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ANÁLISIS, COMENTARIO Y DEMÁS  

 

Internacional

                                                Argentina y la maldición de Sísifo

 Ante un país donde Maradona es ídolo nacional y la mayoría cree que el neokeynesianismo de Néstor Kirchner esta vez sí ofrecerá buenas cuentas es inevitable la pregunta: ¿cómo es que un pueblo tan culto se empeña en repetir los errores del pasado?

DICIEMBRE, 2005. Aunque sus conocimientos en economía son escasos, casi nulos, según el diario oficialista Página 12, Diego Armando Maradona ostenta un 65 por ciento de popularidad entre la opinión pública, cantidad que brincó de un previo 52 luego de la entrevista televisiva con Fidel Castro. Más aún, una cuarta parte de los encuestados manifestó que votaría por Maradona en caso que llegara a postularse para un puesto público, incluida la presidencia.

Es muy probable que la encuesta de Página 12 haya sido inflada, pero no deja de ser significativa. La mayoría de los argentinos, esto es innegable, culpa al "neoliberalismo" de Menem por la crisis económica del 2001 donde el PIB cayó hasta en un 17 por ciento, cifra que de milagro no despedazó al país. Sin embargo los argentinos suelen olvidar que Menem no se eligió solo y que fue electo y reelecto con gran ventaja sobre sus rivales además que, en los comicios donde Kirchner resultó triunfador, un 19 por ciento de los ciudadanos sufragó a favor del "demonio de moda" en aquél país.

Por supuesto que el gobierno meneminista tuvo mucho que ver en la debacle del 2001, pero ni de lejos es el único culpable, aunque muchos de corresponsables aprovechan la coyuntura para utilizar a Menen como chico expiatorio. Entre éstos se encuentra una burocracia parasitaria que, lejos de disminuir durante aquel periodo, creció alegremente; la Central General de Trabajadores, el sindicato más grande de Argentina que recibió jugosas tajadas por cada entidad pública que Menem vendía a sus amigos empresarios y, por supuesto, los argentinos mismos, de quienes dijo recientemente el periodista Andrés Oppenheimer, argentino también, "tiene como uno de sus peores defectos no saber decir lo siento, me equivoqué".

El ejemplo más inmediato de ello lo tenemos con Maradona, quien dilapidó su fortuna sin acordarse entonces de los pobres por los que hoy llora y que ahora se hace pasar por víctima; sólo necesitó declararse amigo de Fidel Castro y crítico acérrimo de la globalización para que la prensa argentina olvidara sus excesos y su pésima imagen pública.

Esta tendencia a culpar a los demás por las desventuras propias fue también aprovechada por Kirchner para incrementar su popularidad ya como presidente. Kirchner es un nieto de inmigrantes alemanes que hasta hace unos años no había salido de la región de la Patagonia, donde nació. Cuando compitió contra Menem y éste decidió retirarse de la contienda al ver que una segunda vuelta no le ayudaba en nada, Kirchner fue declarado presidente. Pocos recuerdan hoy que, al asumir el cargo, apenas lo respaldaba un 14 por ciento de la población.

En consecuencia, lo que hizo el flamante mandatario fue enarbolar nuevamente las banderas keynesianas que ya parecían desterradas en la economía gaucha. Kirchner pasó a convertirse en crítico acérrimo del neoliberalismo y, más aún, cuando prometió detener las privatizaciones su índice de simpatía se elevó aún más. También intensificó su discurso virulento contra el FMI acusándolo de la crisis del 2001 (cuando en realidad se ha "reestructurado" la deuda con ese país al cual, desde la crisis, se le han inyectado 25 mil millones de dólares adicionales) y algo que ha deleitado a la izquierda argentina, esto es, su discurso antinorteamericano en un país que, apenas en los noventa, era el aliado más cercano de Washington en América Latina.

Al igual que su discurso, Kirchner no ha dicho nada nuevo sin embargo buena parte de los argentinos creen que "ahora sí" los resultados serán diferentes pese a que se están aplicando las mismas fórmulas de Alfonsín, cuando la ilusión se evaporó con una inflación que, en 1984, llegó a ser del 103 mil por ciento.

                                                                 
La maldición de Evita y Perón

Curiosamente, la imagen que el argentino actual tiene del peronismo es bastante borrosa aunque lo que puede percibirse resulta barnizado por el romanticismo.

Hace algunos años un argentino famoso radicado en México elogiaba al peronismo pues, afirmaba, "en aquel tiempo éramos la cuarta economía mundial y teníamos infraestructura superior a la de muchos países desarrollados". Buena descripción, sólo que esta situación se dio antes de la llegada de Juan Domingo Perón al poder pues cuando fue derrocado, la posición había descendido del cuarto al noveno sitio, y cuando el general regresó al poder, en 1973, la Argentina se ubicaba ya en el lugar 24 entre las economías más fuertes del mundo (sobra decir que hoy ostenta el sitio 53).

Esta romantización ha llegado al extremo de afirmar que con Perón (y claro, con Evita), "el gobierno sí se preocupaba por los pobres", aunque los elogiosos suelen olvidar que el matrimonio Perón en ningún momento donó nada de sus pertenencias personales y que lo repartido provenía de las arcas públicas las cuales, para 1953, año en que muere Evita, se encontraban quebradas. Y entonces, como hoy, se acusó a las "potencias extranjeras" del tremendo despilfarro.

En junio de 1982, cuando se desató la guerra, la dictadura al mando de Leopoldo Galtieri alcanzó un 72 por ciento de apoyo. Pero cuando la derrota era inminente, el apoyo se desplomó y el generalato pasó de ser el alabado al culpable de todas las debacles.

Evita llegó incluso a la desvergüenza de lucir un vestido con valor de miles de dólares frente a un grupo de "descamisados" --como ella llamaba a los pobres-- y prometerles que "muy pronto ustedes también usarán vestidos como el mío". Increíblemente, este desplante es visto como muestra de bondad por parte de una mujer que solía regalar lo que no era suyo y que como resultado hundió al país.

La losa del peronismo, sin embargo, continúa atrayendo a gran parte de los votantes argentinos hipnotizados por un pasado que sólo existió entre quienes, con los adjetivos más ignominiosos, redactaron la leyenda de Perón y Evita. El ciclo de buscar al chivo expiatorio no ha variado, e incluso se manifestó durante la dictadura (1974-1983) cuando, ante la creciente inflación, violación a los derechos humanos e galopante corrupción, el gobierno retó la soberanía de las Malvinas a Gran Bretaña sin medir las consecuencias. 

En junio de 1982, cuando se desató la guerra, la dictadura al mando de Leopoldo Galtieri alcanzó un 72 por ciento, de acuerdo con un ejemplar de la revista TIME. Pero cuando la derrota era inminente, el apoyo se desplomó y el generalato pasó de ser el alabado al culpable de todas las debacles.

Tampoco deja de llamar la atención que el peronista sea el único partido en el mundo que aún aspire a posiciones políticas y que su origen sea fascista. A los pocos días de subir al poder, en 1946, Perón manifestó su admiración por Mussolini --quien apenas un año antes había sido ultimado cuando trataba de huir-- e incluso durante un par de años circuló en Buenos Aires un periódico-panfleto titulado El Pueblo de Argentina, nombre claramente inspirado en Il Poppolo di Italia, que era la publicación donde Mussolini dio a conocer su ideario en 1923.

                                    
Debacle a futuro

El peor error de Menem fue haber explicado que su plataforma era "neoliberal" cuando en realidad se trató de una subasta entre sus amigos y empresarios mercantilistas, algo que poco o nada tiene que ver con los verdaderos principios de una economía de mercado (y que han ayudado, entre otros, a Irlanda a dejar atrás el subdesarrollo).

Al igual que ocurrió en México con Carlos Salinas, Menem privatizó varios servicios públicos pero al mismo tiempo reprimió a la planta productiva con trámites burocráticos y canonjías para los preferidos del régimen. Ante la poca producción y el retiro de los subsidios a los servicios que antes eran propiedad estatal, los precios adquirieron su valor real, mientras que los salarios, que debieran ser respaldados en productividad, permanecieron igual. 

En conclusión, estos servicios eran caros no porque se hubieran privatizado sino porque los bajos niveles de productividad quedaron en evidencia, y aumentarlos sin producción (como se ha hecho tantas veces en América Latina, con resultados siempre desastrosos) habría traído otra hiperinflación a la Argentina. Este es uno de los argumentos que habría de costar su puesto a Domingo Cavallo, cuya salida del gabinete propició la ruptura de la disciplina fiscal.

Y en vista que el discurso populista le ha sentado bastante bien a Kirchner, la tentación para volver a probar las fórmulas keynesianas en espera que ahora sí den resultados es cada vez mayor. Según Oppenheimer, Kirchner ha escuchado cada vez con más atención a los asesores que le piden eche a andar la impresora de billetes para financiar el gasto público, y si no lo ha hecho, como Venezuela, es porque no dispone de materia prima para exportar. Sin embargo, en lo que va del año la inflación en Argentina ha sido de un 11 por ciento, lo que indica un progresivo y peligroso crecimiento del gasto público.

Pero la pregunta sigue: ¿cómo es que un pueblo tan culto y talentoso se empeña en repetir las fórmulas que ya han fracasaso mil veces antes? ¿Acaso porque, como elmitológivo Sísifo, está condenado a llevar una piedra a la cima y cuando está por llegar la roca car por lo que hay que empezar de nuevo?

 

 

  

 

 

 

 

 

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