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INTERNACIONAL

No llorés por vos, Argentina... nunca olvidarás a Perón

A cuatro años que parecía que el país gaucho dejaría atrás décadas de ominoso populismo, los votantes acaban de darle media presidencia a quienes han sido sus verdugos históricos. Pero la culpa es también de Mauricio Macri, um timorato y blandengue que no supo aprovechar el momento histórico para sepultar al peronismo, el cual regresa, triunfante, de ultratumba

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AGOSTO, 2019. El resultado en las llamadas presidenciales obligatorias fue tan malo para la economía argentina que el peso se devaluó un 53 por ciento en cuestión de horas y millones de dólares en inversiones quedaron detenidos en espera de mejores vientos políticos al tiempo que la calificación del país austral se derrumbó hasta quedar en apenas dos posiciones arriba de Venezuela.

Pero hubo alguien más que también ha quedado liquidado cuando apenas cuatro años atrás se le consideraba sería la punta de lanza para erradicar y sepultar décadas de ominoso populismo peronista: Mauricio Macri, un empresario que hasta antes de iniciar su carrera hacía la presidencia había coleccionado triunfos en situaciones donde solo se percibían fracasos. Por ello su elección causó tanta expectativa en los mercados y en buena parte de la clase media argentina.

Macri ganó por un cerradísimo margen contra el oficialismo, sumido en medio del escándalo, la corrupción y la sospecha de que el gobierno encabezado por Cristina Fernández de Kirchner estaba implicado en la muerte del fiscal Alberto Nisman, quien recibió un disparo en la noche previa a su comparecencia para ofrecer los resultados de su indagatoria sobre los atentados a una sinagoga en Buenos Aires en 1994. (Como se ve, por todos lados se cuecen Epsteins).

Si alguien hubiera dicho en el 2015 que cuatro años después Mauricio Macri estaría políticamente arruinado, se le habría tomado como mal bromista. Pero las llamadas "preelecciones" del domingo 11 de agosto consiguieron lo que se veía inconcebible hasta hace poco: el regreso del peronismo al poder y no solo eso, con un candidato muy tomado del brazo de Cristina Kirchner, la misma que hasta hace poco estuvo a unos pasos de pisar la cárcel.

Y aunque las elecciones presidenciales se realizarán hasta el próximo mes de octubre, la opinión pública argentina da como un hecho consumado que el próximo presidente será Alberto Fernández, un abogado y jurista quien acaba de cumplir 60 años y fue ministro del recientemente fallecido exmandatario Fernando de la Rúa (y por algún tiempo suegro no oficial de la cantante colombiana Shakira). Peronista de padres y abuelos, como buena parte de los argentinos, Alberto Fernández se perfila como el peor remedio que podría recibir la Argentina en este momento, no solo por sus políticas neopopulistas sino porque su llegada al poder dejaría impune a Cristina Fernández pues muchos temen que, como parte de la coalición Frente de Todos, tendría enorme poder e influencias tras bambalinas.

Inevitablemente, a esta dupla se le ha comenzado a llamar "Fernández y Fernández, en alusión a unos personajes mellizos del cómic Tin Tin y que luego sería llevado al cine por Steven Spielberg.

Algunos analistas consideran a Fernández un "moderado" dentro del peronismo. Lo curioso es que en su momento también se consideraba "moderado" al fallecido ex presidente Néstor Kirchner y fue éste quién inició una oleada "antineoliberal" que gustosamente su viuda Cristina Kirchner mantuvo hasta que fue echada del poder en el 2015. Y como dudosa muestra de esta "moderación", wikipedia reporta que el plan de gobierno de Fernández "aboga por revisar los casos de sentencias acusatorias contra ex funcionarios kirchneristas", es decir, sacar de la cárcel a sus correligionarios, así como "la creación de los ministerios de Ciencia, Salud, Trabajo, Vivienda y de la Mujer". ¡Más puestos y oficinas públicas en un país plagado de bucrocracia e ineficiencia gubernamental! Y eso que Fernández es un "moderado".

Ciertamente Macri tomó la presidencia con varias desventajas, en especial (y como le sucedió a Vicente Fox en México) su partido no logró la mayoría en las cámaras legislativas de modo que los llamados "kirchneristas" --siguiendo la muy argentina tradición de enarbolar los nombres y apellidos de líderes ya muertos--  consiguieron que toda iniciativa suya fue sistemáticamente rechazada o detenida en seco, en especial por parte de los sindicatos que acusaban a Macri por el desastre heredado por Kirchner y su esposa.

Juan Carlos Hidalgo, del Instituto Cato, señala que el reto del mandatario, "(d)esmantelar los controles de cambio y de precios, recortar los subsidios, reducir el gasto público total, controlar el déficit y domesticar la inflación no iba a ser fácil", y que no lo cumplió dado que decidió evadir el principal problema de las finanzas argentinas, que es el gigantesco gasto público".

Hidalgo apunta que, en vez de ello, "Macri optó por el gradualismo. Por lo tanto, el déficit fiscal siguió siendo alto, los impuestos siguieron siendo punitivos y la inflación alta se mantuvo" al punto que su gobierno tuvo que solicitar un préstamo al FMI de 57 mil millones de dólares para solventar el desastre el cual, por supuesto, ha sido utilizado por los peronistas para culparlo de la "debacle" económica argentin, cuando la realidad es que el presidente se dedicó estos cuatro años a remediar la "cruda" y la eventual quiebra financiera producto del irresponsable gobierno de la señora Cristina Fernández de Kirchner.

"Al presidente Macri se le acabó el tiempo y no pudo hacer nada, o más bien no quiso hacer nada", escribió recientemente el columnista Carlos Pagni en el diario porteño La Nación, "se quedó inmóvil cuando tenía a los peronistas contra las cuerdas y ahora éstos le han aplicado un nocaut".

Por supuesto que la pregunta ante este trágico tango, válgase el pleonasmo, es: ¿por qué millones de argentinos han decidido dar de nuevo la confianza a los causantes del caos que ha azotado el país por casi siete décadas?

La herencia paternalista del peronismo sigue pesando mucho en un país obsesionado por regresar a ese pasado idílico mientras el futuro se le escapa de las manos. Se trata, además, de un país donde se estima que de cada 100 personas que tienen un empleo, 39 de ellas pertenecen al sector público. Asimismo, el sistema educativo argentino sigue empantanado en los años 60 y ya no corresponde en lo absoluto a un mundo globalizado donde los egresados enfrentarían una cadena de retos.

Y como apunta Andrés Oppenheimer en Basta de Historias, en vez de enfocarse a la preparación de profesionistas en ramas como la tecnología, la informática y la mecatrónica, todas ellas indispensables para que un país desarrolle su potencial en el futuro inmediato, la mayoría de los jóvenes universitarios en Argentina se inclinan por estudiar carreras humanistas que ya no responden como antes a las necesidades del mercado laboral; pese a que encontrarán enormes dificultades para encontrar trabajo, "las universidades argentinas siguen arrojando anualmente millones de flamantes psicólogos, sociólogos y graduados en Filosofía y Letras, carreras que ya no son tan requeridas como ocurría décadas atrás", escribió Oppenheimer.

Esta obsesión "humanista" la padecen prácticamente todos los países latinoamericanos, sin embargo los argentinos la llevan más allá pues se considera que estas carreras son idóneas para conseguir trabajo rápido dentro del obeso Estado. El convertirse en burócrata y por ende disfrutar de generosas prestaciones y vacaciones frecuentes parece ser la máxima aspiración para miles de universitarios en la Argentina.

Sin embargo Macri carga con buena parte de la culpa. Como escribió el periodista austral Martin Simonetta: "La sociedad parece no recordar el legado de los Kirchner, o prefiere 'lo malo sobre lo peor', en su visión. Una de las debilidades del gobierno de Macri ha sido sin duda la comunicación, que permitió a los opositores aprovechar al máximo el descontento popular y el malestar material para resucitar políticamente. En este marco, el Kirchnerismo populista –o peronismo renovado– retorna como héroe ante un gobierno que subestimó la economía, que no logró alcanzar sus metas y terminaría su mandato siendo un mal recuerdo en la historia de los argentinos, especialmente en los sectores más bajos. Si bien no está todo dicho, los desafíos parecen abismales para revertir la situación", y remata: "No es posible cambiar sin cambiar".

Efectivamente. Y esa es precisamente la medicina que le espera a la Argentina con Alberto Fernández. ¿Habrá alguien en ese país capaz de sacar el súcubo que los Perón le inocularon a ese país? Aparentemente no.

 

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