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En el pecado llevamos a Chávez...

Otro efecto de la revolución bolivariana desatada por el ya fallecido Hugo Chávez, ha sido el autoexilio sistemático de miles de venezolanos que simplemente perdieron la esperanza en el futuro de su país. En esta ocasión platicamos con uno de ellos, quien asegura que, si gana Maduro, quienes querrán abandonar ese país no tardarán en convertirse en marejada

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FEBRERO, 2013. La muerte de un presidente en funciones equivale a la de un artista de rock en lo más alto de su fama: se les tiende a idolizar, a creer que dejaron algo pendiente en el camino. "Estoy completamente seguro que Hugo Chávez sabía esto, sabía que sus días de vida estaban contados y buscó así, fallecer siendo presidente, la manera de brincar a la inmortalidad", nos dice, vía Skype, Rubén Celorio, un graduado en Administración de Empresas quien un día se hartó de la revolución bolivariana y emigró a Miami con su familia. "Recuerdo que en el 2006 fui a Miami con mi esposa Eleonora y le dije, en broma, que si las cosas se ponían peor en Venezuela tendríamos que ir buscando casa aquí, y mira dónde me encuentro ahora", refiere. Cuando realizaba el trámite, el consulado venezolano en Miami cerró por un capricho de Chávez por lo que tuvo que trasladarse a Nueva Orleans a hacer los trámites, "un millón de veces más engorrosos desde que Chávez se hizo de la presidencia", agrega.

"El comportamiento de Chávez era como el de un niño mimado, malcriado. El consulado lo cerró porque cada vez eran más los venezolanos que ya no querían saber nada de él. Entonces dice, para complicarles el trámite voy a cerrar el consulado, como esos chamitos que se llevan la pelota cuando están perdiendo el juego", dice.

"El daño que Hugo Chávez dejará de herencia es enorme, pero también es culpa nuestra, nosotros lo elegimos, nunca llegó al poder con un cuartelazo ni con un golpe de Estado. Es verdad que con el petróleo compró votos y compró conciencias pero aun así hubo quienes votaron convencidos, esa es la parte más triste", se le escucha decir en la pantalla de Skype. A continuación le cedemos completamente el texto:

Me llamo Rubén Celorio y desde febrero del 2011 vivo en un suburbio de Palm Beach, Florida aunque nací en Venezuela en 1971. Como muchos otros compatriotas, debo mi estancia aquí al recientemente fallecido presidente Hugo Chávez Frías. Hace exactamente dos años decidí finalmente abandonar mi país junto con mi familia, hastiado de un gobernante que nunca supo cuándo detenerse ni cuándo dejar en paz a los ciudadanos. Desayunábamos, comíamos y cenábamos Hugo Chávez; lo mismo lo veíamos en televisión, se nos obligaba a escucharlo por radio, su rostro llenaba las calles de nuestras ciudades y hasta teníamos que aguantar sus peroratas en los cortos del cine. Y en el colmo de todo, no nos dejaba vivir nuestras propias vidas. Finalmente dije a mi mujer, Eleonora, nos vamos a la Florida. Barack Obama está lejos de ser alguien de mi agrado pero al menos en el país donde ahora resido se me permite vivir mi vida en santa paz.


Atrás quedaron muchos recuerdos, pero finalmente eso son, recuerdos. La Venezuela en la que yo crecí dejó de existir paulatinamente una vez que Hugo Chávez tomó el poder. Las salidas despreocupadas, las horas chéveres, todo eso ha cambiado en mi país. Amigos míos fueron asaltados en pleno mediodía, otros tantos fueron objeto de ataques por turbas escudadas en el chavismo. No me explico porqué las altas tasas de criminalidad en Venezuela apenas y son cubiertas por la prensa en Estados Unidos. Estoy enterado del alto índice de homicidios en México, por ejemplo, pero salvo algunos artículos en El Nuevo Herald, nadie habla de las enormes tasas de criminalidad en ciudades como Caracas, Mérida o Barquisimeto que se desataron con Hugo Chávez. No dejo de preguntarme el por qué de ese desdén informativo.

Los modernos centros comerciales y los malls siguen proliferando en las principales ciudades, muchos de ellos copiados de planos de malls de la Florida. Pero como explicaré más adelante, todo eso forma parte de vivir en un espejismo; como el personaje de Narciso, los venezolanos pasamos horas contemplándonos en el espejo sin importarnos lo que pase alrededor... siempre que tengamos bolívares para gastar. Ese es uno de nuestros peores pecados.

Pérmítaseme mencionar el otro pecado que los venezolanos comenzamos a pagar en la penitencia de tener a Hugo Chávez: pensar que el petróleo resolverá nuestras vidas, y que tenerlo nos exime de la terrenal responsabilidad de tener que trabajar para vivir. Al mezclar esa mentalidad con nuestro ancestral consumismo (palpable ya desde que éramos colonia española) el resultado es una Venezuela sin esperanzas para el futuro, con la amenaza de ser gobernada pronto por un personaje que, contrario a su apellido, es un inmaduro para gobernar. Nuestra penitencia es, y seguirá siendo, el chavismo.

Como mencioné anteriormente, los venezolanos traemos el consumismo en nuestros genes. Ya desde la Colonia existen crónicas de los terratenientes y aun los más pobres que gastan a raudales o se endeudan hasta lo indecible con tal de vender una imagen de fuerza, de prosperidad, de poder adquisitivo. En la Venezuela actual basta con que alguien adquiera una televisión HDTV para que su vecino corra a comprar una más grande y más sofisticada con tal de no quedarse atrás y sentirse menos. Los regalos de Navidad también comparten este consumismo desaforado: cada miembro de la familia o del trabajo deberá presentar un regalo vistoso, grande y ostentoso, pues de no hacerlo se le acusará de avaro, de "macana", como decimos allá. Visite usted la casa de cualquier venezolano --incluso yo participé en esa carrera, lo reconozco-- y encontrará objetos, artículos electrónicos o muebles que realmente su dueño no necesita. Los norteamericanos llaman clutter (en México los llamaríamos tiliches, nota de redacción) a todos esos armatostes que compramos sin real necesidad, por querer ser más que el prójimo y que solo ocupan espacio en nuestras casas. Los venezolanos somos expertos en el cluttering, es parte de nuestra esencia.

Lo paradójico es que el gobierno, y no solo el chavista, suelen criticar y denunciar sin cesar el "consumismo" de los norteamericanos. Aquí en la Florida también existe, lo he visto y me enferma. Pero la diferencia es que Venezuela es un país pobre. Ser consumista y al mismo tiempo ser pobre viene a ser una enorme insensatez.

Por el otro lado está el petróleo. Los ingenieros británicos, holandeses y norteamericanos descubrieron importantes yacimientos en los años 20 del siglo pasado y los explotaron por muchos años. Con ellos vinieron sus familias. Muy pronto se dieron los matrimonios mixtos y con ellos el reforzamiento genético que derivó en el atractivo físico de las mujeres venezolanas y que nos ha hecho ganar varios concursos de belleza. Entre paréntesis, menciono que una de estas mujeres es Irene Sáez, ex Miss Universo y una chica que desmiente aquello de la rubia tonta pues posee una inteligencia excepcional. Saéz ganó la alcaldía de un suburbio de Caracas e hizo un gran trabajo, algo que le habría permitido buscar la presidencia, pero Chávez se interpuso en el camino.

Chávez se hizo popular cuando se sublevó contra el segundo gobierno de Andrés Pérez, quien lo mandó encarcelar y lo convirtió en héroe. Pérez había nacionalizado el petróleo en 1974 pero en su segundo mandato traía desenfundada la tijera de los recortes presupuestales y estallaron revueltas sociales. Los venezolanos no queríamos enfrentar la realidad y Chávez ofreció seguir viviendo en la fantasía alimentada con petróleo. A nadie extrañó que hubiera ganado abrumadoramente cuando se postuló por primera vez a la presidencia en 1997.

Al llegar Chávez a la presidencia existía optimismo. Los dos principales partidos políticos, Acción Democrática y Copei, estaban corrompidos hasta el tuétano y tan malo era uno como lo era el otro. Pensábamos que Chávez restablecería el orden en nuestra vida política. Nos equivocamos tremendamente.

A mis amigos aquí en la Florida les cuesta trabajo creer el discurso de Chávez de aquellos días. Decía ser impulsor de la iniciativa privada, alababa a los empresarios y decía que el socialismo era una etapa superada de la humanidad: es más, en cierta ocasión dijo que Simón Bolívar, lo recuerdo clarico, "era parte de nuestro glorioso pasado, un pasado que debemos respetar para dejar descansar al Libertador". Garantizó la libertad de expresión a la prensa y criticó a esos mandatarios "que no dejan hacer su vida a quienes gobiernan". Al final hizo todo lo contrario a lo que salió de su boca.

La verdad es que desde el principio estuvimos frente a un mentiroso consumado, alguien a quien el mentir no le producía remordimiento alguno. Porque si la historia de Venezuela, nuestra forma de vida, está formada en puras mentiras ¿por qué Chávez iba a ser la excepción? Los caudillos mienten descaradamente, la verdad no les merece ninguna consideración, ellos se sienten más poderosos que la realidad misma. Chávez odiaba la verdad, del mismo modo en que la odia Nicolás Maduro. Varias veces Chávez mintió al pueblo al decirle que ya se había erradicado el cáncer de su cuerpo; la realidad terminó por imponérsele a Chávez pero los venezolanos preferimos seguir viviendo en la mentira.

¿Alguna vez los venezolanos aprendemos a enfrentarnos con nuestro propio mundo de ficciones y de mentiras? Primero tendría que pasar lo que va a ocurrir, aunque no sabemos cuándo, esto es, que se nos acabe el petróleo. El choque será durísimo, pero no veo otra forma en que aprendamos la lección: no podemos subsistir de prestado toda la vida.

 

 

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1 comentarios

manny_robledo escribe 03.04.13

Así que a Nicolas Maduro un pajarito lo bendijo? De plano que está loco, pero más locos estarán quienes voten por este enfermo mental, la verdad no sé si al rato Maduro, que es todo menos eso, va a decir que cada vez que escucha relinchar a los caballos es porque puede hablar con los animales y que el caballo le manda saludos de parte de Chávez. Pobre Venezuela!!!

 

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