Cercanías
y distancias en 1948
Corren los primeros días del año 1948. En
Venezuela, la Junta de Gobierno se apresta a transferir el gobierno a
Rómulo Gallegos.
Los trámites previos para el intercambio los había
dirigido el Canciller Gonzalo Barrios junto al muy activo embajador
colombiano en Caracas, Antonio María Pradilla. En marzo el gobierno del
ingeniero Mariano Ospina Pérez, y en abril el novísimo gobierno del
novelista Rómulo Gallegos, concretaron actos de mutua amistad mediante la
donación mutua de edificaciones para las respectivas embajadas. Una mansión
en el Campo Claro caraqueño, expropiada a José Vicente Gómez y que aún hoy
se llama Quinta Colombia. Una mansión en Chapinero, que todavía sirve de
residencia para el embajador venezolano en Bogotá.
Don Mariano Picón Salas, embajador ante el gobierno
colombiano, ya desde el mes de noviembre de 1947 esperaba ansioso la entrega
de la nueva residencia oficial, la cual aspiraba inaugurar con la llegada de
la delegación venezolana a la conferencia panamericana.
Pero el año 48 no prometía ser fácil en las relaciones
entre ambos países. La violencia política colombiana encontró en las
relaciones con Venezuela, parte de sus excusas para la exaltación
panfletaria. La sede del consulado venezolano en Cúcuta fue incendiada en
enero y asaltada en mayo. Corrieron reiterados rumores sobre presencia de
tropas venezolanas en la frontera e introducción de armas a Colombia por
parte de militantes socialcristianos venezolanos. En junio, mientras el
presidente Gallegos visitaba en Washington al presidente Truman, Alberto
Carnevali jefe parlamentario de AD, viajó secretamente a Bogotá para
reunirse con el presidente Ospina buscando bajar la presión en las
relaciones. La Primera Dama, Doña Berta Hernández de Ospina, se mostraba
particularmente molesta por ciertas noticias llegadas desde Caracas: se
hablaba de la existencia de un disco grabado con señales de la Radio
Nacional de Venezuela, desde donde se habrían expresado frases poco
consideradas contra el gobierno de su marido en medio de la crisis de abril.
La poblada de abril en Bogotá y el cuartelazo de noviembre en Caracas
colocaron, cada uno en su momento, el tema del derecho de asilo político en
el tapete diplomático bilateral (Picón, 1987).
El diario El Siglo, órgano de la más radical
fracción del conservatismo, dirigido por Don Laureano Gómez Castro, era
usual tribuna para gruesas acusaciones contra Rómulo Betancourt. Las páginas
del periódico de Don Laureano solían reproducir los textos que José
Vicente Pepper hacía para denunciar a Betancourt como comunista. Pepper,
según lo denunciaba la cancillería venezolana, era un propagandista al
servicio del dictador dominicano Rafael Leonidas Trujillo. Tan usuales se
hicieron aquellos ataques desde las páginas de El Siglo, que en
alguna ocasión la Embajada venezolana emitió un comunicado aclarando “la
absoluta divergencia” que existe entre el partido de Betancourt y el
comunismo. Por lo bajo, la cancillería colombiana hizo saber a Caracas que
el propio presidente Ospina pidió moderación a Don Laureano, para que
controlase la información que publicaba sobre Venezuela, ya que la inclusión
en El Siglo del panfleto de Pepper “Venezuela bajo la órbita
soviética” había ofendido al presidente venezolano. Dados los
caracteres de ambos personajes, los conocedores de la vida política
colombiana de aquel momento quizás pondrán en duda ese pedido de
“moderación” de Ospina a Gómez. Pero al menos eso fue lo que el canciller
Domingo Esguerra dijo al embajador Picón Salas al coincidir en una reunión
social.
Buscando responsables de los disturbios tras el
asesinato de Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril, Ospina no dudó en señalar
la participación internacional comunista, declaración previa a la
“suspensión” de relaciones entre Colombia y la Unión Soviética. Oficialmente
el gobierno conservador y mucho menos sus circunstanciales aliados liberales
jamás señalaron a Betancourt como responsable de los sucesos. Plinio Mendoza
Neira, uno de los dirigentes liberales que marcharon en medio del Bogotazo
al palacio de gobierno para pedir la renuncia de Ospina, intentó
infructuosamente hacer aprobar una moción en el Senado en desagravio a
Betancourt.
Pero allí estaba el laureanismo, molesto porque
el Bogotazo le restó grandeza a la reunión panamericana que Don Laureano
presidía, molesto porque los liberales lograron colarse en el gabinete
ministerial, molesto porque Don Laureano tuvo que salir del gobierno de su
propio partido. Y en el Senado estaba el laureanismo presto a señalar
al ex presidente venezolano como uno de los cabecillas de la conspiración
comunista contra Colombia, allí estaba el laureanismo poco dispuesto
a darle paso a la moción de Don Plinio. Desde aquel entonces es posible
encontrar escritores colombianos dispuestos a dar como veraz la tesis según
la cual, Rómulo Betancourt formó parte de una conspiración comunista que
causó la poblada de abril.
A la fama de comunista que precedía a Betancourt se le
agregó su presencia en Bogotá justamente el 9 de abril. No bastando la
coincidencia de fechas entre el Bogotazo y la visita de Betancourt, éste en
su discurso ante la Conferencia Panamericana exigió la independencia de
Puerto Rico. Esta postura aportaba nuevas evidencias a favor de la tesis
laureanista sobre el comunismo venido desde Venezuela. De acuerdo con la
versión laureanista de la visita de Betancourt a Colombia, el ex
presidente venezolano habría ingresado por tierra junto con unos pocos
acompañantes, transportando un cargamento de armas que fueron llevadas hasta
Bogotá. Una revisión cumplida en Paipa a los cinco vehículos de la comitiva
venezolana, por parte de agentes de inteligencia, habría develado el letal
equipaje betancuriano. Al mismo tiempo, Betancourt habría organizado a
quinientos militantes venezolanos, quienes desde Cúcuta, Puerto Carreño,
Barranquilla y Arauca habrían marchado hasta la capital para auspiciar los
desórdenes del 9 de abril. Estos agentes betancuriano-comunistas se habrían
mantenido en contacto con la delegación venezolana, hospedada en las
Residencias El Nogal. Troconis Guerrero, Gómez Malaret y Pinto Salinas son
acusados como los operadores políticos de aquella milicia irregular
venezolana. La versión laureanista concluye su versión, afirmando que
los agentes comunistas venezolanos fueron movilizados de regreso a su país
en aviones Constellation enviados por el gobierno de Caracas bajo la
excusa de hacer llegar ayuda humanitaria (Arbelaez, 1999, 49).
--Vainas de Don Laureano. Respondió Ramón J.
Velásquez cuando se le preguntó sobre esta versión.
La delegación venezolana había viajado a Bogotá en
avión. Betancourt quiso hacer el trayecto por tierra e invitó a Pocaterra
para que lo acompañara en la aventura de hacer el camino desde Caracas a
Bogotá, para seguir la huella de los libertadores. Para Betancourt aquel
viaje no sólo significaba un cambio de ambiente y de rutina, sino la
oportunidad de compartir largas horas con un hombre al cual admiraba desde
veinte años atrás, cuando Betancourt sin disimulo procuraba copiar el estilo
de Pocaterra el escritor.
Los venezolanos se alojaron en un hotel del centro, en
plena Carrera Séptima. La localización del Hotel Regina, ahí donde ahora
está el Banco de la República, lo hacía perfecto para asistir a las
deliberaciones del Congreso Panamericano que tendrían lugar en la sede del
Congreso. Pero el 9 de abril la Carrera Séptima ardió tras el asesinato de
Jorge Eliécer Gaitán. El Hotel Regina corrió la misma suerte de aquellas
viejas casas de uno y dos siglos de antigüedad que se transformaron en
candela y humo.
En medio de los disturbios, salir del Congreso no fue
cosa fácil. Uno de los delegados mostraba una bandera venezolana para
abrirle paso a sus compañeros de delegación, por entre calles llenas de
gente que corría y de disparos que silbaban. Varias cuadras más allá los
venezolanos consiguen un camión que los sacaría del centro camino a un
edificio nuevo, amoblado y sin habitar: las residencias El Nogal, en
Chapinero, cerca de la nueva sede de la Embajada. A cada delegación le fue
asignado un piso y poco a poco comenzaron a darse encuentros entre las
personalidades congregadas en el mismo techo por fuerza de la circunstancia.
Velásquez recuerda que la primera noche, Andrés Belaunde, gran historiador
orador y escritor peruano, bajó a presentar sus respetos a Betancourt.
La Conferencia Panamericana se mudó de sede,
concluyendo sus sesiones en el Gimnasio Moderno, el colegio donde se
formaban los delfines del poder en Colombia. Ocho días después cerraron las
sesiones panamericanas, terminando el estreno de Ramón J. Velásquez en
funciones diplomáticas.
A los pocos meses fue derrocado el gobierno de Rómulo
Gallegos. Mediante un cable fechado en Bogotá el 02 de diciembre de 1948, el
embajador estadounidense Mr. Beaulac informó al Departamento de Estado sobre
una conversación con Eduardo Zuleta Angel, canciller colombiano para la
fecha. El canciller de Ospina habría manifestado que “la desaparición del
Gobierno de Gallegos había removido una amenaza comunista en
América”(Consalvi, 1991, 237).
No todos en Colombia creían que el gobierno venezolano
estaba formado por comunistas, como recuerda Velásquez:
-- Eduardo Santos quien era vocero del liberalismo
desde su periódico El Tiempo, consideraban a los adecos como lo que eran:
un grupo democrático, social democrático, coincidente con el liberalismo
colombiano. Para Santos, Betancourt, Leoni y los demás eran liberales...
Por ello, El Tiempo en reiteradas ocasiones
confrontó posiciones con El Siglo a raíz del tema venezolano.
|