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Zapata hace agua, y no para chocolate

Un director famoso por darle realismo mágico a sus películas y que ya tenía cierto nombre en Hollywood se aventó la historia que reflejara la vida del caudillo mexicano más famoso después de Pancho Villa. Tras rentar el DVD algo es seguro: jamás asomarnos de nuevo a una película que, pura y llanamente, no tiene remedio

Zapata, El Sueño del Héroe
Alejandro Fernández, Lucero, Jiame Camil, Jesús Ochoa.
Dirigida por Alfonso Arau
Comala Films/2004


ENERO, 2011. Únicamente los revisionistas cinematográficos saben que Emiliano Zapata fue una figura desdeñada hasta 1952 cuando Elia Kazan dirigió Viva Zapata! con Marlon Brando. Ese fue apenas el inicio de una serie de películas dedicadas al morelense, un icono que lo mismo ha sido invocado por Carlos Salinas --un hijo suyo, no casualmente, se llama Emiliano-- y por el hoy esfumado sub Marcos. En el ínter ha habido por lo menos dos docenas de filmes suyos, realizados incluso en Rusia, Cuba y, naturalmente, Europa, donde el mito del buen revolucionario que mencionaba Carlos Rangel tiene en América latina una fuente cuasi eterna para explotar sus fantasías emancipadoras.

La versión sobre Emiliano Zapata filmada en México estaba pendiente desde hace rato. Claro que ha habido cintas, la mayoría de ellas infumables y financiadas con nuestros impuestos, salve, quizá, la que protagonizó Pedro Armendáriz, gran actor donde los haya. Quizá por ello Alfonso Arau, el celebrado director de Como Agua para Chocolate, quiso asumirse como el cineasta que haría la versión definitiva del revolucionario. Y qué mejor que darle para ello el estelar a Alejandro Fernández, cantante, charro e hijo de don Chente, quien en su tiempo participó en más de 30 películas, malitas la mayoría. Así pues, vemos en DVD en el videoclub y nos preguntamos "Total ¿qué más da?" Y optamos por rentarla.

Este Zapata debió haber dado agruras a la mayoría de los historiadores, tanto críticos como inciencistas de este personaje. Obsesionado por crear un ambiente de garciamarquesiano realismo mágico, Arau nos presenta aquí a Zapata casi como un místico que tiene sueños que lo atormentan, un Ghandi que le dice a uno de sus soldados herido por haberse metido con una mujer "vete y no hagas más daño"; casi esperábamos que le espetara un "vete y no peques más". como le dijo Jesucristo a la mujer adúltera. La gente acude a Zapata como si fuera un mesías, le pide consejos, se queja del autoritarismo de los poderosos y de los hacendados. Lo que vemos aquí no es a alguien que se levanta en armas contra Madero a los 20 días que toma la presidencia sino a un Mahatmaji con sombrero y bigotes, y al igual que éste, se trata de un solitario que solo confía en sí mismo, lo cual no obsta para que sea un buenazo y un amante que se liga a una españolita en cuanto tiene oportunidad.

Al igual que Jesucristo, por cierto, Zapata sabe que lo traicionarán, y sospecha que el Judas será el general Jesús Guajardo, encarnado por otro Jesús, pero de apellido Ochoa. Zapata tiene sueños premonitorios, entre ellos uno en un maizal donde se aparece el general federalista... si ya sabemos que Guajardo es una serpiente pero necesitábamos que Arau hiciera esa analogía para dejárnoslo en claro.

La recreación de los últimos momentos de Zapata son absurdos en esta película. Como se sabe, Guajardo lo espera a que entre en la hacienda y tras el saludo militar, decenas de hombres aparecen sobre el techo le disparan al caudillo, quien muere instantáneamente. La escena, naturalmente, la vemos en cámara lenta, gritos a igual velocidad y jinetes que tardan una enormidad de caer de sus caballos. Momentos antes habíamos visto a Zapata departiendo con, entre otros, el general Guajardo en una fiesta donde Juan José Posadas fue el obvio decorador. "¡Todos estamos muertos!", la señala una mujer. ¿Fue un sueño, una alucinación, qué infiernos fue eso?

Y como forma "de escarmiento", el cuerpo de Zapata es echado a la fuente principal para que la gente lo vea; el cuerpo está extendido, con la mirada hacia arriba, una escena innegablemente cheguevaresca. Una revista mexicana de cine especuló sobre la posibilidad que Zapata llegaría a estar entre las nominadas al Óscar como Mejor Película Extranjera. Obviamente alucinaban.

¿Y qué decir del reparto? Cuando vemos por ahí a Carmen Salinas ya queda en claro que el proyecto no puede ser serio. Jesús Ochoa es un buen actor siempre y cuando no nos atormente con sus deprimentes "cortos" que presentaba hace años en Los Protagonistas junto a José Ramón Fernández. Y otro protagonista, otro Fernández, Alejandro, jamás logra convencernos de los motivos de Zapata, su furia, su frustración ante la innegable injusticia social que sufrió en su natal Morelos. Siempre habla con el mismo tono, esté emocionado, fúrico o somnoliento. Mejor, francamente, que siga con la cantada.

Zapata es uno de los proyectos que terminan devorados por su propia ambición. Y lo más triste es que la historia también le jugó una injusticia al caudillo: Su consigna de "la tierra es de quien la trabaja" jamás se cumplió pese a los diversos repartos agrarios que hubo y los litros de saliva gastados en su nombre. En realidad la tierra terminó siendo de los especuladores, de los latifundistas, de los burócratas de la ciudad que jamás han agarrado un azadón en sus vidas y de los liderzuelos y diputados que solo visitaban los ejidos cuando le surgían votos y jamás regresaron una vez que fueron electos. Este Zapata, en vez del que existió realmente, es mediocre y sin sustancia.

 

 

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