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La biografía de Juan Pablo Rojas Paúl

 

 

RAMÓN J. VELÁSQUEZ:

LA RED DE LIBERALES Y SOCIALDEMÓCRATAS

Edgar C. Otálvora

 

 Guerrilla, límites y fronteras

El 27 de febrero de 1980, la Embajada de República Dominicana en Bogotá celebraba el Día de la Independencia de ese país, con la acostumbrada recepción diplomática. Aquel día un grupo comando del M19 tomó la sede diplomática comenzando así el secuestro de un numeroso grupo de embajadores y personalidades colombianas. El cautiverio se extendió hasta el 27 de abril cuando el gobierno de Turbay Ayala permitió la salida de los secuestradores hacia Cuba. Entre los diplomáticos secuestrados se encontraba el embajador de Venezuela en Colombia, Virgilio Lovera. El director de El Nacional, Ramón J. Velásquez, viajó a Bogotá para conocer de cerca la situación que afectaba a Lovera, su  condiscípulo de la Universidad, colega parlamentario y amigo

En una tarde caraqueña de junio tras su liberación, Lovera se encontró con Velásquez para contar los pormenores del suceso. Velásquez escribió una carta dirigida a Lovera, la cual fue utilizada a manera de prólogo en el libro sobre el secuestro, que el embajador publicara posteriormente. La carta contiene una evaluación del reclamo que las clases medias latinoamericanas hacen desde comienzos de la década de los años sesenta y la falta de respuestas de los sistemas políticos. La acción del M19, organización creada por miembros de la clase media profesional colombiana, servía para ejemplificar las ideas de aquella carta.

 

“Estoy de acuerdo contigo en que no se necesita profesar la doctrina marxista, presumir de progresista o abjurar de la fe liberal para entender que nuestros países, la llamada América Latina, superó la etapa de la democracia retórica, contrabandista de los reclamos sociales y que esos episodios, repetidos en una u otra forma en todos los países del continente, reflejan la presencia de clases sociales dispuestas a no continuar en la actitud de espectadores de su propio hundimiento. Las reformas sociales que reclama cada tiempo histórico no se dejan vencer y frente a la resistencia que encuentran adoptan las más diversas formas que van desde el brote caótico y anárquico hasta  los reajustes legislativos realizados en forma previsiva o bajo la amenaza inminente de los estallidos populares. (Velásquez, 1980, V)”

 

Como parte de la celebración del Bicentenario del Natalicio  de El Libertador Simón Bolívar en 1983, el Congreso de la República de Venezuela designó al senador Velásquez  para presidir una Comisión Bicameral Especial. Velásquez se propuso convocar un evento que reuniera en Caracas a los principales exponentes del debate político que acontecía en el continente. Apoyándose en un equipo de asesores encabezado por Juan Carlos Rey, y conformando un programa que abarcó una semana de deliberaciones, el Congreso del Pensamiento Político Latinoamericano congregó  a setenta y tres ponente venezolanos, ciento cincuenta y nueve expositores extranjeros y varios cientos de participantes y observadores. En los pasillos de Parque Central, sede del evento, coincidieron ex presidentes, altos funcionarios, aspirantes presidenciales, intelectuales de derecha e izquierda. El listado de participantes colombianos incluyó a Fernando Cepeda Ulloa, Alberto Dangond Uribe, Luis Carlos Galán, Octavio Gallón Restrepo, Mario Laserna, Plinio Apuleyo Mendoza, Alfonso López Michelsen, Gerardo Molina, Luis Villar Borda. En su discurso de clausura, Velásquez  manifestó su entusiasmo por el número y la heterogeneidad de los participantes. “Pero más importante que el estudio, más importante que otros aspectos, es el encuentro latinoamericano en sí. El de poder  venir desde los más distintos confines del mundo, gentes que andan dispersas porque se les niega la patria; poderse encontrar aquí para readquirir el derecho a dialogar”. En 1983 el tema del exilio no era parte de la cotidianidad venezolana o colombiana, pero sí de buena parte de los países del continente.

La necesidad de reformas políticas sería el gran tema de Velásquez en los años ochenta, cuando encabezó la Comisión Presidencia para la Reforma del Estado.

 

La segunda mitad de la década de los años ochenta presenció un progresivo deterioro en las relaciones entre los gobiernos de Venezuela y Colombia.

Diversos sucesos conformaron un cuadro de suspicacias, mutuos reclamos y crecientes tensiones. Las conversaciones limítrofes sobre el Golfo habían comenzado en 1965 mediante un encuentro entre los socialdemócratas Gonzalo Barrios y Manuel Pérez Guerrero con los liberales Carlos Lleras Restrepo y Virgilio Barco Vargas. Las negociaciones cumplidas por los subsiguientes gobiernos, desembocaron en 1980, durante los gobiernos del socialcristiano venezolano Luis Herrera Campins, y del liberal Julio Cesar Turbay Ayala, en la fallida “Hipótesis de Caraballeda”. En los años siguientes fueron ganando espacio en la prensa, las denuncias de agresiones policiales en zonas fronterizas, las exigencias de sectores colombianos para lograr una solución al tema del Golfo y el malestar venezolano por la masiva salida a través de la frontera con Colombia de productos  subsidiados. El punto de mayor tensión se produjo en agosto de 1987, cuando la presencia en aguas del Golfo de Venezuela de la corbeta colombiana ARC Caldas primero, y luego de la ARC Independiente, desató los aprestos de  guerra de las Fuerzas Armadas venezolanas.

 

 

La corbeta colombiana ARC Caldas

 

El presidente Virgilio Barco Vargas puso punto final al Incidente de la Caldas mediante una alocución difundida la noche del 17 de agosto de 1987 por radio y televisión, con duración de cincuenta y un segundos, en la cual anunció la inmediata salida de la corbeta ARC Independiente de las aguas en conflicto.  Existe la versión según la cual,  la decisión de provocar un incidente con Venezuela habría sido tomada por las autoridades militares colombianas sin previa consulta a Barco Vargas (Peña, 1988, 190).

La campaña electoral venezolana del año 1988 tuvo a Colombia como parte de la artillería propagandística de los principales candidatos. La oposición acusaba al candidato socialdemócrata Carlos Andrés Pérez de entreguismo, basándose  en las conversaciones que sobre el Golfo de Venezuela había adelantado durante su primer gobierno. Pérez, quien buscaba su segundo mandato presidencial, puso en el debate político la difícil situación económica de las zonas fronterizas. Ramón J. Velásquez en campaña por su reelección como Senador por el estado Táchira en 1988, propuso la creación de una instancia oficial, con participación regional, que definiera programas de desarrollo para la frontera con Colombia y superara la situación de conflicto fronterizo bilateral.

El 03 de febrero de 1989, a pocas horas de su toma de posesión, el presidente  Carlos Andrés Pérez suscribió con el presidente Barco Vargas, la Declaración de Caracas. Con ella se inició un proceso de institucionalización del diálogo y la cooperación bilateral  con lo cual se ponía fin a la “golfización” sufrida por la agenda bilateral a lo largo de la década (Hernández, 2002, 38). La Declaración de Caracas  contempló la integración de tres instancias: la Comisión de Conciliación prevista en el Tratado bilateral de 1939; los Altos Comisionados para examinar las principales cuestiones pendientes entre ambos países; y sendas Comisiones para “la preparación y estudio  de los Convenios y Tratados de índole política, jurídica, económica o de seguridad, relativos al desarrollo económico y social de las áreas fronterizas” (MRE-Colombia, 1993, II, 41).    

La Declaración de Caracas había sido negociada antes de la toma de posesión de Pérez y su contenido reflejaba la oferta electoral que tanto el nuevo presidente como Ramón J. Velásquez habían presentado a consideración del electorado tachirense. Los negociadores de la Declaración de Caracas fueron Gonzalo Barrios, presidente de Acción Democrática y el liberal Pedro Gómez Barrero, Embajador de Colombia de Caracas (Obregón y Nasi, 1990, 49), a quienes se unió el venezolano Enrique Tejera París. De esta forma, las relaciones entre socialdemócratas y liberales habían permitido poner fin a la tensión bélica de 1987 y definir un nuevo esquema sobre el cual se adelantarían las relaciones bilaterales.

El 28 de marzo de 1989 en el Puente Internacional General Francisco de Paula Santander, los presidentes Pérez y Barco suscribieron la Declaración de Ureña, la cual desarrolló el contenido de la Declaración de Caracas designando a los integrantes de las comisiones acordadas (MRE-Colombia, 1993, II, 51). Ramón J. Velásquez fue nombrado para presidir la Comisión de Asuntos Fronterizos (COPAF) por parte de Venezuela, teniendo como contraparte colombiana a Enrique Vargas Ramírez, liberal cucuteño, Ministro de Obras Públicas y Transporte durante el gobierno de Belisario Betancur, ex Senador, ex gobernador del departamento Norte de Santander, pariente cercano del presidente Barco Vargas y en ese momento, Gerente de la Flota Mercante Grancolombiana. El peso político de ambas figuras, acompañadas de un grupo de comisionados que representaban a las principales fuerzas partidistas de cada país y a sus respectivas regiones, señalaban la relevancia que los gobiernos dieron a aquellas comisiones fronterizas.

El trabajo de las comisiones bilaterales y la decisión de Pérez y Barco de reanimar al Pacto Andino, enmarcado en nuevas líneas de reformas económicas aperturistas, le devolvieron a Venezuela y Colombia, a partir de 1989, el carácter de socios comerciales y líderes en el proceso de integración regional andina (Otálvora,2002) 

 

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