Principal
Calendario
enero-mayo
junio-julio
agosto-sept octubre-dic
Himnario
Otros 
los santos
Nuestros Santos,
una herencia
comprometedora
y provocadora
"Ha muerto el santo", gritaban los niños a la muerte del Hermano Serafín.
Las Hermanas Capuchinas:
La bta. Angela María, la hermana del breviario -ese libro diario de rezos con salmos, lecturas, peticiones...-.
Una madre, y sus hijas -religiosas capuchinas-,
víctimas del odio durante la guerra civil española.
Y otras dos capuchinas, también mártires, en otro lugar de la geografía española.
Honorato, el padre de la moderna polonia católica.
Termina el mes el bto. Angel de Acri, un trotamundo del evangelio en el siglo XVIII.

OCTUBRE:
12 S. Serafín de Montegranario
13 Bto Honorato Kozminski
Mártires en la guerra civil española
25 Bta María Jesús Massiá
25 Bta M. Verónica Massiá
25 Bta María Felicidad Massiá
25 Bta. Isabel Calduch
25 Bta. Milagros Ortells
31 Bto Ángel de Acri
DICIEMBRE:
2 Bta Ángela María Astorch


12 de octubre

San Serafín de Montegranario
(1540-1604)

Himno

Félix (Serafín) nace en Montegranario hacia 1540.

En torno a 1558, a los dieciocho años, entra en el noviciado capuchino de Jesi, en el primitivo convento, sito en las cercanías de Tobano, donde emite su profesión religiosa en 1559.

Durante los 64 años de vida religiosa la obediencia lo lleva y trae por varios lugares de la provincia capuchina, sin que se pueda establecer con precisión una exacta cronología.

En el convento de Áscoli Piceno permanece la mayor parte de su vida, y allá le sale al encuentro la hermana muerte en 1604.

La causa de beatificación, iniciada al poco tiempo de su fallecimiento, fue clausurada en Áscoli entre los años 1626-1632.

Es beatificado por el Papa Benedicto XIII en 1729, con decreto del 18 de julio.

El 16 de julio de 1767 Clemente XIII lo incluye en la lista de los santos.

"Vamos, santito, estáte quieto, que no he sido yo quien te ha curado, sino Cristo y tu fe, santito. (Y a quien lo mortificaba): ¡Ah, santito, que te sea dado un pan blanco. ¡Ojalá fuese yo digno del purgatorio! Soy un pecador. No tengo nada, solo el crucifijo y el rosario, pero con ellos dos espero poder ayudar a mis hermanos y santificarme".

(S. Serafín de Montegranaro)

MILAGROS DE UNA AMABLE HUMANIDAD

"La provincia de las Marcas de Ancona fue antiguamente, como cielo cuajado de estrellas, una gran lumbrera que ha iluminado y adornado la Orden de San Francisco y el mundo entero con sus ejemplos y doctrina". Así se expresan las Florecillas con su trasunto de poesía. Zacarías Boverio en sus Anales, como haciéndose eco de estas palabras y continuando en la misma línea laudatoria dice que: "en la provincia de las Marcas brilla una estrella esplendorosa para la religión en fray Serafín de Montegranario". Se nos habla de su santidad a través de los testimonios del proceso ordinario informativo, concluido en 1624 así como, gracias a la intervención del cardenal Madruzzi de Trento, en el proceso apostólico que llega hasta 1632.

Su santidad sintoniza maravillosamente con el primero de los santos capuchinos, san Félix de Cantalicio. Se dan tantas similitudes entre ellos dos que hasta el lector menos avisado podrá percatarse de ellas con facilidad; y al mismo tiempo resulta una expresión pintoresca de la genuina vida capuchina en su característica tradición espiritual de las Marcas, cuyos límites no traspasó Serafín de Montegranario.

Nacido a Montegranario hacia 1540, el segundo de cuatro hermanos, fue bautizado con el nombre de Félix. Delicado de salud, su padre, albañil de profesión, lo confió a un campesino, y éste le puso al cuidado de su rebaño. En el silencio del campo degustó la belleza de la soledad y de la oración, tanto que se cuentan diversos hechos maravillosos acontecidos en su juventud. Muerto su padre, el hermano mayor, que había asumido el trabajo del progenitor, llamó a Félix para que le echara una mano en sus labores. Félix no mostró demasiadas habilidades para la albañilería, lo que granjeó más de una reprimenda de parte de su irascible hermano. Félix se sentía llamado a una vida de penitencia, llamado al desierto, tal y como lo había escuchado en la vida de los eremitas. Confidenció un día sus inclinaciones a una joven piadosa del lugar, y ésta le habló de los capuchinos y de su espiritualidad, capaz, según ella, de colmar sus aspiraciones. Félix se entusiasmó con la idea y se presentó de inmediato al convento de Tolentino, y aunque no fue recibido de inmediato tal y como esperaba, se convenció de que aquella era su vida. Finalmente fue admitido al noviciado en Jesi, en el primitivo convento de Tabano, y cambiado su nombre por el de Serafín. Aquí mismo emitió su profesión religiosa.

A lo largo de sus 64 años de vida habitó en varios conventos de la provincia, Loro Piceno, Corinaldo, Ostra, Ancona, San Elpidio, Ripatransone, Filottranno, Potenza Picena, Civitanova, pero sobre todo en Áscoli Piceno, donde le salió al encuentro la hermana muerte el 12 de octubre de 1604. Áscoli fue su ciudad de adopción y lugar privilegiado de su santidad, razón por la que en ocasiones se le conoce como Serafín de Áscoli. La mayor parte de testimonios acerca de su santidad provienen de gentes de este lugar porque ellos verificaron y conservaron mejor el perfume de sus virtudes.

Sin embargo la cronología de estos lugares es difícilmente reconstruible porque los testimonios de que se puede echar mano están faltos de tales precisiones. Se conoce un secreto revelado por obediencia por el mismo san Serafín y expuesto en una disposición procesal de parte del padre Ángel de Macerata en 1627. Se encontraba el santo en Citanova, y era siempre grande el gentío que se acercaba en busca de fray Serafín. El superior de la casa le instó a que manifestara por qué medios había adquirido semejante santidad. Y respondió, como se lee en el proceso: "que él, siendo persona inhábil en todo, se maravillaba grandemente haber sido admitido en religión y profesado en ella. Salido del noviciado, fue destinado a una fraternidad en la que el superior gustaba mucho de que las cosas estuvieran debidamente ordenadas, de tal manera que los sacerdotes fueran servidos por los hermanos laicos, según costumbre de nuestro instituto. Fray Serafín confesó que él se veía inepto para todos los trabajos, y que en cualquier oficio que se le confiara resultaba, a la postre, una auténtica nulidad. Esto le reportaba castigos, penitencias y reprimendas en abundancia de parte del guardián. A esta situación se añadía la astucia del demonio que condujo a fray Serafín a tanto hundimiento psicológico que pensó abandonar la Orden. Y un día en que ante el Santísimo desahogaba sus penas, casi gritó: Señor, estos frailes han descubierto mi ineptitud para cualquier trabajo, pero si yo no era apto para la profesión, ellos no debieran haberme recibido en profesión, y sin embargo, una vez aceptado, ¿por qué me traen y me llevan con tanta mortificación? Y escuchó una voz que le decía: Fray Serafín, ¿no es este el camino apropiado para servirme a mí, que tanto he padecido para la redención del género humano? Fray Serafín quedó profundamente afectado, y, ayudado por el Espíritu Santo, comenzó a entrar dentro de sí mismo, proponiéndose que cada vez que le dijeran o hicieran algo contrario a razón, rezaría un Rosario a la Señora, de la que era devotísimo. Luego de haberse ejercitado durante un tiempo en semejante propósito y estando otro día de nuevo ante el Santísimo escuchó su voz que le decía: Fray Serafín, porque te has vencido por mi amor y te has mortificado, pídeme la gracia que desees, y te aseguro que te la concederé"

En este continuo negarse a sí mismo radica el secreto de su santidad. Las gracias recibidas fueron tan abundantes que un superior le pidió que cesaran los prodigios. Los milagros se le volaban de las manos al humilde frailecillo como pájaros, y de ello dan testimonio las actas del proceso. Bastaba un beso a su manto, una caricia de sus manos o la simple la invocación de su nombre para que las viejas enfermedades desaparecieran, y casos desesperados tuvieran solución. En sus manos - escriben los biógrafos modernos -, todo resultaba prodigioso: el pan, las naranjas, la hierba, el grano, la lechuga, pero especialmente el rosario, hecho de caña de hinojo y trocitos de calabaza. La gente tenía más confianza en ese rosario que en todas los médicos de la ciudad.

Se dan dos aspectos externos que vienen a caracterizar su figura: el pequeño crucifijo y el rosario entre sus manos. Es su iconografía tradicional. Su devoción al Crucifijo y a la Virgen constituían en él una fuente de tal sabiduría que dejaba perplejos a doctos y teólogos. Daba a besar su crucifijo, siempre a mano, a las gentes que se le agolpaban, también como estratagema a fin de evitar que le besaran la mano o la túnica. Él es un hombre hecho humildad, pero gozoso y siempre luminoso.

Nos encontramos ante un perfecto observante de la pobreza, siempre en camino por los senderos empinados de la espiritualidad penitencial, contemplativa y apostólica de la Orden. Había hecho de la iglesia su propia celda, porque, sobre todo durante las noches, pasaba más tiempo ante el Santísimo que en su habitación. Si sorprendía a alguien fiscalizándole, le decía con humor que él dormía más en la iglesia que en el refectorio. Participaba en el mayor número de celebraciones eucarísticas, estaba siempre pronto a la hora de la Comunión, en la recepción de otros sacramentos, en sus ratos de oración, en la penitencia. Enamorado de la Cruz y de la Virgen, le encantaba meditar en sus misterios y se extasiaba. Habría deseado vivir en Roma o en Loreto para poder ayudar en muchas misas. Así, de este clima nacía su celo por participar con Cristo en la salvación de las almas, y de ahí también sus pequeñas exhortaciones, su fructuoso apostolado vocacional, su veneración a los sacerdotes, su compasión con los enfermos, los atribulados y los pobres; su empeño por la pacificación social y familiar, su ardor misionero y su deseo de martirio. Casi analfabeto, sabía hablar con extraordinaria competencia y gran unción de las cosas de Dios cuando, por obediencia, se veía precisado a predicar en el refectorio. Sus palabras, comentando, por ejemplo, el salmo Qui habitat in audiutorio Altissimi o la secuencia Stabat Mater Dolorosa, se cargaban de emoción y llevaban al auditorio a las lágrimas.

La gente que le conoció le retrató con realismo: "Siempre tenía la barba y los cabellos revueltos... le olía mal el aliento... la túnica, llena de petachos, se le caía por la izquierda y dejaba ver el cilicio que cargaba... tenía el cuello siempre rojo, lleno de sarpullido y cubierto de una pelusilla fina... no quería que nadie le tocara la espalda... amaba con pasión las flores y los niños". Los niños han sido siempre privilegiados de los santos humanos pequeñitos. Fueron precisamente los niños quienes anunciaron a gritos la muerte de fray Serafín, a mediodía, el 12 de octubre de 1604: "¡Ha muerto el santo, ha muerto el santo!".


13 de octubre

Beato Honorato Kozminsky
(1892-1916)

Himno

Wenceslao Kozminski (padre Honorato) nace en Biala Podlaska el 16 de octubre de 1829.

Se inscribe en la Escuela de Bellas Artes en 1845, donde pierde la fe.

En 1846 es encarcelado por sospechas políticas.

El 15 de agosto, día de la Asunción, reencuentra la fe, y queda en libertad el 27 de marzo de 1847.

El 21 de diciembre de 1848 es admitido al noviciado capuchino de Lubartów.

El 27 de diciembre de 1852 recibe las órdenes sagradas.

De 1895-1916 es comisario general de los capuchinos residentes en territorio ruso.

Durante los años de 1853 a 1864 desenvuelve un fecundo apostolado en Varsovia, sobre en el campo de la predicación y de la dirección espiritual.

En 1855 inicia la congregación de las Felicianas, y en 1860 el de las Capuchinas de Santa Clara.

En enero de 1863, tras la insurrección polaca, es confinado en Zarkroczyn hasta 1892, y más tarde en Nowe-Miasto.

Durante su estadía en Zakroczyn toman cuerpo varios de los institutos y congregaciones (¡hasta diecisiete!) fundados por su celo y aprobados por la Santa Sede el 21 de junio de 1889.

Es denunciado y se imponen ciertas restricciones a estas congregaciones .

El padre Honorato muere en Nowe-Miasto el 16 de diciembre de 1916, a los 87 años de edad.

Se inicia la causa de beatificación en 1929.

El proceso sobre sus escritos, más de cien volúmenes, concluye en 1974.

Juan Pablo II le beatifica el 16 de octubre ded 1988.


Desde que conocí la figura de san Francisco de Asís, la perfección de sus virtudes y su espíritu, él ha sido mi santo predilecto. Mi único deseo es imitar plenamente su perfección y observar su Regla con fidelidad. Me parece que ha llegado el tiempo en el que el ejemplo de perfección cristiana debe salir del estrecho círculo de la clausura, pues no se puede pensar que viviendo en el mundo no sea posible tender a la perfección. María es precisamente el ejemplo de esta vida escondida que nuestras congregaciones han elegido como modelo.

(Beato Honorato Kozminski)

PADRE DE LA MODERNA POLONIA CATÓLICA

El capuchino polaco padre Honorato de Biala Podlaska, conocido en la vida seglar como Wenceslao Kozminski, fundó más de 17 congregaciones religiosas, de las que todavía vive una decena de ellas. Nace en Biala Podlaska el 16 de octubre de 1827. Fueron sus padres Esteban y Alejandra. Murió en Nowe-Miasto el 16 de diciembre de 1916.

Recibió en el seno de su familia una exquisita educación cristiana, y, tras los estudios primarios en la escuela de su ciudad natal, se trasladó a realizar los de bachillerato a Plock. En 1845 se inscribe en la Escuela superior de Bellas Artes en Varsovia, y pierde allí la fe debido a nocivas influencias. En 1846, sospechoso de pertenecer a una determinada organización política, es encarcelado en la misma Varsovia por la represión zarista y contrae el tifus, viviendo bajo la amenaza de la pena capital hasta el 27 de marzo de 1847 cuando, contra toda esperanza, es puesto en libertad. El día de la Asunción del 46 reencuentra la fe.

El 12 de diciembre de 1848, deja a su madre enferma y entra en el noviciado capuchino en Lunartów. Es ordenado sacerdote el 27 de diciembre de 1852. Desempeñó los cargos de profesor de sagrada elocuencia, de teología al interior de su provincia, penitenciario de los herejes convertidos, consejero provincial, superior del convento de Varsovia durante un año y comisario general de los capuchinos residentes bajo la dominación rusa de 1895 a 1916.

Sobresalió como predicador y fue un afamado director de espíritus ya desde sus primeras actividades sacerdotales. Era requerido para predicar en las más importantes iglesias de Varsovia. Encargado de la dirección de los terciarios seglares, no se contentó con promover entre ellos la vida devocional sino los quiso involucrar en tareas caritativas y sociales. Conoció en este tiempo a Sofía Truszkowska, a quien dirigió espiritualmente y puso del llamado "rosario viviente"; lejos de quedar satisfecho con la formación de grupos de hombres y mujeres dedicados al rezo del Rosario, les estimuló a una organizada actividad caritativa.

Tras la insurrección contra Rusia, enero de 1863, de resultados desastrosos, y extinguidas las órdenes religiosas, el padre Honorato fue recluido en el convento de Zakrokczym, donde permaneció hasta 1892, y más tarde en el de Nowe-Miasto.

Trató de salvar por encima de todo la fe católica y el sentido patriótico de su pueblo contra la persecución zarista que pretendía, entre otras cosas, desgajar la Iglesia polaca de la de Roma a fin de instrumentalizarla lo mismo que la Ortodoxa. Los medios de los que echó mano para conseguir estos objetivos fueron la devoción mariana y el movimiento de seglares franciscanos al que, con consentimiento del ministro general, sometió a una reforma radical.

Las leyes civiles de la época prohibían cualquier apostolado en público, e incluso recibir novicios, todo con miras a la extinción de la religión. Por tanto, quienes deseaban consagrarse a Dios se veían constreñidos a abandonar el país. Quienes al respecto pedían consejo al padre Honorato, recibían la respuesta de no abandonar la patria por tal razón, y los inducía a vivir los consejos evangélicos en la Tercera Orden de San Francisco, sin necesidad de abandonar su medio habitual de vida y de trabajo, sin hábito, sin convento, escondidos entre la gente. Entretanto estudiaba el Evangelio no sólo en su espíritu sí que también en la forma de la vida religiosa.

Tomó como modelo la vida de la Sagrada Familia de Nazaret, sobre todo en su estar sin relieve, escondida, detalle que se esfuerza en hacer vivir al interior de la vida ordinaria, dentro del mundo, y así aparece en términos muy precisos en todas las congregaciones por él fundadas. Para el padre Honorato la vida escondida no es una exigencia contingente nacida de la particular situación socio-política de la Polonia de su tiempo, y sí un postulado evangélico. Escribe: "En estos niveles se observa la vida escondida, no a causa de la necesidad, y sí por el deseo vivo de imitar la vida escondida presente en el Evangelio. Esta forma, que no viene sujeta a la circunstancia de los acontecimientos sociales o políticos, ha sido elegida voluntariamente por ella misma, porque redunda en mayor alabanza de Dios, más fácil progreso espiritual y más segura salvación".

En el confesonario de Zakroczym tomaron forma y vida numerosos institutos nacidos de su celo apostólico, cada uno de ellos con un objetivo específico: los intelectuales, los jóvenes, los obreros, los servidores del Estado, los empleados de las fábricas, el servicio doméstico, los niños, los enfermos, los artesanos, los campesinos, lugares y actividades varias desde las que pudiera acudirse en ayuda de los otros, e influir en un determinado núcleo social, la hostelería, por ejemplo, las librerías, las bibliotecas, las escuelas, las sastrerías y todo negocio en general.

Para una mayor irradiación apostólica de sus religiosos, quiso que cada una de las congregaciones por él fundadas estuviera constituida por tres distintas categorías de miembros: la primera la formaban religiosos que, viviendo en comunidad, tenían la obligación de acoger y dirigir a los otros; la segunda acogía a religiosos con votos temporales, residentes en sus propios hogares, o en pequeños grupos enquistados en la vida diaria: eran los "unidos", y constituían el elemento más dinámico de cada una de las congregaciones, con mayores posibilidades de influir en los ambientes con un apostolado activo, amén del ejemplo de sus vidas. Y la tercera en que se integraban especialmente terciarios franciscanos empeñados en una colaboración apostólica.

Todos estos religiosos vestían de paisano, y su modo peculiar de vida fue confirmado por la Santa Sede con el decreto Ecclesia Catholica el 21 de junio de 1889. No cabe duda que las peculiares circunstancias de la época influyeron en las realizaciones del padre Honorato, pero en modo alguno se puede silenciar su intuición de lo que posteriormente se daría en llamar "signos de los tiempos"; ni tampoco la realidad de que una docena larga de institutos seculares encontrara sitio en la Iglesia, de derecho y de hecho, y de lo que el padre Honorato fuera precursor.

El experimento, sin embargo, tuvo poca duración, debido a las recriminaciones y denuncias contra la novedad de estilo la vida religiosa instaurada por él más allá de las tradicionales formas canónicas. En 1907 le fueron impuestas tales restricciones que, de hecho, vinieron a causar la desaparición de los "unidos", ellos y ellas.

El viejo fundador defendió con ahínco aquella forma de vida que tan beneficiosos resultados había proporcionado en las circunstancias históricas concretas. Decía que había querido crear en torno a él un "ejército de confesores de la fe, prontos a defenderse de las mofas del mundo, diseminados por las casas y oficinas de todas las ciudades, en silencio, a la sombra, aunque firmes en su testimonio cristiano siempre".

Y él, que había impuesto a sus religiosos no escribir nada respecto a su identidad, y circundarse de silencio, decía de su propia vida: "Estas almas ardorosas difunden en torno a sí una benéfica atmósfera moralizante, no solo mediante sus contactos personales sino también al interior de los grupos y de la gran masa. Está demostrado que las personas de buen espíritu, donde quiera que se encuentren, aun sin proponérselo, irradian a su alrededor bondad y bienestar".

Tuvieron un dramático tono profético las palabras con las que, en 1916, pocos días antes de su muerte, insistía sobre la necesidad de rodear la vida religiosa de la mayor reserva y clandestinidad: "Os ruego que no os manifestéis en público como religiosos, porque la libertad de que ahora gozamos es temporal. Vendrán tiempos de grandes dificultades...Sed constantes en este género de vida, porque a ello habéis sido llamados, y solo así podréis acumular los tesoros de vida divina, y trabajar con gran fruto para la gloria de Dios y la salvación de las almas".

Cuando en 1905 ya no puede seguir recibiendo a sus penitentes y dirigidos en el confesonario por motivo de su enfermedad, el padre Honorato se dedica a mantener una extensa correspondencia epistolar con sus hijos espirituales. Las cartas conservadas en el archivo de la postulación, en Varsovia, guardadas en 21 volúmenes, suman casi 4.000. También se guardan en el mismo archivo un millar de sermones, amén de un rimero de manuscritos que él fue componiendo desde su juventud, tales como obras ascéticas, de mariología, vidas de santos, de historia, homilética, en torno a la Regla de la Tercera Orden y de las Constituciones de varias congregaciones, traducciones al polaco y otros temas. Es digna de mención la casi enciclopedia mariana, Quién es María, con 52 tomos y 76 volúmenes, de los que solo se ha publicado, en dos ediciones, el primero. También es interesante para el conocimiento de la vida del padre Honorato su Diario Espiritual en el que leemos "Desde el primer momento de mi ingreso en la Orden he perseguido el proyecto de dar a conocer a los hombres el amor de Dios". De las cien obras nacidas de su pluma, permanecen inéditas 41 de ellas.

El padre Honorato murió en concepto de santidad el 16 de diciembre de 1916, a los 87 años de edad. Fue sepultado en la cripta del convento de Nowe-Miasto, de donde fue trasladado el 10 de diciembre de 1975, luego de su reconocimiento, a la iglesia superior. Finalmente, el 16 de octubre de 1988 fue beatificado por el Papa Juan Pablo II.

Mariano D'Alatri


25 de octubre

Beata María Jesús Massiá Ferragut y compañeras, vírgenes y mártires

Beatas María Jesús, María Verónica y María Felicidad (+1936)

Himno

Uno de los grupos más significativos de entre los mártires beatificados el 11 de marzo de 2001 es el formado por María Teresa Ferragut y sus hijas María Jesús, María Verónica y María Felicidad, capuchinas, y Josefa, agustina descalza.

María Teresa, casada con Vicente Massiá, fue una madre ejemplar. Tuvieron ocho hijas -dos de las cuales murieron en temprana edad- y un hijo, a los que educó cristianamente. Cinco de las hijas se entregaron al Señor en la vida consagrada contemplativa, y el único varón fue sacerdote capuchino. Terciaria franciscana desde muy joven, presidenta de la Conferencia de San Vicente de Paúl, e integrante de otras asociaciones religiosas, supo compaginar sus deberes de esposa y madre con la asistencia frecuente a la iglesia parroquial y la atención personal a los necesitados, a los que socorría un día a la semana, y fuera de ese día señalado cada vez que acudían a su casa en demanda de ayuda material, que siempre iba acompañada de oportunas palabras de aliento y consejo.

Sus hijas, al llegar a edad conveniente, manifestaron sus deseos de entrar en la vida religiosa. María Jesús, María Verónica y María Felicidad lo hicieron en el convento de capuchinas de Agullent, que pocos años antes había sido fundado con monjas procedentes del convento de Alicante. Josefa eligió el de las agustinas descalzas de Benigánim. María Jesús fue maestra de novicias, y María Verónica tornera y organista. María Felicidad, por su salud algo delicada, no ocupó cargo alguno. El hecho de ser hermanas carnales no supuso ningún obstáculo para la vida comunitaria. Dice una testigo: «Eran tan ejemplares y se comportaban tan por igual con todas las religiosas que no se conocía si eran hermanas carnales». Señala también: «Eran muy humildes y estaban siempre dispuestas a sacrificarse por las otras hermanas y además eran muy mortificadas». Josefa, por su parte, fue priora de su convento, maestra de novicias y enfermera. «Era alma de oración y muy prudente, justa y discreta», dice una testigo. Y otra: «Se distinguió por su humildad y amor al sacrificio». Toda esta vida de entrega, fidelidad y abnegación fue la mejor preparación para su inmolación.

A partir de julio de 1936 la situación se hizo insostenible. Las religiosas tuvieron que salir de sus monasterios, y se dirigieron a casa de su madre. Las cuatro hermanas, que años antes habían dejado la casa paterna para entregarse al Señor, se ven de nuevo reunidas en el hogar, que transforman en casa de oración y preparación para lo que el Señor les depare. Juntas habían crecido en su vida humana y de fe, y juntas rubricaron con el derramamiento de su sangre la entrega al Señor.

La persecución se desató en Algemesí. Después de eliminar a los católicos más relevantes, una voz dio el aviso de que todavía quedaban cuatro monjas en una casa del pueblo. Una tarde se presentó un grupo de milicianos obligándolas a seguirlos. La madre no quiso abandonarlas en aquel trance. Las encerraron a las cinco en el monasterio cisterciense de Fons Salutis, convertido en cárcel. Allí pasaron una semana, sometidas a las molestias que les infligían sus carceleros. Uno de aquellos días unos revolucionarios incontrolados quisieron asaltar el convento, pero finalmente se pudo evitar el asalto. Durante su cautiverio les proponían que accedieran a casarse, con lo que las dejarían libres, pero ellas prefirieron siempre la fidelidad al Señor.

A las diez de la noche del día 25 de octubre, domingo de Cristo Rey, un grupo de milicianos hizo subir a las cuatro religiosas a un coche. La valerosa madre no quiso abandonarlas tampoco en aquellos momentos, logrando que no la separaran de sus hijas. El coche se dirigió a la vecina ciudad de Alcira. Durante el trayecto, las cinco iban rezando. A la altura de la Cruz cubierta, el coche se detuvo, y las hicieron bajar a todas. Aunque los autores del martirio no lo sabían, el día y el lugar no podían ser más apropiados: junto a la cruz gloriosa de Jesucristo, Rey de los mártires, y precisamente el día de Cristo Rey. Quisieron comenzar la inmolación con la madre, pero ésta dijo resueltamente: «Quiero saber qué hacéis con mis hijas, y si las vais a fusilar, quiero que me fusiléis a mí la última». Así lo hicieron. La madre animó a las hijas: «Hijas mías, sed fieles a vuestro esposo celestial, y no queráis ni consintáis en los halagos de estos hombres». También les decía: «Hijas mías, la muerte es cuestión de un momento; no temáis». Fueron abatidas por las balas sor María Jesús, sor María Verónica, sor María Felicidad y sor Josefa. La última en caer fue la madre.

El Santo Padre, en la memorable homilía del día de la beatificación, dijo de ellas: «La anciana María Teresa Ferragut fue arrestada a los ochenta y tres años de edad junto con sus cuatro hijas religiosas contemplativas. El 25 de octubre de 1936, fiesta de Cristo Rey, pidió acompañar a sus hijas al martirio y ser ejecutada en último lugar para poder así alentarlas a morir por la fe. Su muerte impresionó tanto a sus verdugos que exclamaron: "Ésta es una verdadera santa"».

Los restos de las cinco beatas reposan en la iglesia parroquial de San Pío X de Algemesí.

Beata Isabel Calduch Rovira (1882-1937)

El vigor y la ternura se hermanaron en esta hija de santa Clara, austera consigo misma y delicada con los demás, que se opuso valientemente a quienes perseguían a su hermano sacerdote y que, llegado el momento, consumó con su ofrenda martirial el don que de sí misma había hecho a Dios en la profesión religiosa.

Josefina Calduch Rovira nació en Alcalá de Chivert (Castellón) el 9 de mayo de 1882. Fueron sus padres don Francisco Calduch Roures y doña Amparo Rovira Martí. Era la última de cinco hermanos. Al día siguiente de su nacimiento recibió el sacramento del Bautismo en la iglesia parroquial de san Juan Bautista.

Perteneciente a una familia de hondas raíces cristianas, ella misma atribuía su vocación a las oraciones de su padre. Muchas veces había oído decir a una tía suya, monja capuchina en Castellón, que a Dios había que darle la lozanía de la juventud, no los huesos de la vejez, y que para ser religiosa tenía que ser santa. En su juventud, acompañada de una amiga, llevaba comida a una anciana necesitada, ayudándola también en la limpieza de la casa y persona, según confió a una religiosa.

Desechando algunas buenas proposiciones para formar matrimonio, ingresó a los 19 años en el monasterio de Capuchinas de Castellón, recibiendo el nombre de Isabel. Se distinguió por su humildad, obediencia y espíritu de mortificación. «Jamás se la oyó una palabra altisonante y permanecía siempre alegre», dijo un hermano suyo. «Sabía dominar la irascibilidad, pues ante cualquier contrariedad antes lloraba que pronunciaba cualquier palabra de desahogo», señala una religiosa. Para sí misma era rigurosa, pero al mismo tiempo manifestaba dulzura con los demás. Sin ser demasiado comunicativa, pues hablaba poco y de cosas de Dios, mostraba en el trato su temperamento pacífico y humilde, así como su carácter alegre y jovial, y tenía siempre la sonrisa en los labios. Transparentaba su mucha vida interior, y en todo veía la mano bondadosa de Dios. Dadas sus cualidades humanas y espirituales, fue nombrada maestra de novicias.

Ante la persecución que se estaba desatando, «más de una vez manifestó desear el martirio, pero pedía a Dios le diera fuerza en esos momentos si llegaban ya que se consideraba muy débil», afirma una testigo.

Al verse obligada en 1936 a abandonar el monasterio sor Isabel se refugió junto con otra religiosa en casa de mosén Manuel, su hermano, en Alcoceber. Como no estaban seguros, se trasladaron los tres a Alcalá de Chivert. Allí se dedicó a la oración y a las tareas propias de la casa, temiendo siempre por la vida de su hermano. Hubo varios intentos de llevárselo, pero fracasaron ante la decidida oposición de sor Isabel. Los que querían eliminar a su hermano urdieron una estratagema. Ofrecieron un salvoconducto a las monjas para que fueran a Castellón a buscar un lugar más seguro que el que ofrecía Alcalá de Chivert. Fue la ocasión de apresarlo y martirizarlo. En Castellón fueron detenidas e injuriadas las dos religiosas, y solo gracias a la intervención de un miliciano que la conocía pudieron escapar de la muerte.

Sor Isabel vivió unos meses más en casa de un hermano. Salía poco a la calle. Colaboraba en las tareas de la casa, continuando la vida de oración y mortificación que había observado en el monasterio. Esperaba confiada en el Señor. El 13 de abril de 1937 llegó también para ella la hora del martirio. A las diez de la mañana registraron la casa donde estaba sor Isabel, y la llevaron hacia el comité junto con el padre Manuel Geli, franciscano del convento de Alcalá. Al registrarla le encontraron un rosario y un crucifijo, con el que le dieron un golpe en el labio hiriéndola gravemente. Después sometieron a vejaciones y graves injurias a los dos detenidos. A sor Isabel le preguntaron si volvería al convento, a lo que respondió animosa que sí lo haría. Por la noche fueron conducidos sor Isabel y el padre Manuel a Cuevas de Vinromá. Al llegar al cementerio les mandaron avanzar, e hicieron fuego sobre los dos. Después sepultaron los cadáveres en una fosa, de la que fueron exhumados en 1940. Sus restos se veneran en la iglesia de las Capuchinas de Castellón.

Beata Milagro Ortells Gimeno (1882-1936)

Nace Milagro Ortells en Valencia (España) el 29 de noviembre de 1882, en el seno de una familia acomodada y profundamente católica. En esta tierra bien abonada fue creciendo en la disponibilidad al querer de Dios a quien experimenta progresivamente como la única razón de su vida.

El año 1902 ingresa como Clarisa Capuchina en el monasterio que la Orden tiene en la misma ciudad que le vio nacer. La sencillez de su alma y su buen carácter hacen que la hermana Milagro sea alguien en quien las virtudes brillen de manera evidente. Desde su entrada en el convento hasta su sacrificio supremo, su vida será una continua ascensión en el amor que le irá llevando hacia la santidad.

Estaba dotada de una rica personalidad humana y espiritual Un detalle nos pone en evidencia la exquisita sensibilidad de su alma: no permitía que en su presencia se hablara negativamente de nadie. Esto le hizo ser persona de confianza para todas las hermanas.

Tenía un carácter decidido e ingenioso, alegre y jovial, atenta siempre a las necesidades de las hermanas, a quienes ayudaba siempre con la sonrisa en los labios. Con esta delicadeza de espíritu desempeñó todos los oficios que se le confiaron: enfermera, refitolera, sacristana, tornera, secretaria, consejera y maestra de novicias.

La hermana Milagro tenía una intensa vida interior. Ante todo se revistió de caridad y humildad. Su piedad era sólida y la característica más sobresaliente en ella fue su amor a la Eucaristía y a la Virgen Madre.

A pesar de su frágil salud supo mantener siempre la austeridad de vida propia de la Orden. Tenía un gran espíritu de sacrificio y en su vida penitencial reservaba un lugar privilegiado para la conversión de los pecadores.

Aunque a veces manifestó su temor natural a una muerte violenta, ofreció su vida por la santificación de la Iglesia y de su comunidad. Ella no se consideraba digna de recibir la palma del martirio, pero solía decir a sus hermanas: ¿Qué mejor que el martirio...?; en un momento nos vemos en el cielo. Al tener que dispersarse la comunidad al inicio de la guerra, dijo como despedida: "Yo voy a morir". Y así fue, el 20 de noviembre de 1936, a los 54 años de edad, la fidelidad de Jesucristo brilló en ella haciendola fuerte en su debilidad para la confesión de su nombre. Al morir, sus ojos limpios, atravesado el rostro por más de una bala, quedaron entreabiertos para siempre en una mirada serena llena de paz colmada, ternura, perdón y misericordia: no quedaba duda de que había sido una muerte de amor. En una frase podemos encerrar el sentido de su paso por este mundo: "Vivió la caridad hasta el extremo de la entrega de su vida".

El martirio de la hermana Milagro fue el coronamiento de una vida santa, vivida fielmente, día a día, en el surco humilde de la fraternidad, la pobreza y la oración.


31 Octubre
Beato Ángel de Acri
(1669-1739)

Himno

Lucas Antonio Falcone (Ángel) nació en Acri (Cosenza) el 19 de octubre de 1669.

El 24 de junio de 1674 recibió el sacramento de la confir mación.

En 1689, durante la predicación del padre Antonio de Olivadi, sintió la llamada de la vocación religiosa.

Ese mismo año entró en el noviciado capuchino de Dipignano, pero poco después volvió a su casa.

El 8 de noviembre de 1689 regresó de nuevo al convento de capuchinos de Belvedere, pero también esta vez acabó marchándose a su casa.

El 12 de noviembre de 1690, por tercera vez, retornó a los capuchinos, comenzando el año de noviciado en el convento de Belvedere. Al año siguiente emitió los votos solemnes.

De 1695 a 1700 completó sus estudios teológicos en distintos conventos, siendo ordenado sacerdote el 10 de abril de 1700, en la catedral de Cassano Jonio.

De 1702 a 1739 recorrió toda la Calabria y buena parte del sur de Italia predicando, con prodigios y carismas especiales.

El año 1724 dio inicio a la construcción de un convento de Capuchinas en Acri, que fue inaugurado el 1 de junio de 1726.

Fue nombrado varias veces maestro de novicios, ministro provincial de 1717 a 1720 y pro-visitador general en 1735.

Murió en Acri el 30 de octubre de 1739.

Sólo cinco años después de su muerte, el 10 de octubre de 1744, comenzó el proceso de canonización.

La causa de beatificación concluyó el 17 de junio de 1821, siendo el papa León XII quien lo proclamó Beato el 18 de diciembre de 1825.

Sus restos se conservan ahora en el santuario monumental erigido en Acri entre 1893 y 1896, elevado a Basílica menor por Juan Pablo II.

Es una gran gracia y una gran gloria ser capuchinos y verdaderos hijos de S. Francisco. Pero es necesario conocer y llevar siempre consigo cinco gemas preciosas: la austeridad, la simplicidad, la exacta observancia de las Constituciones y de la Regla seráfica, la inocencia de vida y la caridad inagotable.

(Beato Ángel de Acri)


PREDICADOR Y APÓSTOL ITINERANTE

Nacido en Acri (Cosenza) el 19 de octubre de 1669, del matrimonio formado por Francisco Falcone, un campesino que poseía un pequeño rebaño de cabras, y por Diana Errico, panadera. Ambos eran de extracción popular, pobres de bienes materiales, pero ricos en virtudes y piedad cristianas. Lucas Antonio fue bautizado al día siguiente en la pequeña iglesia medieval de S. Nicolás de Belvedere, por el párroco don Bernardino La Gaccia. En la pila bautismal se le puso el nombre ya indicado por haber nacido al día siguiente de la fiesta litúrgica del evangelista Lucas y, quizás también, por devoción al gran franciscano fray Humilde de Bisignano, que en el siglo se llamaba así, y del que entonces estaba en curso la causa de beatificación. De su infancia, que fue influenciada positivamente por la intensa devoción de la madre a la Virgen de los Dolores y a S. Francisco de Asís, no conocemos casi nada. El único episodio relacionado con sus primeros años fue relatado por él mismo a Sor María Ángela del Crucificado y al padre Buenaventura de Scalea, que nos lo han transmitido en los testimonios que depusieron para los procesos canónicos.

"Una vez, -recuerda sor María Ángela- cuando era pequeño, incluso muy pequeño, y su madre iba a la iglesia, él no dejaba de hacer travesuras en la misma iglesia, como hacen todos los niños pequeños, y esto de tal modo que la madre consideró que era mejor dejarlo en casa para no distraerse en los oficios; él ..., para enfadar un poco a su madre, intentó descolgar una imagen de la Virgen que estaba colgada en la pared". Pero después, enternecido por la dulce y al mismo tiempo triste mirada de la Virgen, renunció a su propósito, "se arrodilló delante de la misma imagen, poniéndose debajo de las rodillas granos de trigo, permaneciendo en esa posición mucho tiempo, de modo que cuando llegó su madre no sólo se lo encontró todavía así, sino que además descubrió que aquellos granos de trigo le habían hecho bastante mal... en las mismas rodillas". "Haciendo eso -leemos al final del testimonio del padre Buenaventura- vio por dos veces aquella imagen toda resplandeciente y ceñida de rayos, razón por la que se quedó prendado y enfervorizado en aquel ejercicio santo".

El pequeño Lucas Antonio, humildemente vestido, muchas veces descalzo, creció pío y temeroso de Dios entre los muchachos del Casalicchio, en un ambiente de medios muy limitados, pero moralmente sano, en el umbral de la pobreza. Desde los primeros años de su infancia dio signos ciertos de aquella santidad a la que llegaría más adelante correspondiendo a la gracia divina. El 24 de junio de 1764, cuando todavía no había cumplido los cinco años, recibió el sacramento de la Confirmación en la iglesia de Santa María la Mayor de Padia. Aprendió los primeros rudimentos de la lectura y escritura con un vecino de su casa que había abierto una escuela de gramática, y las primeras nociones de la doctrina cristiana asistiendo a la parroquia de S. Nicolás y a la iglesia conventual de los capuchinos de Santa María de los Ángeles. Cuando se hizo mayor un tío sacerdote, don Domingo Errico, hermano de la madre, lo orientó al estudio de las humanidades, con la esperanza de poder hacer de él una persona culta e instruida, capaz de ayudar y sostener a su joven madre, que se había quedado prematuramente viuda. Con todo, esta esperanza no estaba destinada a realizarse. Después de una adolescencia transcurrida en pureza e integridad de costumbres, y adornada con un gran fervor religioso, Lucas Antonio se sintió, en realidad, llamado a la vida religiosa; pero su vocación, contrastada fuertemente por su familia, incluso por su tío cura, estuvo sujeta a pruebas y vacilaciones que sólo pudieron ser superadas cuando la potencia de la gracia pudo más que la debilidad de la naturaleza.

Para suscitar la acción de la gracia fue determinante el encuentro con el padre Antonio de Olivadi, un capuchino entonces famoso y muy apreciado en toda la Italia meridional por su santidad, que había llegado en 1689 a Acri para predicar. Lucas Antonio, sin escuchar las súplicas de la madre y sin dejarse intimidar por las amenazas del tío cura, que estaba completamente decidido a impedir la elección de su sobrino, acogió en su corazón el mensaje de amor que emanaba de la palabra inspirada del predicador. Sintió, improvisadamente, que la vida ciudadana, los atractivos del mundo y las alegrías familiares no habían sido hechas para él. Por eso, a pesar del sufrimiento que le producía el dolor que le podía procurar a su madre, decidió hacerse capuchino.

Lucas Antonio, de este modo, a los diecinueve años, respondiendo a la llamada de Dios, entró en el noviciado, en el convento de Dipignano. Pero, después de algunos días pasados en perfecta alegría, decepcionado por no haber encontrado la pobreza que esperaba, abandonó el convento y volvió a su casa familiar. Ya instalado en la vida seglar se dio cuenta, otra vez más, de que aquella no era para él. Con humildad y valentía tornó a presentarse a los frailes del convento de Acri, a los que pidió perdón y poder ser readmitido de nuevo en la vida capuchina. Lucas Antonio, una vez obtenida la necesaria autorización de parte del ministro provincial, Francisco Caracciolo de Scalea, retornó al noviciado en el convento de Belvedere, el 8 de noviembre de 1689, con mayor decisión todavía y con la firme determinación de permanecer allí. Pero, todavía otra vez, vencido por las tentaciones y oprimido por las incertidumbres y sugestiones, no consiguió resistir y, despojado de su hábito franciscano, se fue por segunda vez del claustro.

Pero muy pronto comprendió que se había equivocado y, profundamente humillado por haber cedido con tanta ligereza a las tentaciones y a los halagos del mundo, rezó sinceramente a Dios para que no lo abandonase, y lo sostuviera en la lucha contra las insidias del demonio. Confiado y temeroso al mismo tiempo, se presentó por tercera vez a los frailes. Con la voz quebrada por la emoción pidió ser readmitido, por gracia, en el noviciado. Y, cosa casi milagrosa, lo fue. Con la ayuda del padre Francisco de Acri, entonces guardián del convento de Montalto, y con la intercesión del padre Antonio de Acri, elegido aquel mismo año ministro provincial en el capítulo celebrado el 17 de junio de 1690 en Castrovillari, el joven Lucas Antonio consiguió del ministro general de la Orden, padre Carlos María de Macerata, la licencia necesaria para poder vestir por tercera vez el hábito capuchino.

De este modo, el 12 de noviembre de 1690, a los veintiún años, en la mística atmósfera del convento de Belvedere, Lucas Antonio vistió por última vez el hábito de San Francisco y se encaminó decididamente por la vía de la perfección. Ocupaba sus días en la oración continua: pasaba horas y horas arrodillado en la iglesia delante del sagrario, inmerso en la contemplación de la Pasión de Cristo, en quien veía realizado su ideal divino y humano. Sólo se alejaba de allí para dedicarse a los servicios más humildes de la comunidad. Pero cada cierto tiempo las tentaciones lo reclamaban y se desencadenaban las crisis, aflorando en él, una vez más, la solución de dejar el convento, es decir, la vida capuchina.

Un día, en el refectorio, durante la frugal comida, quedó impresionado por la lectura de algunos pasajes de la biografía de fray Bernardo de Corleone, en los que se narraba como aquel santo capuchino, del que entonces se hallaba en curso la causa de beatificación, había conseguido vencer la debilidad de la naturaleza humana. Por la tarde de aquel mismo día, agotado por una lucha sobrehumana sostenida contra los asaltos del demonio, mientras se retiraba a su pobre celda, se arrojó llorando a los pies de un Crucifijo, exclamando: "¡Ayúdame, Señor! No resisto más". Y he aquí, que escuchó una respuesta que parecía una voz celestial: "Compórtate como fray Bernardo de Corleone". Se trataba del signo esperado inconscientemente en la angustia y en el tormento de las incertidumbres y de las tentaciones.

Este fue para él el momento en el que su vida dio un vuelco, y el inicio de algo nuevo. Animado por el ejemplo que le había sido indicado, Lucas Antonio comenzó a leer la biografía del capuchino de Corleone, traduciéndola fielmente en la práctica diaria. Siguiendo las huellas de fray Bernardo se dio a una vida de meditación y penitencia, pasando largas horas encerrado en su celda, abismado en la oración o dedicado a la mortificación y maceración de su cuerpo. Lucas Antonio, actuando de ese modo, con el apoyo y la guía iluminada del padre Juan de Orsomarso, maestro de novicios, sacerdote de grandes virtudes y de vasta cultura humanística y teológica, llevó a feliz cumplimiento el año de noviciado. El 12 de noviembre de 1691 emitió los votos solemnes, recibiendo el nombre grávido de esperanzadores augurios de fray Ángel de Acri.

Destinado al sacerdocio, no obstante su deseo de permanecer en la Orden, por humildad, como simple hermano laico, emprendió los estudios en los conventos de Acri y de Saracena. De 1695 a 1700 completó el estudio de la teología, de la filosofía y de las humanidades, que había comenzado en Acri, en los conventos de Rossano, Corigliano Calabro y Cassano Jonio. Entre los maestros que tuvo merece ser recordado el padre Buenaventura de Rotonda, insigne por su ciencia y virtudes, su confesor y director espiritual, que modeló su carácter y lo introdujo en la imitación de Cristo crucificado, mediante una vida de penitencia, renuncias y sacrificios.

Después de una intensa preparación, el 10 de abril de 1700, día de Pascua, fue ordenado sacerdote en la catedral de Cassano Jonio, siendo destinado por sus superiores al ministerio de la predicación. El padre Ángel, en un ambiente lleno de contrastes sociales y de rivalidad de privilegios, con la riqueza concentrada en pocas manos, mientras los pobres campesinos, los pastores y las masas urbanas yacían en la miseria, con todos los males característicos de la Italia meridional, ejerció el ministerio de la predicación usando un lenguaje simple y conmovedor que desde hacía tiempo no se oía, obteniendo copiosos frutos espirituales. Viviendo entre el paréntesis de dos grandes predicadores: Segneri (1624-1694), que en pleno seiscientos había renovado profundamente la oratoria religiosa, y S. Alfonso María de Ligorio (1696-1787), que había dictado normas nuevas y más eficaces de predicación, él -el padre Ángel- eligió para sí mismo una oratoria de estilo popular y evangélico, propia de los franciscanos; de modo particular de S. Bernardino de Siena (1380-1444) y de S. Leonardo de Portomauricio (1676-1751).

El padre Ángel de Acri, después de los fracasos iniciales en S. Jorge Albanese, haciendo uso de un lenguaje simple y llano, adaptado a las capacidades de todos, se convirtió en el predicador más eficaz y requerido del Reino de Nápoles. Durante treinta y ocho años, sin ceder jamás al cansancio y a durísimas dificultades de todo tipo, de 1702 a 1739, año de su muerte, recorrió incansablemente toda la Calabria y buena parte de la Italia meridional, predicando cuaresmas, innumerables misiones populares y tandas de ejercicios espirituales, tanto en Cosenza, Catanzaro, Regio Calabria, como en los diminutos pueblos y aldeas diseminados por las montañas, llegando incluso a Salerno, Nápoles y Montecasino. Fue sincero hasta el extremo; combatió con impetuosa vehemencia toda forma de prepotencia y de explotación, fustigando la corrupción de costumbres de sus contemporáneos y trabajando concretamente para eliminar las injusticias sociales, para devolver la paz donde reinaba el odio y para exigir sus propios deberes a los responsables de la administración pública. De forma similar en todo esto al manzoniano padre Cristóforo, levantó la voz en diversas ocasiones contra los príncipes Sanseverino de Bisignano y contra el marqués Pablo Mendoza della Valle, ya fuera para defender los justos derechos del pueblo, ya para reprender los lujos inútiles y excesivos, que no se acomodaban bien con la condición miserable de la población que gobernaban.

Sabedor de que el predicador que no presta atención a la confesión es igual que el sembrador que no prepara la siega, al padre Ángel le gustaba transcurrir largas horas sentado en el confesionario, lugar donde recogía los frutos más copiosos de su predicación evangélica. En todos los lugares donde predicaba su presencia atraía a la iglesia multitudes innumerables de fieles, siendo continuo en su confesionario el concurso de personas de toda edad y condición social, que él no se cansaba jamás de escuchar. Y, si desde el púlpito era intransigente y duro en la condena del pecado, en el confesionario, en cambio, demostraba con los penitentes una bondad y misericordia infinitas. Estaba convencido, en realidad, de que con la caridad se podían resolver las situaciones más difíciles; y retenía que con la misericordia le sería más fácil reconducir a la gracia de Dios a todos los pecadores que la caridad de Dios empujaba a arrodillarse delante de él como confesor.

Para que se sintieran más a gusto solía recibir a los hombres en la sacristía o en su pobre y desnuda celda; a ella afluían también nobles, príncipes, obispos, sacerdotes y, particularmente, jóvenes de todas las clases sociales que él sabía cómo acoger, escuchar, entender y guiar. A él recurrían, para consultarlo sobre las distintas dificultades con que se encontraban en sus cargos y responsabilidades, los príncipes de Bisignano, José Leopoldo y Luis Sanseverino, que lo distinguían con una gran amistad y lo tenían en gran consideración, así como un consistente numero de funcionarios públicos y de prelados eclesiásticos. Su celo lo empujaba frecuentemente a buscar a los pecadores reacios a la reconciliación, y lo hacía solícito para socorrer, a cualquier hora del día y de la noche, a los enfermos que requerían su asistencia espiritual. Además de los penitentes que recurrían ocasionalmente a él, había otras personas y grupos de personas -no sólo almas consagradas mediante los votos religiosos- que disfrutaban con asiduidad de los beneficios de su dirección espiritual, a veces incluso por correspondencia. Entre estas se encontraban las monjas de clausura del monasterio de las Capuchinas de Acri, que él guió hasta su muerte hacia la meta de la perfección cristiana; y también don José Leopoldo Sanseverino, VIII príncipe de Bisignano, que solicitó y obtuvo del papa Benedicto XIII un Breve apostólico, fechado el 13 de julio de 1726, por el que se concedía autorización al padre Ángel para poder residir en su fastuoso palacio, con el objetivo de que cuidara de la salvación de su alma. Otra noble dirigida suya fue María Teresa Sanseverino, hija del príncipe anterior, a quien él había bautizado y después sostuvo en su determinación de hacerse monja capuchina.

En 1724 el padre Ángel, con la ayuda y la munificencia del príncipe José Leopoldo, comenzó los trabajos de construcción de un convento de Capuchinas, en Acri, adaptando el convento destruido de los Ermitaños de S. Agustín, con la iglesia aneja. En este monasterio, dedicado a S. Pedro de Alcántara y a Santa Catalina virgen y mártir, inaugurado el 1 de junio de 1726, fiesta litúrgica de Pentecostés, profesó María Teresa, adoptando el nombre de María Ángela del Crucificado, y allí murió, en olor de santidad, el 3 de octubre de 1764, después de una vida de renuncia y penitencia. El beato Ángel, a pesar de su repugnancia natural para ocupar cargos de responsabilidad, fue nombrado, en el curso de su vida religiosa, varias veces maestro de novicios, guardián (en Mormanno, Cetraro y Acri), visitador y definidor provincial, ministro provincial -cargo que ejerció de 1717 a 17220- y, finalmente, en 1735, pro-visitador general.

En todos estos cargos, que aceptó sólo por obediencia, fue siempre solícito en hacer cumplir la Regla y las Constituciones de la Orden, que, con todo, moderaba con discreción y prudencia. En el proceso apostólico de Bisignano un fraile nos dejó un testimonio admirable del modo con el que el padre Ángel gobernaba a sus súbditos tanto como guardián como provincial: "Él gobernó tan bien y con tanta prudencia nuestras familias religiosas cuando fue guardián, y toda la provincia cuando fue provincial, que la forma de su gobierno ha permanecido como regla y ejemplo a imitar por quien ha querido y quiere gobernar con celo y con caridad al mismo tiempo".

El beato Ángel, profundo conocedor de las Sagradas Escrituras y de las obras de los Santos Padres, naturalmente dotado para la poesía, poseyó también una buena cultura humanística y filosófica. De él nos quedan poquísimos escritos, adjuntados en gran parte al proceso de 1772-1775: "Jesús Piísimo o verdaderas Horas de la Pasión de Jesucristo", publicación póstuma en Nápoles (la primera edición es de 1745); "Devotísimas Meditaciones sobre todas las horas de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo", publicación también póstuma en Nápoles (la segunda edición es de 1774); algunas oraciones y cancioncillas religiosas; el Ejercicio cotidiano que daba a sus devotos para que lo practicaran; y, finalmente, algo más de una treintena de cartas.

El beato Ángel fue agraciado por Dios con los dones carismáticos de realizar milagros, del éxtasis, de la profecía, de la bilocación, de hacer curaciones y de la penetración y dirección de conciencias. Adornado con toda clase de virtudes, vivió el amor a Dios y al prójimo en grado heroico. Por sus contemporáneos fue llamado por antonomasia "El predicador calabrés" y "El apóstol de las Calabrias". Murió en Acri el 30 de octubre de 1739, con consternación y llanto generales.

Inmediatamente después de la muerte, de muchas partes de Calabria y de la Italia meridional, de la corte de Nápoles y del mismo rey de las Dos Sicilias, Fernando de Borbón, comenzaron a llegar y a hacerse insistentes las peticiones y solicitudes para que el padre Ángel, que ya cuando vivía había sido objeto de gran veneración, fuera proclamado santo. Sólo cinco años después del pío tránsito, el 10 de octubre de 1744, comenzó el proceso del "no culto"(todavía no se le debía dar culto), al que siguieron los procesos ordinarios informativos de Bisignano (1748-1759) y de Cosenza (1764-1769), y los apostólicos celebrados en Cosenza (1786-1789; 1791-1792; 1793-1795) y en Bisignano (1793-1796).

La causa de beatificación fue introducida el 27 de mayo de 1778, y de ella fue postulador el venerable Nicolás Molinari de Lagonegro, que en 1765 había sido nombrado procurador general de la Orden capuchina para las causas de los santos. Se concluyó el 17 de junio de 1821 con la declaración de la heroicidad de las virtudes del padre Ángel. El papa León XII lo proclamó beato el 18 de diciembre de 1825. Los restos del padre Ángel permanecieron en el sepulcro de la antigua iglesita de Santa María de los Ángeles, del convento de los capuchinos de Acri, durante ochenta y seis años, es decir, hasta la beatificación, cuando, después de su exhumación y reconocimiento, que la Congregación de Ritos autorizó con fecha 22 de noviembre de 1825, fueron colocados en el frontal del altar que se le dedicó en la misma iglesia. El 22 de agosto de 1925, con ocasión de la solemne celebración del primer centenario de la beatificación, los huesos del beato Ángel, recogidos e instalados en una artística urna de plata, fueron trasladados al santuario monumental que se erigió entre 1893 y 1896, y que el papa Juan Pablo II ha elevado a la dignidad y título de basílica menor.

Giuseppe Fiamma


2 de diciembre
Beata María Ángela Astorch

(1592-1665)

Himno

Jerónina María Inés (Ángela María) nace el 1 de septiembre de 1592 en Barcelona.

El 16 de septiembre de 1693 entró en el monasterio de capuchinas, iniciado por Ángela Serafina Prat, y estuvo cinco años de postulante, siendo todavía demasiado joven.

El 7 de septiembre de 1608 inició el noviciado, y el 8 de septiembre de 1609 hizo la profesión religiosa.

El 9 de mayo de 1614, con el cargo de maestra de novicias, fue a fundar el monasterio de Zaragoza.

En 1624 es elegida vicaria, y tres años después abadesa.

El 2 de junio de 1645, con otras cuatro hermanas, fue a fundar un nuevo monasterio en Murcia, titulado de "La Exaltación del Santísimo Sacramento".

En el nuevo monasterio hubo de sufrir a causa de las frecuentes inundaciones, sobre todo en los años 1651 y 1653.

Fue abadesa hasta 1661hn .

Inhábil para una ulterior elección canónica, se entregó por entero a al contemplación.

En 1665, el 2 de diciembre, a la edad de 75 años, fue al encuentro de la muerte cantando el Pange lingua.

Abierto inmediatamente el proceso, y retomado en 1668, los restos permanecieron incorruptos, si bien profanados durante la guerra civil española (1936-1939), y ahora se conservan en el nuevo monasterio de Murcia.

Juan Pablo II al declaró Beata el 23 de mayo de 1982.

"Y, como no hallo palabras a las mercedes que me comunica, me valgo se semejanzas y lugares de Escritura que, teniéndome comprendida en mi profundidad, no corre Escritura, sino sólo el Autor de ella, y mi alma reconcentrándose con él" (Mi camino interior V, 22).

(Beata María Ángela Astorch)

MÍSTICA BÍBLICA Y LITÚRGICA

Jerónima María Inés, nacida el 1 de septiembre de 1592 en Barcelona, era la última de los cuatro hijos que tuvieron en su matrimonio don Cristóbal Astorch y doña Catalina. No tuvo tiempo de conocer a su madre, que murió diez meses después. Fue confiada a una nodriza, y bien pronto, a la edad de cinco o seis años, quedó también huérfana de padre. Su hermana Isabel seguía al grupo de las jóvenes atraídas por la espiritualidad de Ángela Serafina Prat. También la pequeña Jerónima se sintió muy temprana ligada a esta aventura de las capuchinas. Y tanto más que, cuando tenía siete años, le ocurrió que, por haber comido almendras amargas, quedó como muerta, y ya se estaba tratando de la sepultura, si no hubiera intervenido madre Serafina, que en un éxtasis le hizo volver a al vida. De hecho, la misma Jerónima escribió: "Mi niñez no fue sino hasta los siete años y, de éstos en adelante, fui ya mujer de juicio y no poco advertida, y así sufrida, compuesta, callada y verdadera" (Discurso de mi vida, 8).

A los 9 años sus tutores la pusieron a estudiar. Aprendió a leer, a escribir, y a ejercitarse en los trabajos femeninos. Apareció en ella una verdadera pasión por los libros, y en especial los escritos en latín, hasta el punto de provocar la admiración del maestro. Por ello se hacían hermosos proyectos para su futuro; pero ella, deseosa de seguir el ejemplo de su hermana, pidió entrar en monasterio. Después de alguna perplejidad de los parientes, vista su madurez, superior a su edad de 11 años, pudo realizar su deseo. El 16 de septiembre de 1603 traspasó el umbral de la clausura, llevando consigo los seis volúmenes del breviario en latín, que sabía leer perfectamente. En la vestición recibió el nombre de María Ángela.

Un experto confesor, Martín García, que había vivido vida eremítica diez años, le acompañó en el camino espiritual. Ella trataba de imitar a la fundadora Ángela Serafina Prat y a su hermana Isabel. La madre maestra, Victoria Fábregas, era rígida y la trataba con métodos espartanos. Su afán por los libros latinos, superior a su edad, hizo temer por la humildad de la novicia, que tuvo que resignarse a no utilizar ya tales libros en latín. Pero el latín le venía a los labios, con un conocimiento tal de la Sagrada Escritura, de los santos Padres y del Breviario que más tarde convenció a teólogos y a algún obispo que se trataba de ciencia infusa.

Cinco años tuvo que pasar como postulante, ella, la niña de la casa, pero este tiempo en régimen de noviciado. El 7 de septiembre de 1608 comenzó el verdadero noviciado, bajo la dirección discreta y conscientemente distante de su hermana como maestra. No faltaron aflicciones y tentaciones. Por su cultura superior hubo de ejercer de "maestrilla" de las compañeras de noviciado. El 8 de septiembre de 1609 hizo la profesión en manos de sor Catalina de Lara, que sucedió como abadesa a la fundadora, muerta el año anterior, y continuó su camino espiritual por otros cinco años.

Entretanto, la nueva congregación capuchina se iba expandiendo con vida. La madre Ángela María, con otras cinco hermanas, fueron enviadas a fundar un convento en Zaragoza, que había de ser un centro de irradiación de las clarisas capuchinas en España. El 19 de mayo de 1614 esta comitiva de hermanas partió, a su vez, de Zaragoza. Sor María Ángela iba con el encargo de ser maestra de novicias y secretaria; le costó enormemente separarse de su hermana, que moría dos años después, con sólo 36 años de edad. El viaje fue desastroso, volcando carro y caballos. En el nuevo monasterio de Ntra. Sra. de los Ángeles, María Ángela fue la formadora de una generación de capuchinas.

En 1624 fue elegida vicaria, y tres años después abadesa. Pero permaneció siempre "correctora de coro", es decir, responsable de la ejecución exacta de las ceremonias y de la dignidad de la recitación del breviario. Al comienzo de su oficio de abadesa obtuvo del Papa Urbano VIII la aprobación de las Constituciones de las capuchinas españolas. Consiente de la importancia del conocimiento de la Regla para la santificación de cualquier instituto religioso, insistía para que las hermanas la estudiaran continuamente, y en su monasterio se leía públicamente al principio del mes, para que también las analfabetas la pudiera aprender. En las conferencias espirituales hablaba tan bien y con tanta unción que, en cierta ocasión, un obispo se lamentaba de que no fuera... sacerdote. Era una madre que no ahorraba esfuerzo, pronta a todos los trabajos, en la cocina, en la lavandería, en la enfermería, en la huerta.

A quien le preguntaba por qué lo hacía, respondía: Porque para vosotras daré incluso la vida. Compartía con los pobres las limosnas del monasterio y socorría generosamente a los necesitados con lo poco que había en casa. Cuando Zaragoza fue invadida de pobres andrajosos, que venían de la rebelión de Cataluña, distribuyó entre algunas pobres mendigas los vestidos que las novicias habían traído de la vida seglar. Su espiritualidad se fue haciendo cada vez más profunda, una espiritualidad toda bíblica y litúrgica. Todos los misterios de Cristo y de María, de los ángeles y los santos encontraba eco profundo en su corazón, con visiones e iluminaciones superiores.

A los santos los trataban con gran familiaridad. Entre ellos privilegiaba a doce, que llamaba su "consistorio" celeste, como maestros y abogados para las virtudes y las necesidades concretas: san Juan Evangelista, modelo de amor; san Francisco de Asís, de la perfecta fidelidad a la Regla; san Benito, de la pureza; su madre santa Clara, de todas las perfecciones. El breviario inspiraba y encuadraba, de forma creciente, su vida interior: "Me acontece muchísimas veces - escribía en 1642 - que, cantando los salmos, me comunica su Majestad, por efectos interiores, lo propio que voy cantando, de modo que puedo decir con verdad que canto los efectos interiores de mi espíritu y no la composición y versos de los salmos. [...] (Cita que tomamos de: Beata María Ángela Astorch..., 52; Ver: Mi camino interior IV,97)"

En el monasterio de Zaragoza vivió unos treinta años. La comunidad había crecido en número y calidad, y ya el espacio resultaba insuficiente. El deseo de Ángela de propagar la Orden se realizó a consecuencia de una salvajada sacrílega, cometida en Barcelona por alguna facción de las tropas de Luis XIV, que habían profanado algunas iglesias. Un piadoso canónigo, Alejo de Boxadós, pensó erigir un monasterio de clarisas con el título reparador de "Exaltación del Santísimo Sacramento", y se puso en contacto con las capuchinas. El 2 de junio de 1645 cinco hermanas, guiadas por madre Ángela Astorch, con el canónigo, se pusieron en camino rumbo a Murcia. También en esta ocasión el viaje fue desastroso: el cochero, dormido, cae bajo las ruedas del carruaje. La fe de las hermanas le hicieron volver en sí y pudieron seguir. Una solemne procesión inauguró el nuevo monasterio de Murcia, dedicado al Santísimo Sacramento, en armonía con los sentimientos de la beata Ángela, que en la Eucaristía veía recapitulada toda la cristología. Y logró introducir entre sus religiosas la práctica de la comunión diaria.

El monasterio llegó a ser un centro de espiritualidad. Durante la peste que se propagó en 1648, las religiosas salieron incólumes, como fueron igualmente preservadas de las periódicas inundaciones del río Segura en 1651, si bien es cierto que el monasterio tuvo mucho que sufrir. Las religiosas hubieron que refugiarse en una residencia veraniega de los jesuitas, en la montaña, por trece meses, a la espera de que el monasterio fuera restaurado. Vueltas a casa el 22 de septiembre de 1652, un año después hubieron de acudir a la residencia del monte por motivo de nueva inundación. Entonces una acusación difamatoria, propagada por una mujerzuela, puso a prueba a la beata; pero pronto fue reconocida su inocencia.

Vuelta, finalmente, a su monasterio, continuó con su oficio de abadesa hasta 1661. Ya, entrando en sus 70 años, habría querido retirarse toda "sola con el Solo". Obtuvo la gracia de quedar inhábil para el desempeño de trabajos y así poder darse totalmente a la vida contemplativa. A mediados de noviembre de 1665, después de padecer algunos ataques epilépticos, recobró memoria e inteligencia. Pero era el final. Se sentía en la cruz. Cantaba algunas veces el Pange lingua, en espera de su "esposo de sangre". El cual, de hecho, vino a recogerla el 2 de diciembre de 1665, cuando ella contaba 75 años.

Tres años después se abrió el proceso ordinario en la diócesis de Cartagena-Murcia. Después de un largo silencio, se volvió a tomar en 1688, y se continuó hasta nuestro tiempo. Su cuerpo, que permaneció siempre incorrupto, fue profanado durante la guerra civil española (1936-1939), y ahora es conservado en el nuevo monasterio de Murcia. Juan Pablo II, el 23 de mayo de 1982, la ha declarado Beata Ángela Astorch. Quien desee conocer su experiencia mística puede leer sus maravilloso escritos, muy modernos en estilo, agradables, publicados en un volumen por Lázaro Iriarte: Mi camino interior: Relatos autobiográficos - Cuentas de espíritu - Opúsculos espirituales - Cartas (Madrid 1985), tanto más que "a justo título puede ser considerada como uno de los anillos más importantes en la historia de la devoción al Niño Jesús, al Sagrado Corazón, a la Eucaristía, a la Pasión y a Cristo, Buen Pastor, del que deriva el culto mariano, todo capuchino, de la 'Divina Pastora'".





















Hosted by www.Geocities.ws

1