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Y DEMÁS/Necedades

El socialismo vuelve a fracasar, ahora en Venezuela ¿y adivinen qué? Lo seguirán alabando

La lógica dice que si se aplica la misma fórmula necesariamente dará idéntico resultado, y Venezuela es el enésimo ejemplo de ello. Sin embargo, para los progres, todo es relativo dada su enemistad a muerte con aquello que signifique enfrentar a la realidad y a la congruencia

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MAYO, 2017. Ya desde el 2002, cuando la "revolución bolivariana" aceleró sus medidas socialistas en Venezuela, Ian Vázquez, del Cato Institute, advertía que "la planificación económica de Hugo Chávez llevará directamente a la catástrofe al país dentro de unos años". Michael Moore, el cineasta empecinado en dar por ciertas las mentiras mas inverosímiles, dijo por aquellos años: "Felicito al presidente Chávez por estar utilizando la riqueza petrolera en dar bienestar al pueblo con mejores servicios médicos y educativos".

Tres lustros después nos queda claro quién tuvo la razón. Pero Moore, cuyo único acierto fue, muy a su pesar, el haber vaticinado el triunfo de Donald Trump, no ha sido cuestionado, en lo mínimo, en torno a sus fallidas argumentaciones. Tampoco ello ha ocurrido con Paul Krugman, otro alucinado, quien escribió en el 2004, "las reformas llevadas a cabo por el gobierno venezolano traerán consigo un aumento en el nivel de vida superior al de sus vecinos, incluido Chile". Años después vemos reflejado ese bienestar al que aludía Krugman con escasez de prácticamente todo articulo básico, con revueltas y protestas a diario, con un gobierno represor, con la violencia desbocada y con la que es hoy la inflación más alta en todo el planeta.

¿Pero adivinen qué? Krugman sigue muy fresco y campante tanto así que nadie, en lo absoluto, le ha echado en cara el haber engañado, con el rostro adusto, a la opinión pública que toma por cierto todo lo que escribe gracias al Nóbel de Economía que recibió hace algunos años.

Lo que está ocurriendo en Venezuela debería ser el más claro, certero, y conclusivo ejemplo de hasta dónde puede llevarnos el socialismo. La fórmula aplicada por el chavismo y el madurismo no varió, ni mínimamente, a lo que proponen economistas como Krugman, los profesores de las universidades norteamericanas o europeas y el 99 por ciento de los políticos latinoamericanos, esto es, mayor injerencia del Estado en la economía, crecimiento del gasto público, creación de más plazas burocráticas, nacionalización de empresas en áreas consideradas "estratégicas" (electricidad, petróleo, telecomunicaciones, etc), concentración del poder político, multiplicación de fideicomisos y secretarías de Estado, etc.

Todos estos pasos para socializar la economía, sin excepción, se aplicaron en la Venezuela chavista, y los resultados fueron idénticos a lo ocurrido en el Chile allendista, en el Perú del general Velasco, en el México de Echeverría, en la Zimbabwe de Mugabe, en la Gran Bretaña de los años 70, esto es, inflación, concentración del poder, escasez debido a la alteración de las leyes del mercado, marginación, pérdida del poder adquisitivo, boom del mercado negro y pauperrización del nivel de vida.

Si se combinan el amarillo y el azul el resultado será verde, sin importar que la prueba se haga cien, mil, un millón de veces ¿por qué entonces hay quienes, con ingenuidad de teflón, piensan que para la siguiente vez el resultado de planificar una economía será distinto?

Ya lo escribió Frederick Hayek en 1944 (¡1944, hace 73 años!) que la aplicación del socialismo lleva inevitablemente a la represión y a la pérdida de libertades individuales. ¿Cómo es posible que, pese a la abrumadora evidencia del socialismo como fallidísima alternativa de desarrollo, aún se le sigue defendiendo y justificando sus pifias con los argumentos más inverosímiles?

En primer lugar, los promotores del socialismo han tomado a éste como un dogma, y bien sabemos que los dogmas son considerados absolutos e inapelables. Los socialistas únicamente ven virtudes en su programa económico, y conspiraciones de sus enemigos en sus defectos, como si se tratara de un esquema financiero e ideológico perfecto, inmaculado; para los progresistas, no merece destacarse que el socialismo fracase irremediablemente dondequiera que se aplica; lo que importa es que se le instrumente en vías de conseguir la igualdad y la justa distribución de la riqueza. lo que resulta de ello carece de valor y análisis. Es igual a anteponer los supuestos méritos de un medicamento que deteriora más la salud del paciente, que al paciente mismo.

En segundo lugar, los socialistas no pueden concebir que alguien tenga ideas o propuestas que fomenten el individualismo, prueba del egoísmo más atroz. Quien realice una acción o desempeñe un trabajo, debe repartir esos beneficios con los demás y las ganancias para favorecer a los más desprotegidos. Lo que los socialistas olvidan mencionar es que esa actitud efectivamente mata el individualismo pero promueve el clientelismo, es decir, que su tan ansiada repartición de la riqueza trae consigo una acumulación desmedida del poder que solo beneficia a aquellos cercanos al Estado o quienes prometen jurarle pleitesía.

Tercero, el socialismo nunca logra avanzar si muestra abiertamente todas sus cartas. Tiene que mentir, ocultar sus verdaderas intenciones, para conseguir sus propósitos. Fidel Castro se declaró devoto de la Virgen de la Macarena cuando estaba oculto en Sierra Maestra; Hugo Chávez dijo que "absolutamente" apoyaba el desarrollo de la libre empresa y expresión (véase el video aquí), Barack Obama mintió al decir que se podría conservar al doctor de su preferencia al entrar el Obamacare, algo totalmente falso. Los ejemplos son infinitos.

¿Algún venezolano en su sano juicio habría votado por Chávez y por Maduro si éstos les hubieran prometido escasez de productos tan básicos como el papel sanitario, que la violencia se convertiría en algo cotidiano y que la inflación despedazaría el poder adquisitivo en poder de semanas? Por supuesto que no: de hecho, al sepultar al llamado "neoliberalismo" y al que acusan de todas las calamidades, lo que hacen los socialistas es ofrecer un remedio mil veces peor. Por eso se ven obligados a mentir, a engañar.

Pero qué más da. Pese a las pruebas clarísimas, irrefutables, del fracaso del socialismo cada vez que se aplica, siempre habrá quien lo defienda, quien lo justifique, quien relativice el que no ofrezca los resultados que de él se esperan. Y es que, en la máxima de las paradojas, el socialismo resulta ser un excelente negocio, similar al de las pirámides donde quienes ganan son quienes las organizan. Por esa razón los que han promovido o promueven el socialismo se asumen como revolucionarios, llámense los Castro, Daniel Ortega y Hugo Chávez pronto ellos mismos y su séquito más cercano, incluidos sus familias, se aburguesan grotescamente con el dinero que reciben producto de esa "justa distribución de la riqueza" que ellos mismos realizan y de la cual son los ganones.

De lo que se trata es vivir del trabajo y el sudor de otros para luego apropiárselo impunemente, y para que esto último ocurra se hace necesaria la complicidad de la prensa, de políticos y megaempresarios quienes ven en la libre competencia una amenaza a sus intereses, a seguir sacándole provecho al dinero que le arrebatan a la sociedad vía mayores impuestos, inflación, confiscaciones y expropiaciones.

Por esa razón, seguirán alabando al socialismo. De nada valdrán las decenas de muertos en Venezuela, la represión y el encarcelamiento de quienes no están de acuerdo con las locuras de Chávez primero y con las de Nicolás Maduro después.

Bien lo dijo Álvaro Vargas Llosa: los socialistas están irremediablemente enamorados de la mentira y ferozmente enemistados con la verdad.


 

 

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