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La pregunta es por qué, y no con qué

Otra masacre, esta vez en una primaria, han puesto en el escaparate la exigencia de prohibir la venta de armas en Estados Unidos, aunque nadie se ha preocupado gran cosa en analizar la influencia que los contenidos violentos en el cine o la TV pueden tener entre quienes cometen estos actos. Es hora cada una de todas las partes acepte ser corresponsable

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DICIEMBRE, 2012. Si por algo va a pasar a la historia este año en los Estados Unidos, es por dos de las peores masacres ocurridas en ese país, la primera el pasado agosto durante la premiere de una película de Batman y la segunda el pasado 14 de diciembre en una escuela primaria en una pequeña comunidad de Connecticut. El atacante, identificado como Adam Lanza, de 24 años, también mató a su madre además de 17 niños y seis personas que laboraban en esa institución. Lo más traumático para sus habitantes es que ahí había ocurrido solamente un asesinato violento en 10 años.

Con asombrosa rapidez, las redes sociales nuevamente se saturaron con la exigencia que el gobierno norteamericano prohíba la venta de armas para, aseguraban, poner fin a estas masacres. El infaltable Michael Moore incluso mencionó que el tipo había utilizado una arma Bushwacker, nombre sacado de su imaginación aunque muchos quienes leyeron ese tweet pensaron que ese nombre era real y comenzaron a difundirlo. Al menos no le llamó "Rifle de asalto Palin .45", o algo parecido.

¿Pero en realidad funcionaría una prohibición total en la venta de armas? Es verdad que en ese país existen tiendas de autoservicio donde es posible adquirir un rifle con tan solo presentar una identificación, algo que hizo Mark Chapman cuando adquirió la pistola .22 con la que asesinaría a John Lennon. Pero también es innegable que con la legislación actual al respecto, en vigencia desde el 2004 cuando venció la anterior, según el periodista Matt Welch, de la revista reason, "la cantidad de crímenes violentos han ido sustancialmente a la baja. La ciudad de Nueva York reportó en 1992 un total de 3,217 muertes con arma de fuego --ninguna de ellas consecuencia de una masacre-- en momentos que era muy difícil conseguir uno de esos artefactos en la ciudad. Tras el cambio de la legislación, en el 2001 se reportaron apenas 467 muertes por esa causa en Nueva York, cantidad que desde entonces ha ido sustancialmente a la baja". Aun así, el alcalde Michael Bloomberg recriminó el mismo viernes "no estar haciendo lo suficiente" para lograr un control definitivo de armas.

Naturalmente, los activistas a favor de la prohibición apuntan al Partido Republicano y a sus aliados, los fabricantes de armas, los lobbystas y la National Rifle Association (NRA) de "mantener sus intereses en detrimento de un situación insostenible que cada día está provocando más muertes en Estados Unidos", según dijo el periodista Bryan Barry, de The New Republic. Sin embargo y si habláramos de protección, el gobierno de Obama fue el que envió un paquete de salvamento para Chrysler y General Motors, empresas fabricantes de automóviles que, tan solo en el 2012, fueron causantes en gran parte de que 8,746 norteamericanos murieran en accidentes de tránsito, según Welch. ¿Por qué entonces no prohibir la venta de automóviles si potencialmente también estos pueden producir hechos fatales?

Dos factores deben ser considerados antes de pensar que la mera prohibición pondrá fin a las masacres como la del pasado 14 de diciembre.

Los Estados Unidos están profundamente enamorados de las armas de fuego, una obsesión que viene desde su misma Independencia pero que se profundizó en el siglo XIX, y no precisamente por razones de entretenimiento o búsqueda de adrenalina. Simplemente, y dado que la autoridad establecida para la defensa ciudadana como tal no aparece sino hasta 1833, la única manera de preservar el patrimonio era mediante la adquisición de armas. El nombre de "salvaje oeste" está lejos de ser una casualidad. Con frecuencia los críticos denuncian que esas armas del hombre blanco casi eliminaron a las tribus indígenas que proliferaban en el amplio territorio y que en apenas 20 años, de 1862 a 1870, la población de búfalos decreció en un 80 por ciento. Innegablemente, pero para esos críticos parece ser que la exterminación es un pecado exclusivamente norteamericano: lo mismo han hecho todos los países que conquistan nuevos territorios.

En la misma Argentina, donde la población indígena es tan baja como en Norteamérica, éstos fueron aniquilados con armas de fuego para quedarse con sus tierras. "Mi abuelo se dedicaba a matar indios", dijo Jorge Luis Borges al periodista Andrés Oppenheimer durante una entrevista que le hizo en 1973. Pequeña omisión.

Hay programas de televisión donde expertos discuten las cualidades de esas armas, disparan con ellas, realizan competencias y hablan de los modelos como si se tratara de motocicletas o automóviles. Pero al norteamericano promedio le cuesta trabajo comprender porqué en el resto del mundo se exige se restrinja algo que consideran es parte de su identidad. Por ello cada encuesta muestra la contundencia de los ciudadanos a prohibir la venta de armas. Quien no esté al tanto de la historia de Estados Unidos juzgará ligeramente el asunto y pensara que se trata de una terquedad con afanes imperialistas de sus habitantes.

El segundo factor suele ser pasado por alto por quienes están a favor de la prohibición. Al día siguiente de la masacre en Connecticut, los estudios Paramount anunciaron que pospondrían el estreno de Jack Reacher, la nueva película de Tom Cuise. Asimismo y "por respeto a las víctimas", una docena de filmes y programas sumamente violentos también fueron sacados del aire temporalmente. La reciente producción de Quentin Tarantino --quien ha dicho que la violencia extrema le produce "una profunda excitación"-- se estrenó hace algunas semanas al tiempo que, según el sitio moviereviews.org, el norteamericano promedio habrá visto en este 2012 más de 4,500 asesinatos en las pantallas.

Los medios norteamericanos propalan altos contenidos de violencia. Ya desde hace tiempo se desechó la idea de que los espectadores no podían ser influidos por los programas y películas sumamente violentos. Pero cuando un tal Jim Holmes se viste de guasón y dispara contra los espectadores de un teatro, esa influencia no puede ser sobreseída ni justificada, mucho menos evadida con el pretexto de que al abordarla se ataca el sacrosanto principio de la libertad de expresión.

Lo que llama la atención es que, si bien otros delitos como el robo a casas habitación, los atracos y el asesinato lleven una baja progresiva en territorio norteamericano, las masacres se han incrementado sustantivamente. Otro elemento detectado por los especialistas es que a estos hechos les han seguido emuladores. Más aún: desde la matanza de Columbine en 1999. la teatralidad es parte del plan de quienes las cometen. Gabardinas negras, máscaras antigases, guantes negros, chalecos antibalas, han sido la constante en otras matanzas como la de un instituto tecnológico en Carolina del Norte o la de Connecticut. Otra vertiente es la de los "empleados despedidos/descontentos", que también ha registrado una alza en lo que va del año. Todas estas matanzas han recibido amplia cobertura y sin embargo nadie repara en que en todas se detecta una clara influencia de los medios o los videojuegos. "Hasta hace unos años el asesino se ponía una máscara antigás, pero hoy utiliza una parafernalia claramente cinematográfica", escribió el columnista Jonah Goldberg tras la matanza en Aurora, algo que bien puede aplicarse a lo ocurrido en esta ocasión.

Conviene recalcar que el punto no es señalar a los medios ni a los creadores de los videojuegos como causa d estas matanzas. Simplemente puntualizamos que tampoco pueden quedar exentas del debate, como si se tratara de macabras coincidencias.

El problema central yace en explicar cómo una generación de jóvenes, aparentemente normales, pueden cometer este tipo de actos. Eso es lo que está funcionando mal en la sociedad norteamericana y que no terminará con decretar la prohibición en la venta de armas de grueso calibre. Antes bien, se propiciaría un mercado negro que ya vemos los estragos que está produciendo en México y que a su vez fue auspiciado, irónicamente, por el gobierno norteamericano a través de su fallida operación Fast and Furious. Así como quien quiera drogas las consigue sin necesidad de que estén a la venta legalmente, quien desee adquirir armas de fuego también podría hacerlo bajo el agua. Del mismo modo en que la Prohibición de alcohol no detuvo su consumo y, antes bien, lo aumentó, una restricción será perjudicial y aun incrementaría los hechos delictivos. Más aún, hacerlo en un país que admira tanto a las armas equivaldría a hacer ilegal la venta de cerveza en Alemania o de las tortillas en México.

 

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2 comentarios

daniel_maldonado escribe 19.12.12

En México etsá prohibida la venta de armas al público en general y de todos modos se usan como si se vendieran cacahuates, y si aquí la razón es la corrupción, en Estados Unidos es una cuestión social-psicológica que debe atenderse de inmediato, es inconcebible que los asesinos sean adolescentes o apenas veinteañeros, eso nos habla de una sociedad profundamente enferma.

vero_moreno escribe 19.12.12

Pues dirán lo que quieran y me tacharán de anticuada pero en relación al articulo sobre la masacre del viernes en Estados Unidos, esto tiene mucho que ver con la crisis de valores que atraviesa ese país y por el alejamiento que esa sociedad ha tenido de la religión y de Dios en particular

 

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