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Los dictadores: Augusto Pinochet

Tras casi tres décadas de gobierno represor, se retiró con el cargo vitalicio de guardián de la democracia. Con todo hay una pregunta difícil de responder: ¿El destino de Chile habría sido mejor de haber continuado el desastroso populismo de Salvador Allende? Donde sí hay consenso es que nadie en ese país desea otro Augusto Pinochet entrando al Palacio de la Moneda

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ENERO, 2012. Valparaíso es una ciudad mediana, provinciana, de buenas costumbres y donde el conocido Manual de Carreño habría tenido un claro ejemplo de comportamiento. También es una comunidad de profunda raigambre militar y religiosa. Valparaíso es también conocida porque ahí no existe la neutralidad: se opina a favor o en contra de un asunto y responder con ambigüedad es mal visto por sus habitantes. Es también ahí donde un 25 de noviembre de 1915 nació Augusto Pinochet Ugarte, quien sería virtual dueño del país durante casi dos décadas.

Al igual que con Porfirio Díaz en México, la figura de Augusto Pinochet suele caer en la exageración, tanto para defenderlo como para atacarlo. Hay quienes lo ven como un émulo fascista que interrumpíó bruscamente la que había sido una de las democracias más longevas de Sudamérica y para otros fue un patriota que salvó a su país del desastre socialista que buscaba convertir a Chile en otra Cuba. Ambos bandos, como se verá, tienen algo de razón, lo que deja claro que lo que aquí tenemos fue, como la de don Porfirio, una personalidad contradictoria y, por supuesto, intolerante, pero muy lejos de la caricatura que la izquierda, tan selectiva en sus blancos a criticar, ha querido hacer de él.

El padre de Pinochet era un pequeño comerciante de origen franco-bretón sin embargo los biógrafos coinciden en que fue su madre Avelina - quien ejerció mayor influencia en el futuro dictador. Era una mujer de fuertes convicciones religiosas pero también de un carácter severo e impositorio. Fue algo que Augusto, ya en la adolescencia, quiso reconocer cuando estudió en un seminario sin embargo poco después --sin duda, a que no aceptaba imposiciones de sus maestros-- lo abandonó y se inscribió en una Academia Militar. Fue ahí donde Pinochet sintió que había encontrado su lugar en la sociedad.

Aun sus más férreos críticos reconocen que Pinochet fue un militar ejemplar que detestaba la ostentación, además que entre sus compañeros tenía fama de intachable. Fue así como fue escalando puestos en momentos que Chile pasaba por el mejor momento democrático de su historia y la lealtad del ejército estaba fuera de cualquier cuestionamiento. Y, contrario a la idea de que Pinochet era casi casi un analfabeto que jamás se le ocurrió abrir un libro, se convirtió en gran lector que lo mismo repasaba novelitas rosas que libros como El Arte d ela Guerra y Mi Lucha, de Adolfo Hitler. Sin embargo su acusado "derechismo" estaba lejos de ser manifiesto, tanto así que se duda que esos libros hayan moldeado su forma de hacer política. "Pinochet solo creía en Pinochet, en nadie más...", ha dicho el periodista chileno Armando Martínez.

A principios de los sesenta y entusiasmados por la revolución cubana, decenas de grupos terroristas y guerrilleros empezaron a manifestarse en el campo chileno. Pedían, entre otras cosas, reforma agraria, nacionalización de la minería que era explotada, casi en su totalidad, por empresas extranjeras, y también exigían expropiar todos los comercios asociados con capital norteamericano. Asimismo en los campus universitarios comenzó a haber agitaciones similares, aunque éstas provenían de una clase media consentida desde el boom que el país había experimentado tras la segunda guerra mundial. A Pinochet, ya general, se le encomendó combatir a esas guerrillas, algo que hizo con relativo éxito.

La muerte del Che Guevara en 1967 reencendió el "espíritu revolucionario" de los jóvenes chilenos para quienes el único camino consistía en seguir el camino de los barbudos cubanos; cantantes como Victor Jara y Violeta Parra comenzaron a suplir en preferencias musicales a los Beatles o a la música hippie mientras el poeta Pablo Neruda clamaba por el "brillante futuro socialista" que aguardaba a Chile. En ello sirvió que el gobierno civil estaba tremendamente debilitado y era sumamente impopular. Los medios comenzaron a impulsar la figura de Salvador Allende, un médico que ya había participado en otras elecciones como candidato del Partido Socialista. A fines de los sesenta Allende ya arrastraba mucha gente, todo aunado a su carisma al que muchos comparaban con el de Martin Luther King.

Las elecciones de 1970, pese a lo que reza la historia de la izquierda, fueron bastante reñidas, tanto así que no se pudo determinar al ganador ese mismo día. El asunto quedó arreglado cuando súbitamente Allende, postulado por Acción Popular, recibió los votos de un tercer candidato, de la Democracia Cristiana, que se sumó a la coalición, algo que traicionaba los deseos de quienes habían votado por él.

Desde su primer día como presidente, Allende se dedicó a darle gusto a los radicales que pedían "reforma revolucionarias". Mediante decretos, o bien respaldado por el Congreso, donde la coalición era mayoría, el mandatario expropió la industria minera, nacionalizó periódicos y sometió a estrictos controles en su programación a difusoras de radio y televisión. Asimismo el número de burócratas se duplicó en menos de un año, se ordenó un incremento de sueldos a la alta burocracia, el cual fue financiado con impresión de papel moneda y se aplicó un férreo control de precios con cárcel para los infractores.

Pero Allende había puesto su confianza en el ejército y por ello nombró a Pinochet su ministro de Defensa. Con él viajó a Cuba --hay una foto donde ambos aparecen junto a Fidel Castro-- y lo consideraba entre los miembros más fieles de su gabinete.

Mientras tanto en las calles aumentó la irritación. Pese a los controles de precios, la inflación se había disparado a un 80 por ciento y al mediar 1973 se encontraba ya en un 120 por ciento. Miles de amas de casa salían a las calles de Santiago, Iquique, Valparaíso y Viña del Mar a protestar con golpes a sus cacerolas. El "experimento socialista" de Salvador Allende estaba fracasando miserablemente pero éste prometió que se "profundizaría". "Llegaremos hasta donde debamos llegar", dijo durante un discurso en Guadalajara durante una visita que realizó a México meses antes de que lo derrocaran.

Hoy se cuenta con suficientes evidencias para apuntar que el golpe de Estado contó con el respaldo del entonces presidente Richard M. Nixon y de su secretario de Estado Henry Kissinger, quien en sus Memorias cuenta que su jefe "no podía permitir siquiera que se repitiera lo de Cuba", Chile hacía frontera con países altamente productores de minerales, además que si continuaba el "experimento" Allende podría buscar fortalecer una alianza con su vecino peruano, gobernado por otro "antiimperialista", el general Velasco (en realidad, ambos personajes se detestaban pues éste último pensaba que Allende le estaba "robando cámara" a su propio "experimento socialista"). La CIA se encargó de coordinar el operativo y se envió a la embajada norteamericana en Santiago a decenas de "diplomáticos", en realidad agentes encubiertos encargados de hacer contacto con los militares.

A primeras horas de la mañana del 11 de septiembre de 1973 un grupo de militares irrumpieron en La Moneda para arrestar a Allende por "incumplir la Constitución". Por supuesto que esa decisión debió haber sido tomada por el Congreso (algo que, por cierto, sí se hizo en Honduras en el 2009 con Manuel Zelaya) pero el caso es que los militares también ordenaron detener a los miembros de la Suprema Corte y a los legisladores pertenecientes a Acción Popular, lo que en realidad era un vulgar golpe de Estado. Al sentirse rodeado y traicionado, Allende se pegó un escopetazo en la barbilla y murió instantáneamente. La versión de que fue asesinado por los militares sublevados fue puesta a circular por Fidel Castro; una comisión determinó el año pasado que los soldados pinochetistas apenas iban a entrar a Palacio cuando Allende puso fin a su vida.

                                                Terror, pifias y algunos aciertos
 

No solo la CIA y el gobierno norteamericano habían financiado a los golpistas, del mismo modo en que Acción Popular había recibido financiamiento de la URSS vía Cuba. Grupos de hacendados, ganaderos y empresarios temerosos de que Chile se convirtiera en otro país comunista dieron apoyo económico a Pinochet y a la junta de gobierno. Sin embargo ésta se desentendió de sus compromisos y empezó a arrestar arbitrariamente a todo "sospechoso" de cooperar con los allendistas. El Estadio Nacional que en 1962 había sido sede de un Mundial de futbol se llenó de "conspiradores" y muchos de ellos fueron torturados para que confesaran sus "actividades subversivas". Las embajadas de Holanda, Dinamarca, Suecia, Francia y por supuesto todas las del entonces bloque socialista (Checoslovaquia, Hungría, RDA, URSS y Cuba. entre otras) se llenaron de perseguidos políticos a los que se brindó un salvoconducto para que pudieran abandonar el país. La embajada de México también se llenó de personas que temían por su integridad y se les envió al país, entre ellos al poeta, lector del Tarot y actor Alejandro Jodorowsky, aunque cuando la cantidad fue excesiva el gobierno de Luis Echeverría rompió relaciones con Chile y cerró la representación. Solo hasta 1990 se reiniciaron relaciones cuando entró el poder el gobierno civil de Patricio Aylwin.

La clase media, que apoyó entusiasmada a los golpistas, se desengañó muy pronto, no porque Pinochet fuera otra repetición de Allende sino porque ese sector estaba lejos, muy lejos, de las prioridades del general, quien en 1974 asumió formalmente como "presidente" aunque pocos países reconocieron al nuevo gobierno. Una sorpresa fue que la China de Mao Tse Tung y la Rumania de Nicolae Ceaceuscu mantuvieron sus embajadas en Santiago, más que nada para irritar a Moscú.

Entre los primeros pasos del nuevo gobierno estuvieron el devolver a las empresas extranjeras las minas que les habían sido expropiadas. Y en 1976 llegó a Chile, procedente de Chicago, un economista llamado Milton Friedman y quien poco después ganaría el Premio Nobel de Economía. Friedman habló con el dictador por horas y le propuso, como forma de reestablecer las finanzas, una economía de libre mercado. El asunto, sin embargo, no fue tan fácil: decenas de militares temían perser sus privilegios, otros eran partidarios de que el gobierno tuviera una participación mayoritaria --después de todo, la institución castrense también pertenece al Estado-- y otros simplemente se horrorizaron. Sin embargo Pinochet, con enormes reservas, aprobó este nuevo "experimento"; temía que enWashington, donde gobernada un Jimmy Carter más inclinado a la izquierda, cualquier pretexto le haría tener la misma suerte de Allende. Antes de eso, por cierto, Pinochet reprimió y sometió a los sindicatos.

Los Chicago Boys, donde destacaba un jovencísimo graduado de esa escuela llamado Herman Büchi, aplicaron una serie de reformas que, entre otras, redujeron los trámites para abrir fuentes de empleo, permitieron a los trabajadores un fondo de retiro privado si así lo deseaban y se liberó el precio de los artículos básicos con lo cual éstos dejaron de escasear. También hubo desregulaciones a la importación de bienes y se inició al privatización de la enseñanza y dejar la enseñanza gratuita únicamente a quienes realmente fueran pobres, y no miembros de una clase media subvencionada. (1)

Durante ese lapso Pinochet sufrió por lo menos seis atentados --en total fueron 8-- tras lo cual se suscitaban redadas en busca de los culpables y donde miembros del ejército tumbaban las puertas de las casas y se llevaban al "sospechoso" el cual jamás era visto de nuevo. Igualmente, un conflicto fronterizo con Argentina hizo que se estuviera a punto de tener una guerra con su vecino trasandino. También en Washington el diplomático Orlando Letelier murió cuando abordó un autobomba. Letelier, quien al principio apoyó a Pinochet, publicó una serie de documentos que denunciaban las atrocidades a los derechos humanos cometidos por la dictadura y estaba a punto de pedir asilo político en Estados Unidos.

Ese mismo año se desató una crisis económica en todo el continente que contagió a Chile. Los bancos se habían hecho préstamos "incestuosos" y ello formó una burbuja especulativa que estalló y dejó sin patrimonio a miles de ahorradores. Dos años después la crisis se recrudeció y Pinochet, hasta hace poco encantado con los Chicago Boys, ordenó suspender el "experimento". Pero Büchi reconoció luego que nadie se dio cuenta de ese decreto y por eso no lo acataron o bien alguien, tal vez el mismo Friedman, hizo cambiar de opinión al dictador. Se adaptaron regulaciones más severas a los bancos y Büchi se posesionó como ministro de Economía, aunque luego reconoció que "a veces, para avanzar, tienes que realizar alianzas temporales con gente que te disgusta".

                                                         No, señor Pinochet

Para 1988 la economía comenzaba a recuperarse y Chile ganaba competitividad, en especial por una política de apoyo a la exportación no únicamente de minerales, que había sido lo tradicional, sino de frutas y vinos. El principal problema para fortalecer ese rubro esa precisamente la dictadura. Países como Australia y Nueva Zelanda y que constituían un potencial mercado, se negaban a hacer negocios mientras Pinochet estuviera en el poder. Con una economía fuerte y encauzada, que supuestamente había sido una de las razones que impulsaron el golpe de Estado, a Pinochet no le quedaba otra opción que irse y evitarse así un juicio político.

La presión internacional y de la ONU fue tal que se obligó a Pinochet a que se sometiera a un plebiscito. Si ganaba entonces podría continuar su mandato aunque luego debería convocar a elecciones. Pero sí perdía debería dejar al poder de inmediato y cedérselo a un gobierno civil. Un habilísimo reportero de The Financial Times que lo entrevistó logró hacer que se comprometiera a convocar una votación abierta. "Sé que ganaré, se tan sencillo como eso", replicó Pinochet.

Sin embargo el plebiscito arrojó el esperado "No" aunque más alto que el esperado, con un 52 por ciento de los votantes que exigieron la salida de Pinochet. Algunos opositores argumentaron que el régimen había amenazado a quienes votaran a favor, incluidos algunos empresarios quienes podrían ver truncada la oportunidad de firmar jugosos contratos con el gobierno, lo que incluía una abrumadora publicidad oficialista en radio, televisión y prensa, la mayoría controlada y censurada. El ganador de los comicios fue Patricio Aylwin, un socialista moderado quien era enemigo de la dictadura pero también lo había sido de Allende.

Pinochet dejó el poder no sin antes modificar la Constitución para declararse "senador vitalicio", lo que le daba acceso al fuero y además se autonombró "guardián de la democracia", esto es, se abrogó para sí el derecho de intervenir nuevamente en caso que él lo considerara necesario. En otras palabras, Pinochet se había retirado pero mantenía el control del ejército. A ello el periodista argentino-mexicano Luis González O'Donell llamó "la espada de Damocles que hereda Pinochet" en la revista Contenido.

Amnistía Internacional señaló en un informe que durante la dictadura pinochetista habían desaparecido más de 15 mil disidentes, entre ellos decenas de extranjeros. También grupos como Human Rights Watch y la Corte Internacional de La Haya buscaban afanosamente someterlo a juicio por crímenes de guerra y violación a los derechos humanos. La oportunidad les llegó en 1997 cuando Pinochet viajó a Londres para asistir a un acto social. El juez español Baltazar Garzón logró que un juez arrestara al dictador minutos antes de tomar el vuelo de regreso. Garzón lo acusaba de haber ordenado la muerte de 15 ciudadanos españoles en los días posteriores al golpe de Estado.

Pero una vez más Pinochet libró la justicia. Sus abogados lograron que el juez dictaminara que padecía "demencia senil" y que a su edad, 82 años, no aplicaba ya una pena corporal. Pinochet pasó alrededor de seis meses en prisión domiciliaria cerca de Londres hasta que por "razones humanitarias" se le permitió el regreso a Chile. Según algunos biógrafos y periodistas, el autócrata poseía información comprometedora del gobierno británico que ponía en peligro su seguridad nacional, entre ellos la forma en que Londres lo convenció para que dejara solo a Galtieri en su fallida aventura por recuperar las Malvinas. Asimismo, su encarcelamiento podría provocar disturbios violentos en Chile entre seguidores y enemigos del dictador. Mao no fue juzgado, tampoco Stalin, ni Hitler, ni Honecker, ni Stroessner, como tampoco seguramente lo será Fidel Castro. Es una injusta constante entre los dictadores de este planeta.

A fines de noviembre del 2006 Pinochet ingresó al hospital militar de Santiago por una leve dolencia, pero su salud empeoró y falleció en la mañana del 10 diciembre. Únicamente los militares le rindieron honores, aunque mucho bastante discretos. La presidenta Michelle Bachelet, cuyo padre había sido ministro de Salud de Allende y quien tuvo que huir a Alemania Democrática tras el golpe, optó por no hacer declaración alguna.

Poco después se supo que la "austeridad" y "honradez" del dictador eran mentiras absolutas. Se le encontraron cuentas en Suiza y Gran Bretaña a su nombre o de prestanombres, una cantidad que rebasaba los 80 millones de dólares; el "ángel de la democracia" era en realidad un pillo que aprovechó su posición para enriquecerse impunemente.

A 39 años del golpe de Estado se discute todavía si Chile hubiera tenido los mismos niveles de pobreza de Ecuador, Perú o Bolivia o si habría terminado como Cuba. Lo cierto es que la llegada de Pinochet cambió el curso de la historia chilena, y que fue un hecho positivo que el dictador, a diferencia de sus colegas argentinos y brasileños, se desentendiera de la economía y se la dejara a economistas a los cuales en los años setenta se consideraba un grupo de chiflados pues se oponían al keynesianismo que estaba entonces en boga. Pero el precio fue muy alto, y extremadamente sangriento. 


(1) Esta es una parte que los estudiantes chilenos quieren hoy revertir pese a que la educación gratuita indiscriminada ha sido un fracaso estruendoso en México, Argentina, Colombia, Venezuela y Francia, entre otros.

 

 

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