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Un alguien que no quiere que Chile continúa su desarrollo

Más cerca que nunca de alcanzar su desarrollo sostenido, son varios quienes tendrían que dar explicaciones convincentes cuando ello ocurra, un hecho que sería devastador para el discurso progre en nuestros países. Por ello Chile enfrentará en los próximos años un embate de varios alguien que se empeñarán en que ese anhelo termine por descarrilarse

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OCTUBRE, 2014. Como ya lo habíamos advertido en un artículo anterior, alguien no quiere que Chile logre su propósito de integrarse formalmente como nación desarrollada, algo que cuenta con enormes posibilidades de ocurrir la próxima década. Ese alguien quedó representado con el atentado que se registró en el área de restaurantes en el Metro de Santiago hace algunas semanas y donde tres personas resultaron seriamente lesionadas. Ese alguien también incluye a unos tipos que la tarde del 27 de septiembre atacaron a tiros a varios automovilistas en una carretera a unos 150 kilómetros de la capital. Y ese alguien también está unificado en torno a los encapuchados que cada 11 de septiembre, aniversario del golpe de Estado que derrocó a Salvador Allende, atacan el área comercial cercana al Palacio de Gobierno, incendian automóviles y agreden a los carabineros.

Ese alguien también incluye a quienes, encabezados por la bella activista y actual legisladora Camila Vallejo, presionan al gobierno de la presidenta Bachelet para que la educación superior sea totalmente gratuita y se establezca el pase automático, fórmula con resultados catastróficos en el aprovechamiento académico de la que hasta hoy Chile se ha salvado. Ningún país latinoamericano que cuente con educación pública gratuita o con colegiaturas simbólicas ha mejorado su nivel educativo, pero a la senadora Vallejo no parece interesarle ese dato, al menos no tanto como evitar que Chile se convierta en el primer país de la región en abandonar su estatus de país subdesarrollado.

Y, en apariencia, a la actual presidenta tampoco se le ve mucho ánimo de que su país entre al Primer Mundo. Una de las acciones iniciales de su segundo gobierno fue decretar una alza impositiva que le restó dinamismo a una economía que lleva años funcionando como maquinaria bien aceitada. Excepto --y algo que ya está lejos de ser coincidental-- durante los primeros cuatro años en que Bachelet estuvo al frente del país, un ritmo bajo de crecimiento que se recuperó con su antecesor Sebastián Píñeira y que otra vez comienza a experimentar una baja que quizá no se sienta en este momento pero podrá pesar dentro de unos años, precisamente en el sprint final cuando Chile, país sumido en el caos hace apenas tres décadas, consiga su desarrollo sostenido.

Se antoja difícil de explicar. Este es un país que en los días previos al golpe de Estado se encontraba en igual o peor situación que la Venezuela actual, con escasez casi de todos los artículos básicos (fue en ese tiempo cuando se impusieron los cacerolazos por parte de desesperadas madres de familia, repetidos luego en otras dictaduras sudamericanas), altísimos niveles de delincuencia, inflación de cuatro dígitos y nulo respeto al Estado de Derecho. Ninguna persona en sus cinco sentidos aplaudirá el modo en que Augusto Pinochet trató a los disidentes, pero cualquier tabla o referencia económica posterior confirma dos hechos: que a partir de 1974 el país fue abandonando paulatinamente el desastre económico y, dos, que la robusta situación financiera de Chile se reforzó con la llegada de la democracia en 1990.

Los manifestantes que de nuevo vimos incendiar todo lo que tuvieran enfrente el pasado 11 se septiembre se cuentan entre quienes no desean que Chile alcance una mayor etapa de desarrollo. ¿Pero a quiénes más no conviene que este país andino consiga lo que hasta hace dos décadas aún se veía lejano, imposible?

Si Chile obtuviera el pase como país subdesarrollado, algo que le ha costado enormes sacrificios, aquello significaría un duro revés para los convencidos de que el libre mercado y las leyes de oferta y demanda son un pase directo a la explotación y a la pobreza. Por décadas se nos ha remachado en toda la región que la creación de riqueza es una quimera donde unos se enriquecen hasta el insulto ante el brutal empobrecimiento de otros. Así ha sido efectivamente, aunque nos hemos equivocado al señalar a los verdaderos responsables: un Estado derrochador y parasitario y un grupo de empresarios mercantilistas que gozan de canonjías y cotos de exclusividad que impiden el desarrollo de la libre competencia que pudiera hacerle mella a sus ganancias.

¿Cómo es posible, por ejemplo, que Chile tenga multimillonarios aunque no tan acaudalados como los que hay en México, en Argentina o en Brasil? La explicación radica en que la riqueza que se ha producido ahí las últimas décadas ha sido más equitativa, lo que explicaría también el progresivo aumento de su clase media que se ha experimentado los últimos 20 años. Bien lo dice el analista Alan Reynolds de The Cato Institute: "En Chile se ha visto cómo su clase media labora mayoritariamente para el sector privado que para el público, y es éste un factor decisivo para ir subiendo escalafones en la tabla de desarrollo".

Los golpes que está sufriendo Chile actualmente, por un lado con esos actos terroristas y vandálicos que aún son esporádicos, por fortuna, y el temor de que el Estado comience a invadir áreas que hasta hoy ha respetado, tienen como objetivo derrumbar ese ideal, o bien aplazarlo, si somos optimistas. Y es que si se logra, y como lo mencionábamos líneas atrás, el discurso de que es el Estado y no la iniciativa ciudadana la que nos sacará del subdesarrollo sufriría una erosión gigantesca. ¿Cómo explicar entonces que un país que hizo todo lo que se requería para irse al infierno de la pobreza haya brincado, por lo menos, a un nivel similar al de Australia, Nueva Zelanda o Canadá?

Por ello la presión aumentará para descarrilar ese propósito. Veremos como aumentarán los discursos populistas sobre la "desigualdad", la "injusta distribución de la riqueza" y demás vainas que hasta hace poco en Chile habían sido relativamente erradicadas. A éste también se le sumarán desórdenes sociales.

Imaginemos cuál sería entonces la excusa para negar que una política fiscal responsable y de libre mercado haya sacado de la pobreza a un país. Los casos de Corea del Sur, Singapur y Taiwán son pruebas claras de ello, pero no es lo mismo que tener un ejemplo en este mismo continente. Por ello, en estos próximos años, Chile enfrentará uno de los momentos más difíciles y complicados de su historia, el de enfrentar a esos alguien que no desean que Chile deje atrás el mote de país subdesarrollado.

 

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