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En efecto, fue hoy hace 50 años...

Considerado una obra maestra y para muchos el mejor álbum de rock de la historia, ahora que el Sargeant Pepper's Lonely Heart's Club Band ha cumplido medio siglo de su elaboración es momento de externar algunos comentarios, entre ellos su imperfección auditiva, la cual lo hace un disco más interesante. Ojalá se abstengan de darle más resanadas y remasterizaciones totalmente innecesarias

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JUNIO, 2017. Quien esto escribe pertenece a la segunda generación que descubrió a los Beatles. Muchos de nosotros nacimos en el lapso en el cual el Sargeant Pepper, invariablemente considerado la obra maestra del cuarteto, salió a la venta por primera vez, esto el 23 de mayo de 1967. Se ha convertido en cliché decir que la década de los sesenta del siglo XX fue la musicalmente más creativa del siglo, y de hecho cabe poco dudar que sea cierto. Pero muchos de nosotros quienes supimos de los Beatles, en nuestra infancia a mitad de los setenta, cuando éstos ya trabajaban en proyectos solistas, encontramos en el Pepper un álbum divertido y sumamente ingenioso y del cual no entendíamos absolutamente nada de sus letras... qué iba uno a andar pensando que se había escrito, producido y grabado con el olor a amapola de fondo.

Desde entonces el Sgt. Pepper ha acompañado la existencia de muchos de nosotros (en la ciudad donde crecí recuerdo que a una taquería se puso como nombre El Sargento Pimiento), primero en forma de disco LP, muchas veces heredado de los primos mayores, después como cassette --el cual aún conservo y ocasionalmente disfruto--, luego en CD y ahora en MP3. Seguramente no soy el único que gusta escuchar este disco en secuencia, sin alterar el orden de las canciones, pensando que así se estaría cometiendo alguna suerte de sacrilegio si comenzáramos, por ejemplo, con "A Day in Life" y termináramos con el "With a Litle Help From my Friends" de Starr.

Ese "sacrilegio" se lo comenté hace tiempo al añorado Toño Jáquez quien aseguró que "ese disco llevo años que no soporto escucharlo completo y, efectivamente, me choca escucharlo en secuencia, como tampoco lo hago con el Dark Side of the Moon, de Pink Floyd".

Cuando se cumplieron 30 años de la aparición del Sgt. Pepper, Toño escribió un texto en la revista en la que trabajábamos, un artículo donde, para sorpresa mía, afirmaba que se trataba de un disco "anticuado, lleno de defectos, y con un audio horrible". Para escribir ese tipo de comentario se requería tener, digamos, agallas, dada la furia con la que muchos beatlemaniacos suelen responder cuando alguien ataca a sus dioses liverpoolianos. De hecho Jáquez recalcó todo eso en su programa de radio donde presentó algunos temas y diseccionó varios de esos errores de edición que mostraban cómo George Martin estaba lejos de ser un productor impecable.

Con todo, Toño reconoció al final de esa emisión que "los defectos hacen que el Sgt Pepper sea, en efecto, una obra irrepetible, con todo y que muchos de nosotros ya no podríamos soportar escuchar 'A Day in the Life', una vez más". Curiosamente, a Toño le parecían "refrescantes" los segmentos de la grabación de ese disco incluidos en el segundo volumen de la Anthology que salió en los 90.

Muchas veces he pensado en la cara de sorpresa de quienes escucharon por primera vez las canciones del Sgt. Pepper cuando salió a la venta ese mayo de 1967. El impacto debe haber sido gigantesco, con bocas abiertas ante lo que era un inusitado derroche de imaginación, o bien un desconcierto al pensar que los cuatro melenudos se habían vuelto locos. Los experimentos del Rubber Soul o el Magical Mystery Tour debieron haber dado algunas pistas de ello, pero cuando aparecen instrumentos inusitados al oído occidental como la citara de Harrison, el ruido de los sabuesos en "Good Morning, Good Morning" y el modo en que cierra "A Day in the Life" con lo que se dice fueron varios teclados de piano, no podía dejar indiferente a nadie.

Lo que sucede es que muchos de los elementos del Pepper se han reutilizado y reciclado tantas veces, que a medio siglo de distancia, nos parecen choteados, utilizados hasta el hartazgo. Toda canción hippie o sicodélica que se grabó posteriormente difícilmente podía escapar de la influencia del Sgt. Pepper.

Una de las más grandes ironías de este disco es que fue creado, según McCartney ha reiterado en infinidad de entrevistas, no como un producto de los Beatles sino un material "donde dejábamos de ser nosotros mismos y adquiríamos otra personalidad", de ahí que el concepto original es que se trataba de cuatro músicos que trabajaban como el grupo back up de un tal Billy Shears. Los Beatles ya no querían ser los Beatles y por ello grabaron el Sgt. Pepper o, como llegó a decir Toño, "fue un disco donde sus cuatro integrantes grabaron sus primeras canciones solistas sin haberse separado, valga la paradoja".

Lo innegable es que la calidad de sonido del Sgt. Pepper nunca ha sido la mejor, pero eso quizá ese sea uno de sus principales atractivos. El sonido estéreo está muy bien distribuido --con todo que, es importante recordarlo, la primera edición era monofónica-- y en cada escuchada podemos detectar nuevas sorpresas. Es irónico cómo la llegada de la tecnología ha hecho que el Sgt. Pepper, una obra auditiva imperfecta per se, pierda mucho de su encanto con cada remasterización.

Lo vimos cuando el disco sufrió cirugía mayor para lanzarlo en Compact Disc hace dos décadas. Los fans curtidos protestaron asustados por la pureza del sonido, quizá porque de sopete se había eliminado el scratch de las tornamesas. Lustros después vino el MP3, y lo mismo: un formato más práctico, quizá el más práctico que jamás se haya creado para escuchar canciones, pero que poco aportó para mejorar el sonido. No sorprende, por tanto, que a pocos fans haya giustado la versión deluxe del Sgt. Pepper, lanzada hace unas semanas y donde el hijo del ya desaparecido George Martin, que también es productor, despojó de toda imperfección auditiva al disco. Y en ese hecho que muchos consideran un "sacrilegio" (adicional al de no escuchar en orden las canciones), como forma de protesta siguen apegados a la edición en Long Play, aprovechando el regreso triunfal de las tornamesas aunque los acetatos cuesten los dos ojos de un rostro.

Es difícil dar el adjetivo de fresco al Sgt. Pepper, máxime cuando ya se cumplieron cinco décadas de haber sido grabado. El de ser un trabajo de ingenio desbordado que perdurará por mucho tiempo --no nos tocará verlo, pero es casi un hecho que en el 2067 habrá festividades con motivo del centenario de su grabación-- quizá describa mejor este trabajo musical que no requiere ni de resanados, ni del ponle acá/quítale allá; fue un producto de su tiempo y así es como debemos disfrutarlo. Del mismo modo en que a nadie se le ha ocurrido meter mano para "mejorar" a los cuadros de sopa Campbells de Andy Warhol, creados durante ese mismo periodo sesentero.

 

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