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De locos, restricciones y Hollywood

La masacre de 12 personas en un cine de Aurora despertó el debate sobre la conveniencia de prohibir la venta de armas en Estados Unidos, algo que difícilmente persuadiría a otros desadaptados como Jim Holmes. Por otro lado ¿realmente Hollywood es totalmente ajeno a la influencia que causan sus filmes?

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AGOSTO, 2012. Lo primero que hizo al despertarse el alcalde neoyorquino, Michael Bloomberg, fue declarar al enterarse de la masacre en un cine de Aurora, Colorado, "la urgencia de implantar un control de armas" sin saber exactamente los motivos que el autor, un tipo llamado Jim Holmes, había tenido para asesinar a12 espectadores durante la premiere de Batman The Dark Night Rises poco después de la medianoche del 20 de julio.

La politización del tema brotó cuando aún se estaban sacando los cuerpos de la sala. El programa televisivo de George Stephanopulous --ex asesor del presidente Bill Clinton-- no podía contener la emoción al señalar que la página web del movimiento Tea Party incluía entre sus miembros a un tal Jim Holmes: "No sabemos si se trata de la misma persona que cometió los asesinatos pero sí podemos decir que se trata de un Jim Holmes que vive en Aurora, Colorado". Es decir, el Tea Party era culpable de la masacre mientras no se demostrara lo contrario. (Horas después Stephanopulous y la cadena ABC tuvieron que disculparse ante la pifia. Y es que en Aurora también vive un pastor llamado Jim Holmes. ¿Lo hacía esto automáticamente sospechoso de la matanza?)

Con todo, el debate en torno al control de armas más estricto regresó a la palestra, como ocurre cada vez que se dan este tipo de tragedias. Un argumento refiere lo inconcebible que un rifle o una pistola puedan adquirirse en cualquier tienda de autoservicio con solo presentar una identificación. "¿Cuántas masacres más tendrán que pasar para que finalmente se tomen medidas?" preguntó Bloomberg y en México, el presidente Calderón dijo en su pésame que la política en torno a las armas en Estados Unidos "era equivocada", aunque evitó tocar el asunto del Fast and Furious que implica directamente al gobierno de Obama. 

El asunto, sin duda, es complejo, y visto como una locura desde fuera de los Estados Unidos, un país que nació con un rifle en la mano. Desde su fundación ha participado en 119 guerras y alrededor de 50 operaciones encubiertas relacioandas con el tráfico de armas. Asimismo nadie negará que se trata de un jugosísimo negocio: según un reciente artículo de The Economist, las principales armadores manejan activos superiores a los 3 mil millones de dólares anuales. También queda en claro la obsesión de los norteamericanos por las pistolas, carabinas, rifles de asalto y pistolas de diversos calibres. Hay programas de televisión por cable donde expertos hablan con admiración del "encanto" que les producen las armas antiguas o la "impecable sofisticación" de los nuevos modelos.

Quizá sea por esta razón por la cual ni el presidente Obama ni el virtual candidato republicano Mitt Romney abundaron gran cosa a las quejas de Bloomberg y demás partidarios del control de armas. Aplicar prohibiciones drásticas a un país con tanto apego a las armas tendría un efecto contraproducente pues se estimularía el mercado negro y ello solo empeoraría el problema. Ahora bien, y algo que a los analistas de otros países cuesta trabajo comprender, las armes constituyen un "factor de estabilidad" en muchas comunidades a merced de la delincuencia, sobre todo en las grandes ciudades y regiones apartadas. En segundo lugar, estos afanes de prohibición parecen darse únicamente cuando las masacres ocurren en Estados Unidos. El pasado junio hubo una balacera en un Mall de Toronto donde una de las sobrevivientes, por cierto, murió durante la matanza en Aurora. Pero que se sepa, nadie exigió que se restringiera la venta de armas en Canadá, un país que, por cierto, tiene leyes más laxas que Estados Unidos para adquirirlas.

Curiosamente, cuando se registran masacres en países donde los controles de armas son mucho más estrictos, la ausencia de protestas por parte de los Bloombergs y los Michael Moores es pasmosa. En Río de Janeiro un adolescente mató a tiros a dos profesores y cuatro alumnos y en Tolouse un sujeto asesinó a 30 personas antes que la policía lo liquidara de dos tiros el pasado marzo, eso sin olvidar al desquiciado de Noruega. Lo que ningún analista abordó es que tanto en Francia como en Brasil existen fuertes restricciones para adquirir armas de fuego. Y en Noruega la legislación al respecto era más suave que la de Estados Unidos, país que, por presión de los medios, es el único en el mundo donde a una masacre le sigue una fuerte presión para restringir su venta.

Kevin Yuill, de la página electrónica inglesa Spiked, escribe: "Lo que casi nadie ha mencionado --una ausencia particularmente común entre estos amargados comentaristas británicos ansiosos por ilustrar a las colonias-- fue la masacre de Whitehaven. ¿Por qué no ha habido comparación entre la atrocidad cometida por Derrick Bird en el 2010 donde también murieron 12 personas y la masacre en Aurora? Quizá porque la matanza en Whitehaven muestra que las draconianas leyes inglesas en el control de armas no sirvieron de nada para prevenir masacres".

En ello coincide Sheldon Richman, de reason.com: "Las restricciones a la venta de armas únicamente serán respetadas por la gente que de cualquier modo está cumpliendo con la ley, pero no habrían detenido a (Jim) Holmes para cometer su barbarie, pues de cualquier modo las habría conseguido en el mercado negro. Esto es tan obvio que hasta suena a necedad recordarlo".

                                       Y sí, Hollywood también tiene la culpa

"Es absurdo pensar que hay una conexión", dijo el magnate David Geffen, uno de los dueños de los estudios Dreamworks en referencia a la masacre en Aurora. Sin embargo si Holmes hubiera llevado puesta una máscara de Rush Limbaugh, el conocido comentarista radial y en vez de afirmar que era el Guasón hubiera dicho "Soy Rush", ya hasta habría habido protestas callejeras para sacar su programa del aire y se le habrían interpuesto demandas penales. Si embargo Warner Brothers, que produjo Batman The Dark Knight Rises no ha tenido una sola manifestación afuera de sus banquetas en Hollywood.

Por décadas se pensó erróneamente que la cultura popular no influía en las mentes desequilibradas. Se creía que los espectadores tenían el raciocinio suficiente para distinguir la realidad de la fantasía. Anthony Burguess, el fallecido autor de la novela Una Naranja Mecánica y que luego fue llevada al cine por Stanley Kubrick, llamó "inmaduros y tontos" a quienes creían que las películas, la televisión y la letra de canciones inducían a conductas violentas. Solo hasta que un grupo de jóvenes británicos vestidos como "drugos" ataron y violaron a una mujer mientras cantaban "Singin' in the Rain"-- fue cuando Burguess comenzó a cambiar su percepción: "Todos estos años he estado equivocado; las escenas y personajes violentos pueden tener un efecto decidido entre los espectadores. No debemos olvidar que ante la violencia de cualquier tipo siempre habrá una reacción, la mayoría de las veces inesperada".

La influencia del cine y la televisión en muertes violentas es innegable. Un artículo de Los Angeles Times daba cuenta de un asesinato cometido en el 2006 en esa ciudad de un tipo que comía una hamburguesa, claramente inspirado en una escena del filme Pulp Fiction de Tarantino. Eric Harris y Dylan Klebold, los dos adolescentes que planearon la masacre en Columbine pasaban horas jugando videojuegos hiperviolentos. Asimismo, el departamento de Holmes estaba lleno de bombas que estallarían al momento que alguien quisiera entrar, situación similar a la que aparece en la película Speed, protagonizada por Keanu Reeves y Dennis Hopper.

Al cumplir los 15 años de edad, un norteamericano promedio habrá visto más de 5 mil asesinatos en el cine y la televisión y habrá presenciado unas 8 mil escenas violentas por esos mismos medios. Resultaría aventurado decir que la industria del entretenimiento de Estados Unidos es culpable de las masacres. Pero tampoco es inocente del todo como se nos quiere hacer creer.

La "diferenciación" entre lo real y la fantasía no son asunto nuevo, como apunta el analista de medios Tomás Murgía: "En sus años de apogeo Sherlock Holmes recibía 10 mil cartas semanales pese a que su creador Arthur Conan Doyle publicaba en la prensa que era un personaje ficticio. Es lo mismo que tenemos con este sujeto que se cree el Guasón solo que a diferencia de los fans del detective, su enajenación resultó mortal para 12 inocentes. Nunca debemos subestimar la credibilidad humana..."

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