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Un vistazo a Brasil, el próximo anfitrión

Hasta hace poco imperaba el optimismo en este gigante de Sudamérica pero la desaceleración económica ha traído el desengaño al punto que sucede algo increíble, que haya protestas en contra del Mundial de futbol. Un país, por cierto, más parecido a México de lo que pudiera pensarse 

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JUNIO, 2014. Cuando se analiza la historia de Brasil, tan fascinante como abrumadora, es imposible evitar la pregunta de por qué no es una potencia mundial de primer orden. En momentos, al referirnos a este gigante, pareciera que el sistema métrico decimal que aplica en otros países empequeñece ante la magnitud de un territorio donde México cabe tres veces y aún le sobra espacio. Las distancias igualmente quitan el aliento: un viaje de Sao Paolo, ubicada al sureste, hacia Salvador, en el norte y sobre la costa atlántica, toma 2,600 kilómetros, el equivalente de la ciudad de México a San Francisco. Su selva amazónica es el pulmón más grande del planeta, y sin éste la temperatura mundial se haría insoportable, por el calor.

Sin embargo y pese a su verdor, tanto Sao Paolo como Río de Janeiro, las dos ciudades más importantes de Brasil, padecen una drástica escasez de agua que incluso podría afectar a los visitantes el próximo mundial, de los que se esperan sean 3 millones, casi dos de ellos hospedados en estas dos urbes.

El asomo más obvio del poderío brasileño --en Sudamérica se les llama brasileros-- está en su balompié: el país ha ganado cinco veces la Copa, una marca en la que es casi imposible la alcance otro país-- y se espera, prácticamente como obligación, que en esta ocasión conquiste la sexta para proclamarse amo absoluto e imbatible del futbol. Si no se logra este propósito, habrá problemas: la derrota propinada por Uruguay en 1950 aún duele en las conversaciones y, para colmo, el ambiente local no está para recibir más malas noticias. El diario Foja do Sao Paolo recordó recientemente que en el Mundial de hace 64 años, la gente se sentía unida y emocionada en los días previos al campeonato pero ese sentimiento se encuentra ausente en el Brasil actual", y más adelante señala: "La situación es similar a la de México 1986 que acababa de sufrir un terremoto devastador, o de Argentina 1978, cuando entre la población no había nada que celebrar".

La indignación tiene una raíz que enfurecería a cualquier ciudadano de cualquier país: el comité organizador del Mundial, financiado por el Estado, no ha dado cuentas claras del costo de construcción en los nuevos estadios o el remozamiento de éstos, e incluso varios de ellos, como el de Sao Paolo, aún no terminan de construirse. Para un país donde el futbol es una religión --la segunda después del catolicismo, según opinión de muchos-- el tener estadios en condiciones deplorables es un insulto mayor. El diario Foja destacó que era "una vergüenza" que Sudáfrica, sede del Mundial del 2010 y donde "el futbol está lejos de ser el deporte nacional, hubiera existido mucho mejor infraestructura que nosotros en sus estadios".

Fernando Henrique, Lula y Vilma

El sentimiento de irritación, aunado a las protestas que amenazan perturbar la inminente justa futbolera, contrastan con el optimismo que se había respirado en Brasil el último decenio. La ilusión comenzó a darse con Fernando Henrique Cardoso, un sociólogo ex marxista coautor con Enzo Paletto de la Teoría de la Dependencia. Al asumir la presidencia Cardoso armó un plan de desarrollo basado en el impulso a la pequeña y mediana empresa; así como el impulso al comercio con otros países. No faltó quien le echara en cara la "contradicción" a su famosa teoría a lo que respondió: "Es imperativo para un político de izquierda rectificar cuando el esquema económico así lo requiera. Lo que pensaba entonces no necesariamente implica que coincida con lo que piense hoy".

Cardoso aplacó los brotes inflacionarios que por décadas habían azotado al Brasil e inició una campaña de combate a la corrupción que dio algunos golpes mediáticos. Pero se le acabó el tiempo y fue sucedido por Luz Inacio Lula da Silva, un ex obrero metalúrgico y líder sindical que había jurado "enterrar a los patrones y a los oligarcas" de llegar al poder. Nadie pudo impedir el triunfo de Lula, quien había buscado la presidencia en tres elecciones anteriores. Los mercados se hundieron en las horas previas a su toma del poder al tiempo que buena parte de los hombres más ricos del Brasil pensaron en emigrar si el nuevo mandatario se radicalizaba como estaba ocurriendo en Venezuela con Hugo Chávez.

Para sorpresa de todos, en especial sus críticos, Lula, quien fue postulado por el Partido del Trabajo, donde militan desde troskistas, marxistas radicales, los Sin Tierra, los 400 Pueblos y decenas de grupúsculos más, anunció un programa que no promovería la "lucha de clases" sino, dijo "la unión de clases", que incluía campañas como "Hambre Cero" y la desregulación de la economía. "Nos hemos hundido en los mitos y los dogmas que ya no tienen razón de ser", afirmó Lula en un discurso, "los pobres no dejarán su pobreza con dádivas sino con un trabajo bien remunerado del que se sientan orgullosos, y ello no se logrará sin el apoyo de los empresarios".

Para mantener contentas a las huestes del PT, Lula empleaba su vieja retórica en las palestras internacionales, pero de cualquier manera recibió rechiflas y el repudio de los globalifóbicos durante una cumbre en Río. Pero el carismático Lula se ganaba auditorios lo mismo repletos de habitantes de las favelas que de los sectores residenciales más pudientes del país. A nadie extrañó que ganara su reelección con facilidad. Igualmente previsible fue que Vilma Roussef, también del Partido Popular, le sucediera en el cargo al ganar las elecciones sin mayor dificultad. 

Así se conformaba una terceta de mandatarios surgidos de tres espectros generalmente dominados por la izquierda: el de los intelectuales, los líderes sindicales y de los ex guerrilleros, como era el caso de Roussef, quien fue torturada en los setenta por la dictadura.

Lo que no se sabía en ese momento era que Lula y Roussef tenían profunda discrepancias que los habían enemistado meses atrás. El primero advertía en mantener la disciplina económica y la segunda insiste en que la justicia social no termina de llegar a los más pobres. Asimismo, un artículo de The Economist apuntaba el disgusto de Rouseff porque Lula le había heredado la organización del Mundial ("ojalá pudiera cancelarlo", se rumora que le dijo a su gabinete) y porque los radicales dentro del PT ya se cansaron de esperar que el gobierno profundice el "proceso revolucionario" que incluya expropiaciones, controles de precios, mayor gasto público y burocracia.

De hecho, buena parte de las protestas tienen su origen en una contracción del gasto corriente del gobierno. Los policías realizaron recientemente un paro exigiendo aumento de sueldo al tiempo que varias organizaciones estudiantiles han exigido aumentos en los subsidios pese a lo deplorable que se encuentra la educación pública universitaria en las grandes ciudades, que es mayoritaria y donde miles de alumnos que pertenecen a la clase media pagan colegiaturas simbólicas a costa de los contribuyentes.

Al igual que en México, los brasileños escuchan a diario las declaraciones oficiales de que todo marcha de maravilla, que las tasas se crecimiento serán superiores a las esperadas, que el país avanza por el camino correcto. E igualmente no le creen a sus políticos, a sus autoridades, las cuales se aumentan sus sueldos arbitrariamente y sus legisladores tienen partidas secretas de las cuales no rinden cuentas a nadie (y en otra coincidencia, los senadores y los diputados están exentos del pago del IRS).

El único consuelo es que se cuenta con una selección considerada el supermán del balompié. Hasta hace poco se creía que ese anhelo bastaría para aplacar el descontento de los brasileños ante su situación económica. En contraste, y cuando hay protestas para la celebración del Mundial en el país más futbolero del planeta, inequívocamente las cosas andan mal en Brasil. Y empeorarán aunque se logre el sexto campeonato. Si no es así, la presidenta Rouseff y su gabinete tendrán que esconderse en busca de refugio.

 

 

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2 comentarios

paco_meraz escribe 04.06.14

Cuando un Mundial es rechazado en el país más futbolero del mundo es como si acá un día ya no quisieramos escuchar a los mariachis. Ojalá las protestas no pasen a mayores pero sí tienen razón cuando el gobierno de Brasil se ha gastado una millonada en unos estadios que después del Mundial solo van a ser aprovechados un día de la semana.

mario_medrano 04.06.14

A Brasil le hizo falta un Televisa que le metiera lana a los estadios

 

 

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