para todos, no sólo por su modélica piedad, sino también por su integridad de vida y la austeridad de sus costumbres".

Recibido por el superior como terciario, Juan Medda viste el sayal en Cagliari el 30 de octubre de 1913 y toma el nombre que lo hará famoso en toda la isla y más allá: fray Nicolás de Gésturi. A partir del 13 de junio de 1914 continúa el noviciado en Sanluri, bajo la guía del padre Fidel de Sassari, "religioso austero consigo y con los otros, y severo hasta la racanería. Así, forjado para la vida conventual, el novicio emitió la profesión simple el 1 de noviembre de 1914, confirmando después su consagración total a Dios el 16 de febrero de 1919 con la profesión solemne. Se le confía un primer cargo bastante exigente: la cocina del convento de Sassari. Por mucho que se empeñe, fray Nicolás no llega a contentar a los hermanos. Se le sustituye enviándolo a Oristano, después a Sanluri a reoxigenarse en el espíritu del noviciado. Finalmente los superiores encuentran un ambiente más adecuado y posiblemente amplio para las extraordinarias virtudes de fray Nicolás: la obediencia y la humildad, y lo ponen definitivamente en la cabeza de distrito de Cerdeña, donde había manifestado la tímida petición de ser capuchino. Recibió el encargo de pedir a santu Franciscu, por S. Francisco, según la expresión típicamente sarda.

Por precisión histórica, en el setecientos y en aquel mismo convento vivió otro limosnero capuchino como él, muy venerado en toda la isla: S. Ignacio de Láconi (1701-1781 ).No queda sino tomarlo como ejemplo, y fray Nicolás lo hace estupendamente. Durante 34 años se mueve, testigo silencioso, por los campos, baja y sube por los tortuosos callejones de los barrios de Castello y Villanova, se alarga hasta los pueblos vecinos del Campidano, para después recorrer, a lo largo y ancho, las calles y avenidas de Cagliari. Solamente para al encontrarse con "nuestra hermana la muerte corporal" a las 0.15 del 8 de junio de 1958.

Goza de tal veneración que cerca de 60.000 devotos participan en los funerales, que comienzan a las 5 de la tarde del 10 de junio. La masa de gente avanza bajo una lluvia continua de flores y bloquea durante varias horas el tráfico de Cagliari, parándose al llegar al cementerio de Bonaria. Más que un funeral parece un cortejo triunfal, convertido en seguida en un peregrinaje cotidiano hasta el 2 de junio de 1980, cuando los restos mortales del entonces siervo de Dios fray Nicolás de Gésturi vuelven a su iglesita de S. Antonio. Entre tanto -el 6 de octubre- se ha iniciado el proceso informativo y el 22 de febrero de 1978 el de reconocimiento para su canonización. El 25 de junio de 1996 se promulga el decreto sobre la heroicidad de sus virtudes en presencia de Juan Pablo II, que lo declara Beato en la plaza de S. Pedro el domingo 3 de octubre de 1999.

Para acercarse a fray Nicolás, que la voz popular -en este caso incluso "voz de Dios"- no se había limitado a definir como un religioso silencioso sino, incluso, a llamarlo "Fray Silencio", y arrebatarle el secreto de su actualísimo mensaje, se debe entender primero el significado de su silencio. Fray Nicolás callaba para escucharse y escuchar. Es decir, percibir en su interior la presencia del Eterno Silencioso que es Dios, a captar los secretos impulsos de amor y volcarlos en los hermanos que encontraba diariamente por las calles de Cagliari. Si el silencio es pura negatividad, en lo que respecta a fray Nicolás, un limosnero compañero suyo, fray Lorenzo de Sárdica, precisa: "Nunca me ha parecido negativo su silencio, escuchaba la palabra de Dios, la conservaba y, si pronunciaba alguna palabra, interiormente no era nunca estéril".

Ordinariamente se manifiestan pensamientos y sentimientos a través del lenguaje, pero no necesariamente. Pensemos en la eficacia de los gestos, de la mirada y, en particular, de los ojos azules de fray Nicolás, casi cubiertos por las espesas cejas y siempre bajos que, de cuando en cuando, miraban al cielo acompañados de una sonrisa verdaderamente celestial para, después, posarse cariñosamente sobre las personas y cosas de su tierra.

Su mirada silenciosa era, sobre todo, contemplación de Dios, agradecimiento por cuanto recibía, reproche para quien podía dar y se lo negaba, perdón por las frecuentes injurias de quien lo tenía por un holgazán y por los comunistas que, en el encendido abril político de 1948, tomándolo por un agit-prop, (agitador propagandista) clerical, lo molieron a palos. Aún en esta lamentable circunstancia fray Nicolás respondió, como era su costumbre, con el silencio; rechazó el denunciarles en la comisaría porque, según él, no había pasado nada.

Este estilo de vida silenciosa es típico de la espiritualidad franciscana. Fray Nicolás había leído y meditado cómo S. Francisco invitó a un compañero suyo a predicar en silencio por las calles de Asís. En sus oídos resonaba a menudo el estribillo del beato Gil de Asís: "Bo!, ¡Bo!, ¡Bo!. Molto dico e poco fo" (Bah, bah, bah. Mucho digo y hago poco".

Nadie mejor que el sentir popular sabía captar "el lenguaje elocuente de la existencia trasfigurada" de fray Nicolás. Cuando subía en un transporte público, los viajeros rivalizaban por pagarle el billete y cederle el asiento. Él lo agradecía con una sonrisa, se ponía las gafas para leer algún pensamiento espiritual de su librito de apuntes, mientras los presentes susurraban: ¡Silencio! fray Nicolás está rezando. El capuchino silencioso creaba, en un mundo trastornado por los ruidos, un silencioso oasis de intimidad divina.

Hombre siempre reservado, más bien bajo de estatura, de paso lento, los ojos mirando a tierra, con la tradicional alforja sobre los hombros y el rosario entre los dedos, un poco abandonado en el vestir, fray Nicolás posee todos los requisitos para espantar las simpatías, particularmente en ciertas calles mundanas y en la entrada de las casas señoriales. Si no es en casos excepcionales, el limosnero capuchino no entra, por principio, en las casas. Se queda en la puerta sin llamar. Cuando no encuentra al propietario, se sienta en el último escalón y espera que vuelva o que salga; y en los últimos años lo hace también para descansar sus pobres pies siempre desnudos.

Es más. En el limosnero de Cagliari se evidencian cuatro anomalías. Corno se ha dicho antes, de hermano buscador de limosnas se convierte en hermano buscado. A pesar de tener el encargo de pedir para el convento, prácticamente no pide nunca nada, y todos le ayudan. Siente complejo ante el gentío, y está siempre rodeado de gente. Por modestia, habitualmente no mira a la cara, pero lo ve todo hasta los más recónditos pliegues del corazón humano. No obstante, fray Nicolás desprende involuntariamente un halo de veneración que hace prodigios. Es un hermano capuchino auténtico. Fray Nicolás no observa la Regla, es la misma Regla. En particular, por lo que respecta a la relación de los religiosos con el mundo, el capítulo tercero constituye su carnet de identidad: "Los hermanos, cuando van por el mundo, sean apacibles, pacíficos y modestos, mansos y humildes, hablando a todos honestamente ,como conviene".

Las intervenciones orales de fray Nicolás cran siempre telegráficas y trataban necesariamente sobre la oración de la que estaba embebido, ya que debían responder a la continua petición , casi única, del pueblo: "Fray Nicolás, rece por nosotros! ". Y él, sin cansarse nunca, les contestaba: "¡Recemos: rezad, rezad!". "Rezad: podéis iros. El Señor os ha escuchado". "Y vosotros rezad por mí".

Los escritos que poseemos -pues el capuchino recibía peticiones por correo de los que estaban lejos y no podían acercarse- no son menos telegráficos que las palabras y manifiestan su limitada cultura de general básica. El medio utilizado para la respuesta no era de lo más elegante y consistía -para guardar el voto de pobreza- en hojas de papel que otros habían tirado, con tal de que tuvieran un mínimo de espacio en blanco, o bien, el espacio dejado en blanco por el remitente. He aquí la trascripción de una fotocopia de un autógrafo suyo: "J. [esús], M. [aría], J. [osé], F. [rancisco] - fray Nicolás / ¿Nos salvaremos? ¡Esto es el punto más difícil! / Si nos salvamos lo habremos conseguido todo. /Pidamos que el Señor tenga misericordia. / Sean alabados Jesús y María".

Puesto que se ha hecho referencia a la escasa cultura literaria del hermano Nicolás, estará bien que tratemos de aquella que deseaba verdaderamente, tomada de la teología ascética y mística y utilizada para manifestar experiencias espirituales que se le acumulaban en el interior. Era un apasionado lector de los escritos de la mística franciscana beata Ángela de Foligno (1249-1309), tanto que el hermano que se los había prestado no pudo recobrarlos. Fray Nicolás se excusaba así: "Los he leído muchas veces, pero cuando llego al final me gusta comenzar de nuevo: ¡son demasiado bellos!".

Además de los Evangelios y la obra del padre Cayetano María de Bérgamo: El capuchino retirado en sí mismo durante diez días, que todos los religiosos conocían, fray Nicolás meditaba también sobre el Tratado del Purgatorio de Sta. Catalina Fieschi de Génova (1447-15 10) y los Ejercicios de Piedad para todos los días del año del padre Juan Croiset, editado en 1734. No era mucho, pero lo suficiente para trascribir notas y reflexiones útiles para sí y para los demás. Del resto, suplía el Espíritu de Dios que actuaba en él.

El dicho de Jesús trasmitido por los Hechos de los Apóstoles: "Hay más alegría en el dar que en el recibir" (20,35), muy a menudo meditado y asimilado por fray Nicolás, constituía un componente de su naturaleza sarda, más propensa -por pudor- a dar que a recibir. En el trascurso de los años se convirtió en el "don de sí" que representa la esencia del amor cristiano, y resplandece heroicamente en la cotidianidad del capuchino, particularmente tras las devastaciones acumuladas durante el segundo conflicto mundial por las frecuentes incursiones aéreas y marítimas sobre Cagliari, la ciudad más martirizada de Italia, "deslabiada, desfigurada, deformada como un cuerpo mutilado por la lepra".

Los habitantes que podían se resguardaban en los territorios más al interior y menos expuestos de la Cerdeña. Incluso las autoridades civiles y eclesiásticas se había ido a otra parte. En el millar de civiles desventurados que habían quedado en la comarca pensaron cuatro capuchinos, entre ellos fray Nicolás "que por ningún motivo había querido dejar la ciudad". Abolida la clausura, la masa de desheredados, de los sin techo, de los hambrientos, se refugió en el convento, donde él continuó su misión de ayuda, y de mendicante se convirtió en generoso benefactor. El pobre de Dios, con el hábito remendado y las sandalias recosidas, acostumbrado a dormir pocas horas sobre dos tablas desunidas y una silla desvencijada por cabecera, se transformó en un señor hospitalario, sin tener los humos del amo sino con el afecto diligente del hermano. Cuando las sirenas de alarma advertían a los "cagliaritanos" que el bombardeo había terminado, fray Nicolás se escapaba el primero del convento para acercarse a los puntos más castigados dc la ciudad y llevar los primeros auxilios. Ayudó también a los que luchaban contra el hambre y el frío ocultos en las cuevas.

Fue un milagro que no cayera víctima del furor bélico; pero más milagroso aún fue que su frágil robustez -los médicos le descubrirán una serie de graves enfermedades- no se rompiera.. Este heroísmo cotidiano y sobrenatural se realizó siempre y únicamente en la más estricta reserva, ante los ojos de Dios y de los numerosos beneficiados que con su inmutable veneración han colaborado a llevar al humilde y silencioso protagonista al honor de los altares.

Los grandes místicos sintieron el impulso de meditar y explicar el Cantar de los Cantares, deliciosa melodía del amor humano trasferido al plano divino: Dios es el esposo, el alma su esposa, en tensión hacia el desposorio del Cielo. Por ejemplo. Santo Tomás de Aquino, yendo al concilio de Lyón y viéndose bloqueado por una enfermedad mortal en la abadía cisterciense de Fossanova, condescendió a la petición de los monjes de comentar brevemente el Cantar de los Cantares antes de que "llegase el abrazo final con el Amado". Sin ocuparse, ni de forma oral ni escrita, del libro divino, fray Nicolás deja intuir su acrisolado anhelo del "abrazo final con el Amado" en dos episodios singulares.

Mientras sube al veneradísimo santuario "cagliaritano" de la Virgen de Bonaria, siguiéndole de cerca la mujer del doctor Maxia, conocida por su devoción a la Virgen pero también por su poco cariño a los frailes, dos enamorados, sentados sobre un pretil, se intercambian caricias. El austero hermano Nicolás no reacciona como se hubiera esperado de él. Se para, los observa con una mirada limpia y dulce de quien ve más allá de las contingencias humanas y deja sorprendida y edificada a la exigente señora, que desde aquel día cambia de opinión sobre los religiosos y se convence de la santidad del humilde limosnero.

En Cagliari, en 1951, se festeja la canonización de S. Ignacio de Láconi, el capuchino limosnero en quien fray Nicolás se inspira. Preside el cardenal Eugenio Tisserant y el maestro de capilla de Sta. Maria la Mayor de Roma, monseñor Licinio Refice, dirige una misa compuesta por él en honor del nuevo santo. Terminada la función, el músico se dirige presuroso hacia fray Nicolás, lo abraza fraternalmente y le pide su parecer sobre la ejecución. Siempre reacio a manifestarse, el limosnero sentencia: "Trate de que se cante el Sanctus eternamente: es una música digna del cielo". El maestro de capilla comentará: "Es el mejor juicio que pudiera desear". Verdaderamente. El capuchino silencioso, siempre inmerso en las realidades de allá arriba, entendía bastante de Cielo.

Antonino Rosso


12 de junio
Beata Florida Cévoli
(1685-1767)

Himno

Lucrecia Elena Cévoli nace en Pisa el 11 dc noviembre de 1685.

A los 13 años, en 1698, es confiada a las monjas de S. Martín de Pisa para que la instruyan.

En la primavera de 1703 entra en el monasterio de las capuchinas de Cittá di Castello.

El 8 de junio de 1703 comienza el noviciado bajo el magisterio de Verónica Giuliani.

El 10 de junio de 1705 emite la profesión solemne de los votos.

En 1716 es elegida vicaria del monasterio.

Después de la muerte de Sta. Verónica, en 1727, Florida es elegida abadesa.

Favoreciendo la causa de beatificación de Sta. Verónica, en 1753 Florida Cévoli decide fundar un monasterio en la casa de los Giuliani en Mercatello.

Después de 37 días de "fiebre ardiente" muere el 12 de junio de 1767.

En su pecho y en corazón se encuentran signos divinos que, divulgados por imágenes, contribuyeron a su fama de santidad.

La causa de beatificación fue iniciada en 1838, y el 19 de junio de 1910 fueron aprobadas sus virtudes heroicas.

Fue beatificada por Juan Pablo II el 16 de mayo de 1993

Iesus amor, ¡fiat voluntas tua! Haz, Jesús, que te ame eternamente, y desee padecer y morir por ti. Jesús crucificado, mi Redentor, imprime tus santas llagas en medio de mi corazón. Quien tuviese una chispa de este amor no sentiría nada grave cuanto de penoso se pueda encontrar. Rogad para que comience a amar durante el poco tiempo que me queda de vida, ya que no he hecho nada hasta ahora.

(Beata Florida Cévoli)

EL DÍA A DÍA EVANGÉLICO

"No lo conseguirá", había pronosticado, drástico y seguro, el gran duque Cósimo III cuando se le informó de las intenciones de Lucrecia Elena Cévoli, convencida de consagrarse completamente a Dios. El gran duque estaba en lo cierto de que la joven pisana, hija del conde Curzio y de la condesa Laura de la Seta, habituada a todo género de seguridades, no podría superar la dureza de una vida áspera y austera como aquella que deseaba emprender. Sin embargo, traspasados en la primavera de 1703 los umbrales del monasterio de las Capuchinas de Cittá di Castello, la joven de 17 años, pues había nacido en Pisa el 11 de noviembre de 1685, no se volvería nunca atrás.

¡Y no es que el gran duque se hubiera equivocado del todo en su profecía! El impacto del monasterio fue más duro de lo previsto; las monjas le parecían demonios, y la maestra, Verónica Giuliani, tenía intención de no recibirla. Consiguió superar aquel mal momento, ya que su vocación era auténtica, y esto le robusteció la voluntad y le dio la constancia necesaria para mantenerse firme en el propósito. Supo, sobre todo, dar pruebas de humildad y deseó sinceramente hacer penitencia. Para ello se sometió a una dura ascesis que la empujaba a pedir, por sí misma, otras asperezas además de aquellas, no pocas, que ya tenía el año de noviciado. Quedan numerosos testimonios, que nos pueden dar una idea precisa de las grandes dificultades que, en los siglos XVII-XVIII, un novicio o una novicia debían afrontar: la disciplina era durísima y por cosas que hoy nos parecen leves se corría el riesgo de ser expulsados; la humildad era una de las virtudes sobre la que se insistía mayormente y, para inculcarla a los novicios y novicias, no se dudaba en infligir humillaciones públicas; el temor de los jóvenes a no ser admitidos a la profesión era fuerte.

No siempre nos resulta fácil, en la actualidad, comprender unos criterios educativos tan lejanos de los nuestros. Otros tiempos, otra pedagogía; sin embargo también esa produjo una floración de santos. Novicios y novicias se sometían sin rechistar, muchas veces con un fervor que era acompañado por el entusiasmo, a una disciplina que hoy calificaríamos de insoportable. La misma Florida es un ejemplo, al pedir que se le alargara un año más el tiempo de noviciado. Este riguroso camino ascético no era un fin en sí mismo: en las personalidades más puras tenía el efecto del fuego purificador que, quemando las escorias, llevaba a las almas a elevarse en la oración. Una sed de contemplación, nunca apagada, dominó por eso la vida entera de la noble pisana, ahora sor Florida, convertida en ferviente mantenedora del más riguroso ideal franciscano.

Sin embargo, no se distinguía tanto por la alteza de la contemplación cuanto por ser una mujer dotada para el poder, hábil y capaz en el gobierno. Que las monjas se dieron cuenta enseguida de la notable personalidad de Florida lo demuestra el hecho de que, aún jovencita, le confiaron el oficio, delicadísimo, de tornera; lo cual le ofreció la posibilidad de tomar el pulso concreto de la situación: el monasterio, ella se dio cuenta bien pronto, no estaba rigurosamente alineado con el espíritu y la voluntad de Sta. Clara, y una interpretación "blanda" de la regla daba la ocasión, con frecuencia, a no pocas acomodaciones.

"Sor Verónica era buenísima para hacer oración, sor Florida tenía más espíritu y más coraje"; así, con una claridad meridiana, especifica una testigo las dotes peculiares de las dos monjas que dieron al monasterio de Cittá de Castello un aspecto diverso. Por eso, cuando Verónica Giuliani fue elegida abadesa en 1716, se le puso como vicaria a Florida, que entonces tenía 31 años. Y mientras la santa abadesa combatía su batalla espiritual, arrebatada a alturas vertiginosas de las que percibía la tremenda fascinación y se acercaba temblorosa, la vicaria seguía, de acuerdo con la madre, el desarrollo de la vida cotidiana, encargándose de las obligaciones concretas, afrontando las pequeñas y grandes dificultades de la vida, cuidando, con gran atención, las relaciones humanas.

Verónica permaneció de abadesa durante 11 años consecutivos, hasta su muerte en 1727. Le sucedió sor Florida, que guió el monasterio hasta 1736, continuando la obra iniciada. Sin desgarros violentos, emprendió con mano segura, fortiter ac suaviter, una progresiva decantación hacia la vida comunitaria, segura de que los grandes ideales propugnados por los santos fundadores fuesen concretados en una vida ordinariamente fiel, en una santidad que se sustanciaba no tanto en grandes arrebatos cuanto en hacer bien las cosas de cada día. No le faltaron contrariedades, que ciertamente debe esperar quien, llamado para desempeñar ese cargo, se muestra enemigo de componendas; pero supo superarlas con su fuerza de voluntad que la sostuvo -inmóvil- a la hora de llevar a buen puerto sus proyectos.

Y suscitaba admiración entre las monjas el coraje y la naturalidad, al mismo tiempo, con que la abadesa, crecida en un ambiente aristocrático y que muchas veces recibía visitas de nobles mujeres de alto rango, hacía incluso los trabajos más humildes y se sujetaba a las humillaciones más difíciles. Una personalidad como la suya, fuerte y dulce al mismo tiempo, no podía dejar de impresionar a las hermanas, que la llamaron continuamente a desempeñar cargos de responsabilidad: después de los primeros nueve años de abadiato, fue una vez maestra de novicias, otra vez abadesa y vicaria, alternándose en estos oficios hasta su muerte. De su sabio gobierno, mantenido por la practicidad y el sentido común, se benefició el mismo monasterio, en el que quiso que funcionase hasta la botica, que dotó del necesario acueducto. En resumen, una valiente Marta con "cien ojos y otras tantas manos", de ningún modo olvidada de las aspiraciones de María.

No le faltaron sufrimientos, que los oficios desempeñados se los procuraban por su propia naturaleza, y un doloroso e importuno herpe hizo el resto: durante veinte años tuvo que soportar los picores que aceptó sin descomponerse, de modo que los demás ni se daban cuenta. Ciertamente, ni siquiera con las molestias Florida Cévoli quería vestir la ropa extraordinaria, prefiriendo aceptar el martirio cotidiano que se le infligía no a golpes de cimitarra, sino -la imagen elocuente es de Teresa de Lisieux- con pinchazos de alfiler. Y entre las monjas se decía, incluso, que había rechazado las llagas, con las que Cristo quería condecorarla, por temor a ensoberbecerse.

Capaz y concreta, dio pruebas de su intuición y de su sagacidad en algunas iniciativas relacionadas con su antigua maestra, Verónica Giuliani: fue Florida la que favoreció la introducción de la causa de beatificación, y fue también ella la que, en 1753, decidió erigir un monasterio en la casa de los Giuliani en Mercatello..

Mujer práctica y de fuertes determinaciones: así se muestra en algunas cartas relativas a la construcción del monasterio de Mercatello. Mujer práctica: el 18 de abril de 1754 escribía al canónigo Santi, que junto al señor Perini seguía los trabajos: "Le recomiendo que aquello que no sea necesario, del viejo, no lo destruyan, porque nos parece que para algunas paredes pueden utilizarse las antiguas, lo que garantizaría un menor gasto y una mayor diligencia".

Mujer de carácter: el 11 de febrero de 1755 escribía a propósito del mismo canónigo: "Con mucha insistencia me encomendé a él para que en la pasada Cuaresma (es decir, la Cuaresma de Adviento), de tanto en tanto me diese alguna noticia sobre las obras; sin embargo, hace dos meses que ha pasado la Cuaresma, ha pasado carnaval, y aún no he visto ni una sola línea, ni siquiera del señor capellán. ¿Pero esto qué es? ¿Han muerto o están vivos? Que nos digan alguna cosa..."

A su muerte, acaecida después de treinta y siete días de "fiebre ardiente", el 12 de junio de 1767, al examinar el cadáver se encontraron algunos signos prodigiosos al lado del pecho: sin embargo, el corazón que se le extrajo con la ayuda de un cirujano, aparecía perfectamente normal, pero después, en una porción de la aorta, se manifestaron efectos difícilmente comprensibles de modo natural.

Estos hechos, sin embargo, constituyen el "después"; son otra historia, escrita por el dedo de Dios para otras cosas, para que se tomase en cuenta lo extraordinario de una existencia enteramente vivida bajo el signo de lo ordinario. Pero es, más bien, otra cosala que hace actual la vida de Florida Cévoli. Inmersos como estamos en una cotidianidad ensordecedora y caótica, bombardeados con mensajes a menudo contradictorios, la clarisa de Cittá di C astello nos recuerda la grandeza de la santidad ordinaria, el valor de una fidelidad constante y de la oración continua, el heroísmo de hacer bien las cosas de cada día aceptando, incluso, aquellas cargas que muy a menudo repugnan a la razón. Porque el Evangelio tiene razones, que la razón no tiene.


16 de junio
los mártires capuchinos de Polonia

en la persecución nazi (1941-1942)
Himnos

El 13 de junio de 1999 fueron beatificados por Juan Pablo II en Varsovia 108 mártires del nazismo. Entre ellos los 5 capuchinos: padre Aniceto Koplinski, padre Enrique Krzysztofik, padre Floriano Stepniak, fray Sinforiano Ducki y fray Fidel Chojnacki, y la clarisa capuchina sor Teresa Mieczyslawa Kowalska.

A la Beata María Teresa Kowalska se le ha asignado como fecha de celebración el 28 de julio, al día siguiente de la Beata María Magdalena de Martinengo (27 de julio). Trasmitimos a aquella fecha la biografía de la beata mártir.

Beato Aniceto Adalberto Koplinski
(1875-1941)

Aniceto Koplinski era originario de Debrzno, en Pomerania Occidental, donde se encontraban en contacto dos culturas, la eslava y la germánica, y dos comunidades religiosas, los luteranos y los católicos. Nació el 30 de julio de 1875. Sus padres se llamaban Lorenzo (Wawrzyniec), de origen polaco, y Berta Moldenhau, alemana, perteneciente a la comunidad luterana. En el bautismo, el 8 de agosto de 1875, recibió los nombres de Alberto y Antonio. El primer nombre se le cambió por Adalberto. Tenía 4 hermanos. Frecuentó la escuela elemental y la media superior en Debrzno.

A los 18 años, el 23 de noviembre de 1893, entró en la Orden de los Capuchinos en Sigolsheim. El 24 de noviembre de 1894, pronunció sus primeros votos religiosos. En la Orden tomó el nombre de Aniceto. El 25 de noviembre de 1897 hizo la profesión perpetua. Después de su ordenación sacerdotal en la fiesta de la Asunción, 15 de agosto de 1900, trabajó en varios conventos de la Provincia de Westfalia. Se dio a conocer como buen predicador, especialmente homilético. Su entusiasmo y fervor por las misiones no lo pudo hacer efectivo como misionero en tierras de paganos. Los superiores le encomendaron el cuidado espiritual de los emigrantes polacos en Renania y Westfalia. A partir de 1916 prestó el servicio de capellán entre los prisioneros y heridos de guerra.

El 20 de marzo de 1918 llegó a Varsovia. No son del todo claros los motivos de este traslado. ¿Le atraía el espíritu polaco, o le mandaron para aprender la lengua y poder trabajar más eficazmente entre los polacos? De todos modos, aquel año fue decisivo para la vida del padre Aniceto. Se quedaría para siempre en Polonia. En 1922 hizo trasladarse a Polonia a su padre, que se estableció en Nowe Miasto, donde acabó sus días. El padre Aniceto por el año 1930, cambió la propia nacionalidad, de alemana a polaca, pero como religioso permaneció siempre siendo miembro de la Provincia de Renania-Westfalia. Aprendió el polaco de modo suficiente para poder comunicarse. Pero le era difícil predicar las homilías, cosa que sólo excepcionalmente se permitía.

En Varsovia pronto llegó a ser famoso como confesor carismático. Acudían a él seglares y eclesiásticos. Fue confesor de los nuncios apostólicos Achille Ratti (posteriormente Papa Pío XI), Lorenzo Lauri, Francesco Marmaggi e Filippo Cortesi. Se confesaron con él también obispos de Varsovia: el cardenal Aleksander Kakowski, Stanislaw Gall, Józef Gawlina. Su carisma se basaba en una doctrina moral clara, puntual, siempre basada en el criterio de impulsar hacia una mayor perfección. Se puede pensar que para esta labor poseía el don de la discreción de espíritus. Se le llamaba a la cabecera de los enfermos, también de aquellos que rehusaban la confesión a la hora de la muerte. De hecho, logró de no pocos la conversión y reconciliación con Dios.

Los fieles se sentían impresionados por la solemnidad e inspiración con que celebraba la santa Misa, que se manifestaba en la lentitud y detalle con que observaba el ritual: daba la impresión de que vivía intensamente la realidad del misterio eucarístico.

Pero se hizo popular en Varsovia especialmente como mendicante y protector de los pobres. En los veinte años transcurridos en esta ciudad, el padre Aniceto dedicó gran parte de su tiempo exclusivamente a los pobres, a los sin trabajo, a los necesitados. A ellos consagró sus preocupaciones y sus capacidades. Se ocupó particularmente del barrio de Annapol, en la margen derecha del Vístula. Por iniciativa de los capuchinos de Varsovia surgió allí una gran cocina, capaz de distribuir hasta ocho mil comidas al día. El padre Aniceto la abastecía con los productos alimenticios que pedía de limosna y cubría en gran parte las necesidades pecuniarias. Lograba encontrar trabajo para muchos desocupados y además ayudaba para el estudio. Todo el que tuviera alguna necesidad podía contar con él. Creó un sistema especial para recoger donativos. Reunió un número notable de personas que semanal o mensualmente pagaban una cuota para los pobres. Además de dinero recogía víveres: harina, sémola, grasas, azúcar, pan, etc. Pedía limosna a la personas mediana o altamente pudientes. No tenía reparo en importunar al así llamado "gran mundo". En su tarea de recoger limosnas fue objeto de no pocas afrentas y humillaciones, incluso de ofensas físicas. Él lo soportaba todo con calma, no obstante su carácter colérico, con estupor de quienes lo veían.

Era poeta y conocía el latín a la perfección. Componía frecuentemente poesías en esta lengua, en forma de acróstico, y las declamaba en honor de personajes de alcurnia, con tal de obtener donativos para sus pobres. Su poesía servía a su caridad cristiana.

Tan popular se hizo en la ciudad, que no había en Varsovia ceremonias de cierta importancia a las que no se le invitase. Conductores de tranvías y coches lo conocían bien y, a veces, detenían sus vehículos para acoger al famoso capuchino con sus limosnas.

Dotado como estaba de grandes cualidades naturales, ponía todos sus talentos al servicio del prójimo. Su figura y conducta transpiraba serenidad de espíritu y alegría interior. Todo el mundo se acercaba a él, advirtiendo bajo aquel hábito oscuro y raído la bondad, la capacidad de consolar y la solidaridad humana. Encarnaba efectivamente esa bondad humana que es capaz de cautivar al prójimo acercándolo a Dios. Los calificativos que la población le atribuyó de "padre de los pobres" y de "limosnero de Varsovia" dan a entender la dimensión social de su figura y, al mismo tiempo, su evidente santidad.

Al estallar la II Guerra mundial en 1939, el padre Aniceto no dejó Varsovia. Se encontró frente a una guerra que implicaba a sus dos naciones: la alemana, en cuyo espíritu había crecido, y la polaca, que había escogido. Era ciertamente alemán, pero su concepción del mundo era universalista, si bien en el plano emocional se sentía polaco.

Después de la capitulación de Varsovia, el padre Aniceto siguió en el convento de la ciudad. A pesar de las dificultades, se prodigó para llevar socorro a los pobres y necesitados, cuyo número había crecido grandemente. A este fin se valía de su conocimiento de la lengua alemana. En la primavera de 1940 los periódicos de la resistencia escribían que el 90% de la población estaba sin trabajo y moría de hambre. El padre Aniceto, dentro de los límites de sus posibilidades y de sus fuerzas, daba una mano a todos, también a los hebreos, que eran los más perseguidos.

En junio de 1940 el padre Aniceto Koplinski y el padre Inocencio Hanski, guardián del convento, fueron llamados a la sede de la Gestapo para prestar declaración. A la pregunta de si en el convento se leía la prensa clandestina, el padre Aniceto admitió la verdad, al mismo tiempo que se atrevió a decir a los hombres de la Gestapo que se avergonzaba de ser alemán.

En la noche del 26 al 27 de junio de 1941, la Gestapo rodeó el convento de los capuchinos de Varsovia. Después de un registro durante varias horas, 22 religiosos, entre ellos el padre Aniceto, fueron arrestados. A todos se les encerró en la cárcel de Pawiak durante el tiempo de los interrogatorios. Los religiosos eran objeto frecuente de desprecio por parte de los guardias. Los atormentaban con la llamada "gimnástica". Se ensañaban de modo especial con el padre Aniceto, que era el más entrado en años. Le quitaron el hábito, dejándolo con sólo la camisa y paños menores, hasta que algunos días después le dieron ropa de seglar.

El 4 de septiembre el padre Aniceto fue trasladado junto con los otros hermanos en religión al campo de concentración di Auschwitz. Al bajar del tren le maltrataron y luego durante la marcha le golpearon porque, a causa de su edad, no lograba mantener el paso. Extenuado como se hallaba, tuvo que sufrir también la mordedura de un perro de las SS. En el campamento le dieron el número de matrícula 30.376.

Pasado el período de la llamada cuarentena, el padre Aniceto fue destinado al bloque 19, por no estar en condiciones de trabajar. Esto equivalía a una condena a muerte no escrita. En aquel bloque no se curaba a ninguno; antes al contrario, mediante una "gimnástica" homicida, se les aceleraba la muerte. En tales condiciones fallecían diariamente hasta un centenar de personas, eliminadas si era preciso mediante la inyección de una solución de fenol.

El padre Aniceto murió el 16 de octubre de 1941. Cuál fuera la causa inmediata de su muerte, homicidio o la misma situación inhumana en que se debatía, no se sabe. Sólo consta el hecho de que en el campo de concentración pasó apenas un mes y medio, y que sufrió el martirio. La fama del padre Aniceto como mártir ha tenido un amplio eco en el pueblo cristiano. Las numerosas publicaciones dedicadas a su vida y a su muerte son un buen testimonio de que los fieles siguen confiando en su intercesión.

Beato Enrique José Krzysztofik
(1908-1942)

Nació el 22 de marzo de 1908 en el pueblo de Zachorzew y fue bautizado el 9 de abril de 1908 con el nombre de José. Terminada la escuela primaria en 1925, estudió en el Colegio de S. Fidel de los Capuchinos de Lomza, entrando después en la misma Orden el 14 de agosto de 1927, en el convento de Nowe Miasto, donde tomó el nombre religioso de Enrique. Un año más tarde profesó temporalmente y fue enviado a Francia, al convento de Breust-Eysden, de la provincia capuchina de París. Superados los dos años de filosofía, pasó a Roma para estudiar teología. En la ciudad eterna profesó solemnemente el 15 de agosto de 1931 y se ordenó de sacerdote en 1933. Por encargo de sus superiores, siguió los estudios en la facultad de teología de la Universidad Gregoriana, residiendo en el Colegio Internacional de S. Lorenzo de Brindis. En 1935 consiguió la licencia en teología.

De vuelta en Polonia, fue destinado al convento de Lublin como profesor de teología dogmática en el seminario capuchino. Poco después era nombrado director del mismo seminario y vicario del convento. En la iglesia del convento predicó con gran fervor y entusiasmo. Mientras desempeñaba estos cargos, estalló la II Guerra mundial. El guardián del convento era un holandés que se vio forzado a salir de Polonia, por lo que el padre Enrique tuvo que asumir ese cargo de superior. En calidad de guardián y al mismo tiempo rector del seminario, su situación se hizo muy delicada. A causa de la guerra, las lecciones del año académico 1939-1940 comenzaron con retraso. El clima era extremadamente inquieto y tenso. Las tropas alemanas se daban a la ferocidad y los arrestos se seguían sin interrupción. En este clima difícil el Siervo de Dios trató de serenar a sus seminaristas. En el discurso de apertura del nuevo año académico dijo entre otras cosas: "Mejor una breve llamarada que una larga humareda", refiriéndose sin duda a un muerte prematura por Cristo preferible a una vida larga con concesiones al error o al miedo.

El 25 de enero de 1940 la Gestapo arrestó a 23 capuchinos del convento de Lublín y entre ellos al superior, padre Enrique Krzysztofik. El primer sitio de prisión fue el Castillo de Lublin, mientras se esperaba que hubiera puesto en la cárcel. El padre Enrique dijo a todos: "Hermanos, mientras tengamos la mente lúcida formulemos este buen propósito: Cualquier cosa que nos suceda, ocurra lo que ocurra, hagamos todos y cada uno ofrecimiento propiciatorio a Dios".

Durante el período transcurrido en la cárcel el padre Enrique se preocupó por todos. Logró que se pudiera celebrar la misa al alba. El 18 de junio de 1940 fue trasladado, junto con todos los capuchinos presos, al campo de concentración de Sachsenhausen, junto a Berlín. Allí, en condiciones mucho peores todavía, "no se olvidó de ninguno de nosotros" - escribe uno de los que compartieron el mismo destino, el difunto padre Ambrosio Jastrzebski. Cuando en el otoño de 1940 el padre Enrique recibió algunos dineros, compró en el despacho del campo dos panes, los partió en 25 porciones - tantas como eran los capuchinos - y dijo: "Ánimo, hermanos, alimentémonos con los dones del Señor, servíos mientras que haya algo..." El ya citado padre Ambrosio definió así aquel gesto fraterno: "¡Noble gesto, el tuyo, que sólo puede apreciar debidamente quien ha estado en campo de concentración y sabe cuánta abnegación, digamos heroísmo, se requiere para distribuir dos panes, cuando se está tan hambriento que los devoraría uno mismo inmediatamente!"

El 14 de diciembre de 1940 el Siervo de Dios, junto con los demás hermanos, fue trasladado al campo de concentración de Dachau, donde se le dio el número de matrícula 22.637. En la dura vida del campo no se perdonó trabajo por los otros. Hallándose él mismo enfermo y débil en las piernas, ayudaba a los más débiles que él, sobre todo a los ancianos. Sobrevivió en el campo de concentración sólo hasta el verano de 1941. En julio de ese año, dada su total debilidad, que le impedía andar por su pie, fue llevado a la enfermería del campo, lo que equivalía a una condena a muerte. Desde allí hizo llegar secretamente a sus alumnos clérigos un mensaje que ha recordado de memoria uno de los destinatarios, padre Cayetano Ambrozkiewicz: "Queridos hermanos: Me encuentro en el bloque 7. He enflaquecido terriblemente a causa de la deshidratación. Peso 35 kilos. Me duelen todos los huesos. Estoy tendido en el lecho, como sobre la cruz, junto con Jesucristo. Me es grato estar y sufrir con Él. Rezo por vosotros y ofrezco a Dios por vosotros estos mis sufrimientos".

Murió el 4 de agosto de 1942 y fue quemado en el horno crematorio número 12.

Beato Florián José Stepniak
(1912-1942)

El padre Florián Stepniak nació en Zdzary, pueblo cercano a Nowe Miasto, el 3 de enero de 1912, de familia campesina, recibiendo en el bautismo el nombre de José. Terminada la escuela primaria, sintió deseos de estudiar y hacerse capuchino. Gracias a los capuchinos de Nowe Miasto, cursó la escuela secundaria superior y, sucesivamente, en 1927, los estudios en el Colegio de San Fidel de los Capuchinos de Lomza. Aunque no poseía gran capacidad intelectual, supo siempre suplir esa carencia con la diligencia y la laboriosidad. Su compañero de estudios, padre Cayetano Ambrozkiewicz, lo describe así: "Un alma santa. Solidario, franco, alegre, y sin embargo ya entonces un poco diverso de nosotros, muchachos juguetones y con la cabeza un poco a pájaros". Se adscribió a la Orden Tercera de San Francisco cuando era todavía alumno de la escuela secundaria.

El 14 de agosto de 1931 ingresó en el noviciado capuchino de Nowe Miasto, recibiendo el nombre religioso de Florián. En el noviciado se señaló por su celo, generosidad y devoción. Después de profesar temporalmente y cursar la filosofía, profesó solemnemente el 15 de agosto de 1935. Continuó los estudios teológicos en Lublin y recibió la ordenación sacerdotal el 24 de junio de 1938. A continuación siguió con estudios de Sagrada Escritura en la Universidad Católica del mismo Lublin y allí se encontraba al estallar la Guerra el 1 septiembre 1939. En aquellos meses cruciales no abandonó el convento, lo mismo que los demás religiosos compañeros, y continuó sin miedo dedicado a confesar a los fieles. A causa de la persecución muchos eclesiásticos se escondieron, de manera que no se encontraba apenas quien enterrara a los muertos. El padre Florián se encargó de suplir en este servicio con gran valentía y generosidad. No hizo otra cosa, en realidad, que poner en práctica la frase programática de la vida religiosa que había escrito de su puño y letra en la estampa recuerdo de su ordenación sacerdotal: Estamos dispuestos a daros no sólo el Evangelio, sino nuestra misma vida. Una frase en que se condensaba la esencia de su vida.

No pudo trabajar mucho tiempo en Lublin. El 25 de enero de 1940, junto con todos los sacerdotes y clérigos del convento, fue arrestado por la Gestapo y encarcelado en el Castillo de la ciudad. El padre Enrique no perdió entonces el optimismo y la alegría que le eran innatos. El 18 de junio de 1940, al igual que los demás compañeros religiosos, fue trasladado al campo de concentración de Sachsenhausen, junto a Berlín. Tampoco allí perdió su buen humor, por más que la vida del campamento fuera espantosa. El 14 de diciembre de 1940 fue transferido al campo de concentración de Dachau, donde le asignaron el número de matrícula 22.7388.

El frío le afectó terriblemente hasta minar su organismo. Era hombre de constitución fuerte y robusta, por lo que necesitaba mucho alimento. A la debilidad del hambre se le unió la enfermedad. En el verano de 1942 enfermó y tuvo que ser hospitalizado en la enfermería del campo. En aquel período todos los inútiles para el trabajo y los enfermos eran instalados a un barracón donde las condiciones eran menos malas. Allá fue trasladado el padre Florián. Después de algunas semanas, aunque las raciones de comida eran de hambre, mejoró y fue dado de alta. Pero no fue devuelto a su bloque. Como convaleciente lo pusieron en el bloque para los inválidos. Así recuerda el comportamiento del Siervo de Dios su compañero de desventuras en el campo, padre Cayetano Ambrozkiewicz: "Algunos amigos sacerdotes, que lograron escapar del bloque de los inválidos, contaron que el padre Florián Stepniak había llevado la luz a aquella infeliz barraca". Los allí encerrados estaban destinados a morir. Morían a decenas extenuados, y muchísimos eran llevados en grupos no se sabía adónde. Sólo posteriormente se supo que eran eliminados en las cámaras de gas, en los alrededores de Munich. Quien no ha experimentado el campo de concentración no puede hacerse idea de lo que significaba para aquella gente del bloque de los inválidos, que no eran más que huesos y piel, inmersos en una atmósfera de muerte, oír una palabra de consuelo y ver la sonrisa de un capuchino reducido a la misma situación que ellos.

Cuando llegó la vez a la letra "S" (el apellido era Stepniak), el padre Florián fue llevado a la muerte. El gas lo asfixió el 12 de agosto de 1942. Su cuerpo, con toda probabilidad, fue quemado en los hornos. Las autoridades del campo, hipócritamente, comunicaron a sus padres que su hijo José había muerto de una angina de pecho.

Beato Fidel Jerónimo Chojnacki
(1906-1942)

Nació en Lodi el día de todos los Santos de 1906, siendo el último de seis hermanos. En el bautismo, que recibió tres días después, recibió el nombre de Jerónimo.

En familia recibió una educación religiosa ejemplar, frecuentando la parroquia de la Santa Cruz. Terminada la escuela superior, se inscribió en la academia militar. Acabados los estudios, no logró encontrar trabajo. Gracias a la ayuda de parientes, consiguió una ocupación durante un año en Szczuczyn Nowogrodzki en el instituto de la Previsión Social (ZUS) y sucesivamente en la Central de Correos de Varsovia. Era un empleado muy apreciado a causa de su fidelidad. Entretanto, junto con su tío, el padre Estanislao Sprusinski, colaboraba en la gestión de la Acción Católica.

Participó en la campaña contra el alcohol, siendo el mismo abstemio. En su actividad dentro de la Acción Católica, sintió la necesidad de una vida interior más profunda. Por esta razón entró en la Tercera Orden de San Francisco, radicada en la iglesia de los Capuchinos de Varsovia. Sus nobles dotes de carácter le ganaron la confianza de la gente, logrando en ocasiones reconciliar a personas enemistadas. En ese tiempo trabó amistad con el hoy Beato padre Aniceto Koplinski, el famoso limosnero de Varsovia. Las relaciones constantes con los capuchinos hicieron nacer en él la vocación religiosa.

El 27 de agosto 1933, en Nowe Miasto, recibió el hábito capuchino y el nombre religioso de Fidel. No obstante sus 27 años y su experiencia de la vida, denotaba grande franqueza y simplicidad, relacionándose amigablemente con todos. En el período del noviciado se preocupó de conocer los principios de la vida interior y se dedicó con empeño al propio perfeccionamiento espiritual.

Emitió los votos temporales el 28 de agosto de 1934 y partió para Zakroczym donde estudió la filosofía. Aquí, con el consentimiento de los superiores, fundó un Círculo de Colaboración Intelectual para los Clérigos. Continuó ocupándose del problema de la abstinencia del alcohol y fundó un Círculo de los Abstemios. Además cooperó con la Orden Tercera Franciscana.

Al principio de 1937 superó con valoración óptima el examen final de filosofía. El 28 de agosto de 1937 emitió los votos perpetuos. Seguidamente comenzó el estudio de la teología en el convento de Lublin. Meses después de estallar la II Guerra mundial, escribía el 18 de diciembre de 1939 una carta a su tío, el padre Estanislao Sprusinski, manifestando una cierta desazón y abatimiento por el hecho de no poder vivir y estudiar normalmente.

El 25 de enero de 1940, fue arrestado y encarcelado en el Castillo de Lublin. Soportó con serenidad e incluso con un cierto buen humor las duras condiciones de la cárcel, con falta de movimiento, de espacio y de aire.

A los 5 meses, el 18 de junio de 1940, fue trasladado junto con todo el grupo al campo de concentración de Sachsenhausen, cerca de Berlín. Se trataba de un campo modelo, de verdadero cuño prusiano, sobre todo con una disciplina y un orden que acababan en el aniquilamiento del individuo. Aquí el Siervo de Dios perdió su optimismo. El trato inhumano de los prisioneros le afectaba, induciéndolo al pesimismo.

El 14 de diciembre de 1940, con un convoy de sacerdotes y religiosos, fue trasladado al campo de concentración de Dachau, cerca de Munich, donde su estado de ánimo siguió empeorando. Se le imprimió en un brazo el número de matrícula 22.473. Las noticias de las continuas victorias del frente militar alemán no dejaban entrever a los prisioneros esperanzas de salir del campo. El hambre, el trabajo y las persecuciones eran cada vez más insoportables. La capacidad de superarse le abandonaba junto con la energía vital. Un trabajo muy superior a sus fuerzas, el hambre, la penuria del vestido le procuraron a fray Fidel una grave enfermedad pulmonar. Una mañana de invierno de 1942, mientras transportaba junto con un compañero una pesadísima olla de café de la cocina, resbaló de modo que el café hirviendo le salpicó causándole quemaduras graves. El castigo duro que le impuso el jefe del bloque debilitó más todavía su estado psicológico. El padre Cayetano Ambrozkiewicz, el compañero de desventura que logró sobrevivir, narra así el adiós del Siervo de Dios: "No olvidaré nunca aquella tarde de domingo del verano de 1942, cuando fray Fidel dejó nuestra barraca nº 28 para irse al bloque de los inválidos. Se hallaba tan quieto y absorto, en sus ojos había reflejos de serenidad, pero ya no eran reflejos de este mundo. Nos besó a todos, despidiéndose con palabras de San Francisco y diciendo: Alabado sea Jesucristo; hasta la vista en el cielo".

Algún tiempo después, el 9 de julio de 1942, se extinguió en la enfermería del campo. Su cuerpo fue quemado en un horno crematorio.

Beato Sinforiano Félix Ducki
(1888-1942)

Nació el 10 de mayo de 1888 en Varsovia. En el bautismo, el 27 de mayo, recibió el nombre de Félix. Frecuentó la escuela elemental en la nativa Varsovia. Cuando en 1918 los capuchinos regresaron a su convento propio, abandonado con la supresión zarista de 1864, Félix Ducki, que de tiempo atrás sentía la vocación, se unió a ellos, primero ayudando simplemente a la reorganización del convento y más tarde como postulante. El 19 de mayo de 1920 comenzó el noviciado en Nowe Miasto con el nombre de fray Sinforiano. Terminado el año de noviciado se dedicó al servicio fraterno en los conventos de Varsovia, de Lomza y de nuevo en Varsovia (desde el 27 de mayo de 1924), hasta la profesión solemne, el 22 de mayo de 1925.

En Varsovia desempeñó primero el oficio de hermano limosnero, preocupándose sobre todo de recoger ofertas para la construcción del Seminario Menor de San Fidel. Después fue nombrado hermano socio del padre Provincial.

De carácter sociable, simple, cortés y amigable, fácilmente conquistaba la simpatía del pueblo y nuevos amigos para la Orden. No obstante su vida tan activa en medio de la gente, no perdió nunca el espíritu interior, distinguiéndose por su oración devota y fervorosa. Era conocido y estimado por los habitantes de la capital y le llamaban "padre" aunque no era sacerdote.

Al sobrevenir la II Guerra mundial se esforzó para que no faltara lo necesario ni a sus hermanos frailes ni a los demás pobres, hasta el 27 de junio de 1941, día en que la Gestapo arrestó a todos los 22 capuchinos del convento de la capital. En un primer momento fray Sinforiano fue internado en la prisión di Pawiak, y luego, el 3 de septiembre, en el campo de concentración de Auschwitz. De constitución robusta, sufrió más que los demás el hambre y las persecuciones, soportando todo en silencio. Las míseras raciones que recibían no cubrían ni siquiera la cuarta parte de la necesidad del organismo de un hombre normal. Después de siete meses fue condenado a una muerte lenta.

Una tarde, mientras los custodios del campo habían comenzado a asesinar prisioneros de un modo bestial, destrozándoles la cabeza a garrotazos, fray Sinforiano tuvo la valentía de hacer sobre los caídos la señal de la cruz. El testigo ocular y compañero de prisión César Ostankowicz declara que hubo un momento de aturdimiento y sorpresa, al que siguió la orden de apalear a Sinforiano. Un golpe en la cabeza le hizo caer al suelo entre los esbirros y los prisioneros. Poco después tuvo fuerzas para levantarse y hacer de nuevo la señal de la cruz. Fue entonces cuando lo asesinaron. Era el 11 de abril de 1942. La muerte de fray Sinforiano puso fin a la tremenda matanza que los soldados estaban perpetrando, y unos quince prisioneros se salvaron así de la muerte. Estos, con grande veneración, cargaron a fray Sinforiano en el carro que le llevaría, con los demás cadáveres, al horno crematorio.

Con su martirio fray Sinforiano demostró heroicamente su fe en la Trinidad, y salvó de una muerte segura a un grupo de compañeros de prisión.



26 de junio

Beato Andrés Jacinto Longhin
(1863-1936)

                                    Himno
Jacinto Bueaventura Longhin (Beato Andrés Jacinto) nació en Campodarego (Padua) el 22 de noviembre de 1863.

Vistió el hábito capuchino en Bassano del Grappa (Venecia) el 27 de agosto de 1879, tomando el nombre de fray Andrés.

Fue ordenado sacerdote en Venecia el 19 de junio de 1886.

El 18 de abril de 1902 fue elegido ministro provincial de los capuchinos de la provincia Véneta.

El 16 de abril de 1904 fue nombrado por el Papa S. Pío X obispo de Treviso, diócesis que presidió durante 32 años.

Visitó las 213 parroquias de su diócesis en tres visitas pastorales, en 1905, 1912 y 1926.

Tras la I Guerra mundial recorrió la diócesis, pacificando los espíritus y alentando para la reconstrucción de 47 iglesias devastadas.

Convocó dos congresos diocesanos de catequesis (1922 y 1932).

Murió el 26 de junio de 1936.

Fue proclamado Beato por Juan Pablo II el 20 de octubre de 2002.


La biografía que sigue está tomada de Internet, de la página de la provincia de Venecia.


OBISPO DEL CATECISMO

El beato Andrés Jacinto Longhin, obispo de Treviso, nació en Fiumicello de Campodarego (Padua), hijo de humilde familia de campesinos, el 22 de noviembre de 1863; fue bautizado al día siguiente con los nombres de Jacinto y Buenaventura. Terminados los estudios primarios, a los 16 años decidió hacerse capuchino y hubo de luchar con su padre, que no quería privarse para los trabajos del campo del único hijo que tenía. Venció Jacinto, vistiendo el hábito capuchino en Bassano del Grappa (Venecia) el 27 de agosto de 1879, con el nombre de fray Andrés. Cursó los estudios de filosofía en el convento de Padua y allí emitió la profesión solemne el 4 de octubre de 1883; los estudios de teología los realizó en Venecia, donde fue ordenado sacerdote el 19 de junio de 1886.

En 1888 era director espiritual y profesor en el seminario capuchino de Udine, en 1889 director espiritual y profesor en el colegio de filosofía de los capuchinos en Padua, y en 1891 de los teólogos en Venecia. El 18 de abril de 1902 fue elegido ministro provincial de los capuchinos vénetos.

El 16 de abril de 1904 san Pío X lo nombró obispo de su diócesis natal de Treviso, complaciéndose de "haber elegido una de las flores más bellas de la Orden capuchina" para su propia diócesis. Así lo calificaba el 12 de agosto de 1907: "Es uno de mis hijos primogénitos, que he regalado a la diócesis predilecta, y exulto cada vez que me cuentan alabanzas de él, que es verdaderamente santo, docto, un obispo de los tiempos antiguos que dejará en la diócesis una impronta indeleble de su celo apostólico". Consagrado obispo en Roma el 17 de abril de 1904, tomó posesión de Treviso el 16 de agosto, decidido a ser el buen pastor, no ahorrando "ni fatigas ni sacrificios, dispuesto a dar" por su iglesia toda su "sangre y la vida entera". Por espacio de 32 años fue "el buen pastor de la Iglesia de Treviso", viviendo la austeridad y pobreza capuchina.

El anuncio de la palabra fue uno de sus ministerios preferidos. Siguiendo el ejemplo de san Pío X, se destacó por el celo apostólico en la enseñanza del catecismo a los niños, en la creación de círculos de asociaciones juveniles y de adultos, certámenes culturales, jornadas de estudio, escuelas de catequesis, dos congresos diocesanos de catequesis, uno en 1922 y otro en 1932. Fue considerado como "el obispo del catecismo". Amaba y acompañaba como padre a sus sacerdotes, con atenciones muy especiales desde el seminario; predicaba retiros mensuales y ejercicios espirituales, siguiéndoles en las 213 parroquias, a las que hizo tres visitas pastorales, iniciadas en 1905, 1912 y 1926; organizó un sínodo diocesano en 1911, que fue alabado como obra maestra de orden y precisión, muy apreciado por san Pío X. Acompañó espiritualmente a santa María Bertila Boscardin, a los siervos de Dios José Toniolo, Guido Negri, madre Oliva Bonaldo. Mantuvo estrecha amistad con el capuchino san Leopoldo Mandic, con san Pío X, documentada ésta por copiosa correspondencia, y de la propia manifestación: "Nos...que fuimos parte tan importante de su dulcísimo corazón".

Fue guía de laicos, especialmente de movimientos juveniles, convencido, como insistió en el testamento, de que "de santos es de lo que tienen necesidad las familias, las parroquias, la patria, el mundo". En abril de 1914 declaró sagrado "el derecho de los obreros a organizarse... en sindicatos para su promoción económica y moral". En 1920 defendió las Leyes Blancas, movimiento sindical de inspiración cristiana, mostrándose como el obispo de los pobres, de los obreros, de los campesinos. En 1920 fundó en Treviso el colegio diocesano "Pío X" para garantizar una formación cristiana a los jóvenes.

Afrontó valerosamente, no desertando de su puesto y responsabilidad, la prueba de la guerra mundial de 1915-1918, alentando y estando cerca de ciudadanos, prófugos, soldados, heridos, sacerdotes. El 27 de abril de 1917 hizo el voto de levantar un templo en honor de la Virgen Auxiliadora. Llamado "el obispo del Piave y del Montello", condecorado con la cruz al mérito de guerra, terminada ésta, recorrió la diócesis para animar en la reconstrucción de las 47 iglesias destruidas, en la pacificación de los espíritus, en el nuevo despertar de la vida cristiana, interviniendo intrépidamente para salvar a sus fieles de ideologías anticristianas y subversivas. Los obispos del Véneto lo consideraban como su "Patriarca de campaña", consejero, teólogo distinguido, apóstol incansable.

Pío XI, en octubre de 1923, reconoció los "grandes servicios" prestados por mons. Longhin: "Ha trabajado tanto por la Iglesia" . Fue administrador apostólico de la diócesis de Padua en 1923, visitador y administrador apostólico de la diócesis de Udine en 1927-1928. El 4 de octubre de 1928 fue nombrado arzobispo titular de Patrasso. En 1929, con ocasión del 25 aniversario de episcopado, el Siervo de Dios cardenal Pedro Lafontaine, escribió: "Admiro en él, con agrado y edificación, una estampa del Buen Pastor, copia muy parecida al original".

Afectado de penosa enfermedad el 3 de octubre de 1935, comenzó a recorrer su calvario con nueve meses de sufrimiento, celebrando misa hasta el 4 de febrero de 1936. Murió el viernes 26 de junio de 1936. Fueron imponentes los funerales, celebrados el 30 de junio, con el comentario general: "Era realmente un santo". El 5 de noviembre de 1936 es enterrado en al catedral de Treviso. En el reconocimiento verificado los días 12-22 de noviembre de 1984 se encontró el cuerpo "entero con las zonas blandas en buena parte momificadas".

Fue beatificado, con otros Siervos de Dios, por Juan Pablo II el 20 de octubre de 2002, domingo mundial de misiones. El mismo día era beatificada la fundadora de las Franciscanas Misioneras de María, María de la Pasión.


10 de julio
Santa Verónica Giuliani

(1660-1727)

Himno

Úrsula Giuliani (Veronica) nació en Mercatello sul Metauro el 27 de diciembre de 1660.

Entre los años 1669 y 1672 estuvo en Piacenza con su padre, que estaba al servicio del duque de Parma.

Volvió después a Mercatello, y el 28 de octubre de 1677 vistió el hábito religioso entre las capuchinas de Città di Castello

El 1 de noviembre de 1678 emite la profesión religiosa.

El 4 de abril de 1681 Jesús le pone sobre la cabeza la corona de espinas.

El 17 de septiembre de 1688 fue elegida maestra de novicias, oficio que desempeñó hasta el 18 de septiembre de 1691.

El 12 de diciembre de 1693 comienza a escribir su Diario.

Desde el 3 de octubre de 1694 hasta el 21 de marzo de 1698 es de nuevo maestra de novicias.

El 5 de abril de 1697, Viernes Santo, recibe los estigmas, y el mismo año es denunciada al Santo Oficio.

En 1699 es privada de la voz activa y pasiva.

El 7 de marzo de 1716 el Santo Oficio revoca su disposición.

El 5 de abril de 1716 Verónica es elegida abadesa y permanece en el cargo hasta la muerte

El 9 de julio de 1727 muere.

El 6 de diciembre de 1727 se inicia el proceso ordinario informativo, que se concluye el 13 de enero de 1735.

Siguen los procesos ordinario y apostólico en 1735 y 1746.

El 17 de junio de 1804 Verónica es beatificada por el papa Pío VII.

El 26 de mayo de 1839 es canonizada por Gregorio XVI.

Oh almas, recurrid a la sangre preciosa de vuestro Creador, que Él os ha comprado y redimido. Dios mío, no os pido otra cosa que la salud de los pobres pecadores. Convertidlos todos a Vos, todos a Vos. ¡Oh amor, oh amor! Mandadme más penas, más tormentos, más cruces, que estoy contenta, con tal de que todas las criaturas vuelvan a Vos, y nunca, nunca, vuelvan a ofenderos. Me pongo por medianera entre Vos y los pecadores. Vengan los tormentos; el amor lo sufrió todo. El amor ha vencido, y el mismo Amor ha quedado vencido, porque el alma lo siente en sí, en modo que no tengo modo de decirlo.

(Santa Verónica Giuliani)


UNA VIDA CONSAGRADA A LA EXPIACIÓN

No es raro que los místicos tengan la pluma fácil, y Verónica Giuliani no constituye una excepción, ciertamente, con las 22.000 páginas manuscritas del Diario, en el que relata la dramática y exaltante historia de su camino hacia Dios. La santa lo escribió "con mortificación y rubor..., por pura obediencia"; pero, sin faltar a la verdad, hubiera podido añadir: con gran fatiga y sacrificio de sueño, porque los recuerdos fueron ordinariamente anotados durante la noche, privando al cuerpo del reposo debido.

El Diario cubre prácticamente todo el arco de los sesenta y siete años de vida de la santa, desde los primeros recuerdos de la infancia, mencionados en cinco relaciones, hasta el día 25 de marzo de 1727 cuando, según dice Verónica, la Virgen le sugirió que escribiera: "Pon punto final", y su cansada mano dejó la pluma para siempre.

Verónica nació en Mercatello sul Metauro el 27 de diciembre de 1660, y fue bautizada al día siguiente con el nombre de Úrsula. Su padre, Francisco, estaba al frente de la guarnición local con el grado de alférez. De su matrimonio con Benita Mancini nacieron siete niñas, dos de las cuales murieron en tierna edad. Úrsula fue la última y, al igual que las otras, creció en un ambiente saturado de piedad, creado sobre todo por la madre, mujer profundamente religiosa y de delicados sentimientos, que dejará su nidada de niñas y de adolescentes el 28 de abril de 1667, cuando solo contaba cuarenta años.

Antes de morir, llamó junto a sí a sus hijas, y mostrándoles el Crucifijo, asignó a cada una de ellas una llaga; a Úrsula, la menor, le correspondió la del costado. El acto dice mucho de la religiosidad de la familia Giuliani, en la que la oración en común, la armonía y la práctica de las obras de misericordia formaban la vida de cada día. En los procesos de canonización de Verónica alguien dijo: "En casa de los Giuliani se leía cada noche la vida de un santo".

Así sucedía en Mercatello, así siguió entre 1669-1672 en Piacenza, donde las niñas se trasladaron con su padre, que había obtenido el oficio de superintendente de los impuestos al servicio del duque de Parma; y así, finalmente, continuó después de su regreso a Mercatello.

De este período feliz de su vida Verónica recordará las travesuras, la bondad de las personas que la rodeaban, la tierna devoción de sus oraciones a la Virgen y al Niño Jesús, las primeras llamadas a la vida religiosa, la larga y agotadora resistencia que el padre opuso al cumplimiento de este ardiente deseo suyo.

Francisco Giuliani había permitido que las otras cuatro hermanas entraran libremente en un monasterio, pero ante la petición de Úrsula - la más querida, la más iinteligente, y según la interesada, la más mimada y consentida de las hijas - no estaba dispuesto a ceder. Quería que se quedase con él, que formase una familia. Pero ya a los nueve años Úrsula había tomado su decisión, y el viejo alférez tuvo que capitular ante la inamovible resolución. De manera que el 28 de octubre de 1677, cuando aún no había cumplido los diecisiete años, Úrsula vistió el hábito religioso entre las capuchinas de Città di Castello, tomando el nombre emblemático de Verónica.

Pero, ¿de quién será ella la "verdadera imagen", la copia fiel? El entusiasmo de Verónica, mantenido por su juventud (en el monasterio la llamarán durante mucho tiempo "la niña") no deja lugar a dudas: aspira con todo su ser a convertirse en una verdadera imagen de Cristo crucificado.

Al ingresar en las capuchinas, ella trae consigo inestimables riquezas espirituales: la inocencia, el hábito de la oración, un entusiasmo sin límites, la firme voluntad de trabajar en serio y una gran dosis de ingenuidad que le impide imaginar obstáculos de toda clase a su ardiente sed de perfección religiosa. Verónica está preparada y decidida a escalar la cima de la santidad, heroicamente, como lo hicieron sus modelos, los santos, cuyas gestas había escuchado desde su niñez. El monasterio es la palestra que hace posible la emulación de su generosidad. A su juicio, el carril sobre el que deberá correr y deberá recorrer está constituido por la oración y la penitencia, la contemplación y el sufrimiento.

A grandes rasgos, Verónica va por este carril durante casi veinte años, entre obstáculos e incomprensiones, decidida a alcanzar su objetivo, cueste lo que cueste. A su alrededor, en el monasterio, todo se desarrolla en la cotidianidad más gris, pero su itinerario hacia Dios registra numerosas fechas memorables: el 1 de noviembre de 1678, la profesión religiosa; el 4 de abril de 1681, Jesús le pone sobre la cabeza la corona de espinas; el 17 de septiembre de 1688, es elegida maestra de novicias, oficio que desempeña hasta el 18 de septiembre de 1691; el 12 de diciembre de 1693 comienza a escribir el Diario; desde el 3 de octubre de 1694 hasta el 21 de marzo de 1698 es de nuevo maestra de novicias; el 5 de abril de 1697, Viernes Santo, recibe los estigmas; el mismo año es denunciada al Santo Oficio y, en 1699, privada de la voz activa y pasiva.

Son fechas y hechos que, por sí mismos, permiten intuir que en Verónica había ocurrido algo arcano, a lo que el mismo mundo conventual había reaccionado con la confianza, la admiración e, incluso, con la guerra declarada. La que sufrió fue la pobre "humanidad" de Verónica, sometida a privaciones, penas y humillaciones de toda clase. El relato de los sufrimientos, que ella buscó que le impusieran, tiene algo de horripilante. Ni el hagiógrafo ni el lector moderno logran justificar, o solamente comprender, un comportamiento semejante. En cierto sentido, la misma Verónica renunció a ellos cuando, superada finalmente aquella etapa de su terrible ascesis, habló de "locuras que me empujaba a hacer el amor".

Desde que recibió los estigmas (1697), estas "locuras" comenzaron a ser menos frecuentes, para desaparecer completamente en 1699. Desde entonces Verónica estará contenta por "sufrir los males y tormentos que se veía y sabía que venían directamente de la mano de Dios para purificarla cada vez más". Era ésta una regla de oro que no se cansaba de inculcar a las jóvenes monjas, a las que sugería que "moderasen su deseo de penitencias".

Por inclinación natural, Verónica tendía a hacer la parte de María, no la de Marta. En los primeros años que pasó en el monasterio, creyó poder apagar su sed de perfección sumergiéndose en la meditación contemplativa. También la impulsaba en esta dirección la repugnancia que sentía por las humildes tareas domésticas y los servicios caritativos. Después, para colmar el sentido de vacío y descontento que había en ella, eligió servir. Por otra parte concibe el trabajo manual como un ejercicio de ascesis, como una penitencia; y esto desencadena en su ser una invencible repugnancia. Hasta aquel momento nunca le había pasado por la cabeza que cumplir aquellos actos fuera más útil y más altruista que no retirarse a su celda en contemplación y mortificación. De todas maneras, ella se pregunta si la pura contemplación puede resolver el problema moral de vida; y esto le lleva a discutir dentro de sí puede tener mayor valor espiritual la vida activa que la contemplativa. He aquí una frase suya muy reveladora: "¿No podía haber estado en el mundo haciendo el bien y no habrías sido útil también a los demás". Afortunadamente, pronto concluye que también puede ser útil a los demás quedándose en el monasterio. Así, hablando de la vida escondida en Dios, escribe: "y esto lo he de hacer en la oración, en las labores, por todas partes; no con el retiro de la persona en la celda, sino en medio de toda la comunidad he de practicar la soledad con Jesús... Me parece que con las obras mejor se verá lo que Dios quiere de mí".

Verónica ha conquistado una certeza práctica, y es que el modo más eficaz para encontrar a Dios consiste en buscarlo con sinceridad en medio de las diversas ocupaciones. Una norma práctica que seguirá hasta el último día de su vida y que con los modos más convincentes inculcará a sus religiosas.

El 7 de marzo de 1716, al revocar el Santo Oficio una disposición disciplinar, deja que Verónica pueda concurrir con pleno derecho a las elecciones para los cargos del monasterio y, en efecto, el 5 de abril siguiente es elegida abadesa, cargo que ejercerá hasta su muerte. Fueron doce años de gobierno ininterrumpidos y bendecidos por Dios. Son años envueltos en la luz del prodigio. El martirio de amor la había mantenido en vida para padecer. El amor había tenido su humanidad en un desnudo padecer. El 6 de junio de 1727 sus males corporales se habían agudizado y durante 33 días había padecido un triple purgatorio, en el cuerpo, en el alma, en el espíritu. La santa llamó junto a sí - como se lee en un testimonio de los procesos - a muchas religiosas que habían sido sus novicias y jóvenes y dijo: "Venid aquí, el Amor se ha dejado encontrar: esta es la causa de mi padecer; decidlo a todas, decidlo a todas". Después pidió que se cantase una alabanza sobre la Encarnación del Verbo; al cantarla estalló en un gran llanto: "¿Quién no llorará ante un Amor tan grande?". Y con la obediencia del confesor que la asistía, se serenó y expiró. Era el alba del 9 de julio de 1727.

Debido a la fama de santidad, el obispo diocesano Alejandro Francisco Codebò, el 6 de diciembre del mismo año, abrió el proceso ordinario informativo. Verónica fue beatificada el 17 de junio de 1804 y canonizada el 26 de mayo de 1839.

Mariano D'Alatri

21 de julio
San Lorenzo de Brindis
(1559-1619)
Himno

Julio César Russo (Lorenzo) nació en Brindis, en las Pullas, el 22 de julio de 1559.

El 19 de febrero de 1575 vistió el hábito capuchino en Verona y el 24 de marzo de 1576 hizo la profesión religiosa, siendo ordenado sacerdote el 18 de diciembre de 1582.

Su múltiple capacidad de servicio lo llevó, en 1599, a ser reelegido definidor general y encargado de fundar la Orden en Bohemia.

En 1600 fundó dos conventos, en Viena y Graz, contribuyendo en la victoria de Alba Real durante el octubre de 1601.

Fue elegido vicario general el 24 de mayo de 1602, y visitó, a pie, todas las provincias europeas.

Pablo V, a principios de 1606, le ordena volver a Bohemia.

Entre 1607 y 1609 escribe la obra apologética Lutheranismi hypotyposis.

En 1613, siendo definidor general, visita la provincia de Génova y es elegido Ministro provincial.

De 1614 a 1619 emprende varias misiones diplomáticas.

El 22 de julio de 1619 muere en Madrid, y su cuerpo es trasladado a Villafranca del Bierzo (León) y enterrado en el monasterio de las franciscanas descalzas.

Pio VI lo beatificó el 23 de mayo de 1783, y León XIII lo canonizó el 8 de diciembre de 1881.

Entre 1928 y 1956 se publicaron los tomos de su Opera omnia , por lo que Juan XXIII lo proclamó Doctor de la Iglesia ("Doctor Apostólico") el 19 de marzo de 1959.

Mis queridas almas, conozcamos, os ruego, la infinita caridad de Cristo hacia nosotros en la institución de este sacramento de la Eucaristía. Hace falta un corazón nuevo, un nuevo amor, un nuevo espíritu, para que el amor sea espiritual. Cristo no nos ha amado con un corazón carnal, sino espiritual, por pura gracia y caridad, con amor gratuito, con amor supremo y ardentísimo. ¡Ah!, tenemos que amarle del todo, del todo, del todo, del todo; con un amor vivo, vivo, vivo, vivo; con verdadero, verdadero, verdadero, verdadero corazón!

(S. Lorenzo de Brindis)

"DOCTOR APOSTÓLICO"

Nació en Brindis el 22 dc julio de 1559 de Guillermo Russo e Isabel Masella. Se conoce muy poco de su infancia, trascurrida en su ciudad natal, donde recibió la primera formación. Habiendo quedado huérfano de padre, fue acogido por los conventuales de Brindis, entre los que frecuentó la escuela con mucho provecho. Más tarde, muerta también su madre y siendo todavía adolescente, se trasladó a Venecia, a casa de un tío sacerdote con el que profundizó su formación cultural y espiritual.

En Venecia tuvo la oportunidad de conocer y tratar a los capuchinos, que vivían en un humilde convento cerca de la pequeña iglesia de Santa María de los Ángeles, en la isla de la Giudecca. Atraído por su vida pobre y austera, muy pronto pidió, y obtuvo, ingresar en la Orden. Recibido el hábito capuchino en Verona el 19 de febrero de 1575, fray Lorenzo superó con fervor el año de noviciado, verdadera escuela de ascesis y de santidad, y emitió la profesión religiosa el 24 de marzo de 1576.

Inmediatamente, comenzó los estudios de filosofía y teología, primero en Padua y después en Venecia, mostrando muy pronto una excepcional agudeza intelectual y una insaciable sed de saber, dándole una importancia particular a la Sagrada Escritura, que aprendió de memoria, perfeccionándose, incluso, en las lenguas bíblicas. Pero, sobre todo, se aplicó a la adquisición de la perfección religiosa siguiendo la escuela de S. Buenaventura, donde se privilegia el fervor de la voluntad y la elevación del espíritu.

Después de su ordenación sacerdotal, recibida de manos del patriarca de Venecia Juan Trevisan el 18 de diciembre de 1582, la principal actividad de Lorenzo fue el ministerio de la predicación. Siendo diácono había predicado una cuaresma completa en la iglesia veneciana de S. Juan Nuevo; ahora recorre toda Italia comprometido en el anuncio de la Palabra de Dios.

Estaba dotado para esta tarea de un conjunto de cualidades físicas, intelectuales y espirituales capaces de convertirlo en un verdadero y fecundo orador. Según la escuela franciscana, su predicación estaba sólidamente basada en la Escritura, proclamada con lucidez de pensamiento y riqueza expresiva. Son innumerables los episodios de conversiones que se multiplicaban a su paso, incluso, muy a menudo, entre los no cristianos, como sucedió en Roma, entre 1592 y 1594, cuando predicó a los hebreos por encargo de la autoridad pontificia.

Muy pronto Lorenzo fue llamado a tareas de responsabilidad y de gobierno. De 1583 a 1586 desempeñó el oficio de lector, y en el trienio siguiente, de 1586 a 1589, ejerció el cargo de guardián y maestro de novicios. En 1590 fue elegido provincial de Toscana. De 1594 a 1597 fue provincial de Venecia y fue requerido para el mismo cargo por la provincia de Suiza en 1598. Dos años antes, en 1596, había sido elegido definidor general.

La acción de Lorenzo fue fundamental para la difusión de la Orden en Centro Europa. Después de fundar el convento de Innsbruck en 1593, le tocó aceptar el lugar para el nuevo convento de Salzburgo, construido tres años después.

En territorio imperial fundó en 1597 un convento en la ciudad de Trento. Debido a las reiteradas peticiones del arzobispo de Praga, Zbynek Berka von Duba, se decidió en el capítulo general de 1599 enviar a la capital de Bohemia al capuchino de Brindis al frente de un grupo de frailes. La llegada a Praga, en noviembre de 1599, se caracterizó por sus muchas dificultades causadas, sobre todo, por el pueblo, en gran parte de tendencias reformistas y anticatólicas.

Una intensa actividad apostólica, centrada en el ministerio de la predicación y en un diálogo abierto y familiar, tuvo como fruto la fundación de un convento y el retorno a la fe católica de mucha gente, ganada por las convincentes argumentaciones del capuchino y, sobre todo, por su fama de santidad.

Dos nuevos conventos para los capuchinos fueron fundados por Lorenzo durante 1600: en Viena y Graz. Un hecho importante fue su participación en la cruzada antiturca. No obstante la ineptitud de los mandos, el ejército cristiano, acompañado y animado espiritualmente por el capuchino, pudo obtener la importante victoria de Alba Real en octubre de 1601.

En el capitulo general del 24 de mayo de 1602 Lorenzo fue elegido general de los capuchinos. Esta nueva carga comportaba, en primer lugar, la visita a todos los frailes. La Orden estaba configurada en treinta provincias con casi nueve mil religiosos, diseminados por toda Europa. Era una tarea del general visitar todas las provincias y encontrarse con los hermanos para exhortarles y animarles.

El general recorrió el norte de Italia, visitó Suiza, pasó por el Franco Condado y por Lorena; en la segunda mitad de septiembre se encontraba ya en los Países Bajos, pasando el invierno visitando las provincias francesas de París, Lyón, Marsella y Tolosa. En el primer semestre de 1603 estaba en España, de donde volvió a Italia, efectuando la visita a Génova, antes de acercarse a Sicilia y al sur de la Península. No obstante las penosas caminatas, continuaba observando rigurosamente las severas costumbres de la Orden, los prolongados ayunos y las rigurosas abstinencias.

Al terminar el trienio de su generalato, fue envido por Pablo V a Baviera y Bohemia. Además de su actividad apostólica, desarrolló con habilidad una tarea diplomática entre el duque de Baviera, Maximiliano de Wittelsbach, y las autoridades imperiales, que desembocó en la creación de una liga católica que se opusiera a la Unión evangélica, formada por luteranos y calvinistas con la finalidad de dividir los estados católicos para obtener ventajas territoriales. A tal fin Lorenzo hizo numerosos viajes entre Munich y Praga, debiendo acercarse a España para convencer a Felipe III de que apoyara la liga y ayudara económicamente. Entre 1610 y 1613 estuvo viviendo en Munich como representante de la Santa Sede. En el Capítulo general de 1613, elegido por tercera vez definidor general, fue enviado como visitador a la provincia de Génova, donde fue aclamado como provincial. Sólo en 1616 pudo volver a su provincia de Venecia y dedicarse a un período más intenso de retiro y oración.

Las peculiares características de su espiritualidad, típicamente franciscana y cristocéntrica, fueron el culto a la Eucaristía y la devoción a la Virgen. La santa Misa, celebrada con un fervor incontenible, y ardientes invocaciones, se prolongaba normalmente durante una, dos o tres horas y, por un indulto de Pablo V, hasta ocho, diez y doce horas. Atribuía a la Virgen María todo don y toda gracia, y no escatimaba esfuerzos para difundir su devoción.

A pesar de su inclinación por la vida retirada, tuvo que interrumpirla a menudo, por orden del papa, para realizar misiones diplomáticas conducentes a la paz y la concordia. Es lo que hizo en 1614 cuando acordó la rendición de los piamonteses fortificados en Oneglia; o en 1616 cuando intervino ante Candia Lomellina para buscar un acuerdo entre españoles y piamonteses. En 1618 consiguió la paz entre el gobernador de Milán, D. Pedro de Toledo, y el gran duque de Saboya, Carlos Manuel I.

En otoño de 1618 se vio envuelto en la tentativa de reportar serenidad y paz al Reino de Nápoles, donde el desenfrenado y prepotente virrey, D. Pedro Téllez Girón, duque de Osuna, cometía abusos y vejaciones. Representantes de la nobleza y del pueblo se dirigieron al santo capuchino, que, una vez más, debió someterse a las dificultades de un largo viaje a la corte de Madrid. Cuando los asuntos que trataba estaban ya a punto de solucionarse, Lorenzo cayó enfermo de gravedad. Consumido por las fatigas y sufrimientos, y a pesar de la asistencia de los médicos del rey, murió el 22 de julio de 1619 a la edad de 60 años. Su cuerpo fue trasladado a Villafranca del Bierzo (León), donde fue sepultado en la iglesia del monasterio de las franciscanas descalzas.

No obstante las gravosas tareas de gobierno de la Orden y la ferviente actividad diplomática, Lorenzo de Brindis tuvo tiempo para redactar numerosos escritos que, entre 1928 y 1956, han sido recogidos en la edición de la Opera omnia.

Las obras pueden dividirse en cuatro clases:

1. Obras de predicación: son las más numerosas y contienen sermones de cuaresma, de adviento, homilías dominicales; el Santoral, con una nutrida serie de panegíricos para las fiestas de los santos; el Marial, verdadero tratado de mariología con la presentación de todas las prerrogativas de la Virgen María y de su papel en la historia de la salvación, y una rica serie de exposiciones sobre la Salve Regina, sobre el Magnificat y sobre el Ave María.

2. Obras exegéticas, entre las que se enumeran la Explanatio in Genesim, un rico comentario a los once primeros capítulos del Génesis; De numeris amorosis, un opúsculo sobre el significado místico y cabalístico del nombre hebreo de Dios.

3. Obras de controversia religiosa: Lulheranismi hypotvposis, compuesta entre 1607 y 1609, y dirigida inicialmente contra el predicador reformado Policarpo Laiser. Se trata de una completa y orgánica refutación de toda la doctrina luterana.

4. Escritos de carácter personal y autobiográfico: se trata del opúsculo De rebus Austriae el Bohemiae, escrito por orden de los superiores con la narración de las peripecias vividas en tierras alemanas entre 1599 y 1612.

A los cuatro años de la muerte de Lorenzo de Brindis, fue introducido por el general de la Orden, Clemente de Noto, el proceso de canonización. Debido al conocido decreto de Urbano VIII y a posteriores sucesos político-religiosos, tuvo que esperar largo tiempo. Fue beatificado por Pio VI el 23 de mayo de 1783 y, casi cien años después, fue posible conseguir su canonización efectuada por León XIII el 8 de diciembre de 1881. Después de examinar sus obras, definidas como "verdaderos tesoros de sabiduría", Juan XXIII proclamó al santo de Brindis Doctor de la Iglesia el 19 de marzo de 1959.

En la iconografía, los motivos más recurrentes son los que se inspiran en la celebración de la Misa y en la ciencia del santo, que se representa escribiendo sus obras. Un tercer motivo es la batalla de Alba Real contra los turcos.

Vincenzo Criscuolo


27 de julio

Beata María Magdalena Martinengo
(1687-1737)

Himno


Margarita Martinengo (María Magdalena) nació en Brescia el 4 de octubre de 1687.

Entró en el monasterio de capuchinas de Santa María de las Nieves el 8 de septiembre de 1705, donde permaneció por 32 años, hasta su muerte.

El Viernes Santo, 11 de abril de 1721, experimenta el "Matrimonio espiritual".

En 1723 fue nombrada maestra de novicias, cargo que desempeñó por dos años.

En 1725, julio-noviembre, por mandato del confesor, escribe su autobiografía.

En 1725 y 1726 fue secretaria, despensera y consejera y del 3 de junio de 1727 hasta el 24 de abril de 1729 fue de nuevo maestra de novicias.

En 1729-1730 fue segunda y luego primera consejera y en 1731 de nuevo maestra de novicias.

El 28 de junio de 1732 es elegida abadesa por un bienio y reelegida el 12 de julio de 1736, pero el 21 de abril de 1737 renuncia y se retira a la enfermería.

El sábado 21 de julio de 1737 María Magdalena muere.

En 1739 el cardenal Querini pone en marcha el proceso, que se desarrolla en los años 1757-1759.

El 16 de septiembre de 1761 son aprobados los escritos y el 5 de mayo de 1778 Pío VI reconoce la heroicidad de las virtudes.

El 10 de julio de 1810 los restos de María Martinengo son trasladados del monasterio a la iglesia de Santa Afra.

El 3 de octubre de 1900 León XIII la declara Beata.

El 28 de noviembre de 1948 se trasladan los restos de la beata a la iglesia del Sagrado Corazón en Brescia y el 26 de febrero de 1972 al nuevo monasterio de las capuchinas en Brescia.

Veo - a mí me parece claramente - que Dios quiere de mí que me pierda constantemente en Él, sin otra operación de mis potencias, ya sumergidas en el abismo de su divina Esencia. Puesto que el Señor me ha introducido en este abismo infinito, en él me abismaré, me sumergiré, me aniquilaré y allí quedaré toda consumida. Tendamos, pues, al infinito, alma mía: infinita humildad, infinita caridad, infinita paciencia y obediencia, infinito amor de Dios y resignación en su divina voluntad, pérdida infinita de todo tu ser en el mar infinito del Ser divino. Así sea.

(Beata María Magdalena Martinengo).

UN AMOR INSUFRIBLE

En las capuchinas de Santa María de las Nieves, en Brescia, todas la llamaban "el criado" del monasterio. Se la veía ocupada de continuo en trabajos pesados, "siempre airosa en la faena", sin permitirse excepciones ni privilegios, siempre dispuesta y a punto para todo; era sana y robusta en la cara, manos y pies, como para engañar a los mas atentos observadores, ocultando en buena parte, casi hasta su muerte, aquellas horribles penitencias y enfermedades igual que la abundancia de los carismas celestiales. Pero sor María Magdalena, que León XIII declaró beata el 3 de junio de 1900, no era de fuerte complexión física. Cuando a los 18 años ingresó en el monasterio, a las capuchinas se les antojó una joven de rostro "como de cera", con "un cuerpecillo para protegerlo en una campana de cristal".

Había nacido en Brescia, en el palacio de los condes de Martinengo, el 4 de octubre de 1687, en un parto difícil, que cinco meses más tarde cobró la vida de la noble Margarita de los condes Secchi de Aragón. Por temor a que muriese, fue bautizada de urgencia en casa, y se le impuso el nombre materno. Las ceremonias complementarias del bautismo solemne tuvieron lugar el 21 de agosto de 1691, con ocasión del bautismo de su hermana Cecilia, nacida ésta de las segundas nupcias del padre, Francisco Leopardo Martinengo, conde de Barco, con Elena Palazzi.

De precoz inteligencia, fue educada con esmero, y, a los seis años, confiada al pensionado de las ursulinas. La maestra Isabel Marazzi la adiestró en la oración y el estudio. El breviario era su lectura preferida; y en sus manos, el rosario. Así la recordarían sus familiares. Apasionada por la lectura ("todo mi contento era leer", dirá en su autobiografía), se procuró una cultura nada común en literatura italiana y latina, que la rica biblioteca paterna se la ofrecía con abundancia.

Como acontecimiento de gracia, ella recuerda este suceso de su infancia. Durante un viaje en carroza tirada por seis caballos, de repente cayó fuera del carruaje y hubiera sido arrastrada y aplastada por las ruedas, si el toque de una suave mano no le hubiera sacado del peligro. Al filo de los once año ingresó, el 14 de octubre de 1698, en el internado del monasterio de las agustinas de Santa María de los Ángeles, para continuar su educación; allí estaban dos tías maternas religiosas.

La primera comunión fue para ella dramática. Cayó al suelo la sagrada forma, quizás por la excesiva conmoción del momento, y ella hubo de tomarla con la lengua, sintiendo que sus miembros se estremecían con un "frío temblor", como si fuese juzgada indigna del Señor. Intensificó entonces - influida también por las viidas de los santos que devoraba con avidez - su ansia de mortificación y meditación. Las dos tías maternas le iban resultando excesivamente celosas y agobiantes, tanto que en agosto de 1699 pidió a su padre que la llevara al internado del monasterio benedictino del Santo Espíritu. Pero antes pasó unos meses de vacación en familia, en las bellas montañas del lago Iseo.

Aquí comenzó a sentir una atracción sensible por la vida contemplativa claustral. Ella misma recordará que enamorada "a la vista de aquellos parajes alpestres y solitarios, de aquellas grutas tan bellas que parecían me llamaban a cobijarme allí, me hubiese escapado, si la cantidad de lobos no me hubieran metido tanto miedo". La tentación la traía de Santa María de los Ángeles. Con dos compañeras había intentado "marcharse a un desierto para padecer allí a su gusto"; pero la puerta secreta del monasterio estaba bien cerrada y no pudo forzarla. Esta adolescencia de fuego nos evoca análogos gestos de santos y santas que tuvieron la misma tentación en tal edad.

También en el monasterio del Santo Espíritu se encontraban otras dos tías maternas. No eran tan impertinentes como las otras, pero no se preocupaban de otra cosa sino de la salud de la sobrina y su porvenir como dama de la alta sociedad. "Me aburrieron tanto - escribirá - que no me habría hecho religiosa allí por todo el oro del mundo". Entretanto su vocación carismática iba adquiriendo más netos perfiles. Su oración interior le hacía arder por dentro. Al fin, su psicología de frágil adolescente, no habituada todavía a las divinas operaciones, no pudo resistir, y cayó enferma. Las hermanas, "no dándose cuenta de lo que pasaba en mí, a fuerzas de medicinas, me estropearon más". Solo Dios, que la había herido, podía sanarla.

Tenía trece años cuando, según escribió: "hice voto de virginidad a Dios". Entonces fue asaltada por todo tipo de tentaciones. Fueron años terribles. Se sentía desconcertada. A los dieciséis años parecía que definitivamente se imponían los proyectos de la familia. Muchos caballeros la pretendían. El padre la había prometido al hijo de un senador de la Serenísima. También sus hermanos Néstor y Juan Francisco le molestaban. Le traían libros y novelas de amor. Margarita se dejó seducir. Los devoraba de noche y de día. "Libros de infierno", dirá después. Le agradó entonces vestirse con vestidos refinados y pomposos. Pero un día, llorando ante el sagrario su desventura, tuvo la certeza de que al fin vestiría la áspera estameña de las capuchinas. Era una convicción infusa, proveniente de una misteriosa luz interior, que le inspiraba la Madre de Dios en una visión, como luego narró. Y sin embargo, "yo de las capuchinas no sabía nada". Tenía diecisiete años.

Terminada la formación en el monasterio del Santo Espíritu, tornó a casa. Era el año 1704. ¿Cómo manifestar al padre su decisión? Sentía una repulsa interior; pese a ello, repetía que ella quería hacerse monja capuchina. Todos la hostigaban: el confesor, las educadoras, el padre, los hermanos, los criados de casa. Cuatro días después, que era Navidad, se presentó en monasterio de Santa María de las Nieves: "Quiero hacerme santa". Las hermanas, como entonces se acostumbraba, antes de la vestición, le hicieron pasar un período de prueba en el colegio de la ciudad de Maggi, dirigido por las ursulinas.

Pasada la Cuaresma, el conde Leopardo le preparó un viaje de placer por varias ciudades de Italia. En Venecia el tío Juan Bautista organizó muchas fiestas galantes; un hijo suyo se enamoró de la condesita y pidió su mano. Margarita estaba a punto de ceder, y habría mandado un correo a su padre, si entretanto una fidelísima doméstica no le hubiera dado un consejo: encomendarse primero al Señor "para obtener luz". Pasó aquella noche en oración y por la mañana estaba del todo decidida a seguir su vocación: "Habría pasado entre lanzas para entrar; tal era mi certeza de cumplir con ello la voluntad de Dios".

Vuelta a Brescia, después de unos ejercicios espirituales en el colegio Maggi, el 8 de septiembre de 1705, traspasó el dintel del monasterio de Santa María de las Nieves acompañada de un festivo cortejo de carrozas; vistió el hábito marrón y tomó el nuevo nombre de sor María Magdalena. La separación de los familiares fue para su naturaleza sensibilísima como un corte mortal. Lo describe con estas palabras en su autobiografía: "¡Dios mío! ¡Qué desgarro eran para mí mis eres queridos! Entraron una a una las tres compañeras; yo entré en cuarto lugar. Al ser la última para entrar, una dama me cogió y estrechó con tal fuerza que pienso que la instigase el demonio. Di aquel paso con tanta violencia que creo que de seguro no ha de ser mayor el de la separación del alma del cuerpo".

El año de noviciado, bajo la dirección de una maestra rígida y extravagante y de connovicias celosas, fue una cruz de pruebas y arideces; tanto que en los primeros escrutinios de la comunidad María Magdalena fue juzgada inepta para la vida capuchina: "habría sido la ruina del monasterio". Tras el cambio de maestra, en una votación posterior, las monjas dieron por unanimidad el voto favorable, y así el 8 de septiembre de 1706 María Magdalena se consagraba definitivamente al Señor con la profesión religiosa.

Inmersa en la vida cotidiana de un trabajo fatigoso en un pobre monasterio del setecientos, su vida claustral que duró 32 años podría parecer monótona y de poco aliento, si su aventura interior no fuera un grandioso panorama de espiritualidad, perceptible ahora por sus maravillosos escritos, que aguardan una definitiva y completa edición. Para sintetizar la actividad de su vida en el monasterio son expresivas las palabras de un estudioso de su espiritualidad: La condesa Margarita, ahora sor María Magdalena, "fue sucesivamente fregona, cocinera, recadera, hortelana, panadera, barrendera, ropera, lavandera, lanera, zapatera, bodeguera, sastra, secretaria, bordadora, ayudante de la sacristía, y, sin ser encargada oficial de la enfermería, ejercitó espontáneamente los servicios más humiles y pesados. Fue también maestra de novicias, consejera, vicaria y abadesa".

En 1708 unos ejercicios espirituales dirigidos por un padre jesuita con acentos marcadamente jansenistas le provocaron un temor excesivo de la justicia divina, hasta caer en una debilidad extenuante con fuerte fiebre. La enfermedad la puso al borde de la muerte; pero, gracias a los consejos iluminados del confesor que escuchó su larguísima confesión general, interrumpida por sollozos, María Magdalena experimentó el don de la perfecta reconciliación y de la absolución plenaria de sus pecados y con ello la curación. A partir de este momento la acción poderosa de Dios obraba en ella con una fuerza de amor y de dolor que la hicieron una "esposa de sangre".

Todos los mayores dones místicos encontraron en ella una docilidad total. Su itinerario espiritual pasó a través de la oración afectiva a la contemplación infusa. Ella misma intentó describir este punto: "Yo seguía mi método de hablar con Dios - escribe en la autobiografía - queriéndolo hacer con mayor amor y más diligencia, y temiendo perder un solo momento de tiempo; y el Señor me correspondía internamente con palabras dulcísimas. Entonces yo ponía la cabeza en tierra, y al instante el Señor en lo íntimo del corazón me respondía: Hija amada, tú me amas, pero yo te amo a ti mucho más sin comparación. Si le decía: Señor, tomad mi corazón que yo ya no lo quiero tener, Él, agradeciendo el ofrecimiento, me parecía que, tomándome el corazón, me ponía allí el suyo, todo en llamas de amor; y yo, no pudiéndolo soportar así encendido y lleno de fuego, me desvanecía por el ardor que suavemente me consumía".

El fuego del amor divino le iba consumiendo, y para apagar este ardor se infligía increíbles penitencias, ocultándolas por humildad incluso a los médicos. En tan pequeño espacio vital como es el ambiente de un monasterio, pasó casi inadvertida. Las envidias, el aburrimiento o la curiosidad de algunas hermanas, la picardía juvenil de las novicias y las tácticas de observación furtiva, inventadas por algunas religiosas, no lograron arañar su secreto de amor y de dolor. Sus desconcertantes mortificaciones - nosotros diremos de gusto barroco - , centenares de agujas clavadas en todas las partes del cuerpo, disciplinas, cilicios, incisiones, quemaduras con malla de alambre y fuego y azufre, sin olvidar las noches místicas y las acción interna y misteriosa del Espíritu Santo, todo pasó casi en el secreto de una vida ordinaria. "Mi vida entera es un despropósito. Sufro por no sufrir".

Es difícil exagerar su desconcertante martirio, "mártir dolorosa por mano de amor", como ella dejó escrito; con todo, los sufrimientos corporales fueron superados por los espirituales y morales. Cuatro hermanas hasta la muerte le mantuvieron una total antipatía; un confesor le hizo quemar, como heréticos, los escritos; un vicario episcopal le prohibió hablar de cosa espirituales a sus ex-novicias. Todo lo soportó. Decía: "En las cosas más arduas hay que obrar a lo héroe".

Su experiencia espiritual ha quedado plasmada en los numerosos manuscritos autógrafos, comenzados por obediencia (la Autobiografía, el Comentario a las Máximas espirituales de fray Juan de San Sansone, relaciones a sus directores espirituales), continuados por la presión de sus novicias (Avisos espirituales, Explicación de las constituciones capuchinas, Tratado de la humildad), o por impulso interior (los Diálogos místicos). Son escritos que rezuman experiencia espiritual trinitaria, cristológica, cruciforme, eucarística, mariana. Cuando sean publicados (se está preparando la edición) representarán un vértice de la literatura mística femenina del setecientos.

María Magdalena fue literalmente consumida por el amor divino. Cuando en 1737 renuncia al ministerio de abadesa, su cuerpo estaba ya acabado. Habiendo sufrido repetidos desvanecimientos, las hermanas de comunidad pudieron, al fin, descubrir en su cuerpo martirizado los signos de las tremendas penitencias y las estigmas de los diversos tormentos de la pasión del Señor.

El final fue rápido y sereno. Gozó cuando supo que era inminente la hora final, y a sus hermanas que lloraban les ofrecía a la boca moras que tenía junto a sí en un canastillo. Oraba con versículos de la Biblia. Después pudieron escuchar que susurraba: "¡Ya voy, Señor, ya voy!". Y serenamente expiró. Era el 27 de julio de 1737. Iba a cumplir 32 años de vida religiosa y 50 de edad.


28 de julio
Beata María Teresa Kowalska
(1902-1941)
Himnos

Pertenecía al Convento de las Monjas Clarisas Capuchinas de Przasnysz. Si bien su vida transcurrió en silencio, el recuerdo de su muerte heroica - cosa única en la memoria de este monasterio - sigue siendo aún hoy muy vivo. Son pocas las noticias biográficas que se conservan de Sor Teresa.

Nació en Varsovia en 1902. No se conocen los nombres de sus padres y es probable que tuviera hermanos y hermanas. Hizo la primera comunión el 21 de junio de 1915 y la confirmación el 21 de mayo de 1920. Su padre, simpatizante socialista, se fue con la familia a la Unión Soviética por los años veinte. Desde entonces no se sabe nada de la familia de la Beata.

Por las notas escritas en su librito religioso El libro de la vida, sabemos que se inscribió en la asociación del "Rosario", del "Escapulario de la Inmaculada Concepción", del "Corazón de Jesús", de "San José", de la "Pasión del Señor", de la "Virgen de los Dolores". Pertenecía también a la cofradía de la "Madre de Dios de la Buena Muerte", a la "Archicofradía de la Guardia de Honor", al "Apostolado por los enfermos". Todo esto hace suponer que antes de entrar en la Orden de las Capuchinas llevaba una vida piadosa y ejemplar.

A los 21 años Mieczyslawa recibió la gracia de la vocación religiosa. Entró en el monasterio de las Monjas Clarisas Capuchinas de Przasnysz el 23 de enero de 1923, con la conciencia de reparar la culpa de su familia, contagiada por el ateísmo. Al tomar el hábito el 12 de agosto de 1923 recibió el nombre de Sor Teresa del Niño Jesús. Hizo la primera profesión el 15 de agosto de 1924, y la perpetua el 26 de julio de 1928.

Era una persona delicada y enfermiza, pero muy dispuesta para todo y para todos. En el monasterio servía a Dios con devoción y solicitud. Con su modo de hacer se conquistaba la confianza de todos - cuenta una de las religiosas. Gozaba de grande respeto y consideración por parte de los superiores y de las hermanas. Desempeñó uno tras otro diversos cargos: portera, sacristana, bibliotecaria, maestra del noviciado y consejera.

Sor Teresa vivió su vida religiosa en el silencio, totalmente dedicada a Dios, distinguiéndose por su total entrega. El 2 de abril de 1941 los alemanes irrumpieron en el monasterio y arrestaron a todas las religiosas, llevándolas al campo de concentración de Dzialdawo. Entre ellas iba Sor Teresa, enferma ya de tuberculosis. Todas las 36 hermanas fueron encerradas en un único local y sometidas a condiciones de vida humanamente afrentosas e indignas: ambiente sucio, hambre tremenda, terror continuo. Las religiosas sufrían además sabiendo que en aquel mismo campo eran torturadas personas, como los obispos de Plock Antonio Nowowiejski y León Wetmanski, y tantos otros sacerdotes.

Después de un mes transcurrido en aquellas condiciones de vida, hasta las hermanas con más salud comenzaron a enfermar. La que más se resintió fue Sor Teresa, que no era ya capaz de mantenerse en pie. Aquejada de hemorragias pulmonares, le faltó cualquier clase de socorro médico e, incluso, el agua para aplacar la sed y para las exigencias fundamentales de la higiene.

Pero todos los sufrimientos los soportó con gran valor y, mientras le fue posible, acompañó a las hermanas en los rezos, además de su oración personal. En medio de tan duras pruebas, consciente de que su muerte estaba cercana, decía: Yo no saldré ya de aquí, ofrezco mi vida por que las hermanas puedan retornar al convento. De vez en cuando preguntaba a la Abadesa: Madre, ¿falta mucho todavía? ¿Moriré pronto? Se extinguió en la noche del 25 de julio 1941. Su cuerpo fue llevado de allí sin que se sepa qué fue de él.

Su muerte hizo reflexionar mucho a las hermanas. Estaban convencidas de que Sor Teresa había concluido su vida santamente y que moraba ya en la gloria de los bienaventurados; por ella sentían una particular veneración. Según lo que había predicho, dos semanas después de su muerte, el 7 de agosto de 1941 las monjas fueron dejadas libres. Aquella liberación la interpretaron como una gracia recibida de Dios por intercesión de sor Teresa. Hecho realmente singular, pues normalmente los alemanes no dejaban salir a nadie de los campos de concentración.

Las religiosas no pudieron volver entonces al monasterio de Przasnysz, pero quedaron libres hasta su retorno en 1945. En ellas se ha mantenido siempre vivo el recuerdo de la santa vida y de la muerte como mártir de su hermana. De ello queda constancia en el "Libro de las difuntas" del monasterio de Przasnysz. Las noticias sobre Sor Teresa Mieczyslawa Kowalska eran comunicadas a las nuevas candidatas, lo mismo que a los parientes o amigos que visitaban el monasterio. En la crónica del monasterio, cuando se describen los acontecimientos del arresto y de la permanencia de las monjas en Dzialdowo, se da mucho espacio a la suerte de Sor Teresa. Pero a causa de las condiciones de los monasterios contemplativos bajo el régimen comunista, no ha habido hasta ahora publicaciones sobre Sor Teresa Mieczyslawa Kowalska. Pero, con el proceso de beatificación, se fue difundiendo más la fama de su martirio.

A nuestra Beata Teresa Mieczyslawa Kowalska, monja clarisa capuchina, tratada de manera inhumana en el campo de concentración de Dzialdowo, se pueden atribuir las palabras de la Imitación de Cristo. Plenamente resignada a la voluntad de Dios, su ardiente deseo era unirse a Cristo: Si fuera probada y afligida por tantas adversidades, no tendré miedo del mal, porque Tú estás conmigo. Tu gracia es mi fuerza, me da consejo y me conforta. Es más poderosa que todos mis enemigos.

He aquí por qué Sor Teresa Mieczyslawa Kowalska vivió y testimonió a Cristo con su santa vida y sobre todo con su valerosa muerte.

Fue beatificada por Juan Pablo II el 13 de junio de 1999 en Varsovia junto con otros cinco capuchinos en el grupo de 108 mártires del nazismo. Su memoria no ha sido integrada con la de sus hermanos mártires capuchinos el 16 de junio, sino puesta como celebración personal el día 28 de junio.

















Hosted by www.Geocities.ws

1