"Es difícil dar una idea de la vasta extensión de la Matemática moderna. La
palabra "extensión" no es la exacta, pues con ella quiero expresar plenitud de
bellos detalles; no una extensión completamente uniforme, como la de una
estéril llanura, sino el panorama de un bello país- visto al principio a
distancia, pero que debe ser recorrido y estudiado en todos los aspectos, desde
las colinas y los valles hasta los ríos, rocas, bosques y flores. Pero como
para todas las restantes cosas, también para la teoría matemática, la belleza
puede ser percibida, pero no explicada".
Estas palabras pronunciadas en el discurso presidencial de Cayley, en 1883,
ante la Asociación Británica para el Progreso de la Ciencia, podrían muy bien
ser aplicadas a su colosal producción. En su prolífica capacidad inventiva
Euler, Cauchy y Cayley se hallan en una categoría, con Poincaré (que murió
mucho más joven que cualquiera de los otros) tras ellos a bastante distancia.
Esto se refiere únicamente al volumen de la obra de estos hombres; su calidad
es otra cuestión, que debe ser juzgada, en parte por la frecuencia con que las
ideas engendradas por estos gigantes se repiten en la investigación matemática,
y en parte por la simple opinión personal y por los prejuicios nacionales.
La observación de Cayley acerca de la vasta extensión de la Matemática moderna
sugiere que limitemos nuestra atención a algunos de los rasgos de su propia
obra que introducen nuevas ideas de gran alcance. La obra sobre la que reposa
su máxima fama es la teoría de invariantes, que se desarrolló de un modo
natural de aquella vasta teoría de la que él, brillantemente apoyado por su
amigo Sylvester, fue el creador y el elaborador nunca superado. El concepto de
invariante es de gran importancia para la física moderna, particularmente para
la teoría de la relatividad, pero no sólo por esto merece atención. Las teorías
físicas están evidentemente sometidas a revisión; la teoría de invariantes,
como una adición permanente al pensamiento matemático puro, parece reposar
sobre terreno más firme.
Otra de las ideas debidas a Cayley, la de la Geometría del "hiperespacio"
(espacio de
n
dimensiones), tiene una significación científica semejante, pero posee
incomparablemente mayor importancia como Matemática pura. La teoría de matrices
es también invención de Cayley. En la Geometría no euclidiana Cayley preparó el
camino para el espléndido descubrimiento de Klein, de que la Geometría de
Euclides y las Geometrías no euclidianas de Lobatchewsky y Riemann son
simplemente aspectos diferentes de un tipo de Geometría más general, que las
abarca como casos especiales. La naturaleza de esas contribuciones de Cayley
serán brevemente resumidas después de haber bosquejado su vida y la de su amigo
Sylvester.
Las vidas de Cayley y de Sylvester deberían escribirse simultáneamente, si esto
fuera posible. Cada una de ellas es el reverso perfecto de la otra, y la vida
de cada uno de estos matemáticos, suple en gran medida, lo que falta en la del
otro. La vida de Cayley fue serena; Sylvester, como él mismo hace notar con
amargura, gastó gran parte de su espíritu y energía "combatiendo contra el
mundo". El pensamiento de Sylvester era a veces turbulento; el de Cayley era
siempre fuerte, tenaz, y reposado. Cayley rara vez se permitía expresiones que
no fueran las de una enunciación matemática precisa. El símil citado al
comenzar este capítulo es una de las raras excepciones. Sylvester difícilmente
podía hablar de Matemática sin hacer gala de su naturaleza poética, casi
oriental, y de su inextinguible entusiasmo que frecuentemente le llevaban a
estados de arrebato. Sin embargo, fueron íntimos amigos y se inspiraron
recíprocamente algunas de las mejores obras que estos hombres realizaron, por
ejemplo en las teorías de invariantes y matrices. (Véase más adelante.).
Tratándose de dos temperamentos tan distintos no puede sorprender que su
amistad no siempre se deslizara llanamente. Sylvester estaba con frecuencia a
punto de explotar. Cayley dejaba obrar serenamente la válvula de la serenidad,
confiando en que su excitable amigo recobrarla el juicio cuando pudiera pensar
tranquilamente en lo que estaban discutiendo. En cambio Sylvester no se daba
cuenta de su fogosa indiscreción. En muchos respectos, la extraña pareja
semejaba a dos recién casados, salvo el hecho de que en esta amistad uno de los
compañeros jamás perdía la paciencia. Aunque Sylvester tenía siete
años más que Cayley, comenzaremos con éste. La vida de Sylvester choca
en la tranquila corriente de la vida de Cayley, como contra una roca que se
elevase en la mitad de un profundo río.
Arthur Cayley nació el 16 de agosto de 1821 en Richmond, Surrey, siendo el hijo
segundo de una familia que residía temporalmente en Inglaterra. Por la parte
del padre, la ascendencia de Cayley se remonta a los días de la conquista
normanda (1066) y quizá antes, a la época de los barones de Normandía. La
familia, como la familia Darwin, abunda en hombres de talento, que podrían
proporcionar excelente material para los estudiosos de la herencia. Su madre,
Marie Antonia Doughty, parece ser de origen ruso. El padre de Cayley fue un
comerciante inglés dedicado al comercio con Rusia. Arthur nació durante una de
las periódicas visitas de sus padres a Inglaterra.
En 1829, cuando Arthur tenía ocho años, el comerciante se retiró a vivir
en Inglaterra. Arthur fue enviado a una escuela privada en Blaekheath, y más
tarde, teniendo 14 años, al King's College School de Londres. Su genio
matemático se reveló muy precozmente. Las primeras manifestaciones de su
talento superior fueron semejantes a las de Gauss. El joven Cayley demostró una
asombrosa habilidad para los largos cálculos numéricos, que emprendía para
divertirse. Al comenzar el estudio formal de la Matemática rápidamente superó
al resto de sus compañeros. Puede decirse que constituyó entre ellos una
categoría especial, lo mismo que ocurrió más tarde cuando llegó a la
Universidad, estando de acuerdo sus maestros en que el muchacho era un
matemático ingénito que debería elegir la Matemática como carrera. En contraste
afortunado con los maestros de Galois, los de Cayley reconocieron su capacidad
desde el principio y le alentaron. El comerciante retirado puso primeramente
obstáculos a que su hijo fuera matemático, pero finalmente, convencido por el
director de la Escuela, dio su consentimiento, su bendición y su dinero.
Decidió enviar a su hijo a Cambridge.
Cayley comenzó su carrera universitaria, teniendo 17 años, en el Trinity
College de Cambridge. Entre sus compañeros fue considerado como "un
simple matemático" con una aguda pasión para la lectura de las novelas. Cayley
fue, en efecto, durante toda su vida, un devoto del género novelesco algo
altisonante, ahora considerado clásico, que entusiasmaba a los lectores de los
años 1840 a 1850. Scott parece haber sido su favorito con Jane Austen en
segundo termino; más tarde leyó a Thackeray, pero no le gustó. Difícilmente
podía leer a Dickens. Los versos de Byron excitaban su admiración, aunque su
gusto victoriano, algo puritano, se revelaba algunas veces, y no encontraba
simpática la picaresca figura de Don Juan. Las representaciones de
Shaskespeare, especialmente las comedias, le deleitaban. Como obras más sólidas
y de más difícil digestión leyó la interminable
Historia de Grecia
de Grote y la retórica
Historia de Inglaterra,
de Macaulay. El griego, aprendido en la escuela, fue siempre para él un
lenguaje de fácil lectura. Leía y escribía el francés tan fácilmente como el
inglés, y su conocimiento del alemán y del italiano, le dieron la oportunidad
de nuevas lecturas cuando agotó a los clásicos victorianos (o éstos le habían
agotado a él). El género novelesco fue una de sus diversiones, las otras serán
mencionadas más adelante.
Al terminar su tercer año en Cambridge, Cayley se había alejado ya tanto
del resto de los compañeros en los estudios matemáticos que el profesor
trazó una línea bajo su nombre, colocándolo al muchacho en una categoría
especial "por encima del primero". En 1842, teniendo 21 años, Cayley fue
senior wrangler,
el primero de la escuela, en los concursos matemáticos, y al mismo tiempo fue
colocado en primer término en la prueba aún más difícil para el premio Smith.
Cayley se hallaba, pues, en condiciones de que se le permitiera hacer lo que
quería durante algunos años. Fue elegido
compañero
del Trinity College y tutor ayudante por un período de tres años. Su
nombramiento podía haber sido renovado de haber tomado las órdenes sagradas,
pero Cayley, aunque era un ortodoxo de la iglesia anglicana, no podía resistir
la idea de ser pastor para obtener un cargo o lograr otro mejor, como muchos
hacían, sin que se perturbara su fe o su conciencia.
Sus deberes puede decirse que casi eran nulos. Tuvo algunos discípulos, pero no
tan numerosos que le dificultaran su labor. Haciendo el mejor uso posible de su
libertad, continuó las investigaciones matemáticas que había comenzado antes de
poseer el título. Lo mismo que Abel, Galois y muchos otros, que alcanzaron gran
altura en la Matemática, Cayley se dirigió a los maestros por su propia
inspiración. Su primera obra, publicada en 1841, cuando tenía 20 años,
surgió de su estudio de Lagrange y Laplace.
Sin otro quehacer que lo que deseaba realizar, Cayley publicó, después de
obtener su título, ocho trabajos el primer año, cuatro el segundo y tres
el tercero. Estos primeros trabajos fueron hechos cuando aun no tenía 25
años, y en el último se planea gran parte de la obra que iba a ocuparle
durante los siguientes 50 años. Ya había comenzado el estudio de la
Geometría de
n
dimensiones (que él creó), la teoría de invariantes, la Geometría enumerativa
de curvas planas y su contribución esencial a la teoría de funciones elípticas.
Durante este período extraordinariamente fructífero no sintió la menor fatiga.
En 1843, cuando tenía 22 años, y luego en otras ocasiones, mientras
estuvo en Cambridge, se trasladó al continente, y dedicó sus vacaciones a
escalar montañas, a hacer largas excursiones, y a pintar acuarelas.
Aunque de apariencia débil y delicada, era vigoroso y recio, y muchas veces,
después de toda una noche empleada en escalar alguna montaña, volvía al
refugio a tomar su desayuno, dispuesto a dedicar algunas horas a sus
Matemáticas. Durante su primer viaje visitó Suiza, haciendo excursiones por las
montañas. Por entonces se desarrolló en él otra pasión, que duró toda su
vida. Su descripción de la "extensión de las Matemáticas modernas", no es un
simple ejercicio académico compuesto por un profesor que jamás ha ascendido a
una montaña o contemplado amorosamente un bello paisaje, sino el símil
exacto de un hombre que conoce la naturaleza íntimamente y de un modo directo.
Durante los últimos cuatro meses de sus primeras vacaciones en el extranjero
visitó el norte de Italia. Entonces se iniciaron otras dos nuevas aficiones que
habrían de solazarse para el resto de su vida: una comprensiva apreciación de
la arquitectura, y un amor por la buena pintura. El mismo gustaba de pintar
acuarelas, demostrando marcado talento. Con su amor a la buena literatura, a
los viajes, a la pintura y a la arquitectura, y con su profunda comprensión de
la belleza natural, se separa totalmente de ese sencillo matemático de la
literatura convencional, descrito en su mayor parte por gentes que quizá
conocieron algún pedante profesor de Matemática en un colegio, pero nunca
vieron un verdadero matemático de carne y hueso.
En 1846, teniendo 25 años, Cayley abandonó Cambridge. No podía obtener
ningún cargo como matemático a no ser que llegase a cuadrar su conciencia en la
formalidad de las "órdenes sagradas". No hay duda de que para Cayley, como
matemático, le hubiera sido más fácil "cuadrar el círculo". En consecuencia,
abandonó Cambridge. La ley que, con el Servicio Civil de la India, ha absorbido
en un tiempo u otro el capital intelectual más prometedor de Inglaterra, atraía
ahora a Cayley. Es muy notable que muchos de los abogados y jueces que ocuparon
los primeros puestos en Inglaterra durante el siglo XIX, fueran alumnos
distinguidos en los concursos matemáticos de Cambridge, pero no hay que
deducir, como algunos pretenden, que el aprendizaje matemático sea una buena
preparación para las leyes. Pero en lo que no puede haber duda es que
constituye una imbecilidad social colocar a un hombre joven de la talla
matemática demostrada por Cayley, en la obligación de resolver pleitos y
dedicarse a extender testamentos, transferencias y contratos.
Siguiendo la costumbre habitual de quienes en Inglaterra querían obtener, en la
carrera de leyes, un grado distinguido (es decir, superior al cargo de
procurador), Cayley ingresó en el Colegio de Lincoln, preparándose para la
abogacía. Después de tres años de ser discípulo de un tal Mr. Christie,
Cayley ingresó en la abogacía en 1849. Tenía 28 años. Al dedicarse a esa
profesión, Cayley resolvió sabiamente que su cerebro no fuera invadido por las
leyes, y en consecuencia rechazó más asuntos que los que aceptó. Durante 14
años mortales llevó una vida cómoda, aprovechándose de la oportunidad
para obtener renombre y para ganar lo suficiente, pero no más que lo
suficiente, para continuar su obra.
Su paciencia en los trabajos rutinarios y aburridos fue ejemplar, casi santa, y
su reputación en la profesión aumentó continuamente. Se recuerda que su nombre
se conserva en una de las obras de leyes relacionadas con un estudio importante
que realizó. Pero es extraordinariamente satisfactorio recordar también que
Cayley no era un santo, sino un ser humano normal, y en una ocasión llegó a
perder la paciencia. él y su amigo Sylvester discutían animadamente algún punto
de la teoría de invariantes, en la oficina de Cayley, cuando penetró un
ayudante, y puso en manos de Cayley un legajo de documentos para su examen.
Repentinamente ese legajo le hizo descender a tierra desde las alturas donde se
hallaba. La perspectiva de emplear varios días para encontrar algún mezquino
recurso que beneficiara en algunas libras a algún opulento cliente, pletórico
de dinero era ya demasiado para cualquier hombre que tuviera un buen cerebro en
su cabeza. Con una exclamación de disgusto y un gesto de desprecio para aquella
"vil suciedad" que tenía entre sus manos, arrojó el legajo al suelo y
siguió hablando de Matemática. Este es el único caso que se recuerda en que
Cayley perdió su paciencia. Cayley abandonó las leyes en la primera
oportunidad, transcurridos 14 años. Pero durante su período de
servidumbre publicó entre 200 y 300 trabajos matemáticos, muchos de los cuales
se han hecho clásicos.
Como Sylvester apareció en la vida de Cayley durante la fase legal de éste, nos
ocuparemos de él en este momento.
James Joseph, para darle el nombre impuesto al nacer, fue el más pequeño
de varios hermanos y hermanas. Sus padres eran judíos y surgió a la vida en
Londres el 3 de septiembre de 1814. Poco es lo que se sabe de su infancia, pues
Sylvester fue poco comunicativo respecto a sus primeros años. Su hermano
mayor emigró a los Estados Unidos, donde tomó el nombre de Sylvester, ejemplo
seguido por toda la familia. Es un misterio el hecho de que un judío ortodoxo
pudiera adornarse con un nombre favorito de los papas cristianos hostiles a los
judíos. Posiblemente, el hermano mayor tenía cierto sentido humorístico. Desde
entonces James Joseph, hijo de Abraham Joseph, fue para siempre James Joseph
Sylvester.
Lo mismo que en el caso de Cayley, el genio matemático de Sylvester se demostró
precozmente. Entre los seis y los catorce años asistió a escuelas
privadas. En los últimos cinco meses, cuando tenía catorce años, estudió
en la Universidad de Londres, dirigido por De Morgan. En un trabajo escrito, en
1840, con el título algo místico
Sobre la derivación de la coexistencia,
Sylvester dice: "Soy deudor de este término (recurrentes) al profesor De
Morgan, de quien me jacto ser discípulo".
En 1829, teniendo 15 años, Sylvester ingresó en la Royal Institution de
Liverpool, donde permaneció menos de dos años. Al final de su primer
año obtuvo el premio en Matemática. Por esta época se hallaba a la
cabeza de sus compañeros, siendo colocado en una categoría especial.
Estando en la
Royal Institution
también obtuvo otro premio. Esto tiene particular interés, pues establece el
primer contacto de Sylvester con los Estados Unidos de América, donde
transcurrieron los más felices, y también algunos de los más tristes, días de
su vida. El hermano americano, escribano de profesión, sugirió a los directores
de las
Lotieries Contractors
de los Estados Unidos que sometieran un difícil problema, que les interesaba,
al joven Sylvester. La solución matemática fue tan completa y prácticamente tan
satisfactoria para los directores, que concedieron a Sylvester un premio de 500
dólares por su labor.
Los años en Liverpool no fueron en realidad felices. Siempre alegre y
franco, Sylvester no estaba muy convencido de su fe judía, pero la proclamaba
orgullosamente frente a la mezquina persecución de aquellos jóvenes bárbaros de
la Institution que humorísticamente se llamaban a sí mismos cristianos. Pero
existe un límite, y finalmente Sylvester huyó a Dublín con sólo algunas monedas
en su bolsillo. Felizmente fue reconocido en la calle por un pariente lejano,
que le aconsejó y pagó su viaje de vuelta a Liverpool.
Anotaremos aquí otra curiosa coincidencia: Dublín, o al menos uno de sus
habitantes, prestó un tratamiento humano en su primera visita al refugiado de
Liverpool; once años más tarde el
Trinity College
de Dublín le concedió los grados académicos de Bachiller y
Magister artium
, que su alma mater, la Universidad de Cambridge, le había negado. Por ser
judío no podía suscribir aquella mezcla notable de argumentos sin sentido común
conocida con el nombre de los Treinta y Nueve Artículos prescritos por la
Iglesia Anglicana como el mínimum de creencias religiosas que podía permitirse
a una mente racional. Sin embargo, cuando la educación superior inglesa pudo
desprenderse, en 1871, de la mano muerta de la iglesia, Sylvester recibió
inmediatamente su título
honoris causa.
Haremos notar que en esta como en otras dificultades de su vida, Sylvester no
fue un humilde mártir que prolongara sus sufrimientos. Estaba lleno de vigor y
coraje, tanto física como moralmente, sabía luchar para que se le otorgara
justicia, y frecuentemente lo hizo. Fue, en efecto, un luchador innato con el
valor indomable de un león.
En 1831, teniendo 17 años, Sylvester ingresó en el St. John Collego de
Cambridge. Debido a varias enfermedades su carrera universitaria fue
interrumpida, y no intervino en los concursos matemáticos hasta 1837, ocupando
el segundo lugar. Jamás volvió a hablarse del compañero que le venció.
Por no ser cristiano, Sylvester no pudo aspirar a los premios Smith.
En la amplitud de sus inquietudes intelectuales Sylvester se parece a Cayley.
Físicamente, los dos hombres no tenían parecido alguno. Cayley, aunque fuerte y
con gran resistencia física, como hemos visto, era en apariencia débil, y sus
maneras eran tímidas y discretas. Sylvester, bajo y macizo con una magnífica
cabeza que se alzaba sobre sus hombros, daba la impresión de un tremendo vigor
y vitalidad, y en efecto los tenía. Uno de sus discípulos decía que podía haber
posado para el retrato de Hereward el Wake, en la novela de Charles Kingsley
del mismo nombre. En sus inquietudes fuera de la Matemática, Sylvester era
mucho menos limitado y mucho más liberal que Cayley. Su conocimiento de los
clásicos griegos y latinos en el idioma original era amplio y exacto, y durante
largo tiempo constituyeron sus lecturas. Muchos de sus trabajos están
ilustrados por citas de estos clásicos. Las citas son siempre perfectamente
apropiadas y realmente aclaran la cuestión.
Lo mismo puede decirse de sus alusiones de otras literaturas. Puede ser de
interés para cualquier literato examinar los cuatro volúmenes de sus
Mathematical Papers
y reconstruir así el amplio campo de las lecturas de Sylvester basándose en las
citas mencionadas y en otras fases curiosas, de las que no se hacen referencias
explícitas. Además del inglés y de la literatura griega y latina, conocía la
literatura francesa, alemana e italiana en los idiomas originales. Su interés
por los idiomas y por la forma literaria era agudo y penetrante. A él se le
debe la mayor parte de la terminología gráfica de la teoría de invariantes.
Comentando los numerosos nuevos términos matemáticos que inventó basándose en
el griego y el latín, Sylvester se refiere a sí mismo con el nombre del "Adán
matemático".
Es muy posible que de no haber sido un gran matemático podría haber logrado ser
un poeta más que pasable. El verso y las "leyes" de su construcción le
fascinaron toda su vida. Compuso muchas poesías (algunas de las cuales se han
publicado), algunas de ellas en forma de soneto. El tema de sus composiciones
quizá puede despertar en algunos casos una sonrisa, pero Sylvester demuestra
con frecuencia su comprensión de lo que es la poesía. Otro, aspecto de su faz
artística es la música, de la que era un bien aficionado. Se dice que Gounod le
dio lecciones de canto, y con frecuencia pudo lucir su voz en las reuniones.
Estaba más orgulloso de su "do de pecho" que de sus invariantes.
Una de las más notables diferencias entre Cayley y Sylvester puede ser
mencionada en este lugar: Cayley era un lector omnívoro de la obra de otros
matemáticos; Sylvester encontraba un intolerable fastidio en el intento de
comprender lo que otros habían hecho. Una vez, en su vida ulterior, encargó a
un joven matemático que le enseñara algo acerca de las funciones
elípticas, pues deseaba aplicarlas a la teoría de números (en particular a la
teoría de las particiones, que se ocupa del número de formas en que puede ser
construido un número dado sumando números de un determinado tipo, todos impares
o algunos impares y algunos pares). Después de la tercera lección, Sylvester
abandonó su intento, y se dedicó a comunicar al joven sus últimos
descubrimientos en álgebra. Pero Cayley parecía conocer todas las cosas, hasta
los temas en que rara vez había trabajado, y su consejo como juez fue buscado
por autores y editores de toda Europa. Cayley jamás olvidó lo que había visto
alguna vez; Sylvester tenía dificultades para recordar sus propias invenciones,
y una vez discutió acerca de si era posible que fuera cierto un teorema por él
planteado. Cosas relativamente poco importantes, que todo matemático conoce,
eran para Sylvester fuentes de perpetua admiración. Como una consecuencia de
esto, cualquier campo de la Matemática ofrecía un mundo encantador de
descubrimientos para Sylvester, mientras Cayley contemplaba serenamente lo que
ante él se hallaba, veía lo que deseaba, lo incorporaba a sus conocimientos y
seguía trabajando.
En 1838, teniendo 24 años, Sylvester obtuvo su primer cargo, el de
profesor de filosofía natural (ciencia en general, física en particular), en la
University College, de Londres, donde su antiguo maestro De Morgan era uno de
sus colegas. Aunque estudió química en Cambridge, y durante toda su vida
conservó su interés por estos estudios, poco le placía a Sylvester la
enseñanza de la ciencia, y después de dos años abandonó el cargo.
Mientras tanto fue elegido miembro de la
Royal Society,
a la desusada edad de 25 años. Los méritos matemáticos de Sylvester eran
tan notables que tenían que ser reconocidos, pero no le ayudaban para obtener
una posición satisfactoria.
En este punto de su carrera Sylvester vivió una de las desventuras más
singulares de su vida. Puede considerarse inocente, cómica o trágica, según
como se mire. Lleno de entusiasmo y pletórico de optimismo Sylvester cruzó el
Atlántico para ser profesor de Matemática en la Universidad de Virginia, en
1841, el año en que Boole publicó su descubrimiento de los invariantes.
Sylvester permaneció tan sólo tres meses en la Universidad. La negativa de las
autoridades universitarias para castigar a un joven que le había insultado, fue
la causa de que el profesor dimitiera. Pasado un año de esta desastrosa
experiencia, Sylvester intentó vanamente obtener un cargo satisfactorio,
solicitando sin resultado un puesto en las Universidades de Harvard y de
Columbia. Al fracasar volvió a Inglaterra.
Sus experiencias en América le hicieron abandonar la enseñanza durante
los siguientes diez años. Al volver a Londres fue activo actuario de una
compañía de seguros de vida. Tal obra para un matemático creador es una
droga venenosa, y Sylvester casi dejó de ser matemático. Sin embargo, tuvo
algunos discípulos privados, y el nombre de uno de ellos ha sido conocido y
reverenciado en todos los países del mundo actual. Era a principios del
año 1850, la época en que las mujeres tan sólo se ocupaban de sus
afeites y de las obras de beneficencia. Es, pues, sorprendente encontrar que el
discípulo más distinguido de Sylvester fuera una joven, Florence Nightingale,
el primer ser humano que impuso decencia y limpieza en los hospitales
militares, a pesar de las vivas protestas de la tozuda oficialidad. En aquella
época Sylvester tenía cerca de 40 años, y la señorita Nightingale
seis años menos que su maestro. Sylvester pudo escapar de su provisional
forma de ganarse la vida en el mismo año (1854) en que miss Nightingale
marchó a la guerra de Crimea.
Pero antes Sylvester había dado otro paso en falso, que no le llevó a parte
alguna. En 1846, a la edad de 32 años, ingresó en el Temple (donde
modestamente se refiere a sí mismo considerándose como "una paloma anidando
entre gavilanes"), para preparar su carrera de leyes, y en 1850 ingresó en la
abogacía. Así llegaron a encontrarse él y Cayley. Cayley tenía 29 años,
Sylvester 36, y ambos se hallaban apartados de las tareas a que la naturaleza
les había llamado. Pronunciando conferencias en Oxford 35 años más
tarde, Sylvester rindió tributo a su amigo: "Cayley, aunque más joven que yo,
es mi progenitor espiritual, que por primera vez abrió mis ojos para que
pudiera ver y admirar los elevados misterios de nuestra común fe matemática".
En 1852, poco después de que su amistad se iniciara, Sylvester se refiere a
"Mr. Cayley, en cuyos discursos abundan las perlas y rubíes". Mr. Cayley, por
su parte, menciona frecuentemente a Mr. Sylvester, pero siempre fríamente. La
primera explosión de gratitud de Sylvester en letra impresa tiene lugar en un
trabajo de 1851, donde dice: "El teorema antes enunciado (la relación entre los
determinantes menores de las formas cuadráticas equivalentes linealmente fue en
parte sugerido en el curso de una conversación con Mr. Cayley (a quien le soy
deudor de haber vuelto a gozar de la vida matemática)..."
Sylvester quizá exageró, pero hay cierta verdad en lo que dijo. Si no es exacto
que resucitara a un muerto, le concedió, al menos, un nuevo par de pulmones.
Desde el momento en que conoció a Cayley respiró y vivió la Matemática hasta el
fin de sus días. Los dos amigos solían pasear por las salas del colegio de
Lincoln discutiendo la teoría de invariantes, que ambos estaban creando, y más
tarde, cuando Sylvester se alejó, continuaron a distancia sus conversaciones
matemáticas. Ambos eran solteros en aquella época.
La teoría de invariantes algebraicos de la cual se han desarrollado,
naturalmente, las diversas ampliaciones del concepto de invariancia, se originó
en una observación extraordinariamente sencilla. Como haremos notar en el
capítulo sobre Boole, el primer destello de la idea aparece en Lagrange, y
desde allí pasó a las obras aritméticas de Gauss. Pero ninguno de estos hombres
se dio cuenta de que el sencillo, pero notable fenómeno algebraico que tenían
ante ellos, era el germen de una vasta teoría. Tampoco Boole parece haberse
dado cuenta completa de lo que encontró al estudiar y extender notablemente la
obra de Lagrange. Salvo en una ocasión, Sylvester fue siempre justo y generoso
para Boole en las cuestiones de prioridad, y Cayley, como es natural, fue
siempre noble.
La simple observación antes mencionada puede ser comprendida por quien alguna
vez haya resuelto una ecuación cuadrática, y es sencillamente ésta. La
condición necesaria y suficiente de que la ecuación
ax
2
+
2
bx
+
c
= 0
tenga dos raíces iguales es que
b
2
-
ac
= 0.
Reemplacemos ahora la variable
x
por su valor en función de
y
obtenido por la transformación
y
= (px + q)/(rx + s).
Así
x
queda sustituida por el resultado de despejar esta
x,
o sea
x = (q - sy)I(ry -
p),
con lo cual la ecuación dada se transforma en otra en y; es decir, la nueva
ecuación es
Ay
2
+
2By
+ C =
0.
Realizando las operaciones encontramos que los nuevos coeficientes
A, B, C
se expresan en función de los coeficientes primitivos a,
b, c,
como sigue:
A =
as
2
- 2bsr + cr
2
B = - aqs + b(qr + sp) - cpr,
C = aq
2
-
2bpq + cp
2
,
y ya es fácil demostrar (por simples reducciones si es necesario, aunque hay
una forma más sencilla de razonar el resultado sin realmente calcular
A, B, C)
que
B
2
- AC = (ps
- qr)
2
´
(b
2
- ac).
Ahora, b
2
-ac
se llama el discriminante de la ecuación cuadrática en
x;
de aquí, el discriminante de la cuadrática en
y
es B
2
- AC y
se ha demostrado que el
discriminante de
la ecuación
transformada es
igual al discriminante
de
la ecuación original,
multiplicado por el factor
(ps - qr)
2
que depende sólo de los coeficientes p, q, r, s
en la transformación y
= (px + q)/(rx + s) por medio de
la cual
x venía expresada en
función
de y.
Boole fue el primero (en 1841) que observó algo digno de nota en esta al
parecer insignificante particularidad. Toda ecuación algebraica tiene un
discriminante, es decir, cierta expresión (como
b
2
- ac
para la cuadrática) que es igual a cero si dos o más raíces de la ecuación son
iguales y sólo en este caso. Boole se preguntó en primer término: ¿permanece
invariable el discriminante de cualquier ecuación cuando su
x
es reemplazada por su afín
y
(como se hizo para la cuadrática) salvo un factor que depende únicamente de
los coeficientes de la transformada? Encontró que esto era exacto. Luego se
preguntó si no habría otras expresiones, aparte de los discriminantes
construidos basándose en los coeficientes, que tuvieran esta misma propiedad de
invariabilidad
después de la transformación. Encontró dos para la ecuación general de cuarto
grado. Luego, otro hombre, el brillante matemático alemán F. M. G. Eisenstein
(1823-1852), siguiendo el método de Boole, en 1844, descubrió que ciertas
expresiones que abarcan tanto
los coeficientes como la x
de las ecuaciones originales muestran el mismo tipo de invariabilidad: los
coeficientes originales y la
x
original se transfieren en los coeficientes transformados y en
y
(como para la cuadrática), y las expresiones en cuestión construidas basándose
en las originales difieren de las construidas basándose en las transformadas
tan sólo por un factor, que depende únicamente de los coeficientes de la
transformada.
Ni Boole ni Eisenstein tenían un método general para encontrar tales
expresiones invariantes. En este momento intervino Cayley (1845), con su
memoria que abre nuevas rutas Sobre
la teoría de las transformaciones lineales
. A la sazón tenía 24 años. Se plantea el problema de encontrar métodos
uniformes que proporcionen todas las expresiones invariantes del tipo descrito.
Para evitar largas explicaciones el problema ha sido planteado en términos de
ecuaciones; en realidad fue abordado de otro modo, pero éste no tiene
importancia aquí.
Como la cuestión de la invariancia es fundamental en el pensamiento científico
moderno, mencionaremos tres nuevos ejemplos para expresar lo que significa,
ninguno de los cuales implica símbolos u operaciones algebraicas. Imaginemos
una figura compuesta de líneas rectas y curvas que se cortan, trazadas sobre
una hoja de papel. Arrugar el papel de cualquier modo, sin que se rasgue, e
intentar pensar cuál es la propiedad más manifiesta de la figura, que es la
misma antes y después de arrugar el papel. Hacer lo mismo para cualquier figura
dibujada en una lámina de caucho, estirando, pero no desgarrando el caucho, en
la forma en que se nos antoje. En este caso es indudable que los tamaños
de las áreas y de los ángulos y las longitudes de las líneas no permanecen
"invariantes". Estirando adecuadamente el caucho, las líneas rectas pueden
haberse deformado constituyendo curvas o líneas tan tortuosas como queramos, y
al mismo tiempo las curvas originales, o al menos algunas de ellas, pueden
haberse convertido en líneas rectas. Sin embargo, algo en toda la figura ha
permanecido invariable, y cuya simplicidad puede ser causa de que pase
inadvertido el orden de los puntos sobre cualquiera de las líneas de la figura
que marcan los lugares donde otras líneas cortan determinada línea. Por tanto,
si movemos el lápiz a lo largo de una línea determinada desde
A
a
C,
y tenemos que pasar por el punto
B
de la línea antes de que la figura sea deformada, tendremos que pasar por
B
al pasar de
A
a
C
después de la deformación. El orden (como se ha dicho) es un invariante
respecto de las transformaciones particulares originadas al arrugar el papel
para formar una bolita o al estirar la lámina de caucho.
Este ejemplo podrá parecer superficial, pero quien haya leído una descripción
no matemática de las intersecciones de las "líneas del mundo" en la relatividad
general, y quien recuerde que una intersección de esas dos líneas marca un
punto-suceso comprenderá que lo que estamos discutiendo es de la misma
categoría que cualquiera de nuestras descripciones del universo físico. La
maquinaria matemática suficientemente poderosa para tratar tales
"transformaciones" complicadas y realmente producir los invariantes fue la
creación de muchos investigadores incluyendo a Riemann, Christoffel, Ricci,
Levi-Civita, Lie y Einstein, nombres todos bien conocidos de los lectores de
las descripciones vulgarizadoras de la relatividad. Todo el vasto programa se
originó por los primeros trabajos en la teoría de invariantes algebraicos, de
la cual Cayley y Sylvester fueron los verdaderos fundadores.
Como segundo ejemplo imaginemos que se hace una lazada en una cuerda cuyos
extremos están unidos entre sí. Desplazando la lazada a lo largo de la cuerda
podemos deformarlas en cierto número de formas. ¿Qué permanece "invariante",
qué se "conserva", después de todas estas deformaciones, que en este caso son
nuestras transformaciones? Sin duda, el tamaño de la lazada ni la forma
son invariantes. Pero el tipo de la lazada es invariante; en un sentido que no
necesita ser explicado es el único tipo de lazada siempre que no desatemos los
extremos de la cuerda. Además, en la física más antigua, la energía era
"conservada"; la cantidad total de energía del Universo era considerada como un
invariante, la misma bajo todas las transformaciones desde una forma, tal como
la energía eléctrica, en otras, como el calor y la luz.
Nuestro tercer ejemplo de invariabilidad apenas es otra cosa que una alusión a
la ciencia física. Un observador fija su "posición" en el espacio y tiempo con
referencia a tres ejes perpendiculares entre sí y a un reloj que está andando.
Otro observador, que se mueve relativamente al primero, desea describir el
mismo suceso físico que el primero describe. También tiene su sistema de
referencia espacio-tiempo; su movimiento relativamente al primer observador
puede ser expresado como una transformación de sus propias coordenadas (o de
las del otro observador). Las descripciones hechas por los dos pueden o no
diferir en la forma matemática, según cual sea el tipo particular de
transformación. Si sus descripciones difieren, la diferencia no es, como se
comprende, inherente al suceso físico que ambos observan, sino a su sistema de
referencia y a la transformación. Se plantea entonces el problema de formular
sólo aquellas expresiones matemáticas de fenómenos naturales que sean
independientes, matemáticamente, de cualquier sistema de referencia particular,
y por tanto, son expresados por todos los observadores en la misma forma. Esto
equivale a encontrar los invariantes de la transformación que expresan el
desplazamiento más general en el "espacio-tiempo" de un sistema de referencia
con respecto a cualquier otro. Así, el problema de hallar las expresiones
matemáticas para las leyes intrínsecas de la naturaleza es reemplazado por otro
abordable en la teoría de invariantes. Nuevos detalles serán añadidos
cuando nos ocupemos de Riemann.
En 1863 la Universidad de Cambridge fundó una nueva cátedra de Matemática y le
ofreció el puesto a Cayley, quien aceptó inmediatamente. El mismo año,
teniendo 42, se casó con Susan Moline. Aunque ganó menos dinero como profesor
de Matemática que había ganado en las leyes, Cayley no lamentó el cambio.
Algunos años más tarde la Universidad fue reorganizada, y el sueldo de
Cayley fue aumentado. Sus deberes también aumentaron desde explicar un curso de
lecciones a explicar dos. Su vida estaba ahora dedicada casi completamente a la
investigación matemática y a la administración de la Universidad. En esta
última tarea, su sólido conocimiento de los negocios, su juicio desinteresado y
su experiencia de las leyes fueron insustituibles. Jamás habló en demasía, pero
lo que dijo fue ordinariamente aceptado como juicio definitivo, y jamás daba
una opinión sin haber meditado detenidamente. Su matrimonio y su vida de hogar
fueron felices; tuvo dos hijos, un hijo y una hija. Al pasar los años,
su mente permaneció tan vigorosa como cuando era joven, y su carácter se hizo
más amable, si esto era posible. En su presencia jamás podía emitirse un juicio
excesivamente duro sin provocar su protesta. Para los hombres jóvenes y para
los que se iniciaban en la carrera matemática, tuvo siempre una ayuda generosa
y un sólido consejo.
Durante la época en que desempeñó la cátedra, la educación superior de
las mujeres era una cuestión cálidamente debatida. Cayley puso en juego toda su
tranquila y persuasiva influencia en su favor, y gracias a sus esfuerzos las
mujeres fueron finalmente admitidas a los estudios en el aislamiento monacal de
la medieval ciudad de Cambridge.
Mientras Cayley continuaba sus trabajos matemáticos en Cambridge, su amigo
Sylvester continuaba combatiendo contra su mundo. Sylvester jamás se casó. En
1854, teniendo 40 años, se presentó a la cátedra de Matemática en la
Real Academia Militar de Woolwich. No la obtuvo. Tampoco logró otro cargo al
que aspiró en el Gresbam College de Londres. Su breve conferencia como
candidato fue demasiado buena para la junta de gobierno. Sin embargo, el
candidato triunfante en Woolwich murió al año siguiente, y Sylvester fue
nombrado. Entre sus no demasiados generosos emolumentos se contaba el derecho
de pastoreo. Como Sylvester no tenía caballos, ni vacas ni ovejas, y él, por su
parte, no comía hierba, es difícil apreciar que beneficios particulares podría
obtener de esta inestimable generosidad.
Sylvester mantuvo su cargo en Woolwich durante 16 años, hasta que fue
forzosamente "jubilado" en 1870, teniendo 56 años. Se hallaba aún lleno
de vigor, pero nada pudo hacer contra los funcionarios oficiales que
conspiraban contra él. Gran parte de su labor quedaba aún para el futuro, pero
sus superiores consideraron que un hombre de su edad debía ser jubilado.
Otro aspecto de su forzado retiro despertó todos sus instintos combativos. Para
completar el plan, las autoridades intentaron hurtar a Sylvester parte de la
pensión que le pertenecía legítimamente. Sylvester no lo consintió. Muy a pesar
suyo, los estafadores comprendieron que no se trataba de un viejo y dócil
profesor, sino de un hombre que podía darles su merecido. Al fin le fue
concedida la pensión que le correspondía.
Aunque en las cuestiones materiales abundaron los sucesos desagradables,
Sylvester no podía quejarse de los reconocimientos que mereció su obra
científica. Numerosos fueron los honores recibidos; entre ellos uno de los más
preciados por los hombres de ciencia: el título de miembro extranjero
correspondiente de la Academia Francesa de Ciencias, Sylvester fue elegido en
1863 para la vacante de la sección de Geometría causada por la muerte de
Steiner.
Después de su jubilación, Sylvester vivió en Londres, versificando, leyendo los
clásicos, jugando al ajedrez y trabajando, aunque no mucho, en los problemas
matemáticos. En 1870 publicó su folleto
Las leyes del
verso.
Poco después teniendo 62 años, volvió repentinamente a la vida
matemática. El anciano era inagotable.
La
Johns Hopkins University
había sido fundada en Baltimore en 1875, bajo la brillante dirección del
presidente Gilman. Alguien aconsejó a Gilman que comenzara a formar el núcleo
de su facultad con un notable erudito de las lenguas clásicas y con el mejor
matemático que se pudiera encontrar. Todo lo demás vendría luego, y así
ocurrió. Sylvester tuvo al fin un cargo donde prácticamente pudo hacer lo que
quiso, empezando por hacerse justicia. En 1876, cruzó nuevamente el Atlántico,
y tomó posesión de su cátedra en la
Johns Hopkins University.
Su sueldo era generoso para aquellos días, cinco mil dólares al año. Al
aceptar el cargo Sylvester hizo una curiosa estipulación: Su sueldo debía ser
"pagado en oro". Quizá pensara en Woolwich, donde le pagaban el equivalente de
2750 dólares más el pastoreo.
Los años desde 1876 a 1883, transcurridos en dicha Universidad, fueron
probablemente los más felices y los más tranquilos que Sylvester tuvo. Aunque
ya no tenía que "combatir contra el mundo", no se durmió sobre sus laureles.
Parecía que se había despojado de cuarenta años,
y
se hallaba más vigoroso que nunca, lleno de entusiasmo y repleto de nuevas
ideas. Estaba profundamente agradecido por la oportunidad que le había dado la
Johns Hopkins University
para iniciar su segunda carrera matemática cuando tenía 63 años, y no
fue remiso para expresar su gratitud públicamente en el discurso pronunciado en
la fiesta del Día de la Conmemoración del año 1877.
En este discurso bosqueja lo que pensaba hacer (y lo hizo) en sus lecciones e
investigaciones.
"Existen las llamadas formas algebraicas. El profesor Cayley las llama
cuánticas [ejemplos: ax
2
+ 2bxy
+ Cy
2
, ax
3
+ 3bx2y + 3cxy
+ dy
3
; los coeficientes numéricos
1, 2, 1 en la primera, 1, 3, 3, 1 en la segunda, son coeficientes binómicos,
como en la tercera y cuartas líneas del triángulo de Pascal (capítulo 5). La
siguiente en orden será
x
4
+
4
x
3
y + 6x
2
y
2
+ 4xy
3
+ y
4
]. No son propiamente hablando formas geométricas, aunque se pueda, en cierto
grado, incluirlas en ellas. Son más bien bosquejos de procesos o de operaciones
para formar, para traer a la existencia, podríamos decir, cantidades
algebraicas.
"A toda cuántica se asocia una infinita variedad de otras formas que
pueden considerarse como engendradas por ella, y flotando como una atmósfera
alrededor de ella; pero por infinitas que sean esas existencias derivadas, esas
emanaciones de la forma progenitora, se observa que pueden ser obtenidas por
composición, por mezcla, de cierto número limitado de formas fundamentales,
rayos
standard
como podrían ser denominados en el espectro algebraico de la cuántica a la que
pertenecen. Y de igual modo que es labor de los físicos actuales [1877 e
inclusive hoy] determinar las líneas fijas en el espectro de cualquier
sustancia química, así también la meta y objetivo de una gran escuela de
matemáticos es establecer las formas derivadas fundamentales, los
covariantes
[ese tipo de expresión "invariante" ya descrita que abarca tanto las variables
como los coeficientes de la forma o cuántica], y los invariantes, como se
denominan, de esas cuánticas".
Los lectores matemáticos comprenderán fácilmente que Sylvester hace aquí una
analogía muy bella para el sistema fundamental y las sicigias para una forma
dada; el lector no matemático debe volver a leer el párrafo para captar el
espíritu del álgebra de que habla Sylvester, pues la analogía es realmente
obscura.
En un pie de página Sylvester hace notar: "Tengo al presente una clase de ocho
a diez estudiantes que escuchan mis conferencias sobre el álgebra superior
moderna. Uno de ellos, un joven ingeniero entregado a los deberes de su cargo
desde las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde con un intervalo
de una hora y media para comer o hacer visitas, me ha proporcionado la mejor
prueba, y la mejor expresada que yo he visto hasta ahora, de lo que llamo [un
cierto teorema]...... El entusiasmo de Sylvester, había ya cumplido los sesenta
años, era el de un profeta que inspira a los demás a ver la tierra
prometida que ha descubierto o que está por descubrir. Enseñaba allí lo
mejor que podía, y en la única forma en que puede cumplirse la enseñanza
superior.
Tenía siempre algo amable que decir (en los pies de página) acerca del país de
adopción: "...Creo que no hay nación en el mundo donde la capacidad cuente
tanto, y la simple posesión de la riqueza (a pesar de todo lo que se dice del
dólar todopoderoso) cuente tan poco como en América..."
También hace referencia a cómo sus dormidos instintos matemáticos recuperaron
la completa capacidad creadora. "Sin la insistencia de un estudiante de esta
Universidad [Johns Hopkins] expresándome su deseo de estudiar conmigo el
álgebra moderna, jamás se hubiera llevado a cabo esta investigación... Con
absoluto respeto, pero con una invencible tenacidad insistía sobre este punto.
Quería conocer la nueva álgebra (los cielos sabrán dónde oyó hablar de ella,
pues era casi desconocida en este continente). Me vi obligado a actuar ¿y cuál
fue la consecuencia? Intentando aclarar una explicación oscura de nuestros
libros, mi cerebro se iluminó; me entregué con renovado celo a un tema que
había abandonado durante años y encontré ocasión para que surgieran
pensamientos que habían atraído mi atención durante épocas pasadas y que
probablemente ocuparán durante varios meses futuros mi capacidad de
observación".
Todos los discursos o trabajos de Sylvester contienen muchas cosas que merecen
mención en la Matemática, aparte de los tecnicismos. Podría reunirse, hojeando
las páginas de sus obras completas, una excelente antología para principiantes,
y quizá también para matemáticos maduros. Probablemente ningún otro matemático
ha revelado de un modo tan transparente su personalidad a través de sus
escritos como lo hizo Sylvester. Le gustaba reunir muchas personas para
transmitirles su entusiasmo contagioso por la Matemática. Decía con razón que
"en tanto que el hombre continúa siendo un ser gregario y sociable no
puede abstenerse de satisfacer el instinto de compartir lo que ha aprendido, de
comunicar a los demás las ideas e impresiones que bullen en su cerebro, y si no
lo hace, su naturaleza moral se embotará y se atrofiará, y se secarán las
fuentes más seguras de su futura provisión intelectual".
Al lado de la descripción de Cayley acerca de la extensión de la moderna
Matemática podemos colocar la de Sylvester. "Me apesadumbra pensar que he
estado alejado largo tiempo de un campo tan vasto como el ocupado por la
matemática moderna. La Matemática no es un libro limitado por unas tapas entre
broches de bronce, cuyo contenido sólo exige paciencia para ser descubierto, no
es una mina cuyos tesoros pueden exigir largo tiempo para lograrlos, pero que
tan sólo constituyen un número limitado de venas y filones; no es un terreno
cuya fecundidad pueda agotarse por la obtención de sucesivas cosechas; no es un
continente o un océano del que se puedan trazar mapas y limitar sus contornos;
es ilimitada, y todo espacio es demasiado estrecho para sus aspiraciones; sus
posibilidades son tan infinitas como los mundos que se multiplican cada vez más
ante la mirada del astrónomo; es algo incapaz de ser encerrado dentro de
determinados límites o reducido a definiciones de validez permanente, como la
conciencia, la vida, que parece dormitar en cada mónada, en cada átomo de
materia, en cada hoja, en cada célula, siempre dispuesta a engendrar nuevas
formas de existencia vegetal y animal".
En 1878 fue fundado por Sylvester el
American Journal of Mathematics
, publicado bajo su dirección por la
Johns Hopkins University.
El
Journal
dio a la Matemática de los Estados Unidos un tremendo impulso en la dirección
adecuada, la investigación. En la actualidad aun da sus frutos matemáticos,
pero con dificultades económicas.
Dos años más tarde tuvo lugar uno de los clásicos incidentes en la
carrera de Sylvester. Lo narraremos con las palabras del Dr. Fabián Franklin,
sucesor de Sylvester en la cátedra de Matemática en la
Johns
Hopkins University
algunos años después, y más tarde editor de la American de Baltimore,
quien fue testigo ocular (y auditivo).
"Sylvester hizo algunas excelentes traducciones de Horacio y de los poetas
alemanes, aparte de escribir cierto número de poesías originales. Los
tours de force
de la rima que realizó estando en Baltimore le sirvieron para ilustrar las
teorías sobre la versificación, de las que proporciona ejemplos en su
pequeño libro titulado
"Las leyes del verso".
La lectura del poema Rosalinda en el
Peabody Institute
dio lugar a una muestra muy cómica de su capacidad para abstraerse. El poema
consistía en no menos de cuatrocientos versos que rimaban todos con el nombre
Rosalinda. El público llenaba la sala esperando divertirse siendo testigo de
este experimento poético único en su clase. Pero el profesor Sylvester había
creído necesario escribir gran número de notas explicativas, y anunció, que,
para no interrumpir el poema, leería todas las notas al principio. Su lectura
le sugirió algunas nuevas observaciones improvisadas, y Sylvester estaba tan
interesado en su discurso que no se dio cuenta de que el tiempo pasaba y que el
público se fatigaba, Cuando terminó la última de las notas miró el reloj y
quedó horrorizado al observar que habla empleado hora y media, y aun no había
comenzado a leer el poema que el auditorio deseaba escuchar. El asombro que se
pintó en su rostro encontró eco en la explosión de una carcajada por parte del
público, y entonces, después de comunicar a sus oyentes que se hallaban en
perfecta libertad de salir de la sala si tenían otras ocupaciones, leyó el
poema Rosalinda".
Las palabras del Doctor Franklin acerca de su maestro lo retratan
admirablemente. "Sylvester era un hombre violento e impaciente, pero generoso,
caritativo y de corazón tierno. Apreciaba siempre en grado extraordinario la
obra de los demás, y tenía la acogida más cálida para todas las muestras de
capacidad o de talento de sus discípulos. Era capaz de responder con violencia
a la más leve provocación, pero no albergaba resentimiento alguno y estaba
siempre dispuesto a olvidar la causa de la querella a la primera oportunidad".
Antes de seguir el hilo de la vida de Cayley donde se cruza nuevamente con la
de Sylvester, dejaremos al autor de
Rosalinda
describir como hizo uno de sus más bellos descubrimientos, lo que ahora se
llama "formas canónicas", esto significa simplemente la reducción de un
"cuántico determinado" a una forma "standard". Por ejemplo
ax
2
+ 2bxy
+
cy
2
puede ser expresado como la suma de dos cuadrados, o sea
X
2
+
Y
2
; ax
5
+
5bx
4
y
+
10cx
3
y
2
+
10dx
2
y
3
+
5
exy
4
+
fy
5
puede ser expresada como una suma de tres quintas potencias,
X
5
+ Y
5
+
Z
5
.)
"He descubierto y desarrollado toda la teoría de las formas binarias canónicas
para grados impares, y, por lo que parece, para los grados pares, en una
sesión, bebiendo vino de Oporto para sostener las energías debilitadas, llevada
a cabo a costa de torturar el pensamiento, de congestionar el cerebro y de
tener la sensación de haber introducido los pies en un cubo de hielo.
Esa noche no
dormimos más". Los especialistas aceptan que los síntomas son inconfundibles.
Pero debe haber sido un excelente oporto, a juzgar por lo que Sylvester obtuvo
de su trasiego.
Cayley y Sylvester volvieron a encontrarse cuando aquél aceptó una invitación
para dar conferencias en la
Johns Hopkins University,
durante un curso de seis meses en 1881 -1882. Eligió como tema las funciones
abelianas, en las que estaba trabajando a la sazón, y Sylvester, que tenía 67
años, asistió fielmente a todas las lecciones de su famoso amigo.
Sylvester realizó aún una fecunda labor durante varios años, y Cayley
durante un plazo menor.
Describiremos ahora brevemente tres de las más notables contribuciones de
Cayley a la Matemática, aparte de su labor sobre la teoría de invariantes
algebraicos. Ya hemos dicho que inventó la teoría de matrices, la Geometría del
espacio de
n
dimensiones, y que una de sus ideas geométricas arrojó nueva luz (en manos de
Klein) sobre la Geometría no euclidiana. Comenzaremos con lo último por ser lo
más difícil de comprender.
Desargues, Pascal, Poncelet y otros autores han creado la Geometría
proyectiva
(véase capítulos 5, 13) cuyo objeto es descubrir las propiedades de las figuras
que son invariantes en proyección. Mediciones, tamaños de ángulos,
longitudes de líneas y los teoremas que dependen de las mediciones, por ejemplo
la proposición pitagórica de que el cuadrado de la hipotenusa de un triángulo
rectángulo es igual a la suma de los cuadrados de los catetos, no son
proyectivas sino métricas, y no deben ser tratadas por la Geometría proyectiva
ordinaria. Uno de los grandes descubrimientos de Cayley en Geometría fue pasar
la barrera que se alzaba ante él, y que separaba las propiedades proyectivas de
las propiedades métricas de las figuras. Desde su punto de vista, la Geometría
métrica también resalta proyectiva, y el gran poder y flexibilidad de los
métodos proyectivos fueron aplicables por la introducción de elementos
imaginarios (por ejemplo, puntos cuyas coordenadas implican
) a las propiedades métricas. Quien haya estudiado Geometría analítica
recordará que dos círculos se cortan en cuatro puntos, dos de los cuales son
siempre imaginarios (existen casos de aparente excepción, por ejemplo los
círculos concéntricos, pero esto poco importa para nuestro propósito). Los
conceptos fundamentales en Geometría métrica son la distancia entre dos puntos
y el ángulo de dos líneas. Reemplazando el concepto de distancia por otro, que
también implica elementos "imaginarios", Cayley proporcionó los medios para
unificar la Geometría euclidiana y las Geometrías no euclidianas comunes en una
teoría comprensiva. Sin el uso de algún tipo de álgebra no es posible hacer una
exposición inteligible de cómo puede lograrse esto. Para nuestro propósito es
suficiente recordar el principal descubrimiento de Cayley de unir la Geometría
proyectiva y métrica, y conseguir la unificación de las otras Geometrías
mencionadas.
La cuestión de la Geometría de
n
dimensiones cuando Cayley la planteó era mucho más misteriosa de lo que nos
parece actualmente, habituados como estamos al caso especial de cuatro
dimensiones (espacio-tiempo) en la relatividad. Aun suele decirse que una
Geometría de cuatro dimensiones es inconcebible para los seres humanos. Esto es
una superstición explotada hace largo tiempo por Plücker; es fácil trazar
figuras de cuatro dimensiones sobre una hoja de papel, y por lo que se refiere
a la Geometría, el conjunto de un "espacio" de cuatro dimensiones puede ser
fácilmente imaginado. Consideremos, en primer término, en un espacio
tridimensional que no esté sujeto a reglas,
todos los círculos
que pueden ser trazados en un plano. Este
"todo"
es un "espacio" de tres dimensiones, por la simple razón de que emplea
precisamente
tres
núme
ros o tres coordenadas
para individualizar uno cualquiera del enjambre de círculos, o sea dos para
fijar la posición del centro con referencia a cualquier par de ejes
arbitrariamente dados y uno para dar la longitud del radio.
Si ahora el lector desea visualizar un espacio de cuatro dimensiones puede
pensar que son líneas
rectas,
en lugar de puntos, los elementos de que está construido nuestro común espacio
"sólido". En lugar de nuestro conocido espacio sólido constituido por una
aglomeración de puntos infinitamente diminutos, ahora semeja un almiar cósmico
de pajas infinitamente delgadas e infinitamente largas y rectas. Pueden
apreciarse en efecto, las cuatro dimensiones en las líneas rectas, si nos
convencemos (como podemos hacerlo) de que precisamente son necesarios y
suficientes cuatro números para individualizar una determinada paja en nuestro
almiar. La "dimensionalidad" de un "espacio" puede ser cualquiera que elijamos,
siempre que seleccionemos adecuadamente los elementos (puntos, líneas,
círculos, etc.) con los cuales lo construimos. Como es natural, si para
construir nuestro espacio nos valemos de puntos, nadie que no sea un loco puede
conseguir visualizar un espacio de más de tres dimensiones.
La física moderna está enseñando a rechazar la creencia en un misterioso
"espacio absoluto" sobre y por encima de los "espacios matemáticos", por
ejemplo el de Euclides, que han sido construidos por los geómetras para
relacionar sus experiencias físicas. La Geometría actual es en gran parte una
cuestión de Análisis, pero la antigua terminología de "puntos", "líneas",
"distancias", etc., es útil para sugerirnos algunas cosas interesantes que
pueden hacerse con nuestros conjuntos de coordenadas. Pero no hay que deducir
que estas cosas son las más útiles que pueden hacerse en Análisis; llegará
algún día en que todas ellas resulten relativamente sin importancia frente a
cosas más significativas, y si nosotros, fanáticos por nuestras tradiciones
anticuadas, las continuamos haciendo, es porque carecemos de imaginación.
Aun queda por descubrir si existe alguna misteriosa virtud en hablar de las
situaciones que surgen en el Análisis como si nos remontáramos a las figuras
trazadas por Arquímedes en el polvo. Las figuras al fin y al cabo únicamente
son adecuadas para los niños pequeños, y Lagrange se abstuvo
completamente de esos auxilios infantiles cuando compuso su Mecánica Analítica.
Nuestra tendencia a "geometrizar" el Análisis puede ser una prueba de que
todavía no hemos crecido suficientemente. Newton mismo, como es sabido, llegó
primeramente a sus maravillosos resultados por la vía analítica, y luego los
revistió con las demostraciones de Apolonio, en parte debido a que sabía que la
multitud, los matemáticos de menos talento que él, sólo creían que un teorema
era cierto al verlo acompañado de una excelente figura y una perfecta
demostración euclidiana, en parte debido a que él mismo aun daba la preferencia
a la oscuridad precartesiana de la Geometría.
La última de las grandes invenciones de Cayley que hemos elegido para hacer
mención de ella es la de las matrices y su álgebra en sus más amplias líneas.
El tema se originó en una memoria escrita el año 1858 y se desarrolló
partiendo de las simples observaciones sobre la forma en que se combinan las
transformaciones (lineales) de la teoría de invariantes algebraicos.
Remontándonos a lo que hemos dicho acerca de los discriminantes y su
invariabilidad, señalemos la transformación (la flecha (
®
)debe leerse aquí "es reemplazado por")
Atendiendo únicamente a los coeficientes en las tres transformaciones los
dispondremos en cuadros, así
y vemos que el resultado de realizar las dos primeras transformaciones
sucesivamente podrían haber sido escritas por la siguiente regla de
"multiplicación"
donde las filas de los cuadros de la derecha se obtienen de un modo fácil
aplicando las filas del primer cuadro de la izquierda a las columnas del
segundo. Tales disposiciones (de cualquier número de filas y columnas) se
denominan matrices. Su álgebra se deduce de algunos sencillos postulados, de
los cuales tan sólo necesitamos citar el siguiente. Las matrices
Un rasgo distintivo de estas reglas es que la multiplicación no es conmutativa,
salvo para tipos
especiales
de matrices. Por ejemplo, por la regla tendremos
Todos estos detalles, particularmente el último, han sido mencionados para
ilustrar un fenómeno que se repite frecuentemente en la historia de la
Matemática: las herramientas matemáticas necesarias para las aplicaciones
científicas muchas veces han sido inventadas algunas décadas antes de que se
haya imaginado la ciencia para la cual la Matemática constituye la clave. La
extraña regla de "multiplicación" de matrices, mediante la cual tenemos
diferentes resultados según el orden en que practiquemos la multiplicación (a
diferencia del álgebra común, donde
x
´
y
es siempre igual a
y
´
x
), parecía que no podría tener ningún uso científico o práctico. Sin embargo,
sesenta y siete años después de que Cayley la inventara, Heisenberg, en
1925, reconoció que el álgebra de matrices era justamente la herramienta que
necesitaba para sus trabajos revolucionarios en la mecánica cuántica.
Cayley continuó su actividad creadora hasta la misma semana de su muerte, que
tuvo lugar el 26 de enero de 1895, después de una larga y dolorosa enfermedad,
tolerada con resignación e inflexible valor. Recordaremos las últimas frases de
la biografía de Forsyth. "Fué más que un matemático. Siguiendo un único
objetivo, que Wordsworth podría haber elegido para su "Guerrero Feliz",
perseveró hasta última hora en el noble ideal de su vida. Su vida tuvo una
influencia significativa sobre quienes le conocieron [Forsyth era discípulo de
Cayley y fue su sucesor en Cambridge]; ellos admiraron su carácter tanto como
respetaron su genio, y se dieron cuenta de que con su muerte el mundo había
perdido un gran hombre".
Gran parte de la obra de Cayley ha pasado a la Matemática ordinaria, y es
probable que muchas de las investigaciones expuestas en sus
Collected Mathematical Papers
(trece grandes volúmenes en cuarto de cerca de 600 páginas cada uno,
comprendiendo 966 trabajos), sugerirán labores provechosas a los matemáticos de
las generaciones futuras. En la actualidad, la moda se ha alejado de los campos
que mayor interés despertaron a Cayley, y lo mismo puede decirse de Sylvester,
pero la Matemática tiene la costumbre de volver a sus antiguos problemas para
reunirlos en una síntesis de mayor alcance.
En 1883 Henry John Stephen Smith, el brillante especialista irlandés en la
teoría de números y profesor saviliano de Geometría en la Universidad de
Oxford, murió en lo mejor de su labor científica, a los 57 años de edad.
Oxford invitó al anciano Sylvester, que entonces tenía 70 años, para
ocupar la cátedra vacante. Sylvester aceptó la proposición con gran dolor de
sus innumerables amigos de América. Pero sentía la nostalgia de su tierra
nativa, aunque no le había tratado con demasiada generosidad. Es posible que
también le produjera cierta satisfacción darse cuenta de que "la piedra que los
constructores habían rechazado iba a ser la piedra fundamental".
El anciano llegó a Oxford para ocupar su cargo con una nueva teoría matemática
("Reciprocantes", invariantes diferenciales) que comunicar a sus discípulos
mejor preparados. Cualquier elogio o justo reconocimiento incitaba siempre a
Sylvester a superarse. Aunque en la investigación citada se le había adelantado
el matemático francés Georges Halphen, estampó en ella su peculiar genio,
dándole vida con su imborrable individualidad.
La conferencia inaugural, pronunciada el 12 de diciembre de 1885, en Oxford,
cuando Sylvester tenía 71 años, reveló el fuego y entusiasmo de sus
primeros años, y quizá más, pues ahora se sentía seguro y no ignoraba
que al fin había sido reconocido por aquel mundo al cual había combatido. Dos
de sus párrafos proporcionarán cierta idea del estilo de la conferencia.
"La teoría que voy a exponer, o cuyo nacimiento voy a anunciar, se halla con
respecto a ésta ["la gran teoría de los invariantes"] en una relación que no es
la de una hermana menor, sino la de un hermano, el cual, basado sobre el
principio de que lo masculino es más digno que lo femenino, o, en todo caso, de
acuerdo con las disposiciones de la ley sálica, tiene derecho de precedencia
sobre su hermana mayor, y ejercerá el mando supremo sobre sus reinos unidos".
Comentando la inexplicable ausencia de un término en cierta expresión
algebraica, se entrega a la lírica.
"En el caso que tenemos ante nosotros, esta inesperada ausencia de un miembro
de la familia, cuya presencia podía esperarse produce una impresión tal sobre
mi mente que llega a actuar sobre mis emociones, Es como una especie de Pléyade
perdida en una constelación algebraica, y, finalmente, meditando sobre el tema,
mis sentimientos encuentran o buscan alivio en una efusión poética,
un jeu de sottise,
que, no sin temor de parecer extravagante, me aventuro a escribir. Al menos
servirá como un interludio y proporcionará cierto alivio al esfuerzo de vuestra
atención antes de que prosiga haciendo mis observaciones finales sobre la
teoría general.
Después de haber recobrado nuevas fuerzas y bañado las puntas de los
dedos en la primavera pieriana, volveremos por breves momentos al banquete de
la razón, y haremos algunas reflexiones generales que surgen naturalmente del
tema de mi discurso".
Las ideas de Sylvester respecto al parentesco de la Matemática con las bellas
artes encuentra su expresión en sus escritos. Así, en un trabajo sobre las
reglas de Newton para el descubrimiento de las raíces imaginarias de las
ecuaciones algebraicas, se pregunta en un pie de página: "¿No puede definirse
la música como la Matemática de los sentidos, y la Matemática como la música de
la razón? El músico siente la Matemática, el matemático piensa la música, la
música es el sueño, la Matemática la vida laboriosa, cada una de ellas
recibirá el apoyo de la otra cuando la inteligencia humana, elevada a su tipo
perfecto, brille llena de gloria en algún futuro Mozart-Diriclilet, o
Beethoven-Gauss, ¡una unión ya claramente anunciada en el genio y en los
trabajos de Helmholtz!".
Sylvester amó la vida aun cuando se viera forzado a luchar contra ella. Se
jactaba de que los grandes matemáticos, salvo aquellos casos en que se trató de
muertes accidentales o evitables, han vivido largo tiempo, conservando una
mente vigorosa hasta el día de su muerte. En su discurso a la
British Association,
en 1869, decía, en apoyo de su tesis, al enumerar algunos de los grandes
matemáticos del pasado y recordar la época de su muerte, que " ... no hay
ningún estudio en el mundo que dé lugar a una acción más armónica de todas las
facultades de la mente que la Matemática... o, como ésta, parezca elevarlas por
sucesivos pasos hasta estados cada vez más altos de existencia intelectual
consciente... El matemático vive mucho y vive joven; las alas del alma no se
abaten precozmente ni se ocluyen sus poros con las partículas levantadas en los
caminos polvorientos de la vida vulgar".
Sylvester era un ejemplo vivo de su propia filosofía, pero al fin tuvo que
inclinarse ante los años. En 1893, teniendo 79 años, su vista
comenzó a declinar y se sintió cada vez más triste y desalentado al no poder
pronunciar sus lecciones con su antiguo entusiasmo. El año siguiente
pidió ser relevado de sus más honrosos deberes de la cátedra, y se retiró a
vivir solo en Londres o en Tunbridge Wells. Hacía tiempo que sus hermanos y
hermanas habían muerto, y también había sobrevivido a sus más queridos amigos.
Su mente se conservaba aún vigorosa, aunque él mismo sentía que la agudeza de
su capacidad inventiva se había embotado para siempre. Más tarde, en 1896,
cuando tenía 82 años, sintió renovado entusiasmo por una cuestión que
siempre le había fascinado, y volvió a trabajar sobre la teoría de las
particiones compuestas y la conjetura de Goldbach de que todo número par es la
suma de dos primos.
Su trabajo no se prolongó mucho tiempo. Mientras estaba dedicado a sus estudios
matemáticos en su alojamiento de Londres, siendo los primeros días de marzo de
1897, sufrió un ataque de parálisis que le privó del habla. Murió el 15 de
marzo de 1897, a la edad de 83 años. Su vida puede resumirse con sus
propias palabras: "Amo realmente mis estudios".