20.07.05. Desde que dejé Líbano en 1976 para
instalarme en Francia cuántas veces me habrán preguntado, con la mejor
intención del mundo, si me siento «más francés» o «más libanés». Y mi
respuesta es siempre la misma: «¡Las dos cosas!» Y no porque quiera ser
equilibrado o equitativo, sino porque mentiría si dijera otra cosa. Lo que
hace que yo sea yo, y no otro, es ese estar en las lindes de dos países,
de dos : tres idiomas, de varias tradiciones culturales. Es eso justamente
lo que define mi identidad. ¿Sería acaso más sincero si amputara de mí una
parte de lo que soy? Por eso a los
que me hacen esa pregunta les explico con paciencia que nací en Líbano,
que allí viví hasta los veintisiete años, que mi lengua materna es el
árabe, que en ella descubrí a Dumas y a Dickens, y los Viajes de Gulliver,
y que fue en mi pueblo de la montaña, en el pueblo de mis antepasados,
donde tuve mis primeras alegrías infantiles y donde oí algunas historias
en las que después me inspiraría para mis novelas. ¿Cómo voy a olvidar ese
pueblo? ¿Cómo voy a cortar los lazos que me unen a él? Pero por otro lado
hace veintidós años que vivo en la tierra de Francia, que bebo su agua y
su vino, que mis manos acarician, todos los días, sus piedras antiguas,
que escribo en su lengua mis libros, y por todo eso nunca podrá ser para
mí una tierra extranjera.
¿Medio francés y medio libanés
entonces? ¡De ningún modo! La identidad no está hecha de compartimentos,
no se divide en mitades, ni en tercios o en zonas estancas. Y no es que
tenga varias identidades: tengo solamente una, producto de todos los
elementos que la han configurado mediante una «dosificación» singular que
nunca es la misma en dos personas.
En ocasiones, cuando he terminado
de explicar con todo detalle las razones por las que reivindico plenamente
todas mis pertenencias, alguien se me acerca para decirme en voz baja,
poniéndome la mano en el nombro: «Es verdad lo que dices, pero en el fondo
¿qué es lo que te sientes?».
Durante mucho tiempo esa
insistente pregunta me hacía sonreír. Ya no, pues me parece que revela una
visión de los seres humanos que está muy extendida y que a mi juicio es
peligrosa. Cuando me preguntan qué soy «en lo más hondo de mí mismo»,
están suponiendo que «en el fondo» de cada persona hay sólo una
pertenencia que importe, su «verdad profunda» de alguna manera, su
«esencia», que está determinada para siempre desde el nacimiento y que no
se va a modificar nunca; como si lo demás, todo lo demás -su trayectoria
de hombre libre, las convicciones que ha ido adquiriendo, sus
preferencias, su sensibilidad personal, sus afinidades, su vida en suma-,
no contara para nada. Y cuando a nuestros contemporáneos se los incita a
que «afirmen su identidad», como se hace hoy tan a menudo, lo que se les
está diciendo es que rescaten del fondo de sí mismos esa supuesta
pertenencia fundamental, que suele ser la pertenencia a una religión, una
nación, una raza o una etnia, y que la enarbolen con orgullo frente a los
demás.
Los que reivindican una identidad
más compleja se ven marginados. Un joven nacido en Francia de padres
argelinos lleva en sí dos pertenencias evidentes, y debería poder asumir
las dos. Y digo dos por simplificar, pues hay en su personalidad muchos
más componentes. Ya se trate de la lengua, de las creencias, de la forma
de vivir, de las relaciones familiares o de los gustos artísticos o
culinarios, las influencias francesas, europeas, occidentales, se mezclan
en él con otras árabes, bereberes, africanas, musulmanas... Esa situación
es para ese joven una experiencia enriquecedora y fecunda si se siente
libre para vivirla en su plenitud, si se siente incitado a asumir toda su
diversidad; por el contrario, su trayectoria puede resultarle traumática
si cada vez que se confiesa francés hay quienes lo miran como un traidor,
como un renegado incluso, y si cada vez que manifiesta lo que lo une a
Argelia, a su historia, su cultura y su religión es blanco de la
incomprensión, la desconfianza o la hostilidad. |
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La situación es aún más delicada
al otro lado del Rin. Pienso en el caso de un turco que nació hace treinta
años cerca de Francfort y que ha vivido siempre en Alemania, cuya lengua
habla y escribe mejor que la de sus padres. Para su sociedad de adopción,
no es alemán; para su sociedad de origen, tampoco es un turco auténtico.
El sentido común nos dice que debería poder reivindicar plenamente esa
doble condición. Pero nada hay en las leyes y en las mentalidades que le
permita hoy asumir en armonía esa identidad compuesta.
He puesto los primeros ejemplos
que me han venido a la cabeza, pero podría haber citado muchos otros. El
de una persona nacida en Belgrado de madre serbia y padre croata. El de
una mujer hutu casada con un tutsi, o al revés. El de un norteamericano de
padre negro y madre judía...
Son -pensarán algunos- casos muy
particulares. No lo creo, sinceramente. Las personas de esos ejemplos no
son las únicas que tienen una identidad compleja. En todos nosotros
coinciden pertenencias múltiples que a veces se oponen entre sí y nos
obligan a elegir, con el consiguiente desgarro. En unos casos, la cuestión
es, de entrada, evidente, pero en otros hay que hacer un esfuerzo para
reflexionar con más detenimiento.
En la Europa actual, ¿quién no
percibe una tensión, que de necesidad va a ser cada vez mayor, entre su
pertenencia a una nación multisecular -Francia, España, Dinamarca,
Inglaterra...- y su pertenencia a la unión continental que se está
construyendo? ¿Y cuántos europeos sienten también, desde el País Vasco
hasta Escocia, que pertenecen de una manera poderosa y profunda a una
región, a su pueblo, a su historia y a su lengua? ¿Quién, en Estados
Unidos, puede pensar en el lugar que ocupa en la sociedad sin remitirse a
sus lazos con el pasado, sean africanos, hispánicos, irlandeses, judíos,
italianos, polacos o de otro origen?
Dicho esto, no tengo inconveniente
en admitir que los primeros ejemplos que he puesto sí son en cierto modo
particulares. Todos ellos se refieren a personas con unas pertenencias que
hoy se enfrentan violentamente; son de alguna manera personas fronterizas,
atravesadas por unas líneas de fractura étnicas, religiosas o de otro
tipo. Debido precisamente a esa situación, que no me atrevo a llamar
«privilegiada», tienen una misión: tejer lazos de unión, disipar
malentendidos, hacer entrar en razón a unos, moderar a otros, allanar,
reconciliar... Su vocación es ser enlaces,
puentes, mediadores entre las
diversas comunidades y las diversas culturas. Y es justamente por eso por
lo que su dilema está cargado de significado: si esas personas no pueden
asumir por sí mismas sus múltiples pertenencias, si se las insta
continuamente a que elijan un bando u otro, si se las conmina a
reintegrarse en las filas de su tribu, entonces es lícito que nos
inquietemos por el funcionamiento del mundo.
Si se las «insta» a elegir, si se
las «conmina» -decía-. , Quién las conmina? No sólo los fanáticos y los
xenófobos de todas las orillas: también tú y yo, todos nosotros. Por esos
hábitos mentales y esas expresiones que tan arraigados están en todos
nosotros, por esa concepción estrecha, exclusivista, beata y simplista que
reduce toda identidad a una sola pertenencia que se proclama con pasión.
¡Así es como se «fabrica» a los
autores de las matanzas! -me dan ganas de gritar-. Es ésta una afirmación
un poco radical, lo reconozco, pero trataré de explicarla en las páginas
que siguen.
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Cosas mías - About me.
Have you seen these people? Lucky
you.
Some boring photos of
the webmaster.
The webmaster thinks these books
will be good for you.(Libros condenados).
English language borrowings from other languages.
Henry Louis Mancken (quotations) +
artículo en español.
Woody Allen
(quotations).
Más sobre la
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País
Vasco e Irlanda: dos nacionalismos en la zona 1.
Bobbio y el socialismo.
Economía de la UE.
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