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NACIONAL

 

Cómo Andrés López desenterró la demagogia echeverrista

 

La "Doctrina Estrada" y la "No Intervención" de México desembocó rápidamente en mera demagogia y exhibicionismo alrededor del mundo por parte de sus gobiernos. López Obrador ha dado cuenta de  su admiración hacia esos devaneos demagógicos al invitar el pasado 16 de septiembre al dictador cubano Díaz Canel. Se exhuman los peores momentos de la política exterior mexicana

 

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SEPTIEMBRE, 2021. Desde los tiempos de la llamada Doctrina Estrada, la política exterior mexicana ha estado fuertemente inclinada al rol protagónico como mediador internacional. Tan buena causa, sin embargo, no tardó en irse a la más absoluta demagogia, primero con el ex presidente Adolfo López Mateos, quien experimentó tan profundo ese protagonismo que viajó por medio mundo arropado en el principio de la "No Intervención" al punto que adquirió el apodo de "López Paseos", una labor de la que poco o nada se recuerda desde entonces.

 

La demagogia hacia el exterior adquirió un rol gigantesco, brutal, con Luis Echeverría: mientras el país se iba hundiendo en la corrupción, la inflación y el parasitismo burocrático, al señor se le ocurrió que él poseía el derecho divino a heredar la silla del secretario de la UNU, que en aquel entonces estaba a cargo de Kurt Waldheim. Para el efecto, en 1975 el pelón Echeverría lanzó su "Carta de los Deberes y Deberes Económicos de los Estados" la cual recibió incienso desmedido en la prensa mexicana, quizá esperando que el citado documento pondría a temblar a las potencias mundiales. Pero solo hubo carcajadas: el mandatario ni siquiera fue barajado para el puesto.

 

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La demagogia protagónica de México en política exterior ha continuado desde entonces, con escasas alteraciones de guión: ni siquiera los gobiernos panistas han escapado a ella (¿cómo olvidar el "comes y te vas"?) pero no había regresado a los niveles de López Mateos, Echeverría y López Portillo. Hasta ahora.

 

Una constante de los gobiernos "progresistas" de América latina es que suelen dar a su política exterior un matiz de izquierda radical, como ocurrió con al arengas antiimperialistas de Lula en la Cumbre de Río a las pocas horas de haber firmado un acuerdo para instalar nuevas ensambladoras de la Ford en territorio carioca. Es parte del show. Esa faramalla se hace, suponemos , para tranquilizar al "ala dura" del partido político.

 

Aunque la llamada "Doctrina Estrada" y el principio de "No Intervención" presume de ser neutral, tampoco se molesta mucho en esconder su tufillo de izquierda. Denunció con firmeza la caída de Jacobo Arbenz en Guatemala y el golpe de Estado que llevó a Pinochet al poder, pero guardó extraño silencio cuando Cuba envió a cientos de sus efectivos a combatir en Angola. Pero ni siquiera en sus peores momentos, Echeverría ofreció un ágape a Fidel Castro un 16 de septiembre ni tampoco le permitió que tomara la palestra para dar declaraciones en una noche que celebra la mexicanidad. Pues bien, eso hizo López Obrador.

 

Pero el asunto no sería tan criticable si López hubiera extendido esa invitación, digamos, al español, Pedro Sánchez o al presidente argentino Alberto Fernández, izquierdistas e hiperpopulistas ambos pero que por lo menos  ganaron limpiamente la elección que los llevó al poder y por tanto tienen legitimidad ante el mundo. ¿Pero por qué agasajar a un tipejo que jamás ha sido votado, que llegó al poder por decisión del vetusto Raúl Castro y quien desde que llegó no ha hecho sino reprimir todavía más al pueblo cubano?

 

Cuando López Obrador se refiere la "gran ejemplo" cubano, quizá podría entenderse semejante lisonja si habláramos de la Cuba de los años 60 cuando los barbones aún tenían cosas de que presumir, ya fueran un asombroso aumento en el nivel educativo en apenas un lustro  y un notable impulso a las actividades deportivas que, en efecto, evitaron que en isla se llenara de niños gorditos como ocurrió en el resto de América Latina, con México en un lugar preponderante donde las clases de educación física eran una hora informal para no hacer nada.

 

Sin embargo, defender a un país que hoy se ha convertido en una tiranía que no permite el mínimo asomo de libertad y opinión a sus ciudadanos y donde no hay gente gorda porque apenas y tiene para comer es un acto de mala fe, una burla hacia los derechos elementales de cualquier ser humano.

 

López Obrador enarboló la "No Intervención" en cuanto comenzaron las protestas en Cuba pero al mismo tiempo, contradictoriamente, exigió que termine el supuesto "bloqueo" y reintegrar a la dictadura castrista/canelista al resto del mundo (lo cual, en términos absolutos, significa una intervención) y con la visita del tirano Díaz Canel, exigió a  Biden "respeto" a la soberanía isleña, cuando si algo ha hecho este señor desde que asumió su cargo, además de seguirse agravando su demencia senil, es mandar al carajo las demandas de esos cubanos que, con banderas norteamericanas en sus manos, gritaban "¡libertad!" en las calles de las principales ciudades cubanas. Biden se ha hecho el pendejo al respecto, y todavía así López Obrador le exige que no se inmiscuya. Patético.

 

Es verdad que el tabasqueño no ha llegado al paroxismo suicida de delirios populistas de Hugo Chávez. Pero tampoco olvidemos que este gobierno apenas está por llegar a su primera mitad y que conforme se agrave la situación económica, será utilizada como pretexto para que la "cuarta transformación" muestra su verdadero rostro: ya lo descubrió en política exterior, pero ha mantenido una relativa prudencia en política interna. Veremos en las próximas semanas si la visita de este miserable y mediocre político cubano --por lo menos Castro tenía su carisma-- signifique el inicio del "segundo capítulo" del lopezobradorismo más oscuro.

 

Con este acto de recibir a un dictador, López Obrador exhumó la demagogia populista del echeverrismo, una era a la que sin duda admira profundamente.

 

 

 

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