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INTERNACIONAL

 Justin Trudeau y su aberrante hipocresía: democracia a mi conveniencia

Fue el primer ministro en la historia canadiense en reprimir a su propio pueblo y luego se jactó de ser un "campeón de la democracia". Este dictadorcito en ciernes sería una muestra clara del daño que los políticos wokes están cometiendo, pero detrás de ello está su hipocresía, su doble moral y su racismo del que los medios lamebotas de su país y otras latitudes han guardado total silencio. ¿Decidirán los canadienses votar por el mismo veneno laborista cuando Justin Trudeau finalmente sea echado del poder?

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MARZO, 2022. Dentro de la política mundial, Justin Trudeau es un jovenzuelo, casi un niño, con 51 años de edad, aunque ciertamente no es el más novato (el título le corresponde al presidente francés Emmanuel Macron, nacido en 1977) y ciertamente luce más joven de su edad real. Biden está a punto de ser un octogenario y Putin le lleva 20 años de vida en este planeta. Sin embargo y si hubiera que referirnos a la máxima aquella de que los políticos más jóvenes refrescan el ambiente, Justin Trudeau representa un gigantesco chasco.

El peso que las generaciones anteriores sigue teniendo entre la opinión pública es gigantesco, tanto así que de no haber sido por su apellido, Justin Trudeau jamás habría brincado a la alfombra de la política canadiense. Como se sabe, el actual primer ministro de ese país es hijo de Pierre Trudeau a quien por poco literalmente se le desbarata la nación del maple con un plebiscito donde se votó por la independencia de Québec, apenas derrotada por un milímetro. Igualmente, y dentro de esa idea muy canadiense por mostrar "independencia política" ante sus vecinos del sur para hacerles pasar corajes, Trudeau era amigo cercano de Fidel Castro, de Yasser Arafat y otros liderzuelos del entonces llamado Tercer Mundo, López Portillo incluido.

Su madre, Margaret Trudeau, se distinguió mas por lo pizpireta y por pasar incontables veladas bailando en la disco Studio 54 al lado de celebridades como Andy Warhol y Mick Jagger, aunque también por ahí circula una leyenda urbana, esencialmente tropical, donde se presume que el verdadero padre de Justin es Fidel Castro dado que la señora Trudeau solía pasar largas temporadas en la isla, muchas veces sin que la acompañara su marido. De ser cierto el rumor, la genética podría estar jugando aquí un papel crucial en las tendencias totalitarias del vástago.

Es curioso cómo este supuesto crítico del "privilegio blanco", sea de piel blanca y, segundo, haya nacido en una cuna privilegiada. Justin Trudeau no asistió a las universidades públicas pero sí a las privadas, que en Canadá son realmente caras. Más aún, en los dormitorios de esas universidades queda claro que abundaban las pachangas y que en muchas de ellas participó el hoy primer ministro, y de ello hay evidencias fotográficas. Aparentemente a Trudeau no le agradaba mucho ver su propio rostro pues en varias imágenes se lo pintó de negro, sacando la lengua y adornado con un turbante hindú.

Pero al igual que sucede con las declaraciones racistas de Biden en Estados Unidos, la prensa canadiense optó por no moverle al asunto y echarle tierrita, una reacción muy distinta si esas fotos hubieran sido, por ejemplo, del ex ministro conservador Stephen Harper: lo habrían obligado a renunciar para de ahí cocerlo en aceite hirviendo.

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Desafortunadamente, las aventuras universitarias aderezadas de actitudes racistas de Justin Trudeau no terminaron ahí: su apellido posee un innegable peso político y este mozalbete se aprovechó de ello. De hecho, éste es el único blasón exitoso que se le puede acreditar. Trudeau derrotó a los conservadores por primera vez en el 2015 y volvió a hacerlo el año pasado, aunque igualmente por un cabello ralo. Esto debió haber puesto al tanto a Trudeau de que no tenía todas las simpatías de los canadienses consigo.

El autoritarismo de Justin no es asunto nuevo: durante su primer año de gobierno elogió al gobierno chino que, dijo, "ha conseguido un alto nivel de progreso en un tiempo relativamente corto" y lo propuso como una clara opción a seguir. Por supuesto Trudeau no contó nada sobre las condiciones de semiesclavitud de los trabajadores chinos, dado que ante la gigantesca demanda laboral, cualquier empleo, por pésimamente pagado, queda vacante solo unos minutos si alguien lo abandona. Tampoco Trudeau iba a molestarse en mencionar la represión a las minorías raciales y religiosas por parte de Beijing.

La aparición del Covid en la escena cayó como bálsamo a las riendas totalitarias de Trudeau: cerró la frontera y prohibió la entrada y salida de del país a sus gobernados y más adelante firmó un decreto que prohibía la venta de armas de fuego en todo el territorio, asimismo Trudeau restringió la apertura de lo templos "para evitar la propagación del virus" aunque a las mezquita únicamente pidió aplicar las "medidas sanitarias correspondientes" y nunca fueron obligadas a cerrar.

Sin embargo Trudeau pasará a la historia no tanto por pintarse la cara de negro sino por haber sido el primer ministro en la historia de Canadá en reprimir a su propio pueblo.

Cuando el gobierno quiso forzar al rubro de los transportistas de carreteras a aplicarse la vacuna anticovid, los choferes justificadamente alegaron la inconstitucionalidad de la medida, formaron el "convoy por la libertad" y organizaron un plantón a las afueras del Palacio de Gobierno en Ottawa; al saber que iban por su cabeza, Trudeau huyó del Palacio y durante unos días no se supo de su paradero hasta que finalmente apareció en TV y advirtió que obligaría a los manifestantes a retirarse y no solo eso, ordenó una "acción ejecutiva" que congeló el dinero que los manifestantes tenían depositados en los bancos, todo sin una orden judicial. Eso no fue todo: incluso los ciudadanos comunes de quienes se comprobó habían cooperado no pudieron seguir retirando dinero al tiempo que empresas como GoFundMe y Pay Pal hicieron lo mismo con los simpatizantes del convoy, traicionando sus propios términos y condiciones de uso.

Trudeau convoco así a un artículo constitucional creado para aplicarse, dice el documento, "cuando la seguridad nacional de Canadá se encuentre en riesgo" y que nunca antes se había ejercido en la historia de Canadá. Sin embargo los camioneros en ningún momento mostraron intenciones de entrar por la fuerza al Palacio de Gobierno y sus manifestaciones estaban totalmente apegadas y garantizadas por la Constitución. Más extraño aun fue que en estas protestas, los manifestantes no rompieron un solo vidrio ni atacaron a los comerciantes del área, como sucedió durante las protestas de Black Lives Matter en Ottawa que dejaron millones de dólares en destrozos. Ahí no se le ocurrió a Trudeau convocar al estado de excepción.

Sin embargo la medida contra el "convoy de la libertad" también llegó a tener tintes idióticos: el gobierno prohibió la venta de gasolina alrededor del Palacio de Gobierno ¿cómo se pretendía entonces que los manifestantes retiraran sus vehículos? Luego vino un hecho inusual en la generalmente tranquila Canadá: la policía rompió la protesta a macanazos y con el uso de gas lacrimógeno contra gente cuya forma de protestar era con cánticos, fogatas para calentarse y exposiciones.

Trudeau alegó que los manifestantes "portaban banderas nazis" sin mostrar una sola foto o evidencia. ¿Acaso el primer ministro no sabe distinguir la bandera rojiblanca de su propio país? Más adelante soltó una declaración totalmente estalinista: "este tipo de actos contrarios al Estado no serán permitidos". ¿desde cuándo es delito en Canadá pensar diferente de quienes ostentan el poder?

Como dato interesante, tras las protestas y pese a que la mayoría de los camioneros no estaban vacunados ni portaban tapabocas, no se dio un brote de Covid 19 entre los manifestantes.

Y aunque su popularidad se encuentra muy golpeada, desafortunadamente, entre muchos canadienses priva el clientelismo político que podría extender el gobierno de los laboristas aun después que Trudeau se haya largado. Al respecto señala el columnista Mark Steyn, experto en temas canadienses y canadiense él mismo: "No debemos olvidar que la mentalidad canadiense tiene más en común con los gobiernos europeos dados al estatismo que con la democracia norteamericana. Canadá es un país esencialmente socialista, y pese a todas las pifias de los políticos que siguen esa línea, millones de canadienses seguirán votando por los laboristas. Para muchos ciudadanos, mantener esa línea esa necesaria para evitar ser absorbidos por el vecino del sur..."

Luego de la invasión rusa a Ucrania, Trudeau se aventó un discurso vomitivo. Entre otras cosas, denunció que tras la acción de Putin, "nuestras democracias se encuentran en peligro", "debemos rechazar el totalitarismo venga de donde venga", "el pisoteo a la libertad debe denunciado en todos los foros internacionales" y, en el colmo de la absoluta desfachatez, Trudeau se asumió a sí mismo como "un campeón de la democracia".  ¿Así se llama ahora a quienes pisotean la Constitución de su país, reprimen a quienes ejercen su derecho a disentir del Estado y que además de ponen como ejemplo a la dictadura china? ¿Hay que rechazar el totalitarismo excepto cuando éste sea ordenado desde las élites del poder?

Ahora sí que un burra echan en cara a otros lo que ha hecho a su propio pueblo. Naturalmente que estas exhortaciones no han pasado de la mera palabrería. Hasta el momento Canadá no ha alzado la voz ante la ONU por la invasión, ni ha roto relaciones con Rusia, que es lo que debería proceder si sus acciones fueran congruentes con su discurso, hueco y falso.

Queda claro que, para el primer ministro, la democracia solo es válida para aquellos que comulgan con sus ideas, pero cuando sus adversarios políticos ejercen sus derecho a la libertad de expresión, se trata de fanáticos nazis. A Trudeau le parecieron ser más peligrosos fanáticos unos camioneros que exigían hablar con él que esos grupúsculos radicales que han quemado iglesias, incluso en la misma capital Ottawa. A esos vándalos sí hay que permitir que se expresen, que muestren su descontento, aun si lo hacen violentamente.

Es de esperarse que en las próximas elecciones, los canadienses rompan la inercia que el analista Mark Steyn señalaba párrafos atrás y saquen a puntapiés del poder a los laboristas, empezando por Justin Trudeau, Los canadienses ya no pueden seguir confiando en estos grupos de poder obsesionados con aniquilar sus libertades individuales

 

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