27 de julio

Beata María Magdalena Martinengo (1687-1737)

"No puedo soportar las alabanzas que se le hacen a cualquier creatura, porque se distingue en alguna virtud, como por ejemplo la abstinencia o la mansedumbre, o porque parece que en todo se comporta con humildad. En efecto, pienso que aquella alma será tanto más santa, cuanto sea más vacía de sí misma, porque con ese vacío interior participará más de la santidad divina. ¡Pero, de verdad, Dios mío, tú solo eres santo!" (María Magdalena Martinengo, en su Tratado sobre la humildad).

Fue hija de una familia noble de Brescia. Clarisa capuchina a los 18 años; vivió 32 años en clausura. Murió cuando iba a alcanzar los 50 años. Vivió una vida de "excesos" de penitencias, a las que le impulsaba el exceso del amor.

El conocimiento de su corazón exige el conocimiento de sus escritos, buena parte de ellos, tristemente, sin publicarse. Sus escritos son éstos: Autobiografía; Tratado sobre la humildad; Máximas espirituales; Explicaciones sobre las Constituciones Capuchinas; Diálogos entre el alma y la humanidad, entre el alma y el espíritu; Ejercicios espirituales; Discurso sobre la nada; Diversas luces... sobre algunos textos de la Sagrada Escritura.






Las puras maravillas del Amor
cantamos a Jesús, Esposo bello:
el himno florecido entre tus labios,
María Magdalena Martinengo.

Humilde hermana nuestra capuchina,
que de humildad hiciste tu sendero:
tan solo Dios es digno de alabanza,
Él solo plenitud, virtud y premio.

En Él se ensancha el alma enamorada,
y el puro amor le lleva hasta el exceso:
amor de penitencias encendidas,
amor hasta morir, que es solo obsequio.




Tu pluma escribe, lanza llamaradas,
y enseñas que el vacío es el encuentro:
un diálogo de amor entonces surge
y la verdad de Dios empuña el cetro.

María Magdalena, amor que sirve,
amor a tus hermanas, fiel y entero:
enséñanos a Cristo dolorido,
y a Cristo en nuestro prójimo latiendo.

¡Oh Dios de amor, perdón de pecadores,
oh Dios en Trinidad perenne incendio,
que brille y arda el fuego incandescente,
en una brasa Cristo, tierra y cielo! Amén.








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