Capítulo Decimoseptimo
GENIO Y POBREZA
ABEL
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He terminado un monumento más duradero que el bronce, y más
altivo que las pirámides erigidas por los reyes, que no corroerá
la lluvia, ni será destruido por los vientos ingobernados del norte, ni
por la infinita sucesión de los años en el correr del tiempo. No
moriré completamente; una gran parte de mi escapará a la Muerte y
creceré aun lozano entre las alabanzas de la posteridad.
Horacio (Odas 3, XXX).
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Un astrólogo del año 1801 podría haber leído en las
estrellas que una nueva galaxia de genios matemáticos se estaba formando
para inaugurar el siglo más importante de la historia de la
Matemática. En toda esa galaxia de talentos no habría una
estrella más brillante que Niels Henrik Abel, el hombre de quien Hermite
dijo: "Ha legado a los matemáticos algo que les mantendrá activos
durante 500 años".
El padre de Abel era pastor de la pequeña aldea de Findó, en la
diócesis de Kristiansand, Noruega, donde su segundo hijo, Niels Henrik,
nació el 5 de agosto de 1802. En la familia paterna varios antepasados
se habían distinguido en las actividades eclesiásticas, y todos,
incluyendo el padre de Abel, eran hombres cultos. Anne Marie Simonsen, la madre
de Abel, se distinguió principalmente por su gran 'hermosura, el amor a
los placeres y por su carácter caprichoso, una combinación muy
notable para ser la compañera de un pastor. Abel heredó de ella
su hermosa presencia y el deseo muy humano de gozar de algo que no fueran los
duros trabajos cotidianos, deseo que rara vez pudo satisfacer.
El pastor fue bendecido con siete hijos en una época en que Noruega
estaba extraordinariamente empobrecida, como consecuencia de las guerras con
Inglaterra y Suecia. De todos modos la familia era muy feliz. A pesar de la
pobreza, que no siempre les permitía llenar el estómago, se
mantenían alegres. Existe un cuadro notable de Abel, siendo ya genio
matemático, sentado ante el fuego; el resto de la familia habla y
ríe en la habitación, mientras él sigue con un ojo su
Matemática, y con el otro a sus hermanos y hermanas. El ruido
jamás le distrajo y podía intervenir en la charla mientras
escribía.
Como algunos otros de los matemáticos de primera fila, Abel
mostró pronto su talento. Un maestro brutal dio lugar involuntariamente
a que se abriera el camino para Abel. La educación en las primeras
décadas del siglo XIX, era viril, al menos en Noruega. Los castigos
corporales, como el método más sencillo de endurecer el
carácter de los discípulos y satisfacer las inclinaciones
sadistas de los pedagogos, eran generosamente administrados por cualquier
travesura. Abel no aprendió en su propia piel, como se dice que Newton
aprendió después de los golpes aplicados por un compañero,
sino por el sacrificio de otro estudiante, que fue castigado tan brutalmente
que murió. Esto era ya demasiado, hasta para los mismos directores de la
enseñanza, y el maestro fue relevado de su cargo. Un matemático
competente, aunque en modo alguno brillante, llenó la vacante producida.
Se trataba de Bernt Michael Holmboë (1795-1850), quien más tarde
(1839) publicó la primera edición de las obras completas de Abel.
Abel tenía a la sazón 15 años. Hasta entonces no
había mostrado ningún talento particular para nada, salvo el
hecho de que tolerara sus disgustos con cierto sentido humorístico. Bajo
la cariñosa y clara enseñanza de Holmboë, Abel
repentinamente descubrió lo que era. Teniendo 16 años
comenzó a leer y a digerir perfectamente las grandes obras de sus
predecesores, incluyendo algunas de Newton, Euler y Lagrange. La lectura de
estos grandes matemáticos no sólo constituía su
ocupación fundamental, sino su mayor deleite. Preguntado algunos
años más tarde acerca de cómo pudo colocarse tan
rápidamente en primera fila, replicó: "Estudiando a los maestros,
no a sus discípulos", una prescripción que algunos autores de
libros debían mencionar en sus prefacios como un antídoto de la
venenosa mediocridad de su pedagogía mal inspirada.
Holmboë y Abel pronto fueron íntimos amigos. Aunque el maestro no
era un matemático creador, conocía y apreciaba las obras maestras
de la Matemática, y gracias a sus sugestiones Abel pronto dominó
las obras más difíciles de los clásicos, incluyendo las
Disquisitiones Arithmeticae
de Gauss.
En la actualidad es un lugar común decir que muchas de las cosas que los
antiguos maestros creyeron haber demostrado no fueron realmente probadas. Esto
es cierto particularmente en lo que se refiere a algunos de los trabajos de
Euler sobre las series infinitas y a algunos de los de Lagrange, sobre el
Análisis. La mente aguda de Abel fue una de las primeras en descubrir
las lagunas del razonamiento de sus predecesores, y resolvió dedicar
buena parte de su vida a calafatear grietas haciendo riguroso el razonamiento.
Uno de sus trabajos en esta dirección es la primera demostración
del teorema general del binomio. Aunque ya habían ,;ido tratados por
Newton y Euler algunos casos especiales, no es fácil dar una
sólida demostración del caso general, de modo que quizá no
sea asombroso encontrar supuestas pruebas en algunos manuales, como si Abel no
hubiera existido. Dicha
demostración,
sin embargo, fue sólo un detalle en el programa más vasto de Abel
de aclarar la teoría y aplicación de las series infinitas.
El padre de Abel murió en 1820, a la temprana edad de 48 años.
Abel tenía entonces 18. El cuidado de su madre y de los seis hermanos
cayó sobre sus hombros. Confiando en sí mismo, Abel aceptó
tranquilo esta responsabilidad. Abel era un alma genial y optimista. Con
estricta justicia preveía que llegaría a ser un matemático
respetado y que gozaría de ciertas comodidades en una cátedra
universitaria. Entonces podría atender a su familia con holgura.
Mientras tanto tuvo discípulos privados, y trabajó en lo que
pudo. De pasada haremos notar que Abel era un maestro excepcional.
Podría haber ganado lo suficiente para sus modestas necesidades, en
cualquier cosa y en cualquier momento, pero teniendo a siete personas a su
cargo pocas probabilidades tenía de triunfar. Jamás se
lamentó de su suerte, se entregó afanosamente a la
enseñanza particular, pero dedicó a las investigaciones
matemáticas todos los momentos disponibles.
Convencido de que tenía en sus manos a uno de los más grandes
matemáticos de todos los tiempos, Holmboë hizo cuanto pudo para
lograr un subsidio para el joven, y contribuyó tan generosamente como le
fue posible con su peculio particular, no muy abundante. Pero el país
era pobre hasta el punto de pasar hambre, y casi nada podía hacerse. En
aquellos años de privación y de incesante trabajo, Abel se
inmortalizó, pero sembró las semillas de la enfermedad que
habría de matarle antes de que realizara la mitad de su obra.
La primera aspiración ambiciosa de Abel fue estudiar la ecuación
general de quinto grado ("quíntica"). Todos sus grandes predecesores en
álgebra habían agotado sus esfuerzos para obtener una
solución sin conseguirlo. Podremos imaginar fácilmente la
alegría de Abel cuando creyó erróneamente que había
triunfado. A través de Holmboë la supuesta solución fue
enviada al más docto matemático danés de la época,
quien por fortuna para Abel pidió algunos detalles sin comprometer una
opinión acerca de la exactitud de la solución. Mientras tanto
Abel había encontrado la falla en su razonamiento. La supuesta
solución no era de modo alguno la solución. Este fracaso produjo
en él una saludable conmoción, poniéndole en el camino
exacto al hacerle dudar de si siempre era posible una solución
algebraica.
Demostró la imposibilidad
. Por entonces tenía 19 años.
Como esta cuestión de la "quíntica" general desempeña en
álgebra un papel análogo al del experimento crucial para decidir
el destino de toda una teoría científica, merece un momento de
atención. Citaremos ahora algunas de las cosas que el mismo Abel dice.
La naturaleza del problema se explica fácilmente. En los primeros cursos
de Álgebra aprendemos a resolver las ecuaciones generales de primero
y
segundo grado con una incógnita
x
, o sea
y algo más tarde las de
tercero y
cuarto grado o sea
esto es, establecemos fórmulas finitas (cerradas) para cada una de estas
ecuaciones generales de los primeros cuatros grados, expresando la
incógnita x en función de los coeficientes dados
a, b, c, d, e.
La solución de una de esas cuatro ecuaciones que se pueden obtener por
medio de
un número finito de sumas, multiplicaciones, sustracciones, divisiones y
extracción de raíces,
de los coeficientes dados, se llama algebraica. La importante
calificación en esta definición de una solución
algebraica
es "finita"; no hay dificultad para encontrar soluciones de cualquier
ecuación algebraica que no contenga extracción de raíces,
aunque implique una infinidad de las otras operaciones racionales.
Después de este triunfo con las ecuaciones algebraicas de los cuatro
primeros grados, los algebristas lucharon durante casi tres siglos para obtener
solución algebraica de la ecuación general de quinto grado.
Fracasaron: entonces intervino Abel.
Vamos a reproducir los siguientes párrafos en parte porque muestran su
gran inventiva en el pensamiento matemático y en parte por su
interés intrínseco. Corresponden a la memoria de Abel
Sobre la resolución algebraica de ecuaciones.
«Uno de los problemas más interesantes del Álgebra es el de la
solución algebraica de las ecuaciones, y observamos que casi todos los
matemáticos distinguidos se han ocupado de este tema. Llegamos sin
dificultad a la expresión de las raíces de las ecuaciones de los
cuatro primeros grados en función de sus coeficientes. Fue descubierto
un método uniforme para resolver estas ecuaciones, y se creyó
sería aplicable a las ecuaciones de cualquier grado, pero, a pesar de
todos los esfuerzos de Lagrange y de otros distinguidos matemáticos, el
fin propuesto no fue alcanzado. Esto llevó a la creencia de que la
solución de las ecuaciones generales era algebraicamente imposible; pero
esta creencia no podía ser comprobada, dado que el método seguido
sólo llevaba a conclusiones decisivas en los casos en que las ecuaciones
eran solubles. En efecto, los matemáticos se proponían resolver
ecuaciones sin saber si era posible. Así se podía llegar a una
solución, pero si por desgracia la solución era imposible,
podríamos buscarla durante una eternidad sin encontrarla. Para llegar
infaliblemente a una conclusión debemos por tanto seguir otro camino.
Podemos dar al problema tal forma que siempre sea posible resolverlo, cosa que
podemos hacer con cualquier problema. En lugar de preguntarnos sí existe
o no una solución de relación que no nos es conocida, debemos
preguntarnos si tal relación es en efecto posible... Cuando se plantea
un problema de esta forma ,el enunciado contiene el germen de la
solución e indica el camino que debe seguirse, y yo creo que
habrá pocos ejemplos donde seamos incapaces de llegar a proposiciones de
más o menos importancia, hasta cuando la complicación de los
cálculos impide una respuesta completa al problema".
Abel sigue diciendo que debe seguirse el método científico, per
ha sido poco usado debido a la extraordinaria complicación de los
cálculos algebraicos que supone. "Pero, añade Abel, en muchos
ejemplos esta complicación es sólo aparente y se desvanece en
cuanto se ,aborda", y Abel añade: "He tratado de esta forma diversas
ramas del Análisis, y aunque muchas veces me he encontrado ante
problemas más allá de mi capacidad, he llegado de todos modos a
gran número de resultados generales que aclaran la naturaleza de esas
cantidades cuya dilucidación es el objeto de las Matemáticas. En
otra ocasión mencionaré los resultados a que he llegado en esas
investigaciones y el procedimiento que me ha conducido a ellos. En la presente
memoria trataré el problema de la solución algebraica de las
ecuaciones en toda su generalidad."
Luego presenta dos problemas generales relacionados entre sí que se
propone discutir:
-
Encontrar todas las ecuaciones de cualquier grado que sean resolubles
algebraicamente.
-
Determinar si una ecuación es o no resoluble algebraicamente.
En el fondo, dice Abel, estos dos problemas son uno mismo, y aunque no pretende
una completa solución,
indica
métodos seguros
(des moyens sûrs)
para tratarlos de un modo completo.
La capacidad inventiva de Abel se aplicó a problemas más vastos
antes de que tuviera tiempo de volver sobre éste, y su solución
completa, el enunciado explícito de las condiciones necesarias y
suficientes para que una ecuación algebraica se pueda resolver
algebraicamente, es reservada a Galois. Cuando esta memoria de Abel fue
publicada en 1818, Galois tenía 16 años y había iniciado
su carrera de descubrimientos fundamentales. Galois conoció y
admiró más tarde la obra de Abel, pero es probable que Abel
jamás llegase a oír el nombre de Galois aunque cuando Abel
visitó París, él y su brillante sucesor tan sólo
estaban separados escasos kilómetros.
Aunque la labor de Abel en álgebra marca una época, pasa a un
segundo plano por su creación de una nueva rama del Análisis.
Esta obra es, como dijo Legendre, el "monumento que resistirá al
tiempo". Si la historia de su vida nada añade al esplendor de sus
hazañas, al menos nos muestra lo que el mundo perdió cuando Abel
murió. Es un relato algo desalentador. Sólo su jovialidad perenne
y su valor indomable en la lucha contra la pobreza, así como la falta de
aliento por parte de los príncipes de las Matemáticas de su
época amenizan la historia. Abel, sin embargo, encontró un
generoso amigo, además de Holmboë.
En junio de 1822, cuando Abel tenía 19 años, completó sus
estudios en la Universidad de Cristianía. Holmboë hizo todo lo
posible por aliviar la pobreza del joven, convenciendo a sus colegas que
debían contribuir para hacer posible que Abel continuara sus
investigaciones matemáticas. Estos colegas hubieran deseado hacerlo,
pero también eran muy pobres. Abel quería salir pronto de
Escandinavia, deseaba visitar Francia, la reina matemática del mundo de
aquellos días, donde esperaba conocer a las más grandes figuras
(Abel se encontraba en realidad por encima de algunas de ellas, pero no lo
sabía). Soñaba también con viajar por Alemania y hablar
con Gauss, el príncipe indiscutido de todos ellos.
Los matemáticos y astrónomos amigos de Abel persuadieron a la
Universidad para que pidiera al gobierno noruego un subsidio con objeto de que
el joven pudiera estudiar Matemáticas en Europa. Para impresionar a las
autoridades, Abel presentó una extensa memoria, que, a juzgar por su
título, estaba probablemente relacionada con las actividades que le
dieron más fama. El autor tenía un alto concepto de su obra, y
creía que su publicación por la Universidad sería un honor
para Noruega. Por desgracia la Universidad luchaba con dificultades
económicas y la memoria se perdió. Después de una larga
deliberación, el gobierno llegó a un acuerdo, pero en lugar de
hacer lo que era sensato, es decir, enviar a Abel inmediatamente a Francia y
Alemania, le concedió una pensión para que continuara sus
estudios universitarios en Cristianía, con objeto de que perfeccionara
su francés y su alemán. Esta era la solución que
podía esperarse del sentido común de aquellos importantes
funcionarios, pero el sentido común no siempre se aviene con el genio.
Abel trabajó año y medio en Cristianía sin perder el
tiempo, pues, durante esos meses, se dedicó a luchar, no siempre
triunfalmente, con el alemán y se inició más
favorablemente en el francés, pero al mismo tiempo trabajó
incesantemente en su matemática. Con su incurable optimismo
también se comprometió con una joven, Crelly Kemp. Al fin, el 27
de agosto de 1825, cuando Abel tenía 23 años, sus amigos
vencieron la última objeción del gobierno y un real decreto le
concedió los fondos suficientes para viajar y estudiar durante un
año en Francia y Alemania. No le concedieron mucho, pero el hecho de que
le dieran algo, a pesar de las malas condiciones financieras del país,
dice más en favor del estado de civilización de Noruega en 1825
que toda una enciclopedia de artes e industrias. Abel estaba muy agradecido.
Tardó cerca de un mes en arreglar sus asuntos antes de partir, pero
trece meses antes, creyendo inocentemente que todos los matemáticos eran
tan generosos como él, ganó un escalón antes de haber
puesto los pies en él.
De su propio bolsillo, sólo Dios sabe cómo, Abel pagó la
impresión de la memoria en que demostraba la imposibilidad de resolver
algebraicamente la ecuación general de quinto grado. Era una
impresión muy defectuosa, pero la mejor que podía obtenerse en
Noruega en aquella época. Abel creyó ingenuamente que esta
memoria sería su pasaporte científico para los grandes
matemáticos del continente. Esperaba que particularmente Gauss
reconocería los grandes méritos de la obra, concediéndole
una larga entrevista. No podía sospechar que "el príncipe de
los matemáticos" no siempre mostraba una generosidad principesca para
los jóvenes matemáticos que luchaban para que sus méritos
fueran reconocidos.
Gauss recibió el trabajo, y Abel supo cuál había sido el
recibimiento que le dispensó. Sin dignarse leerlo lo arrojó a un
lado exclamando: "He aquí otra de esas monstruosidades". Abel
resolvió no visitar a Gauss. Después de este suceso sintió
gran antipatía por él, antipatía que manifestaba siempre
que encontraba ocasión. Abel afirma que Gauss escribía
confusamente e insinúa que los alemanes le consideraban en más de
lo que valía. No es posible decir quien de los dos, Gauss o Abel,
perdió más por esta antipatía perfectamente comprensible.
Gauss ha sido muchas veces censurado por su "orgulloso desprecio"; en esta
ocasión, pero quizás sean palabras demasiado fuertes para
calificar su conducta. El problema de la ecuación general de quinto
grado era muy conocido. Y tanto los matemáticos reputados como los
aficionados a la Matemática se habían ocupado de él. Si en
la actualidad cualquier matemático recibiera una supuesta prueba de la
cuadratura del círculo, podría o no escribir una cortés
carta para acusar recibo, pero es casi seguro que el manuscrito sería
arrojado al cesto de los papeles, pues todos los matemáticos saben que
Lindemann, en 1882, demostró que es imposible cuadrar el círculo
valiéndose tan sólo de la regla y el compás, los
únicos instrumentos que manejan los aficionados y de los que
también se valió Euclides. Se sabe también que la
demostración de Lindemann es accesible a cualquiera. En 1824, el
problema de la quíntica general estaba casi a la par del problema de la
cuadratura del círculo. Esto explica la impaciencia de Gauss.
Recordaremos, sin embargo, que la imposibilidad no había sido aún
probada, y el trabajo de Abel proporcionaba la demostración. Si Gauss
hubiera leído algunos párrafos seguramente que la memoria le
habría interesado y habría sido capaz de refrenar su
temperamento. Es una lástima que no lo hiciera. Una palabra de Gauss y
los méritos de Abel habrían sido reconocidos. También es
posible que su vida se hubiera prolongado, como veremos cuando hayamos expuesto
toda su historia.
Después de dejar su hogar, en septiembre de 1825, Abel visitó
primeramente a los más notables matemáticos y astrónomos
de Noruega y Dinamarca, y luego, en lugar de apresurarse a ir a Göttingen
para conocer a Gauss, como era su propósito, marchó a
Berlín.
Allí tuvo la inmensa fortuna de encontrarse con un hombre, August
Leopold Crelle (1780-1856) que iba a ser para él un segundo Holmboë
y que tenía mucho más peso en el mundo matemático de lo
que tenía el generoso noruego. Pero si Crelle ayudó a que Abel
lograra una reputación, éste le pagó ayudándole
para que aumentara Crelle la suya. Para los que actualmente cultivan la
Matemática, el nombre de Crelle es familiar, pues esa palabra,
más que el nombre de un individuo, significa el gran periódico
que fundó, y cuyos tres primeros volúmenes contienen 22 trabajos
de Abel. El periódico permitió que Abel fuera conocido, o al
menos más ampliamente conocido por los matemáticos del continente
que hubiera podido serlo sin él. La gran obra de Abel inició el
periódico tan estrepitosamente, que este estrépito fue
oído por todo el mundo matemático, y finalmente el
periódico labró la reputación de Crelle. Este aficionado a
las Matemáticas merece algo más que una simple mención. Su
capacidad para los negocios y su seguro instinto para elegir colaboradores que
fueran verdaderos matemáticos, hicieron más por el progreso de
las Matemáticas en el siglo XIX que media docena de doctas academias.
Crelle era un autodidacto amante de la Matemática más que un
matemático creador. Su profesión era ingeniero civil.
Llevó a la cima su obra al construir el primer ferrocarril en Alemania,
lo que le proporcionó abundantes ingresos. En sus horas de ocio se
dedicaba a la Matemática, que fue para él más que una
simple diversión. Contribuyó a la investigación
matemática antes y después de haber fundado, en 1826, su
Journal für die reine und angewandte Mathematik
(Periódico para la Matemática pura y aplicadaa), que fue un gran
estímulo para los matemáticos alemanes. Esta es la gran
contribución de Crelle al progreso de la Matemática.
Esta revista fue el primer periódico del mundo dedicado exclusivamente a
la investigación matemática. Las exposiciones de las obras
antiguas no eran bien recibidas. Los trabajos eran aceptados cualquiera fuera
su autor, siempre que la cuestión fuera nueva, verdadera y de
"importancia" suficiente, una exigencia intangible, para merecer la
publicación. Desde 1823 esta revista apareció regularmente cada
tres meses, y la palabra "Crelle" sigue siendo familiar para todos los
matemáticos. En el caos después de la primera guerra mundial el
"Crelle" estuvo a punto de derrumbarse, pero fue sostenido por suscriptores de
todo el mundo que no se resignaban a que se perdiera este gran monumento de una
civilización más tranquila que la nuestra. Actualmente existen
centenares de periódicos dedicados, totalmente o en considerable parte,
al progreso de las Matemáticas puras y apliWas.
Cuando Abel llegó a Berlín en 1825, Crelle estaba pensando en
lanzarse a esta gran aventura con sus propios medios económicos y Abel
tuvo una parte en que tomara la decisión. Existen dos relatos acerca de
la primera visita de Abel a Crelle, ambos interesantes. Por aquella
época Crelle desempeñaba un cargo del gobierno para el que
tenía poca aptitud y menos gusto: el de examinador del Instituto de
Industria
(Gewerbe-Institut)
en Berlín. El relato de Crelle, de tercera mano (Crelle a Weierstrass y
éste a Mittag-Leffler), de esta visita histórica es el siguiente:
"Un buen día, un joven muy desconcertado, con un rostro juvenil e
inteligente, penetró en mi habitación. Creyendo que se trataba de
un candidato para ingresar en el Instituto le expliqué que eran
necesarios diversos exámenes. Al fin, el joven abrió su boca y
dijo en muy mal alemán: "No exámenes, sólo
Matemáticas".
Crelle vio que Abel era extranjero e intentó hablarle en francés,
que Abel comprendía con alguna dificultad. Crelle le preguntó
entonces qué labor había hecho en la Matemática. Con
diplomacia Abel replicó que había leído, entre otras
cosas, el trabajo de Crelle de 1823, recientemente publicado, sobre '
'facultades analíticas" (ahora llamadas "factoriales"). Dijo que la obra
le había parecido muy interesante, pero, ya no tan
diplomáticamente, señaló aquellas partes de la obra que
estaban equivocadas. Fue aquí donde Crelle mostró su grandeza. En
lugar de enfurecerse por la osada presunción de aquel joven,
aguzó su oído, y le preguntó nuevos detalles que
siguió con la mayor atención. Durante largo rato hablaron de
Matemática, aunque tan sólo algunas partes de ella eran
inteligibles para Crelle. Pero entendiera o no todo lo que el visitante le
dijo, Crelle vio claramente lo que Abel era. Crelle jamás pudo
comprender una décima parte de lo que Abel sabía, pero su seguro
instinto le afirmaba que Abel era un matemático de primera
categoría e hizo todo lo que estaba en su mano para que su joven
protegido fuera conocido. Antes de que terminara la entrevista, Crelle
había pensado que Abel sería uno de los primeros colaboradores
del proyectado Journal.
El relato de Abel difiere, aunque no esencialmente. Leyendo entre líneas
podemos ver que las diferencias se deben a la modestia de Abel. Al principio
Abel temió que su proyecto de interesar a Crelle estaba destinado a caer
en el vacío. Crelle no comprendía lo que el joven deseaba, ni
sabía quién era, pero en cuanto Crelle le preguntó
qué había leído en cuestiones matemáticas, la
situación se aclaró considerablemente. Cuando Abel
mencionó las obras de los maestros que había estudiado, Crelle
prestó inmediatamente atención. Tuvieron una larga charla sobre
diversos problemas importantes, y Abel se aventuró a hablar de su
demostración de la imposibilidad de resolver algebraicamente la
quíntica general. Crelle no había oído hablar de tal
demostración y debía haber en ella algo equivocado. Pero
aceptó un ejemplar del trabajo, lo hojeó, y, admitiendo que los
razonamientos estaban más allá de su capacidad, publicó la
prueba ampliada de Abel en su Journal. Aunque era un matemático
limitado, sin pretensiones de grandeza científica, Crelle era un hombre
de mente amplia, un verdadero gran hombre.
Crelle llevó a Abel a todas partes, considerándolo como el mayor
descubrimiento matemático que había hecho. El autodidacto suizo
Steiner, "el más grande geómetra después de Apolonio",
acompañaba algunas veces a Crelle y Abel en sus paseos. Cuando los
amigos de Crelle le veían llegar con estos dos genios, exclamaban:
"Ahí viene el padre, Adán con Caín y Abel".
La generosa sociabilidad de Berlín comenzó a distraer a Abel de
su trabajo, y entonces marchó a Friburgo donde pudo concentrarse. Fue
allí donde tomó cuerpo su obra máxima, la creación
de lo que ahora se llama el teorema de Abel, pero tenía que marchar a
París para conocer a los más grandes matemáticos franceses
de la época: Legendre, Cauchy, etc.
Puede decirse que la recepción dispensada a Abel por los
matemáticos franceses fue tan cortés como podía esperarse
de distinguidos representantes de un pueblo muy cortés, en una
época extraordinariamente cortés. Todos ellos fueron muy corteses
con él, y esto es todo lo que obtuvo Abel de la visita en que
había puesto tan ardientes esperanzas. Como es natural no llegaron a
conocerle, ni supieron quién era, pues tampoco hicieron verdaderos
esfuerzos para descubrir su personalidad. Si Abel abría la boca acerca
de su propia obra, ellos, manteniéndose a cierta distancia, comenzaban
inmediatamente a platicar acerca de su propia; grandeza. Si no hubiera sido por
su indiferencia, el venerable Legendre hubiera sabido ciertas cosas acerca de
la pasión de su vida (las integrales elípticas) que le hubieran
interesado extraordinariamente. Pero fue en el preciso momento en que
subía a su carruaje cuando Abel le encontró, y sólo tuvo
tiempo para saludarle cortésmente. Más tarde le presentó
rendidas excusas.
En julio de 1826, Abel se alojó en París con una pobre pero
codiciosa familia que le proporcionaba dos malas comidas por día y un
inmundo aposento a cambio de un alquiler bastante elevado. Transcurridos cuatro
meses de permanencia en París, Abel escribía sus impresiones a
Holmboë:
París, 24 de Octubre de 1826.
"Te diré que esta ruidosa capital del continente me ha producido por el
momento el efecto de un desierto. Prácticamente no conozco a nadie, a
pesar de hallarnos en la más agradable estación cuando todos se
hallan en la ciudad ... Hasta ahora he conocido a Mr. Legendre, a Mr. Cauchy y
a Mr. Hachette y a algunos matemáticos menos célebres, pero muy
capaces: Mr. Saigey, editor del Bulletin des Sciences y Mr. Lejeune-Dirichlet,
un prusiano que vino a verme el otro día creyéndome compatriota
suyo. Es un matemático de gran penetración. Con Mr. Legendre ha
probado la imposibilidad de resolver la ecuación
en enteros, y otras cosas importantes. Legendre es extraordinariamente
cortés, pero desgraciadamente muy viejo. Cauchy está loco... lo
que escribe es excelente, pero muy confuso. Al principio no comprendía
prácticamente nada, pero ahora veo algunas cosas con mayor claridad...
Cauchy es el único que se preocupa de Matemáticas puras. Poisson,
Fourier, Ampére, etc., trabajan exclusivamente en problemas de
magnetismo y en otras cuestiones físicas. Mr. Laplace creo que ahora no
escribe nada. Su último trabajo fue un complemento a su teoría de
las probabilidades. Muchas veces le veo en el Instituto. Es un buen sujeto.
Poisson, es un agradable camarada; sabe como comportarse con gran dignidad; Mr.
Fourier, lo mismo, Lacroix es muy viejo. Mr. Hachette va a presentarme a
algunos de estos hombres.
"Los franceses son mucho más reservados con los extranjeros que los
alemanes. Es extraordinariamente difícil obtener su intimidad, y no me
aventuro a presentar mis pretensiones. En fin, todo principiante tiene
aquí grandes dificultades para hacerse notar. Acaba de terminar un
extenso tratado sobre cierta clase de funciones transcendentes [su obra
maestra] para presentarlo al Instituto [Academia de Ciencias], en la
sesión del próximo lunes. Lo he mostrado a Mr. Cauchy pero apenas
se ha dignado mirarlo. Me aventuro a decir sin jactancia que es una obra de
importancia. Tengo curiosidad por oír la opinión del Instituto y
no dejaré de comunicártela..."
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Luego cuenta lo que está haciendo, y añade un resumen de sus
proyectos no muy optimistas. "Lamento haber pedido dos años para mis
viajes, pues año y medio habrían sido suficientes."
Abel deseaba abandonar Europa Continental, pues quería dedicar su tiempo
a trabajar en lo que había ideado.
"Muchas cosas me quedan por hacer, pero en tanto me halle en el extranjero todo
lo que haga será bastante malo. ¡Si yo tuviera mi cátedra como el
Sr. Kielhau tiene la suya! Mi posición no está asegurada, pero no
me inquieto acerca de esto; si la fortuna no me acompaña en una
ocasión, quizá me sonría en otra."
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De una carta de fecha anterior dirigida al astrónomo Hansteen, tomamos
dos párrafos, el primero relacionado con el gran proyecto de Abel de
colocar el Análisis matemático, tal como existía en su
época, sobre un fundamento firme, y el segundo mostrando algo de su
aspecto humano.
"En el análisis superior pocas proposiciones han sido demostradas con un
rigor suficiente. En todas partes encontramos el desgraciado procedimiento de
razonar desde lo especial a lo general, y es un milagro que est forma de
razonar sólo rara vez nos haya llevado a la paradoja. Es en efecto
extraordinariamente interesante buscar la razón de esto. Esta
razón, en mi opinión, reside en el hecho de que las funciones que
hasta ahora se presentan en el Análisis pueden ser expresadas en su
mayor parte por potencias... Cuando seguimos un método general ello no
es muy difícil [para evitar trampas]; pero tengo que ser muy
circunspecto, pues las proposiciones sin prueba rigurosa (es decir sin prueba
alguna) se han apoderado de mí en tal grado que constantemente corro el
riesgo de usarlas sin nuevo examen. Estas bagatelas aparecerán en el
Journal publicado por el Sr. Crelle."
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Expresa luego su gratitud por la forma de ser tratado en Berlín.
"Cierto es que pocas personas se interesaron por mí. Pero estas pocas
han sido infinitamente cariñosas y amables. Quizá pueda responder
en alguna forma a las esperanzas que han puesto en mí, pues es
desagradable para un bienhechor ver perderse todos sus esfuerzos."
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Abel cuenta entonces cómo Crelle le pidió que fijara su
residencia en Berlín. Crelle estaba utilizando toda su habilidad para
colocar al noruego Abel en una cátedra de la Universidad de
Berlín. Esta era la Alemania de 1826. Abel era ya tina segura promesa, y
se veía en él el sucesor matemático más
legítimo de Gauss. Poco importaba que se tratase de un extranjero.
Berlín en 1826 deseaba lo mejor que hubiera en matemática. Un
siglo más tarde la figura más descollante en la física
matemática, Einstein, fue forzada a abandonar Berlín. He
aquí el progreso. Pero continuemos con el confiado Abel.
"Pensé al principio marchar directamente desde Berlín a
París, satisfecho con la promesa de que el Sr. Crelle me
acompañaría. Pero el Sr. Crelle tuvo dificultades, y
tendré que viajar solo. Estoy constituido de tal modo que no puedo
tolerar la soledad. Cuando estoy solo me hallo deprimido, me siento
pendenciero, y tengo poca inclinación para el trabajo. Por tanto me he
dicho a mí mismo que sería mucho mejor ir con el Sr. Boeck a
Viena, y este viaje me parece injustificado por el hecho de que en Viena hay
hombres como Litrow, Burg, y otros, todos ellos excelentes matemáticos;
añádase también que será la única
ocasión en mi vida de hacer este viaje. ¿Hay algo que no sea razonable
en este deseo mío de ver algo de la vida del Sur? Puedo trabajar
activamente mientras viajo. Una vez en Viena, existe para ir a París,
una vía directa por Suiza. ¿Por qué no ver un poco todas estas
cosas? ¡Dios mío! también a mí me gustan las bellezas de
la naturaleza como a cualquier otro. Este viaje me hará llegar a
París dos meses más tarde, esto es todo. Podré
rápidamente recuperar el tiempo perdido. ¿No le parece que este viaje me
hará mucho bien?"
|
Abel marchó al Sur, dejando su obra maestra al cuidado de Cauchy para
que la presentara al Instituto. El prolífico Cauchy estaba entonces muy
atareado recogiendo sus propios frutos, y no tenía tiempo para examinar
los mejores frutos que el modesto Abel había depositado en su cesta.
Hachette, un simple ayudante de matemático, presentó la obra de
Abel
Memoria sobre una propiedad general de una clase muy extensa de funciones
trascendentes,
a la Academia de Ciencias de París, el 10 de octubre de 1826. Esta es la
obra que Legendre calificó más tarde, empleando palabras de
Horacio, de "
monumentum aere perennius
", y la labor de quinientos años que, según Hermite, había
dejado Abel, a las futuras generaciones de matemáticos. Era una de las
más grandes conquistas de la Matemática.
¿Qué sucedió? Legendre y Cauchy fueron nombrados jueces; Legendre
tenía 74 años, Cauchy 39. Legendre se quejó, en carta
dirigida a Jacobi (5 de abril de 1829), de que "percibimos que la memoria era
apenas legible; estaba escrita con una tinta casi blanca y las letras
defectuosamente formadas; estuvimos de acuerdo en que el autor debió
proporcionarnos una copia más limpia para ser leída". Cauchy se
llevó la memoria a su casa, la extravió y todo quedó
olvidado.
Para encontrar un parangón con este fenomenal olvido tendríamos
,que imaginarnos a un egiptólogo que perdiera la Piedra Roseta. Tan
sólo por un verdadero milagro pudo ser desenterrada la memoria
después de la muerte de Abel. Jacobi oyó hablar de ella a
Legendre, con quien Abel mantuvo correspondencia después de volver a
Noruega, y en una carta fechada el 14 de marzo de 1829, Jacobi exclama:
"¡Qué descubrimiento es este de Abel!... ¿Cómo es posible que
este descubrimiento, quizá el más importante descubrimiento
matemático que ha sido hecho en nuestro siglo, se haya comunicado a su
Academia hace dos años y haya escapado de la atención de sus
colegas?" Esta pregunta llegó hasta Noruega. Resumiendo esta larga
historia diremos que el cónsul noruego en París hizo una
reclamación diplomática acerca del perdido manuscrito y Cauchy lo
encontró en 1830. Pero hasta el año 1841 no fue impreso en las
Mémoires présentés par divers savants d l'Acad
émie
royale des sciences de l'Institut de France,
vol. 7, pp. 176-264. Para coronar esta epopeya
in parvo
de crasa incompetencia, el editor o el impresor o ambos perdieron el manuscrito
antes de que fueran leídas las pruebas de imprenta. La Academia en 1830,
quiso sincerarse con Abel concediéndole el gran premio de
Matemática en unión con Jacobi, pero Abel había muerto.
Los siguientes párrafos de la memoria muestran su objeto:
"Las funciones transcendentes hasta ahora consideradas por los
matemáticos son escasas en número. Prácticamente toda la
teoría, de funciones transcendentes se reduce a la de funciones
logarítmicas, circulares y exponenciales, funciones que en el fondo
forman una sola especie. Tan sólo recientemente se ha comenzado a
considerar algunas otras funciones. Entre las últimas, las
transcendentes elípticas, algunas de cuyas notables y elegantes
propiedades han sido desarrolladas por Mr. Legendre, ocupan el primer lugar. El
autor [Abel] considera, en la memoria que tiene el honor de representar a la
Academia, una clase muy extensa de funciones, todas aquellas cuyas derivadas
pueden expresarse por medio de ecuaciones algebraicas cuyos coeficientes sean
funciones racionales de una variable, y ha demostrado para estas funciones
propiedades análogas a la de las funciones logarítmicas y
elípticas... y ha llegado al siguiente teorema:
"Si tenemos varias funciones cuyas derivadas pueden ser raíces de una Y
la misma ecuación algebraica, cuyos coeficientes son funciones
racionales de una variable, podemos siempre expresar la suma de cualquier
número de tales funciones por una función algebraica y
logarítmica, siempre qtie establezcamos cierto número de
relaciones algebraicas entre las variables de las funciones en cuestión.
"El número de estas relaciones no depende en modo alguno del
número de funciones, sino sólo de la naturaleza de las funciones
particulares consideradas…
|
Este teorema se conoce hoy con el nombre de
Teorema de Abel,
cuya demostración no es otra cosa que "un maravilloso ejercicio de
Cálculo integrar". Lo mismo que en Álgebra, en Análisis
Abel alcanzó su prueba con una soberbia parsimonia. La prueba puede
decirse, sin exageración, que está dentro de los alcances de un
muchacho de 17 años que haya seguido el primer curso de Cálculo.
No hay nada ampuloso en la simplicidad clásica de la prueba de Abel,
pero no puede decirse lo mismo de algunas de las ampliaciones y retoques
geométricos de la demostración original realizados en el siglo
XIX. La prueba de Abel es como una estatua de Fidias; algunas de las otras
semejan una catedral gótica y hasta una construcción barroca.
Existen motivos para una posible confusión en el párrafo citado
de Abel. Abel sin duda quiso ser amablemente cortés para un anciano que
le había protegido, en el mal sentido, cuando le conoció, pero
que de todos modos había empleado gran parte de su larga vida de trabajo
en un importante problema sin ver lo que había dentro de él. No
es cierto que Legendre haya estudiado las funciones elípticas, como las
palabras de Abel parecen indicar; lo que ocupó a Legendre gran parte de
su vida fueron las
integrales
elípticas, que son tan diferentes de las funciones elípticas,
como lo es un caballo del carro del cual tira, y ahí se encuentra
precisamente el germen de una de las más grandes contribuciones de Abel
a la Matemática. La cuestión es muy sencilla para quien haya
seguido un curso elemental de Trigonometría, y para evitar fatigosas
explicaciones de cuestiones elementales, las omitiremos en nuestra
exposición.
Para quienes han olvidado todo lo que supieron de Trigonometría podemos
presentar la esencia, la
metodología
de los progresos de Abel, recurriendo a una analogía. Nos referimos al
carro y al caballo. El conocido proverbio acerca de colocar el carro delante
del caballo, explica lo que Legendre hizo. Abel vio que si el carro tiene que
moverse hacia adelante, el caballo tendrá que precederle. Mencionaremos
otro ejemplo. Francis Galton, en sus estudios estadísticos de la
relación entre la pobreza y la embriaguez crónica, fue llevado
por su mente imparcial a reconsiderar la forma en que los indignados moralistas
valoraban tales fenómenos sociales. En lugar de aceptar que las gentes
son depravadas porque beben en exceso, Galton
invirtió su
hipótesis y aceptó provisionalmente que las gentes beben en
exceso porque han heredado malas condiciones morales de sus antepasados, en una
palabra: beben porque son depravados. Dando de lado todos los consejos
moralizadores de los reformadores, Galton se aferraba a una hipótesis
científica, no sentimental, a la cual pudo aplicar el razonamiento
imparcial de la Matemática. Su trabajo no ha sido aún registrado
socialmente. Por el momento nos bastará hacer notar que Galton, como
Abel, invirtió su problema, colocando lo de arriba abajo, lo de dentro
afuera, lo de atrás adelante, y lo de adelante atrás. Como
Hiawatha y sus fabulosos mitones, Galton colocó dentro el lado de la
piel y lo de dentro afuera.
Todo esto dista mucho de ser una trivialidad. Era uno de los métodos
más poderosos para el descubrimiento (o invención)
matemático hasta entonces ideado, y Abel fue el primer ser humano que lo
usó conscientemente en sus investigaciones. "Siempre debéis
invertir", como Jacobi dijo cuando le preguntaban el secreto de su
descubrimiento matemático. Jacobi recordaba lo que Abel y él
habían hecho. Si la solución del problema se hace imposible,
intentemos invertir el problema. Por tanto, si encontramos incomprensible el
carácter de Cardano cuando lo examinamos considerándolo como un
hijo de su padre, desplacernos la cuestión,
invirtámosla,
y veamos lo que resulta cuando analicemos al padre de Cardano como el
progenitor y creador de su hijo. En lugar de estudiar la "herencia"
concentrémonos en la "dotación". Dirijámonos ahora a
quienes recuerdan las lecciones de Trigonometría.
Supongamos que los matemáticos han sido tan ciegos que no hayan visto
que seno
x
, coseno
x
, y las otras funciones trigonométricas
directas
son más sencillas de usar, en las fórmulas de sumas y en otros
casos, que las funciones
inversas
sen
–1
x;
cos
–1
x
. Recordemos la fórmula sen (
x
+ y
) en función del seno
y
coseno de
x
e
y
y comparémosla con la fórmula sen
–1
(
x
+ y) en función de
x
e
y
. ¿No es la primera mucho más sencilla, más elegante, más
"natural" que la última? Ahora, en el cálculo integral, las
funciones trigonométricas
inversas
se presentan naturalmente como integrales definidas de irracionales
algebraicas simples (segundo grado); tales integrales aparecen cuando se trata
de encontrar la longitud de un arco de círculo por medio del
Cálculo integral. Supongamos que las funciones trigonométricas
inversas
se han presentado al
principio
de esta forma. ¿No habría sido "más natural" considerar las
inversas
de estas funciones, es decir las funciones trigonométricas familiares
como las funciones dadas que han de ser estudiadas y analizadas?
Indudablemente, pero en muchos de los problemas más complicados, el
más sencillo de los cuales es el de hallar la longitud del arco de una
elipse
por una integración, las difíciles funciones "elípticas"
inversas
(no "circulares" como para el arco de un círculo) se presentan
primeramente
. Abel vio que
estas
funciones debían ser "invertidas" y estudiadas, precisamente como en el
caso de sen
x;
cos
x
en lugar de sen
–1
x;
cos
–1
x. ¿
No es esto sencillo? Sin embargo, Legendre, que era un gran matemático,
trabajó durante más de
cuarenta
años
en sus "integrales elípticas" (las difíciles "funciones inversas"
de su problema) sin siquiera sospechar que podría invertir los
términos.
Esta forma extraordinariamente sencilla de enfocar un problema al parecer
sencillo pero profundamente complicado, fue uno de los grandes progresos
matemáticos del siglo XIX.
Sin embargo, todo esto no fue más que el comienzo, un tremendo comienzo,
como la aurora de Kipling, aparece como un trueno, de lo que Abel hizo con su
magnífico teorema y con su obra sobre las funciones elípticas.
Las funciones trigonométricas o circulares tienen un solo período
real, así sen (
x
+ 2
p
) = sen
x
, etc., Abel descubrió que las nuevas funciones que resultaban por la
inversión de una integral elíptica tienen precisamente dos
períodos, cuya razón es imaginaria. Más tarde, los
continuadores de Abel en esta dirección, Jacobi, Rosenhaim, Weierstrass,
Rieman, y muchos más, penetraron profundamente en el gran teorema de
Abel, y extendieron sus ideas descubriendo funciones de
n
variables que tienen
2n
períodos. Abel mismo también explotó sus descubrimientos.
Sus sucesores aplicaron toda su obra a la Geometría, a la
mecánica, a ciertas partes de la física matemática y a
otros campos de la Matemática, resolviendo importantes problemas que sin
la obra iniciada por Abel habrían sido insolubles.
Estando aún en París, Abel consultó algunos médicos
acerca de lo que él pensaba era un simple catarro persistente. Fue
informado de que padecía tuberculosis de los pulmones. Se negó a
creerlo y volvió a Berlín para una breve visita. Sus recursos
eran muy escasos. Una carta, urgente le trajo, después de algún
retraso, un préstamo de Holmboë. No ha de pensarse que Abel fuera
un pedigüeño sin intención de devolver lo prestado.
Tenía buenas razones para creer que tendría un buen puesto cuando
volviera a su patria. Además, todavía le debían dinero.
Con el préstamo de Holmboë, Abel pudo seguir viviendo e
investigando desde marzo hasta mayo de 1827. Entonces, agotados todos sus
recursos, volvió a Cristianía.
Esperaba que todo fuera ya de color de rosa. Seguramente le concederían
un cargo universitario. Su genio había comenzado a ser reconocido.
Existía una vacante. Abel no había vuelto aún, y
Holmboë, aunque con repugnancia, aceptó la cátedra vacante,
que él creía debía ser destinada a Abel. Tan sólo
después de que el gobierno le amenazó con traer un extranjero si
Holmboë no la ocupaba. Holmboë no tuvo, pues, culpa alguna. Se supuso
que Holmboë sería mejor maestro que Abel, aunque Abel había
demostrado ampliamente su capacidad para enseñar. Los que están
familiarizados con la corriente teoría pedagógica americana,
alentada por las escuelas de educación profesionales, de que cuanto
menos sabe un hombre de lo que tiene que enseñar, mejor lo
enseñará, comprenderán la situación perfectamente.
De todos modos las cosas se aclararon. La Universidad pagó a Abel lo que
aun le debía por su viaje, y
Holmboë le envió discípulos. El profesor de
Astronomía, que había obtenido una licencia, sugirió que
Abel fuera empleado para realizar parte de obra. Un matrimonio acomodado, los
Schjeldrups, le dio alojamiento, tratándole como si fuera su propio
hijo. Sin embargo no podía libertarse de la carga de sus familiares.
Hasta última hora dependieron de él, no dejándole
prácticamente nada para sus necesidades, sin que, a pesar de ello, Abel
pronunciara una palabra de queja.
A mediados de enero de 1829 Abel supo que no viviría mucho tiempo. Tuvo
una hemorragia que no fue posible ocultarla. "Lucharé por mi vida",
gritaba en su delirio. Pero en los momentos más tranquilos, agotado e
intentando trabajar, decía: "Igual que un águila enferma que
contempla el sol", sabiendo que sus días estaban contados.
Abel pasé sus últimos días en Froland, en el hogar de una
familia inglesa
donde su prometida (Crelly Kemp) era institutriz. Sus últimos
pensamientos fueron para su futura, y
refiriéndose a ella, escribía así a su amigo
Kielhau. "No es bella; tiene el cabello rojo y es pecosa, pero se trata de una
mujer admirable". Era deseo de Abel que Crelly y
Kielhau se casaran después de su muerte, y aunque los dos no se
habían conocido lo hicieron, según había propuesto Abel
semijocosamente. En los últimos días Crelly insistió en
cuidar a Abel "para poseer, por lo menos, estos últimos momentos". En la
madrugada del 6 de abril de 1829 murió, teniendo 26 años y 8
meses.
Dos días después de la muerte de Abel, Crelle le escribió
diciendo que
sus negociaciones habían llegado finalmente a buen fin y
que sería nombrado para la Cátedra de Matemática de la
Universidad de Berlín.
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