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ANÁLISIS, COMENTARIO Y DEMÁS

 

Internacional

 Orgullosa enemistad

 

Son dos países que nunca se han declarado la guerra. Sin embargo Estados Unidos y Francia, más éste último, se profesan un desdén que no empezó con George W. Bush. Son varias las razones, pero hay una importante: el choque de sus orgullos.

SEPTIEMBRE, 2005- Primero fue el cambio de nombre de las "French Fries" a "Liberty Fries" en varios restaurantes norteamericanos cuando el gobierno francés decidió no mandar tropas a Irak. El contragolpe llegó hace algunas semanas cuando se acusó al ciclista Lance Armstrong de haberse "dopado" en 1999 durante el Tour de France de aquel año. Acusaciones similares se habían dado contra Greg Lemond, quien en 1987 se convirtió en el primer estadunidense en ganar aquella justa. Y es que luego de buen rato --Armstrong se ha llevado el tour en cinco ocasiones-- a ambos se les dieron las gracias al grito de "Yankee Go Home" por parte de la prensa francesa. No importaba que Lemond tuviera ascendencia gala por parte de su abuelo paterno; L'americaines ya no podían seguir ganando el Tour de France.

Se piensa que la enemistad entre Francia y los Estados Unidos nació cuando George Bush asumió la presidencia de Estados Unidos, pero éste es sólo un capítulo más de una animadversión de la que tenemos sobrados ejemplos, y que está también conectada a un hecho indisoluble: la opinión de ambos pueblos en ostentar un destino manifiesto.

El orgullo juega además un papel preponderante. Tomemos como ejemplo los días posteriores a la invasión nazi en Francia que había instalado al gobierno títere de Vichy. El gobierno en el exilio de Charles De Gaulle impuso a los aliados sus propias condiciones para llevar a cabo la liberación de su país, hecho que, apuntó Churchill en sus Memorias, "tensó el operativo mucho más de lo necesario". Asimismo De Gaulle se negaba a cualquier intervención del gobierno norteamericano en la liberación, y no fue sino hasta que se le convenció que no había otra manera de detener a Hitler cuando el largirucho general aceptara siempre y cuando "mi gobierno tuviera la última palabra". 

Una vez derrotadas las tropas nazis en el famoso Día D De Gaulle insinuó que el actuar de las tropas norteamericanas "había sido una obligación, más que un deber". No era sospresa, entonces, que Harry Truman, el sucesor de Roosevelt, tratara de verse con De Gaulle lo menos posible.

El Plan Marshall de reconstrucción fue bien recibido en Gran Bretaña, Alemania e Italia, no así entre los franceses, quienes veían este proyecto como "otra coartada" para engullir a Europa. El general Douglas McArthur había preferido ir al Pacifico a luchar contra los japoneses que a Europa contra los nazis, y la razón no era otra que Francia. "En cuanto se fueron los nazis, nuestro ejército percibió a los pocos días entre la población que debíamos ser los siguientes", escribió McArthur. "En Japón habíamos arrojado dos bombas atómicas y durante nuestra estancia no se nos trató con igual desprecio. En cambio liberamos a Francia de los nazis y no nos lo agradecieron".

Mientras Gran Bretaña abría los brazos al rock and roll norteamericano, los italianos llenaban los cines para ver los últimos estrenos en Hollywood y en Alemania James Dean era idolatrado, Francia restringió toda influencia "que afectara nuestra identidad cultural", mensaje con obvia dedicatoria a Estados Unidos. Una iniciativa establecía la obligación de doblar al francés las películas extranjeras y se exigió a las difusoras a transmitir un mínimo de 30 por ciento de artistas franceses, y aunque a principios del siglo XX París se había convertido en la capital mundial del arte tras recibir pintores, escultores y escritores de todas partes, la iniciativa adquiría un toque xenofóbico que tuvo mucho que ver en el declive de la actividad artística parisina y la fama creciente de Greenwich Village, en plano Nueva York.

Desde que fue general y ya como presidente, De Gaulle siempre procuró mantener la defensa férrea de la identidad francesa y al mismo tiempo poner una distancia entre París y Washington, línea que han mantenido sus seguidores, en especial Francois Mitterrand y actualmente Jacques Chirac.

                                Perspectivas históricas distintas

El desdén es mucho más claro de Francia hacia Estados Unidos que a la inversa. Y si bien son muchísimas las razones y argumentos como para incluirlos todos aquí, gran parte de ese desprecio se remonta al siglo XVIII cuando en ambos territorios ocurrieron dos acontecimientos que influirían en el resto del mundo, la independencia de Estados Unidos y la revolución francesa.

Conforme se independizaban las trece colonias inglesas en Norteamérica al mismo tiempo aumentaban las tasas impositivas de la Corona y lo poco que las colonias recibían como retribución, algo bastante similar, por supuesto, a lo que sucedía en Francia donde el despotismo de los Luises había empobrecido al pueblo mientras la élite burocrática-parasitaria se repartía los puestos y el dinero público como si fuera un botín. Puede verse aquí que ambos pueblos comenzaban ya a luchar contra una monarquía absolutista.

Curiosamente y de acuerdo a varios historiadores, Francia jugó un papel preponderante para la emancipación de las colonias. En ello contaba Benjamin Franklin quien no sólo admiraba a Francia sino que, ya como embajador del nuevo país, consiguió de los Luises importantes inyecciones de dinero ¿La razón? Todo aquello que debilitara a Inglaterra, enemiga sempiterna de Francia, era conveniente y no sólo eso, con tal de acrecentar el poder del nuevo país, Francia le vendió el territorio de lo que hoy es la Louisiana (llamada así en honor el rey Sol), todo ello sin disparar un solo tiro. Los Estados Unidos no tuvieron mejor aliado que Francia en ese periodo.

La jugada de Luis XVI había sido no sólo maquiavélica sino brillante. Desafortunadamente su muerte dio como resultado la subida al trono de Luis XVI, individuo hedonista, insensible y con cero talento para la política sutil. Mientras Estados Unidos redactaba una Constitución que, insólito, adoptaba los puestos de elección popular como forma de gobierno, la monarquía francesa optó por aferrarse al poder para mantener sus privilegios, error que le costaría la vida al Rey y a sus principales colaboradores.

Pero fue poco después de la revolución francesa cuando empieza el enfrentamiento Los planteamientos de la nueva constitución francesa marcaban un destino manifiesto no sólo de ese país sino de todos los pueblos en general, algo que coincide enteramente con la Carta Magna de los Estados Unidos. Pero mientras para los norteamericanos el principio básico de la libertad del hombre es el individualismo, para los revolucionarios franceses es la fuerza colectiva, de modo que querer sobresalir por cuenta propia era visto como acto egoísta mientras en Norteamérica era celebrado. 

No hace falta agregar que la llegada de Napoleón Bonaparte mezclaba ese sentimiento colectivista con otro aparantemente contradictorio, el del caudillismo. Sumamente inteligente y con una idea parecida de Estados Unidos a la que tenía Luis XV, Bonaparte trató de ganarse a Estados Unidos antes que entrar en enfrentamientos; durante un tiempo contempló la posibilidad de recuperar la Louisiana pero al final concluyó que convenía más Estados Unidos como amigo en vez de tenerlo como aliado de Inglaterra. 

Pero al mismo tiempo la figura napoleónica se proyectaba sobre la América Latina recién independizada que volteó sus ojos de admiración hacia Francia en vez de hacia Estados Unidos, país que les había servido de ejemplo para clamar por su emancipación. La razón era fácil de explicar: el caudillismo ofrecía mayores oportunidades de enriquecerse en los puestos públicos, no así a la manera estadunidense donde había que resignarse a la voluntad popular para entregar el poder. Pero convenientemente, la mayoría de los países del área mantuvieron en sus Constituciones el libre respeto al voto. (1)

Tan bien habían marchado las relaciones galo-norteamericanas en ese periodo que Francia obsequió en 1886 a ese país la Estatua de la Libertad.

Es, pues, ese sentimiento de Destino Manifiesto --que alcanzó su máximo tras la segunda guerra cuando Estados Unidos acrecentó su poder y Francia lo perdió considerablemente-- el que hasta hoy mantiene tensas las relaciones entre ambos países. Washington sabe que, sean conservadores o laboristas, tendrá siempre un aliado en Gran Bretaña, y que los recientes desacuerdos con Alemania son nubarrones que se disiparán una vez que el canciller Gerald Schroeder abandone su puesto. No así con Francia: desde De Gaulle hasta Pompidou, Mitterrand y Chirac, la relación ha sido ríspida; sólo con el presidente Valerie Giscard en los setenta hubo cierta tregua en este sentimiento, sólo que en ese tiempo Jimmy Carter era quien veía con recelo a los galos. Sea quien sea el que conquiste la presidencia en el futuro, es seguro que la animadversión persistirá.

El sentimiento antinorteamericano no es, como lo era en los ex países comunistas, sólo a nivel gobiernos. Una encuesta realizada por L'Express (una de las pocas publicaciones galas que mantiene una línea moderada en torno a su odio antiyanqui) demostró que el 78 por ciento de los parisinos reprueba la presencia de Eurodisney y otro 56 por ciento cree que existe "una excesiva influencia de Estados Unidos en los medios de comunicación", y otro dato que nos habla de lo profundo y parcial de ese desdén: un altísimo 96 por ciento aprobó la decisión del presidente Chirac por no enviar tropas a Irak pero las preferencias bajaban hasta un 19 por ciento de apoyo al mandatario respecto a su plan de reforma social.

Ante ello, L'Express manifestó: "Si cada año el Estado francés destina millones de euros para implementar programas que refuerzan nuestra identidad cultural y de todos modos gran parte de la población cree que los índices siguen altos, uno puede llegar a la conclusión de que esos programas 'para defender nuestra identidad' no están sirviendo de nada".

                                                           Colofón

¿Irán a cambiar las cosas cuando George W. Bush se vaya de la Casa Blanca? Difícilmente. Los voceros del Partido Demócrata olvidan que Clinton fue recibido con protestas y manifestaciones durante una visita a París por la presencia militar norteamericana en Kosovo y que durante el escándalo con Mónica Lewinsky los periódicos hicieron burlas en torno al puro, titulándolo como Horny (Caliente) Clinton mientras que algún articulista propuso que Clinton comprara anteojos "para darse cuenta de lo fea que estaba la interna de la Casa Blanca". Lo que sucede es que la prensa mundial suele tener memoria de corto plazo cuando así le conviene.

Otro punto es que el antiamericanismo francés es igual entre izquierda y derecha. La derecha inglesa suele tener algunas coincidencias con Estados Unidos, no así en Francia donde el terrible Jean Marie Le Pen le pegó un buen susto al país hace un par de años cuando inesperadamente obtuvo el 20 por ciento de las preferencias electorales. 

Al igual que los sindicatos franceses más poderosos y algunos legisladores de izquierda, Le Pen se negó a guardar un minuto de silencio en memoria de los atentados en Nueva York y con frecuencia se refiere a Estados Unidos como "el imperio arrogante".

"Es común escuchar en Francia que se acuse a Estados Unidos de querer imponer su voluntad y principios en el resto del planeta y de creer que ostenta un destino manifiesto creyéndose guía de la humanidad", dice Jean Francois Revel en La Obsesión Antiamericana, "sin embargo cada 14 de julio nuestros políticos exhaltan el destino manifiesto de Francia como guía de la humanidad. Si otro país lo dice, es pernicioso. Si lo decimos nosotros, es parte de nuestra grandeza. Es sólo un reflejo de nuestra frustración por sentirnos desbancados como potencia mundial".


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(1) La influencia gala fue enorme en México durante el gobierno de Porfirio Díaz, un francófilo que incluso obligaba a sus colaboradores más cercanos a tomar clases de francés, tanto así que, a inicios del siglo XX, ése era el segundo idioma oficial del gabinete. Después de todo los restos de Díaz reposan en el cementerio Piere Lachaise de París.

 

 

 

 

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