PRESENTACIÓN*
Este es un texto
referido a la frontera venezolano colombiana, desde una óptica local,
nacional y extranacional, enmarcado en los debates contemporáneos sobre
globalización. Un texto sobre la frontera, definida como el espacio donde la
contigüidad, la proximidad espacial, permite el contacto a las comunidades
nacionales de dos países.
La globalización,
entendida como un proceso orientado hacia la globalidad, que crea vínculos y
espacios sociales transnacionales, revaloriza culturas locales (Beck, 1998,
30) y está fuertemente atada a conceptos de tipo espacial o territorial.
En primer lugar, la
globalización como tendencia, pareciera conllevar a una
desterritorialización del concepto de Estado-nación, dando lugar a una
segunda modernidad que rompe con el presupuesto fundamental de la primera
modernidad, es decir, con la identificación simultanea de sociedad y
Estados-nación en tanto unidades territoriales (Beck, 1998, 43).
En segundo lugar, la
globalización pareciera estar vinculada de alguna forma al surgimiento de
organizaciones supranacionales, entre otras las de tipo regional para
finalidades comerciales integracionistas. Esas organizaciones al tender a la
desaparición de fronteras económicas nacionales, pueden hacer aparecer o
reaparecer zonas económicas regionales territorialmente contiguas (Kennedy,
1993, 130).
Al tiempo que los
esquemas de integración regional procuran la inserción de las economías
participantes a la economía globalizada, se estarían destapando una serie de
iniciativas con el mismo propósito, que provienen de espacios más
delimitados, los espacios locales, en lo que constituiría una nueva
estrategia de desarrollo que adquiere perfil propio al operar desde lo local
y al desprenderse de lo nacional (Arenas, 1999, 99).
En ambos casos, en la
conformación de las organizaciones supranacionales (Unión Europea, Nafta,
Mercosur, Comunidad Andina, v.g.) y en los esquemas integracionistas de
inspiración local, el aspecto común es la contigüidad territorial, ya sea de
los países o de las regiones locales.
La reaparición de zonas
económicas regionales, tal como lo plantea Kennedy, lleva implícita la
preexistencia de comunidades fronterizas cuyas vinculaciones cooperativas o
conflictivas de carácter histórico, han podido permanecer latentes ante las
barreras que los límites nacionales han podido significar para su
desenvolvimiento. Así mismo, las fronteras al ser entendidas como áreas de
contacto entre comunidades localizadas en los bordes nacionales, presuponen
la existencia de vínculos particulares entre dichas comunidades, en
ocasiones ajenas y contradictorias con los intereses de sus respectivos
Estados nacionales. Esta perspectiva hace pensar en la existencia de
elementos de la cotidianidad en las comunidades fronterizas, que las
pudieran individualizar en contraste con sus correspondientes comunidades
nacionales.
A la dicotomía
metrópoli – provincia fronteriza, se agregan las nuevas tensiones causadas
por el establecimiento de normas de funcionamiento extranacionales, de
impacto fronterizo, emanadas de las organizaciones supranacionales a las
cuales el Estado-nación se suscribe en su proceso hacia la globalidad. En
consecuencia, la expresión “glocalización” basada en la idea según la
cual lo local y lo global no se excluyen mutuamente (Roland Robertson citado
en Beck, 1998, 79), pareciera tener en lo fronterizo un espacio natural de
análisis y contraste. Esa glocalización en términos operativos,
estaría íntimamente asociada a las tendencias hacia la descentralización
tanto político-administrativa como económica (Pérez, 1999, 17).
Las tendencias hacia la
modificación conceptual del Estado-nación, las redes de alcance mundial de
relaciones entre actores estatales y no estatales, la globalización en sus
distintas variantes, no parecieran significar la desaparición del Estado
nacional, el cual se mantiene como centro primario de identidad para la
mayoría de las personas e instancia última de apelación ante efectos
negativos de la globalización (Kennedy, 1993, 130). La supervivencia del
Estado-nación acarrea visiones geoestratégicas de las relaciones exteriores
de los países, en ocasiones de carácter conflictivistas, coexistiendo con
otras de carácter cooperativistas centradas en la acción bilateral o
multilateral dentro de las organizaciones supranacionales arriba
mencionadas. Sostiene Beck que en la edad de la globalización, la
alternativa en las relaciones entre los Estados nacionales sería la pérdida
de soberanía o la colaboración transnacional (Beck, 1998, 156). Sin embargo,
en la realidad de la política internacional, las valoraciones
geoestratégicas siguen jugando un rol central, máxime cuando se refiere a
los linderos territoriales nacionales. Por lo tanto, allí donde se produce
el contacto natural entre comunidades nacionales de dos países, en aquel
espacio de natural realización de las tendencias transnacionales
globalizadoras, allí también actúan significativamente las visiones de
seguridad y defensa nacionales.
En las siguientes
páginas se pasará revista a diversos aspectos definitorios de lo fronterizo.
Se describirá el proceso mediante el cual los gobiernos de Venezuela y
Colombia actuaron bilateralmente para diseñar un programa de desarrollo
fronterizo previo a la creación de la zona de libre comercio y a la unión
aduanera, programa que luego se convertiría en parte del esquema
multilateral integracionista andino. Finalmente, se pasará revista a las
fuerzas que incidieron en la suerte corrida por la idea de fortalecer
bilateralmente a las comunidades fronterizas del estado Táchira (Venezuela)
y el Departamento Norte de Santander (Colombia).
He aquí un ejemplo
práctico de las tensiones entre lo local, lo nacional y lo global, que
metafóricamente calificamos como una realidad tricípite.
1. TEMAS DE FRONTERA
1.1. Prolegómenos
Durante el año 1987,
Venezuela y Colombia estuvieron ante un eventual conflicto armado. El
gobierno colombiano, presidido desde 1986 por el ingeniero cucuteño Virgilio
Barco Vargas, había incluido entre sus líneas de acción exterior el lograr
una solución en el asunto de la delimitación de áreas marinas y submarinas
en el Golfo de Venezuela.[1]
En ese contexto, en agosto de 1987 se produce el “incidente del Caldas”
(Bendeck, 1994, 92-121; Romero, 1991, 60), cuando la presencia en aguas del
Golfo de Venezuela del buque de la armada colombiana ARC Caldas, desató una
crisis diplomática y militar entre ambos países. El deterioro en las
relaciones entre los gobiernos no sólo atendía al tema limítrofe, sino a una
larga lista de incidentes previos referidos a la seguridad y el orden
público en la zona fronteriza.
Superado el incidente
del Caldas sin que se produjera un enfrentamiento armado, las comunidades
nacionales de ambos países permanecieron altamente sensibilizadas por
discursos nacionalistas, en ocasiones abiertamente guerreristas, a la par
que se iniciaba una intensa política de incremento del gasto militar en
ambos países (Vivas, 1999, 242).
Por otra parte, la
frontera era y sigue siendo un escenario privilegiado donde confluyen
impactos de las circunstancias económicas internas del cada uno de los
países vecinos, lo que se denomina “efectos de derrame” (SELA, 1996, 41).
Desde la devaluación del año 1983 en Venezuela, los gobiernos de este país
mantuvieron un sistema de control de cambios, así como una política de
subsidios a productos de consumo masivo. Los cargamentos de leche en polvo o
aceite comestible ofrecidos en el mercado interno venezolano con precios
subsidiados no sólo atendían la demanda nacional, llegando incluso hasta
lejanos lugares de la geografía andina suramericana, dado el importante
diferencial de precio con respecto a los vigentes en países vecinos. Este
fenómeno fue denominado en el discurso popular y oficial venezolano como
“contrabando de extracción”, el cual se producía a través de las fronteras,
y de forma resaltante en los límites con Colombia. “La devaluación del
bolívar en 1983 generó un cambio radical en la orientación del comercio
fronterizo, por la pérdida de valor progresivo de la moneda venezolana en
los mercados oficiales y libres. La economía fronteriza colombiana,
especializada en comercio de exportación, se vio tan afectada que las
autoridades se esforzaron en reorientarla hacia el sector productivo. Del
lado venezolano el proceso devaluacionista generó una fuerte progresión del
comercio en el área fronteriza, reorientándose éste desde la tradicional
re-exportación de productos electrodomésticos hacia la venta de bienes
considerados como de primera necesidad, como consecuencia de una política
de subsidios masivos que no fue sustancialmente modificada entre 1983 y
1988.” (Martens, 1992, 382).
Como parte del
ambiente bilateral posterior al incidente del Caldas, el gobierno venezolano
decidió frenar la exportación de productos subsidiados, primero con medidas
policiales por parte del resguardo aduanero a manos de la Guardia Nacional.
Luego, mediante dos decretos presidenciales que prohibían la apertura de
nuevos establecimientos comerciales en una franja fronteriza de veinte
kilómetros en una primera versión, y de cuatro kilómetros en su normativa
definitiva. Los decretos presidenciales y la mano dura de la Guardia
Nacional no lograban controlar el flujo comercial, no sólo de los productos
con subsidios directos del Estado, sino de la más amplia gama de bienes de
consumo de fabricación venezolana. Esta situación variaría a partir de 1989,
cuando el programa de ajuste económico del nuevo gobierno venezolano, haría
variar el sentido del comercio fronterizo. De hecho, la economía fronteriza
y la economía nacional actuaron en direcciones radicalmente opuestas en
cuanto al comercio con Colombia, a raíz del programa de apertura comercial
iniciado aquel año. Venezuela, con precios más atractivos, incrementó sus
ventas globales a Colombia y redujo sus importaciones desde ese país,
mientras el comercio de la frontera venezolana redujo sus ventas (basadas
en bienes anteriormente subsidiados en el mercado venezolano) e incrementó
sus compras de bienes esenciales de origen colombiano (Otálvora, 1992, 175).
Las relaciones con
Colombia y la política fronteriza fueron tema de debate en la campaña
electoral venezolana del año 1988. El tachirense Carlos Andrés Pérez, quien
ya había ejercido la presidencia en el período 1974-79, en su procura por un
segundo mandato obtuvo apoyo entre sus paisanos fronterizos ofreciendo dar
un vuelco al tratamiento del comercio y las relaciones fronterizas en la
zona Táchira-Norte de Santander.
El 03 de febrero de
1989, a pocas horas de su toma de posesión, Pérez suscribió con
Virgilio
Barco Vargas el Acuerdo de Caracas, modificándose el status de las
negociaciones entre los dos países. Pérez y Barco acordaron crear un
mecanismo para atender los asuntos pendientes, en obvia referencia al tema
de la delimitación territorial. A su vez, anunciaron la constitución de otro
mecanismo bilateral el cual trabajaría sobre los aspectos “relativos al
desarrollo económico y social de las áreas fronterizas”. El Acuerdo de
Caracas se desarrolló en la “Declaración de Ureña” del 28 de marzo de aquel
mismo año, mediante la cual se designaron los integrantes de las Comisiones
señalándoles un temario básico y un mandato amplio en cuanto a iniciativas.[2]
La creación del
mecanismo de las Comisiones Nacionales de Asuntos Fronterizos, amén de su
propia composición[3],
buscaba ser una instancia de vocería regional binacional, especialmente para
atender las presiones políticas de las comunidades de Táchira y Norte de
Santander.
1.2. Enfoques de lo fronterizo
La aproximación al
estudio del esfuerzo binacional para la definición de un proyecto de acción
fronteriza, exige una previa revisión del contexto del tema fronterizo. La
frontera por contraste con el concepto de “límite”, posee un componente
definitorio esencial en su condición de medio geográfico y humano (Morales,
1989, 281). Una primera aproximación a la frontera debe hacerse, en
consecuencia, procurando una descripción de las comunidades humanas en ella
asentadas. Un segundo aspecto es el relativo a las relaciones entre la
región de frontera con el resto del país, esencialmente en cuanto a las
definiciones normativas que particularizan a la región del resto de la
comunidad nacional. El tercer elemento a analizar se refiere a la dimensión
de política exterior que adquiere la acción nacional sobre su frontera.
1.2.1.
Frontera: comunidad humana
Las relaciones entre las comunidades de Táchira y Norte de
Santander han sido objeto de especial atención desde perspectivas
históricas, económicas, políticas y más recientemente con revisiones
sociológicas, existiendo una percepción generalizada sobre la existencia de
una vinculación especial entre ambos grupos humanos.
La
relativamente tardía incorporación del actual estado Táchira al territorio
de lo que ahora es Venezuela, mediante Real Cédula de erección de la
Capitanía General de Venezuela de 1777, (Briceño, 1982, 22-25); los fuertes
lazos económicos del Táchira con mercados extranjeros a finales del siglo
XIX (Muñoz, 1985, 158); las dificultades de integración física orgánica del
Táchira y el Norte de Santander con el resto del territorio de sus
respectivos países hasta bien entrado el siglo XX (Martens, 1992, 85-88);
la existencia de circuitos comerciales entre Táchira y Norte de Santander y
de ambos con el extranjero (Gutiérrez, 1988, 133); las influencias de las
luchas partidistas de un país en el vecino (Velásquez, 1990, 31-33) entre
otros aspectos, hace que los intercambios entre las comunidades fronterizas
sean considerados una “constante geohistórica” (Cunill, 1992, 21). Tal
caracterización pudiera ser base para calificarla como una región nodal (Richardson,
1973, 243) dada la estrecha interconexión funcional que pareciera presente
en el área Táchira-Norte Santander.[4]
Pese
al relativo aislamiento regional con respecto al territorio venezolano y a
la fuerte vinculación con el extranjero (el inmediato colombiano y el lejano
europeo o estadounidense), los pobladores fronterizos al igual que el resto
de las regiones venezolanas no desarrollan tendencias separatistas
(González, 1998, 287). En general, diversos autores coinciden en la
existencia de una definición del fronterizo en tanto actor de la vida
fronteriza, asociada a sentimientos que los unen a sus propias comunidades
nacionales. Una apreciación en ese sentido referida al siglo XIX, sostiene
que “las mismas dificultades que confrontaba el Táchira para comunicarse con
el resto del país avivaba el sentimiento de integridad nacional. Ellos
trataban de contrarrestar la influencia económica, cultural y política de
Colombia exaltando a toda hora los valores venezolanos y fomentando el
nacionalismo”, adjudicándole a los tachirenses una “síntesis peculiar de
regionalismo y cosmopolitismo”. (Muñoz, 1985, 165-181).
El
modo de vida fronterizo estaría referido a las facilidades que la
colindancia territorial permite para los flujos físicos o intangibles entre
los habitantes de ambos lados del límite político. Dentro de esos flujos,
que darían cuerpo a una “identidad cultural de frontera” estarían los
vínculos de parentesco, la homogeneidad de cosmovisiones, de prácticas
religiosas y alimenticias, de hábitos de vestir, la cercanía de los pueblos
y el intercambio económico (Zamora, 2001, 179). A lo cual se debe agregar el
aprendizaje dual de legislaciones, sistemas monetarios, husos horarios y
las diversas reglamentaciones propias de cada una de las vecinas sociedades
nacionales, no siempre coincidentes y en ocasiones contradictorios.
Una
visión actual señala que “los colombianos y venezolanos de la frontera, no
se identifican con las acepciones que se les adjudican desde fuera. Se
definen como ciudadanos iguales a cualquier otro del país. No son ni
“centinelas de la patria”, ni corren el riesgo de perder su “identidad
nacional”. Se saben colombianos y venezolanos dentro de un “modo de vida de
frontera” implícito a una dinámica cultural particularizada.” (Zamora, 2001,
166). Lo cual pareciera coincidir con observaciones de otras zonas
fronterizas, de las cuales se puede desprender que la interacción derivada
del ámbito cotidiano no implica de manera automática la aculturación, pues
también involucra diferencias, resistencias y conflictos, asociados a
diferencias culturales, de lenguaje, prejuicios, estereotipos, racismo,
adscripciones imaginarias y diferencias de poder entre otros (Valenzuela,
1996, 236). De hecho, entre las percepciones que venezolanos y colombianos
poseen en relación al otro, una de las cualidades resaltantes es el
nacionalismo. Mediciones de auto-percepción indican que el porcentaje de
quienes se perciben como nacionalistas se incrementa en las ciudades
fronterizas de ambos países (Salazar y Rey, 1999, 39-43).
Un
elemento que pareciera tener efecto cohesivo cultural entre los
fronterizos, es el juego de percepciones entre el centro y las
provincias, entre la unidad y la diversidad (Kennedy, 1993, 131), entre los
“metropolitanos” y los “fronterizos”. Tal como lo comenta Zamora, el
habitante de la frontera se siente compelido desde el exterior fronterizo,
es decir desde las capitales nacionales, a tomar la decisión dicotómica de
ser guardián de la nacionalidad o mostrarse como un ente mixto cuya
identidad cultural estaría en peligro. Cuando el fronterizo
acepta-asume la existencia de una visión metropolitana que evalúa su
conducta y actitud ante el hecho nacional, simultáneamente está incorporando
en su discurso la confrontación entre lo fronterizo y lo metropolitano. Esa
construcción está asociada a usuales percepciones del fronterizo
quien se reconoce al margen, aislado de los canales de participación en la
vida social de su correspondiente sociedad nacional, víctima de mecanismos
mediante los cuales la metrópoli (Caracas o Bogotá) tiende a monopolizar
los recursos fiscales sin permitir que fluyan hacia las regiones
interioranas (Fals, 1996, 17-18; Martens, 1992, 116). En sociedades con alta
incidencia de la actividad del Estado, la lejanía fronteriza es sentida como
una ausencia de la protección de las capitales y como señales de un
centralismo metropolitano indolente y poco interesado en conciliar las
políticas nacionales (proyectos de desarrollo nacionales, política exterior,
v.g.) con las aspiraciones regionales fronterizas. Este tipo de percepciones
parecieran estar presentes en otras realidades y quedan especialmente
patentes cuando se debaten los temas integracionistas (Achúgar y Bustamante,
1996, 136-137).
1.2.2. Frontera: espacio normativo
La percepción de los
fronterizos, en cuanto a su diferenciación del resto de habitantes de
sus comunidades nacionales, no sólo se sustenta en un imaginario local. Las
comunidades fronterizas son sujeto de legislaciones particulares que definen
ámbitos espaciales de aplicación y crean reglas de funcionamiento diferentes
a las aplicables en el restante territorio del Estado respectivo. Esas
legislaciones suelen responder a visiones teóricas y políticas sobre el
papel de la frontera en los esquemas de protección de la integridad
territorial nacional.
Diversas teorías
enfocan el tema de fronteras hacia los aspectos geoestratégicos, cuya visión
extrema sostiene que la frontera más cierta y duradera será aquella que
rechaza actividades humanas significativas (Morales, 1989, 280). Esta visión
que prioriza el control territorial del Estado sobre sus linderos mediante
la existencia de vacíos poblacionales, coexiste con posiciones que
coincidiendo en el objetivo varían en cuanto al método: consideran que el
control territorial se garantiza mediante la concentración de fuerzas de
los Estados colindantes (Morales, 1998, 183). Ambas posiciones conciben la
frontera desde un punto de vista confrontacional y conducen al
fortalecimiento militar, lo cual coloca las relaciones bilaterales con un
sesgo marcadamente estratégico, es decir, en el plano de una marcada
competitividad. Esta visión ha sido particularmente sostenida por el Estado
venezolano en razón de la influencia del estamento militar en la política
venezolana (Müller y Vivas, 1992, 197), y por Colombia país que no ha sido
ajena al fenómeno de lo que Vivas llama “actorialismo militar” (Vivas,
1999, 244). La visión confrontacional ha estado presente en la interacción
de Venezuela y Colombia, siendo según autores colombianos “la dimensión
dominante de las relaciones, en franco desmedro de una maximización de la
cooperación bilateral” (Obregón y Nasi, 1990, 17) , y según el venezolano
Ramón León, “dominando la preeminencia de lo limítrofe (entendido como la
definición de límites entre los dos países) sobre lo fronterizo (entendido
como la atención a la problemática común de las poblaciones asentadas en
cercanías de las delimitaciones)” (Ramón León citado en Obregón y Nasi,
1990, 17).
Dos posiciones extremas
quedan al descubierto: Una que propugna la confrontación como método, y la
preservación del control territorial y de la soberanía nacional como
objetivo. Esta óptica privilegiaría la esfera de lo militar. Otra posición,
de tipo cooperacionista, se expresa en la promoción de la acción binacional
fronteriza buscando optimizar el factor localizacional de la frontera como
método, tras el objetivo de mejorar el nivel de vida de las comunidades allí
asentadas. Esta última óptica coloca el objetivo de la preservación de la
soberanía sobre una base no exclusivamente territorial. Desde una visión
militar venezolana, las dos ópticas “pueden ser antagónicas en tiempos de
conflicto o coincidentes en una variedad de grados, culminando en la
integración” (Rodríguez, 1991, 160).
Entre estas dos ópticas
extremas se encuentran posiciones que aceptan el objetivo prioritario de la
defensa de la soberanía territorial y auspician como método el
fortalecimiento de la presencia nacional en la zona de frontera impulsando
el “desarrollo, el poblamiento y la presencia institucional” (Martens,
1992, 207). Esta última perspectiva en los casos de Venezuela y Colombia se
inscriben dentro de tendencias latinoamericanas usuales en la década de los
años sesenta que daban alta prioridad a la planificación estatal del
desarrollo nacional y a la regionalización teniendo como usual referencia la
experiencia estadounidense de la Autoridad de Valle del Tennesssee (Quero,
1978, 584-588, Fals, 1996, 29). La visión sobre el desarrollo nacional de
las áreas de frontera, en el caso del estado colombiano, fue objeto de
legislación específica mediante la “Ley Básica 10” de 1983 y la “Ley por
medio de la cual se dictan disposiciones sobre zonas de frontera” de 1994,
ésta última amparada en principios favorables a la integración binacional
incluidos en la Constitución colombiana de 1991 (Lizarazo, 1995, 5-6).
La posición que
visualiza la frontera como área de cooperación binacional, en tanto tema
central de esta monografía, será desarrollada en otro capítulo.
Las visiones
confrontacionales en el caso de la frontera de Venezuela con Colombia han
cobrado cuerpo en la disposición de la estructura de seguridad fronteriza
venezolana, convertida en un asunto militar sustentado argumentalmente en
el litigio territorial. Por ello el tratamiento de problemas relacionados
con actos ilegales realizados por grupos humanos en las zonas fronterizas
–comunes en todas las áreas de ese tipo- tiende a ser atendido con
mecanismos propios de la acción militar frente a conflictos bélicos (Müller
y Vivas, 1992, 217-218).
En 1976 fue promulgada
la Ley Orgánica de Seguridad y Defensa, inspirada por la doctrina militar
desarrollada por el gobierno estadounidense en la segunda posguerra bajo la
denominación de “Seguridad Nacional” (Varela, 1986, 16). Mediante dicha Ley,
el estado venezolano procedió a crear las “zonas de seguridad” entendidas
como franjas de territorio adyacentes a la línea fronteriza, declaradas de
utilidad pública y cuya anchura sería establecida mediante decreto
presidencial oída la opinión del Consejo Nacional de Seguridad y Defensa. En
el ámbito de dicha zona, una vez delimitada, estarían vigentes diversas
restricciones a la propiedad y al tránsito de personas bajo el control
administrativo del Ministerio de Defensa. Algunas de esas restricciones
incluso fueron consideradas como inconstitucionales en el marco de los
derechos consagrados por la Constitución de 1961, vigente a la fecha de
emisión de la Ley (Gabaldón, 1992, 385-387). Los decretos con la
determinación de los linderos de la zona de seguridad fronteriza fueron
emitidos en 1993, con aplicación sólo en los estados Zulia, Táchira y Apure,
todos ellos fronterizos con Colombia (Otálvora, 1994, 49).
A juicio del ahora extinto Consejo Nacional de Seguridad y
Defensa, la zona de seguridad salvo en lo atinente a la actividad asignada
al Ministerio de la Defensa, no puede considerarse como una zona militar. La
argumentación usualmente esgrimida por el sector militar venezolano apelaba
al concepto holístico de la seguridad nacional, según el cual
seguridad implica desarrollo, existiendo una correlación funcional entre la
zona de seguridad fronteriza y la zona fronteriza, entendiendo ésta última
como espacio para el desarrollo nacional (Rodríguez, 1991, 163). Visiones
críticas respecto a la relación directa entre “seguridad” y “desarrollo”,
la consideran axiomática, dogmática, carente de comprobación y de validez
como principio universal (Romero, 1986, 305).
Si bien la Ley Orgánica de Seguridad y Defensa no es la única de
aplicación en las zonas fronterizas (Gabaldón, 1992, 394-409), es muestra de
una las tendencia que han ganado cuerpo dentro del Estado venezolano en su
tratamiento de lo fronterizo, en este caso priorizando el concepto
confrontacional de seguridad.
1.2.3. Frontera: tema internacional
Enmarcado dentro de
ópticas confrontacionales, cooperacionistas o en una combinación de ambas,
el tratamiento que el Estado da a sus áreas de frontera posee impactos tanto
de carácter interno como externo. Así, las decisiones nacionales referidas
a sus fronteras forman parte integral de la política exterior del Estado “en
cuanto esas acciones aceleran o retrasan procesos de acercamiento con el
país vecino en su propia frontera” (Otálvora citado en MRE-Colombia, 1993,
42).
El tratamiento de lo
fronterizo como parte del temario de política exterior dirigida al país
vecino hace que, de alguna forma, la política fronteriza interna comiencen
a formar parte de la lógica propia de las relaciones generales entre los dos
Estados colindantes, adquiriendo características resultantes de la
diversidad de niveles institucionales (o no-institucionales) y áreas
temáticas que dan cuerpo a las relaciones binacionales. La dinámica de la
agenda bilateral, la intensidad en su ejecución, los conflictos y el impacto
de los mismos, los mecanismos bilaterales y las coyunturas en las relaciones
entre los dos países serán condicionantes, y probablemente en algún grado
condicionados, por la política fronteriza.
En cuanto a los niveles
institucionales (o no institucionales) en los cuales se genera la política
exterior venezolana, se trataría de un sistema complicado, difícil de
movilizar y coordinar (Cardozo, 1992, 107), con una fragmentación
organizacional caracterizada por la proliferación de actores estatales como
respuestas ad hoc a la necesidad de adaptarse espontáneamente a
cambios profundos en la agenda global (Romero, 1992, 209). En el caso
específico de las definiciones de la política fronteriza el esquema
institucional mostraba una dispersión y segmentación en la asignación de
competencias, que hacía fallar diversos intentos para coordinar la acción
pública de fronteras (Gabaldón, 1992, 416).
La agenda binacional ha
estado marcada (supra 1.2.2.) por los temas de seguridad y de
soberanía territorial, los cuales han incidido en el tratamiento del
potencial temario binacional. Durante el siglo XX, los temas de delimitación
de la frontera terrestre, hasta la década de los cuarenta, y de delimitación
de áreas marinas y submarinas en el Golfo de Venezuela a partir de los años
sesenta, “constituyeron el eje central de la agenda de relaciones entre los
dos países” (Ramírez, Cardozo, et. al, 1999, 161). Parecieran existir
un movimiento pendular que se expresa en el predominio alternativo de
visiones confrontacionales o cooperacionistas, de enfoques pragmáticos o
realistas en cuanto a la materia de seguridad entre los dos países,
pudiéndose identificar lapsos de estabilidad o de tensión en las relaciones
bilaterales (Vivas, 1999, 240-242).
Amén de los temas
limítrofes con su alta capacidad inhibidora en cuanto al desarrollo de otros
asuntos, la agenda bilateral fue enriqueciéndose a lo largo de la segunda
mitad del siglo XX. Es posible identificar tres momentos de ampliación de la
agenda bilateral: uno, en 1942 cuando se firma el Estatuto fronterizo
constituyéndose en un programa multisectorial de acción bilateral; dos, a
principios de la década de los sesenta, con la definición de una agenda de
acción bilateral común; y tres, en 1989, cuando se inician negociaciones
globales que evidenciaron una amplia agenda de temas a cargo de las
Comisiones de Asuntos Fronterizos tratados mediante la participación de
múltiples actores gubernamentales y no gubernamentales (Cardozo, 1992, 99).
Conceptualmente, la amplia agenda de 1989 tenía tras de sí la decisión de
“desgolfizar” las relaciones bilaterales (Obregón y Nasi, 1990, 100),
mediante un mecanismo que se denominó como de “globalidad” (Rey, 1988, 177),
en tanto procuraba ampliar la agenda, descentrarla del tema limítrofe,
asumiendo la existencia de asuntos de interés mutuo cuyo tratamiento no
debía estar condicionado a la resolución de la discrepancia sobre el Golfo
de Venezuela.
2. CONCEPCIÓN DEL PROYECTO
El general
reconocimiento de la existencia de una realidad social específica, con alta
capacidad de movilización en procura de sus intereses regionales, situada en
la zona fronteriza que forman el estado Táchira y el Departamento Norte de
Santander, dieron la pauta para que en 1989 se iniciara un proceso de
definiciones de políticas para transformar esas condiciones previas, en
elementos de estímulo económico regional. Ese proceso tenía sus antecedentes
en la normativa binacional que se había ido generando en el transcurso del
siglo XX para regular la dinámica de poblaciones fronterizas.
A principios de la
década de los años cuarenta, y tras la suscripción del Tratado que declaró
terminadas todas las diferencias sobre materias de límites[5],
ambos países se abocaron a normar el flujo de sus nacionales en la zona
fronteriza. Así, en 1942 fue suscrito el Estatuto de Régimen Fronterizo, el
cual entró en vigencia tras el correspondiente canje de ratificaciones en
1944. Mediante el Estatuto fue creada y delimitada una región fronteriza,
definida como una franja a ambos lados de la línea limítrofe, siendo la
primera señal de una política fronteriza bilateral. En su parte argumental,
el Estatuto señala que dicho instrumento es producto del convencimiento de
ambos gobiernos sobre las ventajas que “habrán de obtenerse facilitando las
relaciones que forma el frecuente tránsito en las regiones limítrofes de
ambos países”. Para ello, mediante ese instrumento se estableció una
normativa de aplicación especial en la región fronteriza, creando un
documento de identidad con validez local, facilitando el flujo de personas
con fines laborales y empresariales, y colocando en las autoridades
nacionales de la frontera, potestades para actuar en temas de cooperación
educativa, sanitaria, policial y ambiental.
2.1. Informe BID
Los primeros años de la
década de los sesenta marca el segundo antecedente relevante, en cuanto al
tratamiento binacional del tema fronterizo. En visita realizada a la zona
fronteriza venezolana, el presidente colombiano Guillermo León Valencia
suscribió con su homólogo venezolano Rómulo Betancourt el Acta de San
Cristóbal, “que se constituyó en la explicitación de una alianza económica
colombo-venezolana” (Ardila, 1991, 156). Los gobiernos de ambos países, en
medio de una línea de trabajo enfocada en la promoción del desarrollo
fronterizo bajo el mandato del Acta de San Cristóbal, adelantaron gestiones
en procura de apoyo técnico y financiero del Banco Interamericano de
Desarrollo (BID) para la realización de un estudio sobre la realidad
fronteriza que generara propuestas para la integración binacional. Con ese
objeto fue designada por el BID una comisión técnica mixta. “El BID entregó
un estudio en 1964, en el que diferencia de manera clara diversos segmentos
de la frontera común y destaca la necesidad de atender las especificidades
de cada segmento, de cada región de confluencia con características propias.
El estudio en mención se constituyó en el intento más elaborado y serio
realizado hasta ese entonces para la formulación de una agenda de desarrollo
binacional y fronterizo” (García y Urdaneta, 1999, 293).
El diagnóstico
elaborado por el BID encontró que “la integración espontánea de las
poblaciones que ocupaban la zona fronteriza común mantenían un grado tal de
organicidad histórica que sus relaciones se superponían y hasta obviaban
cualquier restricción que pretendiera obstaculizar sus vínculos. Esta
profunda articulación, en la que se definía la coexistencia cultural y la
subsistencia socio-económica de ambos grupos humanos, tenía una dinámica
propia que debía ser interpretada por las políticas de desarrollo
fronterizo” (CENDES - CIDER, 1991, 25).
A los efectos del
diseño de un programa de acción integracionista, el documento BID realizó
el ejercicio pionero de dividir la línea limítrofe en segmentos (lo llamaron
“zonificación”), atendiendo a características geográficas, económicas y
culturales, declarando la no homogeneidad de dicha frontera y propiciando,
en consecuencia, tratamiento diferenciado para cada espacio. Para determinar
cuándo se estaba en presencia de una “zona fronteriza en el sentido
socio-económico” los técnicos del BID visitaron cuarenta centros poblados
localizados en ambos países, desde la Península de la Guajira hasta la
confluencia de los ríos Orinoco y Meta, en los cuales realizaron mediciones
de la movilidad de los factores de la producción. Cuando las mediciones
indicaban que en determinado segmento de la frontera se producía un fenómeno
de interdependencia y que la movilidad de factores parecía más pronunciada
hacia el país, los técnicos del BID llegaron a la conclusión de estar en
presencia de una “zona fronteriza en el sentido socio-económico” (citado en:
Gabaldón, 1992, 380).
El programa de acción
para las zonas fronterizas, a juicio de los autores del Informe BID,
presuponía la decisión de ambos países de conciliar y hacer coincidir sus
criterios nacionales de desarrollo fronterizo, los cuales deberían quedar
plasmados en un Plan Conjunto de Desarrollo Fronterizo, que considerara las
articulaciones de carácter histórico existentes entre las comunidades de la
zona de frontera. Así mismo, el Informe BID proponía adelantar un esquema
normativo que desarrollara el contenido del Estatuto Fronterizo de 1942.
La presentación del
Informe BID a consideración de los gobiernos, coincidió con la creación en
Venezuela de la Corporación de los Andes (CORPOANDES), la cual fue no sólo
una decisión gubernamental para atender a los estados interioranos, sino
fundamentalmente, la conclusión de un movimiento promovido por las élites
andinas y acogido con vigor por sus comunidades (Rincón, 1987, 36 y
Velásquez, 1993, 44). CORPOANDES inauguraba el esquema de división regional
del país, y tenía como objetivo la planificación y promoción del desarrollo
económico de la región andina, de la cual formaba parte el estado Táchira.
“Aunque presentado cinco meses antes del nombramiento de la primera junta
directiva de CORPOANDES, dicha junta no lo tomó en cuenta; el enfoque dado
al desarrollo del Táchira, nada tuvo que ver con la estrategia propuesta por
el organismo internacional” (Martens, 1992, 107). Algunas de las
recomendaciones del BID, básicamente en el campo de las obras civiles,
fueron atendidas bilateral o unilateralmente, pero sin que formaran parte de
un plan de acción coordinada de los gobiernos.
El tratamiento
bilateral de las especificidades fronterizas intentó ser adelantado mediante
la creación de mecanismos ad-hoc. En 1965 fue creada la Comisión Permanente
Colombo-Venezolana de Integración Fronteriza, y diez años después fueron
designados con rango de Embajadores Especiales y ajenos a la estructura
formal de las Cancillerías, dos representantes personales de los presidentes
Carlos Andrés Pérez y Alfonso López Michelsen. Ambas iniciativas resultaron
infecundas.
2.2. Decisión política binacional
La “Declaración de
Ureña” de marzo de 1989, contiene un listado específico de temas a ser
tratado por las Comisiones Nacionales de Asuntos Fronterizos, las cuales “en
colaboración de los Ministerios competentes y demás entidades nacionales que
sean del caso se ocuparán de los estudios y convenios relacionados con el
tránsito de personas, de bienes y de vehículos, la integración económica
fronteriza, la planificación conjunta del desarrollo urbano y el uso y
preservación de los recursos naturales”. Las Comisiones deberían dar
prioridad a cinco enunciados, uno de ellos expresamente dirigido a la zona
de frontera Táchira – Norte de Santander: “El relativo al crecimiento e
interconexión de las áreas urbanas de Cúcuta y Villa de Rosario en Colombia
y de San Antonio y Ureña en Venezuela, con el objeto de ordenar su
desarrollo dentro de un Plan Maestro de Infraestructura de Servicios
Públicos y Sociales. El estudio comprenderá la conformación de un área
metropolitana binacional para el desarrollo industrial y comercial y podrá
incluir otros municipios”.
En octubre del año
1989, los presidentes Pérez y Barco reunidos para conocer los avances de las
Comisiones Nacionales de Asuntos Fronterizos, suscribieron un Declaración
que extendió indefinidamente la existencia legal de las Comisiones.
Igualmente los presidentes enunciaron una serie de proyectos ya
identificados por las Comisiones y que comenzarían a ser objeto de
tratamiento operativo por parte de los respectivos gobiernos. La Declaración
suscrita por Pérez y Barco expresaba que “Las Comisiones Nacionales de
Asuntos Fronterizos han iniciado el estudio conceptual de las Zonas de
Integración Fronteriza Progresiva (ZIFP), y de la planificación conjunta de
áreas metropolitanas binacionales y consideran que las comisiones deben
continuar profundizándolo”. (MRE-Colombia, 1993)
En noviembre de 1990,
Carlos Andrés Pérez se encuentra en San Cristóbal, Venezuela, con el recién
posesionado Presidente de Colombia, Cesar Gaviria Trujillo. En la
“Declaración de San Cristóbal”, los mandatarios encomendaron a las
Comisiones Nacionales de Asuntos Fronterizos continuar los estudios y la
elaboración de proyectos para el diseño e instrumentación de la ZIFP
correspondiente al estado Táchira y el departamento Norte de Santander,
pidiendo prioridad para los aspectos de saneamiento de la cuenca
hidrográfica del río Táchira, al programa azucarero fronterizo y la
construcción de una vía autopista entre la línea fronteriza y la capital del
estado Táchira. Los presidentes calificaron la creación de la ZIFP
Táchira-Norte de Santander como “proyecto piloto aplicable en el futuro, a
otras áreas de frontera común”, a la vez precisaron de forma expresa que la
ZIFP incorporaría no sólo a las poblaciones directamente situadas sobre la
línea limítrofe sino que debería abarcar la zona metropolitana de San
Cristóbal.[6]
El interés de los
gobiernos de ambos países sobre la ZIF siguió expresándose reiteradamente, e
incluso fue introducido dentro de las líneas de trabajo de la Comunidad
Andina.
2.3. Inclusión en el temario andino
En 1989 se inicia un
proceso de reactivación organizativa y temática del Acuerdo de Cartagena.[7]
Los presidentes de los países miembros, acordaron en febrero de aquel año
reunirse semestralmente con el propósito de “examinar, impulsar y
fortalecer el proceso de integración subregional andino” (JUNAC, 1991, 11).
La novedad de los Consejos Presidenciales semestrales trajo una aceleración
de las negociaciones buscando la redefinición del mecanismo de integración
andino. Venezuela procuraba ajustar su inserción en la comunidad andina con
los programas de liberalización económica y apertura comercial del gobierno
de Carlos Andrés Pérez. Al poco tiempo Colombia asumiría una línea análoga
cuando Cesar Gaviria Trujillo tomó posesión de la presidencia de su país.
Lo que se denominó
oficialmente el proceso de “Profundización de la Integración Andina”, se
concretó en las declaraciones emanadas de los Consejos Presidenciales,
mediante las cuales se emitieron instrucciones sobre los aspectos
componentes del nuevo “diseño estratégico” para la región. El tratamiento
del tema fronterizo vivió una acelerada transformación como reflejo del
proceso que Venezuela y Colombia adelantaban bilateralmente.
El “Manifiesto de
Cartagena de Indias”, correspondiente al primero de los Consejos
Presidenciales Andinos (Cartagena de Indias, mayo 1989), abordó el tema
fronterizo dentro del esquema tradicional dado por la Junta del Acuerdo de
Cartagena (JUNAC), órgano técnico del para entonces Grupo Andino.
“Fronteras” figuraba como parte del enunciado de “integración física,
fronteriza, turismo y comunicaciones”. Salvo la propuesta genérica de
“acelerar la integración fronteriza, en beneficio de las poblaciones y
territorios de frontera común”, el documento no daba lineamientos
específicos sobre el tema. (JUNAC, 1991, 15)
El segundo encuentro
presidencial (Galápagos, diciembre 1989) conoció y aprobó el documento
elaborado por la JUNAC, bajo el título de “Diseño Estratégico para la
Orientación del Grupo Andino” (JUNAC, 1991, 35). Allí se incluyó la
“integración fronteriza” como una de las nuevas áreas de actuación a corto,
mediano y largo plazo, orientadas a áreas binacionales fronterizas. Se
proponía, incluso, la constitución de nuevas “comisiones de vecindad”[8]
en seguimiento de la experiencia venezolano-colombiana.
El quinto encuentro
presidencial (La Paz, noviembre 1990), aprobó las “Acciones para la
Profundización del Diseño Estratégico”. Los presidentes acordaron
“institucionalizar” la integración fronteriza (JUNAC, 1991, 130), con lo
cual el proyecto de creación de una ZIF en la frontera Táchira-Norte de
Santander, adquirió carácter de mandato multilateral. El documento
presidencial ordenaba “delimitar las Zonas de Integración Fronteriza (ZIF)
como el escenario principal para la instrumentación de las políticas
específicas de integración fronteriza, antes del 31 de diciembre de 1991”.
Igualmente la máxima instancia política andina acordó realizar perentorios
estudios sobre la armonización del marco jurídico fronterizo, la definición
de criterios sobre emplazamiento de controles aduaneros, migratorios,
policiales y sanitarios, la planificación urbano-regional, el comercio
fronterizo, la infraestructura, los proyectos productivos y de servicios.
Los documentos de la JUNAC comenzaban a reflejar la experiencia bilateral
que se desarrollaba entre Venezuela y Colombia, tanto en el mecanismo de
las comisiones[9]
como en el enfoque hacia una ZIF. Sin embargo, existía un contraste en
cuanto a la zona que podría ser declarada ZIF. Mientras en JUNAC se pensaba
en una zona situada sobre el límite político que sólo incluiría a Cúcuta
(capital del colombiano Departamento Norte de Santander) y a la población
limítrofe venezolana de San Antonio, en Caracas y Bogotá se pensaba en un
área mayor.
2.4. Proyecto binacional
Desde 1989, poco tiempo
después de la creación de las Comisiones de Asuntos Fronterizos, la
venezolana Corporación para el Desarrollo de la Región Suroeste
CORPOSUROESTE, inició un trabajo de diagnóstico regional procurando la
definición de una micro región fronteriza. Al poco tiempo, CORPOSUROESTE
junto a su homóloga nortesantandereana CORPONOR, conformarían un equipo de
trabajo técnico binacional, cuyo objetivo sería el proyecto ZIF, trabajando
juntamente con las Comisiones Nacionales de Asuntos Fronterizos.
Julio Estéves,
coordinador del equipo venezolano, expuso ante un escenario público en
Caracas en abril de 1990, el estado del trabajo realizado por un equipo
binacional, integrado casi exclusivamente por profesionales nativos y
residenciados en la zona fronteriza (Estéves, 1991, 172-185). El informe de
Estéves adelantó resultados del diagnóstico realizado en cuanto a los flujos
comerciales y laborales, la infraestructura de transporte, productiva,
energética, el sistema jerárquico de ciudades, el equilibrio entre las zonas
metropolitanas, la legislación vigente, en los cuales subyacía un enfoque
analítico del tipo asociado a las regiones nodales arriba comentado (supra
1.2.1.). Señaló una propuesta de delimitación del perímetro que debería
ser declarado como una ZIF, en la cual se establecería un “régimen aduanero
especial” con libre comercio al detal para los residentes, y funcionaría
como el centro del intercambio de bienes entre los dos países. Liberalizar
el flujo de personas y bienes en el área propuesta equivaldría, según el
informe, a la conformación de un mercado de un millón de personas, y a la
creación de condiciones para un incremento notorio del comercio, la
industria, el turismo, lo cual permitiría atenuar las crisis cíclicas en la
economía fronteriza asociadas a los vaivenes cambiarios de ambos lados de la
frontera.
A medida que los
trabajos binacionales se adelantaban, sus resultados eran expuestos en las
periódicas reuniones plenarias que realizaban las Comisiones Nacionales de
Asuntos Fronterizos[10],
a la vez que el tema comenzaba a ser debatido tanto en la prensa regional
fronteriza como en los medios capitalinos.
En 1991, con recursos
del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), las
Comisiones Nacionales solicitaron al venezolano Ramón León (investigador del
Centro de Estudios del Desarrollo de la Universidad Central de Venezuela
CENDES) y al colombiano Rodolfo Villamizar (funcionario de CORPONORTE), la
redacción de una versión final del proyecto binacional de las ZIF, basaba en
los múltiples debates escenificados en las Comisiones, los avances hechos
por las corporaciones de desarrollo, los aportes teóricos procedentes del
CENDES[11],
así como las conclusiones de un proceso de consultas institucionales
realizadas por los consultores contratados.
Los bocetos elaborados
por ambos consultores, los cuales eran propuestas de carácter técnico, no
obligante ni vinculante para ninguno de los dos países, incluían los
siguientes aspectos (León y Villamizar, 1991):
a. Propuesta de
delimitación de la ZIF
b. Propuesta de
estructura organizativa que debería crearse para la administración y
gerencia de la ZIF. Dicha estructura contemplaba la creación de un “Consejo
de la ZIF”, un “Directorio Binacional de Integración Fronteriza”, un “Comité
Ejecutivo Binacional” y una “Coordinación Técnica Binacional”. Las diversas
instancias estarían constituidas por representaciones paritarias de ambos
países y tendrían funciones de planificación, promoción, coordinación,
enmarcadas en criterios de “planificación conjunta”, “ejecución compartida”
y “coordinación administrativa”. Estos criterios se correspondían con
definiciones promovidas por la JUNAC.
c. A los efectos de la
organización territorial de la ZIF, los autores proponían la necesidad de
planificar y administrar “el sistema vial binacional” y planificar una
redistribución de las actividades de cada centro poblado dentro de la ZIF.
d. Propuestas de
acciones de promoción de sectores económicos específicos.
e. Propuestas para una
normativa que regulara y promoviera la actividad económica fronteriza.
2.5.
Proyecto andino
Como respuesta a las
directrices presidenciales andinas, la JUNAC con financiamiento del Banco
Interamericano de Desarrollo (BID) contrató un grupo de consultores para
definir una “programación de actividades de desarrollo e integración
fronteriza entre los países de la región andina”. El estudio referido a la
frontera venezolano-colombiana fue encomendado al ingeniero venezolano
Alberto Urdaneta del CENDES y al arquitecto colombiano Edgar Forero. El
documento en cuestión presentó un diagnóstico de los distintos segmentos de
la frontera, centrando su atención en la sección Táchira – Norte de
Santander. La estrategia propuesta para esa región fronteriza incluía:
reestructuración de la organización territorial; dinamización,
diversificación e internacionalización del comercio y las actividades
productivas; mejoramiento de las condiciones y ampliación del mercado
laboral, mejoramiento de la oferta pública de servicios y de las condiciones
ambientales; adecuación institucional para la gestión de integración
fronteriza y compatibilización de las políticas territoriales, económicas y
migratorias. Los autores propusieron instrumentar las directrices expuestas
a través de la “inmediata definición, conformación, estructuración y
posterior consolidación” de la ZIF Táchira-Norte de Santander. Incluyeron
además una definición operativa de la ZIF, al caracterizarla como “el
contexto territorial colombo-venezolano, establecido por consenso político
entre los dos estados, donde la confluencia de intereses fronterizos,
binacionales y multilaterales encuentran respuesta institucional coordinada
y sistemática”. Una precisión adicional, especifica que la ZIF “será un
área en la cual cada Estado tendrá que hacer los arreglos políticos,
jurídicos, administrativos y operativos necesarios para compartir
responsabilidades con su homólogo vecino en el ejercicio cotidiano de las
actividades de control y regulación de los procesos fronterizos comunes” (Forero
y Urdaneta, 1990, 146-180).
3. MUERTE DEL PROYECTO
El proyecto para crear
una ZIF en el segmento Táchira – Norte de Santander de la frontera
venezolano-colombiana, no se realizó. Luego del intenso trabajo de
definición y promoción del proyecto, con la participación de múltiples
actores nacionales, bilaterales y multilaterales, el interés por el mismo
fue menguando como consecuencia de una diversidad de hechos regionales y
nacionales.
3.1. Opiniones y crisis política
3.1.1. Fronterizos en contra
Diversas apreciaciones
sobre la forma como las Comisiones Nacionales de Asuntos Fronterizos
abordaron su trabajo, coinciden al resaltar la participación dentro del
mecanismo no sólo de los despachos ministeriales sino de actores privados,
locales y nacionales (Cardozo, 1992, 99), la inclusión de distintos sectores
políticos, la divulgación de sus labores, la coordinación entre las
comisiones de ambos países (Obregón y Nasi, 1991, 100-101), la concesión de
relevancia a los temas de contenido social (Zamora, 2001, 178), entre
otros. Sin embargo, el trabajo de las Comisiones Nacionales de Asuntos
Fronterizos se produjo en un escenario donde confluyeron presiones en
contra, por parte de actores locales y nacionales de ambos países.
Localmente, entre las
comunidades políticas de la zona fronteriza se produjo una reacción
contraria a la implantación de una ZIF, a pesar de que en los trabajos
técnicos para su diseño participaron las corporaciones de desarrollo
regional CORPOSUROESTE de Venezuela y CORPONOR de Colombia y que los
consultores cumplieron un dilatado (en el tiempo) y amplio (en cuanto a los
participantes) proceso de consultas locales. La prensa tachirense fue
escenario de un intenso intercambio de opiniones que centraban los ataques
al proyecto ZIF con base en tres argumentos: la falta de consulta a las
fuerzas vivas de la región, la elaboración del proyecto bajo la coordinación
de “gente de Caracas” y la inminencia de una migración masiva de colombianos
hacia el estado Táchira, valiéndose de la facilidades de tránsito de
personas que imperaría en la hipotética ZIF, lo cual dejó en evidencia un
discurso “chovinista” entre diversos voceros regionales (Martens, 1992,
392-398).
Como consecuencia de la
falta de consensos mínimos a nivel local sobre la conveniencia del proyecto
ZIF, el gobierno venezolano planteó a nivel de la comunidad andina la
paralización del tratamiento multilateral de este asunto. Como resultado de
los trabajos de diagnóstico sobre las fronteras andinas (supra 2.5),
la JUNAC presentó a consideración de los países miembros un proyecto de
resolución mediante la cual se elevaría el proyecto para la creación de ZIF
a la condición de normativa multilateral andina. Venezuela expuso en
septiembre de 1992 en la “Reunión de Autoridades Fronterizas del Acuerdo de
Cartagena”, su interés de mantener el tema de la definición de zonas de
integración fronteriza como un asunto de orden bilateral, sin adquirir
compromisos multilaterales que pudieran limitar las negociaciones que seguía
con Colombia (COPAF, 1993, 275). La posición contraria de Venezuela aceptada
por Colombia y el poco interés por parte de los restantes países miembros,
frenaron el avance del tema ZIF dentro de la agenda multilateral andina.[12]
3.1.2. Visiones conflictivistas y fin de gobierno
Los mecanismos creados
en 1989 por Venezuela y Colombia y el enfoque cooperacionista del temario
acordado, generaron algunas reacciones contrarias en ambos países.
Personalidades
colombianas tradicionalmente interesadas en el tema limítrofe con Venezuela
expresaron dudas o rechazo a la política iniciada en 1989, al considerar que
se trataba de un triunfo de la diplomacia venezolana al prorrogar
indefinidamente las negociaciones para la delimitación de áreas marinas y
submarinas en el Golfo de Venezuela (Obregón y Nasi, 1991, 67).
Simultáneamente en Venezuela, sectores de la opinión pública expresaban
cautela y hasta rechazo ante la política cooperativa binacional. Dos
elementos estaban presentes: el diferendo sobre el Golfo de Venezuela y los
problemas de seguridad y de orden público en las zonas de frontera (Cardozo,
1992 a, 346).
Finalmente, la crisis
política que se produce en Venezuela como consecuencia de los intentos de
golpe de estado de febrero y noviembre del año 1992, determinaron cambios en
la intensidad de las acciones de política exterior venezolana y muy
especialmente en la dirigida hacia Colombia.
El tema de las
relaciones con Colombia formó parte del discurso expuesto por los militares
insurrectos de febrero de 1992 quienes exigían la renuncia de las comisiones
negociadoras con aquel país, acusaban al presidente Carlos Andrés Pérez de
“traición a la patria” y denunciaban, entre otros aspectos, la creación
solapada de “condominios” sobre el territorio venezolano bajo la forma de
áreas y ciudades binacionales, en clara alusión al proyecto de ZIF (citado
en: Garrido, 2000, 75-84). Por otra parte, el Consejo Consultivo designado
por Pérez luego del intento de golpe de febrero del 2000, incluyó entre el
cuerpo de sus recomendaciones, aspectos específicos al tratamiento de las
relaciones con Colombia, resaltando la necesidad de someter a la más amplia
consulta nacional la eventual solución a que pudieran arribar las comisiones
en materia limítrofe entre los dos países.[13]
Tras la decisión del
Congreso de la República en junio de 1993, de autorizar el enjuiciamiento a
Carlos Andrés Pérez, el parlamento venezolano designó a Ramón J. Velásquez
para ejercer la Presidencia de la República hasta finalizar el período de
gobierno.
Las instrucciones
presidenciales, de quien hasta ese momento presidió por Venezuela la
Comisión Nacional de Asuntos Fronterizos, fue la de posponer nuevas
gestiones en relación al Golfo de Venezuela, y sólo adelantar la elaboración
de informes de actividades cumplidas por las Comisiones Nacionales de
Asuntos Fronterizos, para su entrega al gobierno que sería electo en
diciembre de 1993 (Otálvora, 1994, 80).
Con la llegada en 1994
de Rafael Caldera a la Presidencia de la República, el papel de las
Comisiones Nacionales de Asuntos Fronterizos se modificaría sustancialmente,
en tanto que la agenda bilateral comenzó a estar determinantemente atada a
los aspectos de seguridad fronteriza. No sería sino hasta 1997 cuando una
nueva etapa de actividad bilateral desde una perspectiva cooperacionista se
activaría, gestándose un nuevo programa de desarrollo integral fronterizo
elaborado con el respaldo del Banco Interamericano de Desarrollo y de la
Corporación Andina de Fomento (García y Urdaneta, 1999, 287). El plan de
desarrollo de 1997, en cuya elaboración participaron técnicos que ya habían
formado parte de los equipos que intentaron diseñar la ZIF, no incluyó entre
sus recomendaciones la creación de alguna definición territorial de
aplicación privilegiada para las acciones fronterizas. (BID-INTAL-CAF, 1997)
3.2. Apertura andina
Tal como se comentara
previamente (supra 2.3.), los países andinos en el marco del Acuerdo
de Cartagena iniciaron en 1989 un proceso de cambios en sus relaciones
comunitarias que fue denominado como la “profundización de la integración
andina”. Esos cambios correspondían con “un nuevo paradigma de política
económica” con acento liberal, que en el caso venezolano fue impulsado por
el gobierno de Carlos Andrés Pérez propugnando la eliminación de
restricciones comerciales y el libre flujo de capitales, dándole especial
significación al éxito exportador (Bello, 2000, 413-414). Una “atmósfera
aperturista” análoga a la venezolana, fue impulsada en Colombia por el
gobierno del presidente Cesar Gaviria Trujillo (1990-1994) quien lanzó un
programa de internacionalización de la economía (MCE-Colombia, 1993, 11).
El “Diseño estratégico
para la orientación del Grupo Andino” fue aprobado en la “Reunión del
Consejo Presidencial Andino” celebrada en 1989, como parte de la
“Declaración de Galápagos” (JUNAC, 1991, 37-78). Dicho diseño incorporó la
ejecución de un programa para la consolidación del “espacio económico
andino”, que incluía acciones a corto plazo para la liberación comercial.
Después, el Consejo Presidencial reunido en Cartagena en diciembre de 1991,
aprobó la liberación de gravámenes y restricciones en el comercio
intraregional andino y la entrada en vigencia de un arancel externo común,
ambos a partir del 01 de enero de 1992 (ICE, 1992, 8). Estas decisiones
sólo fueron implementadas por Venezuela y Colombia, con lo cual a principios
del año 1992 comenzó a funcionar una Zona de Libre Comercio y una Unión
Aduanera entre los dos países.
En los tres años que
siguieron a la implantación de la Zona de Libre Comercio, el flujo comercial
entre Venezuela y Colombia se incrementó a una tasa interanual promedio de
33,76%, mientras las exportaciones venezolanas hacia Colombia aumentaron en
promedio 59,95% interanual (cálculos propios con base en: CAF, 2001). La
relevancia del comercio bilateral venezolano colombiano, dentro del contexto
de la comunidad andina, quedaba patente en las exportaciones venezolanas que
representaron el 37,9% de todo el comercio interandino en el lapso
1993-1998. El creciente comercio venezolano colombiano, que equivalía al 44%
del comercio total interandino en 1999, transitaba por la zona fronteriza
entre los dos países, y básicamente, a través del segmento Táchira – Norte
de Santander (CAF, 2001, 21).
En 1990 la JUNAC aprobó
la Decisión 271 referida a un sistema andino de carreteras, lo cual fue
seguido por la iniciativa de la CAF de financiar un estudio sobre los
requerimientos de infraestructura vial para la zona de libre comercio
interandino (CAF, 1993). Sin embargo, al menos en el caso de la frontera
venezolano colombiana no fueron ejecutadas las obras consideradas
necesarias. Dentro del temario de las Comisiones Nacionales de Asuntos
Fronterizos, el tema de la infraestructura vial era uno de los más tratados
en los diversos encuentros, y su análisis había sido incorporado al
macro-tema de la ZIF. Los diagnósticos sobre la infraestructura carretera
señalaban que el proceso de integración se estaba realizando con francas
deficiencias en los sistemas de transporte en virtud de los innumerables
obstáculos geográficos que las carreteras tienen que salvar, por lo que
resultaba urgente identificar nuevos corredores internacionales de
transporte o el mejoramiento de los existentes (Colmenares, 1993, 133).
El marco normativo
andino para la liberalización de los flujos comerciales contempló medidas de
liberalización del transporte de carga por carreteras, con lo cual las
empresas transportistas con sede en el estado Táchira, de baja capacidad
técnica y financiera, “pasaron a convertirse en meros espectadores del paso
de vehículos” (CAF, 2001, 151). Como aparente consecuencia de esa situación,
se produjeron en la frontera venezolana, acciones de protesta en abril de
1998 y mayo de 1999 exigiendo el cierre de la frontera a las empresas de
transporte extranjeras.
La no ejecución del
plan de obras de infraestructura de transporte fronteriza con el adicional
deterioro de la ya existente, y la incapacidad del sector de empresarios de
transporte de la frontera venezolana para vincularse con provecho a las
nuevas realidades comerciales, son dos de los aspectos usualmente más
resaltantes del impacto fronterizo de la apertura comercial puesta en
vigencia por Venezuela y Colombia en enero de 1992.
EPILOGO
Una primera
interpretación del material expuesto, pareciera llevar a la necesidad de
someter a escrutinio empírico cualquier discurso sobre globalización (ya sea
favorable o en contra), que obvie los elementos de territorialidad
asociados al Estado nacional, a las comunidades nacionales, e incluso a las
comunidades de alto contacto externo como lo son las fronterizas.
En segundo lugar,
pareciera posible afirmar que las políticas de desarrollo fronterizo, ya
sean nacionales o cooperativas binacionales, están influenciadas por
circunstancias locales, nacionales y extranacionales, en lo que hemos
calificado como una realidad tricípite. Así, las reacciones de sectores de
la sociedad fronteriza, rechazando el proyecto ZIF que se producía
localmente, contrastaban con una general aceptación o indiferencia ante los
lineamientos que a nivel extranacional coetáneamente se estaban emitiendo e
instrumentando sobre el mismo tema. Este hecho pareciera corresponder con un
fenómeno ya observado en otras realidades. Las comunidades nacionales se
sienten en ocasiones y por algún motivo, más cómodas o mejor representadas
con decisiones de política generadas en las instancias multilaterales (como
la Unión Europea, la Junta del Acuerdo de Cartagena, la Corte de Derechos
Humanos de la OEA, por ejemplo) antes que con decisiones emanadas del centro
político nacional (Savater, 1995; Parejo, 1998, 168). Las instancias
extranacionales entran a formar parte de las instituciones que emiten normas
de aplicación nacional, por lo cual se convierten en objeto de presión
política para influir en sus decisiones. A su vez, como parte del esquema de
relaciones locales, nacionales y globales, pareciera estarse practicando un
esquema mediante el cual las comunidades nacionales buscan protección en
sus gobiernos nacionales ante decisiones de las instancias extranacionales,
o viceversa, dependiendo de cual sea el emisor de las medidas causantes del
malestar.
Las complejas
relaciones entre los fronterizos y sus respectivos gobiernos
nacionales, en la pugna centralismo-descentralización, pudieran responder a
distintos roles que asume el fronterizo: venezolano; venezolano
fronterizo; venezolano con relaciones históricas, culturales, familiares,
económicas, vecinales, etcétera, con los fronterizos colombianos; venezolano
defensor de la nacionalidad venezolana; venezolano víctima de los intereses
nacionales colombianos; venezolano fronterizo aliado con colombianos
fronterizos en defensa de intereses regionales. Las combinatorias posibles
son múltiples y adquieren mayor complejidad cuando se incorporan las nuevas
realidades extranacionales, por lo que el fronterizo cumple nuevos
roles ya sea como agente de la globalización o víctima de la misma. Esta
multiplicidad de roles asumibles y asumidos por los fronterizos
inciden en cualquier intento para la creación de consensos regionales
alrededor de programas, planes o políticas dirigidas a la frontera.
Desde una perspectiva
nacional, lo fronterizo continúa siendo percibido como parte de las
políticas de seguridad y defensa, con fuerte acento conflictivista, que
procuran determinar o influir en las políticas de desarrollo fronterizo
nacional y en la política exterior del país. En el caso de la frontera con
Colombia, esta percepción se ve reforzada en razón de la existencia de
asuntos limítrofes no resueltos, los cuales son objeto de alta sensibilidad
y de atención permanente por determinados sectores nacionales. En no pocas
ocasiones, grupos de opinión interesados en el tema limítrofe, tienden a
exigir soluciones del tipo “single undertaking”, rechazando cualquier
aproximación cooperativa con Colombia calificándola de cesiones de activos
en la negociación limítrofe.
La influencia del
discurso conflictivista es alta en ambos países, por lo cual tiende a ser
incorporado en los programas políticos de forma demagógica. Quizás el
ejemplo más reciente se encuentre en la acción de los militares que
intentaron derrocar al gobierno de Carlos Andrés Pérez en 1992, quienes
presentaron los temas limítrofes y fronterizos con Colombia como argumentos
para su fallido golpe de estado. Ya como presidente de la República desde
1999 bajo el llamado gobierno “bolivariano”, Hugo Chávez líder del fracasado
golpe de estado de febrero de 1992, actuaría en los temas fronterizos y
limítrofes ante Colombia dentro del mismo esquema de negociación bilateral
creado en 1989 y que antes había censurado. Incluso, en mayo de 1999, el
gobierno venezolano aprobó en el seno de la Comunidad Andina la
implementación de la misma ZIF que en 1992 habían sido calificada por los
actuales gobernantes, como la creación solapada de condominios sobre el
territorio venezolano, y en consecuencia, delito de lesa patria por parte
del gobierno que intentaron derribar.
La sensibilidad
política nacional sobre el tema fronterizo convive con percepciones
diferenciadas acerca la participación en los esquemas extranacionales
integracionistas. Eso explicaría que mientras algunos sectores rechazaban
los planes bilaterales en la frontera, coetáneamente se percibía
positivamente la alianza comercial con Colombia que entró en vigencia en
enero de 1992. Lo fronterizo como espacio de tránsito del comercio
liberalizado por la integración, pareciera verse desde una perspectiva
nacional como disociado, no relacionado o independiente de la propia
integración. Así, mientras en medio de la crisis política del año 1992 lo
fronterizo formaba parte del debate nacional originando que el proyecto de
ZIF desapareciera de la agenda binacional, la apertura económica andaba con
una dinámica propia que le permitió demostrar sus bondades mediante un
crecimiento del flujo comercial binacional sin precedentes.
Después que en 1999 el
gobierno venezolano, oyendo las presiones regionales tachirenses, estableció
un sistema de trasbordo fronterizo para la carga procedente de Colombia, el
comercio entre los dos países obvió esa situación mediante un incremento en
la utilización de opciones marítimas o la creación de empresas venezolanas
de capital colombiano. Una medida típica de control soberano del territorio
(prohibir el ingreso de camiones de propiedad extranjera) quedaba así sin
efecto práctico ante la dinámica trasnacional entre dos países cuyos
aparatos productivos procuran expandir su comercio exterior, entre otras
vías, mediante los acuerdos de integración. Este ejemplo, sin ser
concluyente, pareciera reiterar el papel marginal que las comunidades
fronterizas poseen en el esquema de definiciones de las políticas aplicables
en su propio espacio.
El entramado de
vínculos globales, nacionales y locales, así como las diversas esferas
donde operan las relaciones entre las comunidades fronterizas con sus
entornos próximos y lejanos, pareciera ratificar la necesidad de una visión
que coloque el estudio y las formulaciones políticas fronterizas, dentro de
una perspectiva amplia que asimile los conceptos y valoraciones de lo local
y lo global, sin desoír las fuerzas nacionales pre-e existentes.
La glocalización
como intento de superar el conflicto conceptual entre lo global y lo
local, requiere considerar e incorporar la esfera de lo nacional,
cuyas referencias siguen aún vigente.
Caracas, noviembre
2001.
*
El autor agradece las recomendaciones recibidas de la
Dra. Nelly Arenas, durante la preparación de presente papel. Como es de
estilo, la eximo de toda responsabilidad sobre los defectos que el
documento pueda presentar.
[1]
El tema limítrofe venezolano-colombiano ha sido tratado en innumerables
publicaciones desde las perspectivas nacionales respectivas. Un arqueo
bastante completo de la literatura disponible sobre el tema puede
encontrarse en: Parker (1999).
[2]
Los textos integrales del “Acuerdo de Caracas” y de
la “Declaración de Ureña” se encuentran en: MRE-Colombia (1993).
[3]
Las comisiones creadas en 1989 quedaron integradas por personalidades
que participaban a título personal, sin ser funcionarios
gubernamentales. En la composición de ambas comisiones, los gobiernos
aplicaron criterios de representación de todos los estados y
departamentos fronterizos, manteniendo a su vez, un equilibrio en la
militancia partidistas de sus integrantes. La Comisión venezolana fue
presidida por el entonces Senador Ramón J. Velásquez, nacido en el
estado Táchira y electo al parlamento en las planchas de Acción
Democrática, en ese momento en el gobierno. La Comisión colombiana tuvo
como presidente a Enrique Vargas Ramírez, nacido en el Norte de
Santander, de vinculación partidista liberal, quien para el momento
ejercía la Presidencia de la Flota Mercante Grancolombiana. La comisión
venezolana incluía personalidades vinculadas a los partidos AD, COPEI
y el MAS. Además del gubernamental Partido Liberal, tanto el Partido
Conservador como la Unión Patriótica formaban parte de la Comisión
colombiana. La Comisión venezolana de acuerdo al Decreto de creación
tenía no sólo el carácter de contraparte en el mecanismo binacional,
sino que adicionalmente era una instancia asesora de la Presidencia de
la República en materia de desarrollo fronterizo nacional.
[4]
El texto de Richardson, típico de las escuelas anglosajonas de
planificación regional de los años setenta, describe las regiones
nodales como “compuestas por unidades heterogéneas estrechamente
interrelacionadas funcionalmente. Estas interconexiones funcionales se
entienden más claramente si se las considera como fenómenos de flujos de
población, de bienes y servicios, de comunicaciones y de tráfico. Tales
flujos no se distribuyen aleatoriamente dentro de la región, ni con
intensidades uniformes. Por el contrario, los flujos más importantes
tienden a orientarse hacia y desde uno o dos centros predominantes que
suelen ser grandes ciudades.” Según Richardson los autores partidarios
del enfoque nodal como definitorio de región, realzan en su análisis
elementos tales como el orden jerárquico de los centros urbanos y las
áreas de influencia metropolitanas. Si bien el texto de Richardson se
refiere a regiones al interior de un país, su generalización resultaría
trasladable a un ámbito fronterizo.
[5]
El “Tratado de Fronteras y Navegación de los ríos comunes entre
Venezuela y Colombia” fue suscrito el 05 de abril de 1941 y el canje de
ratificaciones se cumplió el 12 de septiembre de ese mismo año. El texto
del Tratado, una reseña de los debates acontecidos en el parlamento
venezolano al ser considerado el Tratado, así como el Estatuto de
Régimen Fronterizo pueden encontrarse en: Nicolas Perazzo (1981).
[6]
La ciudad de San Cristóbal, capital del estado
Táchira se encuentra localizada a 31 Km del paso fronterizo más cercano,
al contrario de Cúcuta, la capital departamental colombiana, cuya área
urbana se expande hasta la línea limítrofe.
[7]
El “Acuerdo de Cartagena”, documento base del Grupo
Andino y de la actual Comunidad Andina de Naciones, fue suscrito en mayo
de 1969 por representantes de Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador y Perú.
Pese a que Venezuela había sido parte sustancial en la iniciativa, sólo
se adhirió al Acuerdo en 1973. Chile se retiró del grupo en 1976.
[8]
Las Comisiones Nacionales de Asuntos Fronterizos,
nombre asignado en la “Declaración de Ureña”, comenzaron a ser
denominadas por la prensa colombiana como Comisiones de Vecindad. Este
último nombre fue incorporado por los técnicos de la JUNAC en sus
documentos. Referencias a las Comisiones de Vecindad y al Derecho
Vecinal se encuentra en: Sainz (1994).
[9]
Basándose en el esquema de la comisión
venezolano-colombiana, Colombia creó comisiones de vecindad junto con
Ecuador (1989), Panamá (1992), Brasil (1993) y Perú (1993). Al respecto
ver: MRE-Colombia (1994).
[10]
Las Comisiones Nacionales de Asuntos Fronterizos
realizaron 19 reuniones plenarias en el lapso desde su creación en 1989
hasta la finalización del periodo constitucional 1989-94, amén de
promover reuniones intergubernamentales técnicas sobre temarios
específicos.
[11]
Institucionalmente y mediante la participación de
Alberto Urdaneta, Director de ese Instituto, y de Ramón León, el CENDES
formó parte activa de los debates sobre el tema fronterizo iniciados en
1989. Su experiencia previa en el abordaje de la temática fronteriza
mediante trabajos con contrapartes académicas colombianas, quedó
reflejado en: León y Urdaneta (1991). Junto al CENDES, la Universidad
de los Andes (Núcleo Táchira) y la Universidad Experimental del Táchira
UNET, se hicieron presentes mediante la participación de profesores e
investigadores involucrados en los temas fronterizos.
[12]
El tema de la creación de zonas de integración
fronteriza sólo regresó a la agenda andina en el año 1999, cuando con el
voto favorable del gobierno de Venezuela, se aprobó la Decisión 459
sobre política comunitaria para la integración y el desarrollo
fronterizo, la cual sirvió de base a la Decisión 501 del año 2000,
mediante la cual los gobiernos andinos acordaron definiciones y
características para la creación de ZIF en la región.
[13]
El Consejo Consultivo fue una instancia ad hoc, cuyas
recomendaciones fueron hechas públicas en abril de 1992. Al respecto
ver: Consejo Consultivo de la Presidencia de la República (1992),
Recomendaciones, Talleres Gráficos del Congreso de la República,
Caracas.
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