Los primeros de muchos viajes
En 1945 el
doctor en Ciencias Políticas y Sociales y Abogado Ramón J. Velásquez está
dedicado al reporterismo. En mayo de aquel año, la Asociación Venezolana de
Periodistas AVP, organizó en Caracas el III Congreso Interamericano de
Prensa (Diaz, 1994,76). Bajo la presidencia de Jesús González Cabrera y
Pascual Venegas Filardo, intelectuales venidos de todo el vecindario
latinoamericano se congregaron en el Teatro Municipal durante una semana. En
aquella cita se aprobó la creación de la Sociedad Interamericana de Prensa
SIP. Velásquez recuerda dos amistades nacidas en esa ocasión, una liberal
y la otra conservadora. Un liberal, Germán Arciniegas quien para la fecha
ya paseaba su fama de escritor y rebelde, con El estudiante de la mesa
redonda, América Tierra Firme y el Diario de un Peatón publicados y
circulando por todo el continente (Cobo, 1987). Un conservador, Luis Ignacio
Andrade, periodista y político del cual Velásquez tuvo prontas noticias.
En 1930, Enrique Olaya Herrera
salió victorioso de unas elecciones en las cuales
Guillermo Valencia y el general Alfredo Vázquez Cobo habían roto la unidad
del partido conservador, marcando el fin de su larga hegemonía. Dieciséis
años después, el conservador Mariano Ospina Pérez ganaría las elecciones
emergiendo entre las fracturas de un partido liberal dividido en los bandos
rivales de Jorge Eliécer Gaitán y Gabriel Turbay. La República Liberal
llegaba a su fin. Luis Ignacio Andrade recordó el interés con que su colega
y nuevo amigo venezolano, Ramón J. Velásquez, seguía la política colombiana,
y lo invitó para que asistiera a la toma de posesión de Ospina.
El 07 de agosto de 1946, Velásquez asistió
por primera vez a un acto de juramentación presidencial en Colombia. El acto
solemne fue largo. El Presidente del Senado, Uribe Echeverri, sintió la
necesidad de utilizar cinco horas en aquella tribuna, para exponer la
ejecutoria de los gobiernos liberales desde Olaya Herrera hasta Lleras
Camargo. Tras tan largo discurso, no parecía restar mucha atención para las
palabras del nuevo presidente, quien ofreció una política de unidad nacional
basada en los postulados republicanos y alejada del sectarismo partidista.
Pero el jefe del conservatismo no era el
doctor Ospina. El jefe único e indiscutido del conservatismo era Laureano
Gómez, quien despachaba desde la sede de El Siglo, el periódico que
fundara en 1936. Con la ayuda de Andrade, Velásquez pudo conocer
personalmente a quien muchas veces en su adolescencia había sido sólo una
voz reproducida en la radio. La sede de El Siglo era lugar de
obligatorio paso para los conservadores que habían llegado a Bogotá para
estas fechas. Hombres enfundados en trajes de estricto negro entraban en
fila a la oficina para presentar sus respetos a Laureano Gómez, quien en
breve gesto les extendía la mano. A Velásquez le concedieron cinco minutos,
una verdadera excepción dado el número de visitantes que pedían un segundo
con el jefe. Pero Don Laureano quedó con ganas de seguir hablando con aquel
venezolano y al día siguiente lo invitó a su casa en Fontibón. Velasquez
recuerda:
-- Él quería conocer las razones de mi interés en la
política colombiana. Y él me habló de la política venezolana. Me dijo que
la figura de Gómez no le gustaba. No por
sus métodos de gobierno, sino por su ejemplo. Porque un hombre que tiene
hijos regados y mujeres en todas partes no puede ser un buen ejemplo.
Laureano Gómez pensaba que un gobernante debe ser ejemplo de moral y
rectitud para sus gobernados.
Velásquez decidió que aquel viaje debía ser lo más
productivo posible. Con la osadía que permite la edad, dirigió sus pasos
hasta la avenida Jiménez de Quesada donde funcionaba El Tiempo. El 5
de abril de 1941 había tenido la oportunidad de ver y escuchar al presidente
Eduardo Santos, quien sostuvo su encuentro con el presidente Eleazar López
Contreras sobre el Puente Bolívar, tras la firma en el Rosario de
Cúcuta del Tratado sobre Demarcación de Fronteras y Navegación de los Ríos
Comunes (Perazzo, 1981, 549). Cinco años después, aquella mañana de 1946, el
periodista venezolano Ramón J. Velásquez pidió hablar con Eduardo Santos, el
director de El Tiempo, quien abrió las puertas a quien luego en
múltiples ocasiones recibiría en su despacho y en su casa familiar.
Durante toda su vida Eduardo Santos mantuvo el interés
en Venezuela como tema y como realidad política a la cual dio espacio en su
periódico, fundado en 1911 por su cuñado Alfonso Villegas Restrepo y que
Santos adquiriera dos años después. José Rafael Pocaterra, Gonzalo Carnevali
Parilli, Manuel Felipe Rugeles, entre otros exiliados venezolanos,
encontraron espacio y trabajo en el diario bogotano durante la dictadura
gomecista. Los temas de la política venezolana eran atendidos directamente
por Santos quien el 18 de diciembre de 1935, al día siguiente de la muerte
de Juan Vicente Gómez, publicó una nota editorial dedicada a los
acontecimientos venezolanos.
“Nunca rendimos palio al régimen que el general Gómez
presidiera con tanta dureza y fortuna, y no podríamos hoy callar nuestros
votos porque la república hermana, aflojados los lazos de la dictadura
imperante, se oriente por caminos de libertad, de democracia, de justicia
para todos” (en: Amado, 1974, 95-99).
Los viajes aéreos desde Caracas a Bogotá eran
atendidos en los años cuarenta por la línea aérea TACA, su costo ascendía a
quinientos bolívares y Velásquez se hizo habitual pasajero en ellos:
--No eran viajes por razones políticas o de
gobierno. Viajaba por mi interés en la literatura colombiana. Quería conocer
el funcionamiento de los grandes periódicos colombiano, quería ver de cerca
la política de aquel país.
La lista de los amigos de Velásquez va creciendo con
nombres de escritores y de las nuevas camadas de políticos. Conoce a
Eduardo Zalamea Borda quien desde 1934 recoge éxitos con su novela Cuatro
años a bordo de mi mismo. Se vincula con los poetas Jorge Rojas, Eduardo
Carranza, Arturo Camacho Ramírez, miembros del grupo Piedra y Cielo.
También conoce en esos primeros viajes al joven Representante a la Cámara,
jefe político de Cundinamarca y promesa del liberalismo, Julio Cesar Turbay
Ayala.
El poeta Manuel Felipe Rugeles puso en contacto a
Velásquez con Roberto García Peña, periodista de El Tiempo y quien en
el futuro inmediato ocuparía las más importantes posiciones en el diario de
Eduardo Santos. Sin conocerse entre ellos, García Peña quien en 1941 junto a
otros periodistas viajó como parte de delegación oficial colombiana, ya
había coincidido con Velásquez sobre el puente internacional, el día que los
presidentes López y Santos declararon el final de los reclamos territoriales
entre ambos países. Rugeles facilitó una amistad que prolongaría las
relaciones de El Tiempo con el mundo político, periodístico e
intelectual venezolano. La firma de García Peña, como la de Germán
Arciniegas, aparecerían muchas veces en las páginas de opinión de El
Nacional de Caracas en las siguientes décadas.
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