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Y DEMÁS/Obituario

Hugh Hefner, columna central del Siglo Americano

Ningún recuento del siglo XX podría prescindir de mencionar a este personaje que derribó tabúes y cimbró a una sociedad que terminó por aceptarlo. El futuro de Playboy hoy es sombrío, pero tras la desaparición física de Hugh Hefner, termina por consumarse como una leyenda, adorada y odiada al mismo tiempo, que ya había comenzado a ser en vida

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SEPTIEMBRE, 2017. Hace algunos años la edición estadounidense de Playboy publicó cuatro páginas ilustradas con dibujos. En las primeras dos aparecía "un mundo sin Playboy", totalmente grisáceo y aburrido; en las siguientes dos página se nos presentaba "un mundo con Playboy" y se veía en colores vívidos, lleno de vitalidad. Algo es indudable: sin Playboy, el mundo editorial, y buena parte de cómo se aborda la sexualidad entre los norteamericanos --y luego en buena parte del mundo-- habría sido muy diferente, quizá no tanto como páginas deslucidas pero sí mucho menos interesante.

Hugh Hefner es de esos personajes que uno supone jamás van a morir. Pero en este año también perdimos a Chuck Berry, otro que igualmente parecía haber sido olvidado por la parca. Y conforme Hefner envejecía, sus conquistas, las mujeres bellísimas que le rodeaban, iban siendo cada vez más jóvenes, tanto así que su última esposa, Crystal Harris, tiene 26 años (y descuiden: este eromagnate siempre se cuidó de las cazafortunas; la chica no estaba incluida en modo alguno en el testamento).

Mr. Hefner fue polígamo, monógamo, soltero aunque sexualmente activo, tuvo de novias simultáneamente unas gemelas, o a chicas que bien podrían haber sido sus nietas, y todas ellas con un invariable, el ser rubias. ¿Quién les gusta, Marilyn Monroe, la primera mujer que apareció desnuda en la revista, Pamela Anderson, Carmen Elektra, Briggite Bardot, la malograda Anna Nicole Smith, Jenny McCarthy? También hubo otras beldades con el pelo más oscuro en al vida de Hefner, ya fueran suspirable Barbie Benton y Carrie Leigh, pero fueron las menos. Con todo, si Hefner hubiera sido toletero, cada vez que fuera al plato pegaría de jonrón. Así de grande fue su trascendencia con las mujeres.

Pero no fue únicamente el haberse rodeado de mujeres bellísimas (y llevarse a la alcoba a no pocas de ellas; él mismo estimaba que fueron poco más de un millar) lo que lanzó a Hefner al estatus de leyenda. El enfrentar directamente a una sociedad cerrada y poco dispuestas a hablar abiertamente de la sexualidad fue una de esas acciones. Otra fue el abrir la puerta a a un mundo subterráneo poco dispuesto a seguir las reglas convencionales donde las mujeres llevaban las de perder. Y es que a diferencia de Europa, que durante sus dos guerras suavizó o relativizó el férreo código de la sexualidad imperante para poder sobrevivir --¿de qué otra forma una Holanda ocupada por unos soldados nazis ansiosos de sexo hubiera podido capotear a los invasores?-- los Estados Unidos, que vivieron ambos conflictos a distancia, no habían experimentado esa necesidad en casa.

Hefner concluyó que había que hacerle un boquete a esa represión y sacar a flote a quienes se movían dentro de una doble moral al criticar en público lo que gustosamente hacían en privado.

Se ha dicho que Hefner "sacó al sol la sexualidad reprimida", algo que por supuesto es totalmente falso. De estar reprimida la sexualidad, la especie humana se encontraría a punto de su extinción. Parte del problema, llegó a escribir Hefner en uno de sus múltiples ensayos publicados en Playboy, "era que la sexualidad era vista no como un elemento de gozo y autodescubrimiento (masturbación, añadimos nosotros) y se le ubicaba tan solo como elemento reproductivo", y agregaba más adelante: "la vitalidad sexual no debe emplearse únicamente para procrear pues eso nos convertirá en hombres y mujeres infelices e insatisfechos". La respuesta fue de escandalosa indignación pero Hefner había logrado su objetivo, el de sacudir a la moralina de los años 50 y, de paso, convertirse en millonario en menos de un año.

El mayor logro de Hugh Hefner fue el haber abierto una presa de innegable temor a abordar abiertamente la sexualidad en Norteamérica cuando se encontraba a punto de estallar. Desafortunadamente esa liberación luego se iría a otro extremo, el de la permisividad total, al de la pornografía explícita y al del derrumbe de los valores morales. Dicho de otro modo, si el mundo no era maravilloso cuando existía abundaban los tabúes sexuales, tampoco lo es hoy cuando la represión aplica en sentido inverso, esto es, censurar y mandar callar a quienes denuncian el libertinaje al cual la sociedad norteamericana ha llegado.

Otra parte increíble es cómo la fantasía adolescente de un hombre llegó a convertirse en obsesión colectiva. Hefner pasó a ser, como bien lo dijo un reciente texto virtual de David French en National Review, "en el Peter Pan de la permisividad sexual" y se negó a crecer, siendo hasta los 91 años un muchacho con la hormona desatada. Sin embargo Hefner fue, junto con Henry Ford, Howard Huges y Bill Gates, parte del Siglo Americano, conformado por personajes que revolucionaron el modo en se veía al mundo y de paso transformar en indispensable para todos algo que anteriormente a nadie había interesado. ¿Quién habría pensado, hasta 1953, que una revista con desnudos femeninos pudiera no solo ser costeable sino en convertir en multimillonario a su creador y propietario?

Los primeros años de Playboy no fueron fáciles: horas y horas en tribunales enfrentando demandas de la Liga de la Decencia, organizaciones religiosas y padres de familia que veían en Hefner a un pervertido que buscaba llevar a la juventud a la perdición total. Esas acusaciones, por cierto, enorgullecían al magnate del conejito. Aun así tuvo que desembolsar millones de dólares en abogados para defenderse y evitar que lo arrestaran. Pero con el asesinato de John F. Kennedy la sociedad se fue haciendo más permisiva y toleró, aun a regañadientes, que Hugh Hefner y su revista poco a poco salieran más a la superficie pública e, insólito, que a fines de esa década, en medio del auge de la píldora anticonceptiva, la revolución sexual, las películas pornográficas aun en etapa primigenia e ingenua, el editor tuviera su propio programa de televisión en horario nocturno.

Cuando iniciaron los 70, Hefner, sus infaltables vermut y su pipa así como su bata de seda, pasaron a ser tan comunes y conocidos en Norteamérica como las hamburguesas, las pizzas y el beisbol.

No todo fue placer y sexo a raudales. Como se sabe, en 1980 una Playmate canadiense llamada Dorothy Stratten fue brutalmente asesinada por su novio quien acto seguido también se pegó un escopetazo. Poco después el productor y director Peter Bogdanovich acusó a Hefner por haber acosado sexualmente a Stratten, causándole una crisis emocional, algo que Bogdanovich reflejó en una película sobre la también exuberante modelo y luego en un libro que le valió una demanda por difamación de parte de Hefner. Al final el productor tuvo que retractarse y pagar una indemnización, pero el asunto dejó físicamente devastado a Hefner, quien sufrió un infarto en 1986, obligándolo a dejar su pipa (¿no resulta curioso, por cierto, como varios iconos de la izquierda de aquel entonces, llámense Fidel Castro y Che Guevara, eran igualmente aficionados irrederentos al tabaco? Valga como anécdota).

Pero conforme la sociedad fue más tolerante, las venta de Playboy fueron bajando. Era previsible: después de todo lo que antes era prohibido ahora podría conseguirse en cualquier establecimiento, lo que hacía al producto menos tentador, además que desde hace tiempo se había perdido el factor sorpresa por ver a una muchacha desnuda a todo color en las páginas de una revista de circulación internacional.

También cerraron los clubes y los casinos Playboy, lo mismo que Playboy Records, especializada en grupos de jazz, género que Hefner adoraba y donde su entonces novia Barbie Benton grabó un sencillo de mediano éxito. Luego le seguirían las bunnies o conejitas tras décadas de ataques de las feministas por considerar que ello marca una especie de "abuso emocional" hacia esas chicas pese a que ya eran mayorcitas de edad y sabían lo que hacían

Con todo, el mayor logro de Hefner no fueron los ensayos y artículos periodísticos de las mejores plumas de la literatura norteamericana que llegaron a publicarse. Mucho menos lo fue la página central, o Centerfold la cual, llegó a decir Tom Wolfe, había provocado más masturbaciones que todos los libros eróticos escritos a lo largo de la historia, Decameron incluido. Tampoco la entrevista Playboy, muchas de ellas auténticas joyas de periodismo (recordamos entre otras una realizada a Oriana Fallaci). Su mayor logro fue empujar a la sociedad norteamericana a enfrentar su propia sexualidad, aunque los resultados hayan sido ambiguos. Es cierto, el sexo hasta el matrimonio pasó de ser ridiculizado tras décadas de considerársele un principio sagrado, pero el sexo premarital tampoco ha traído la felicidad. Hay mayor libertad sexual hoy que en los años cincuenta pero ello no ha conllevado mayor entendimiento y comprensión entre hombres y mujeres o cualquiera que experimente sexualmente con otro ser humano, sea hetero o no lo sea. En muchos casos ha sido todo lo contrario.

Lo cierto es que cuando alguien compraba un ejemplar de Playboy, compartía las experiencias de Hefner aunque fuera por unas horas, y esperaba al mes siguiente para continuar con su placentera dosis de hefnerismo, algo que era, asimismo, el asomarse de antemano al mundo de los adultos que, todo adolescente lo sabe, en esa etapa de la vida se ve como una edad en la que todo se permite, se esté casado o se esté soltero.

Como conclusión, no deja de ser irónico que, dentro del ambiente políticamente correcto que hoy impera en el mundo, lanzar a la venta un producto como P
layboy habría sido imposible, y no tanto porque las ediciones impresas ya sean hoy poco menos que incosteables, sino porque la censura contra la propia sexualidad es hoy igual o más cerrada que hace 62 años, quizá no dentro de la idea de que sea "inmoral" sino porque es "sexista". ¡Sexista, esto para las mujeres quienes por siglos estuvieron tapadas o se les obligaba a cubrir sus curvas! ¿Cuál si no esa era la función de los kimonos en el hipermachista Japón?

Nunca sabremos si en la mente de Hefner pasó alguna vez esta cruel ironía, aunque es muy probable. Quizá concluyó en que la sociedad está volviendo al punto de partida. Y a él le ocurrió lo mismo: luego de sus relaciones poligámicas, terminó con una pareja.

Como sea, el Siglo Americano no podrá escribirse sin incluir en él a Hugh Hefner. Es dudoso que en el futuro cercano surja otro como él
en la historia de Estados Unidos, especialmente tratándose de un Hugh Hefner tan longevo y tan empecinado.

 

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