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¿Podrá Nueva York sobrevivir a Michael Bloomberg?

La actividad cultural y financiera tuvo un gran impulso una vez que los neoyorquinos vieron amenazada su libertad e hicieron todo para defenderla. Pero ahora su alcalde ha emitido una serie de leyes draconianas que lo han convertido en un feroz partisano del Estado Niñera. 

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OCTUBRE, 2012. A diferencia de otras urbes que se hundieron en el marasmo o el resentimiento profundo tras haber sufrido un atentado terrorista, Nueva York parece haber asumido aquello como pretexto para revigorizarse y para flexionar un músculo que tenía bastante atrofiado, el de su manifestación cultural y económica. Cierto, los Estados Unidos atraviesan por una de sus crisis financieras más profundas, pero cualquier visitante a la urbe no percibiría el mismo desgano que, por ejemplo, encontraría en Atenas o en Madrid: las calles se encuentra repletas, y como buen síntoma, los vendedores de hot dogs y pizzas no han mermado sus ganancias gran cosa pese a que el precio de sus productos, en una ciudad de por sí cara, se venden a mayor precio que hasta hace un lustro.

La fiebre consumista tampoco se detiene, lo mismo que la incesante llegada de turistas provenientes de todo el mundo. Los atentados a las Torres Gemelas son un recuerdo doloroso, pero la ciudad ha comprendido que la vida sigue, y no solo eso, está a punto de abrir las puertas de la Liberty Tower, ubicada a unos pasos de donde se encontraba el World Trade Center; esa construcción ha dejado, de nuevo y tras un breve reinado, al Empire State Center en segundo lugar como la construcción más alta de Nueva York. Otra ciudad con una mentalidad distinta habría expedido tras los ataques terroristas una prohibición para erigir más rascacielos. No es el caso de Nueva York: aparte que el casi el 90 por ciento de la capacidad de la Liberty Tower ya se encuentra rentado, hay proyectos para seguir construyendo edificios de más de 50 pisos. 

Hace algunas semanas se registró un tiroteo a las afueras del Empire State Building, sin embargo Nueva York sigue siendo una ciudad segura al punto que hace rato abandonó el ranking de las 10 ciudades más riesgosas de los Estados Unidos --el primer sitio lo ostenta Detroit, y según este reporte, Chicago está a punto de reingresar a la lista-- al tiempo que sus agentes de policía, si bien aplican la fuerza en el momento que lo requiera como sucedió durante las revueltas del movimiento Occupy Wal Street, suelen ser amables y ya no agreden para después preguntar, como era frecuente hasta inicios de los noventa.

Nueva York también reforzó su papel en la vanguardia cultural. Andy Warhol estaría satisfecho de ver cómo la ciudad se ha tapizado de expresiones de todo tipo, de galerías de vanguardia mundial y de una vida bohemia que en Europa se encuentra ya en abierta decadencia. "Nueva York es hoy tan atractiva para escultores, pintores y escritores como París lo era a principios del siglo XX", apuntó recientemente The New York Times.

Todo parece funcionar satisfactoriamente en Nueva York. Excepto, bueno, la inclinación claramente totalitaria de su alcalde Michael Bloomberg.

En los Estados Unidos son muy conocidos unos libros llamados Loony Laws (Leyes Ridículas) donde señalan que, por ejemplo, en Dakota del Norte está prohibido poner a secar la ropa los domingos o que en Milwaukee es ilegal sacar a pasear a un perro con bozal amarillo. Claramente son burlas abiertas al afán de los burócratas por inventar leyes que carecen de justificación. Pero sus autores podrán concluir que el alcalde Bloomberg les está "pirateando" sus ideas para aplicarlas en Nueva York. Y es que buena parte de esa legislación se antoja absurda, políticamente correcta, pero absurda al fin.

Ya desde tiempos de su antecesor Rudy Giuliani, Nueva York comenzó a experimentar los primeros embates de esa burocracia local. En 1996 se aprobó una ley que prohibía fumar en todo sitio cerrado de modo que los oficinistas saturaban las banquetas con su presencia y con colillas de cigarro a la hora del lunch, algo que obligó a gente como el músico Joe Jackson, a mudarse a Berlín. Igualmente se reforzó la ley anticasinos, para regocijo de su vecina Nueva Jersey, donde son legales desde hace décadas y se implementó una medida bastante similar al Hoy No Circula del D.F. que únicamente incrementó la tramitería para los automovilistas. Durante décadas la autoridad municipal ha hecho lo posible para arrancarle libertades a los neoyorquinos, como ocurrió con David Dinkins, quien fue el primer edil negro de la ciudad y quien promulgó una ley que "prohibía" los saqueos luego de los desmanes que se dieron en la ciudad tras un apagón en 1977. Como si los saqueos fueran delitos que anteriormente no estaban tipificados.

Sin embargo, Bloomberg está muy cerca de rebasar a sus antecesores en lo que toca a leyes que no solo son absurdas sino que atentan contra el libre mercado. "Inspirado", según dijo a la prensa, por la campaña "antiobesidad" de la primera dama Michelle Obama, el alcalde lanzó una iniciativa que prohíbe la venta de gaseosas de todas marcas y sabores, e igualmente quiere restringir a los restaurantes de comida rápida a que ofrezcan juguetes a los niños y no solo eso, su objetivo es desterrar de Nueva York a todos los establecimientos fast food de productos hechos con carne animal, aunque nada ha dicho de los hot dogs de Manhattan, dado que éstos pertenecen a una fuerte asociación sindical.

Aparte de las restricciones draconianas al consumo de cigarrillos, Bloomberg también tiene pensado poner casi en el límite de lo ilegal, a la venta de golosinas, chocolates ¡helados! y todo aquello que contribuya, dijo, "a que los niños y jóvenes no lleven una dieta sana", una "dieta sana" que, por cierto, propone ofrecer desayunos escolares, un negociazo donde ya hay una larga lista de posibles "proveedores" quienes así harían el negocio de sus vidas si logran firmar el contrato con la autoridad municipal.

Hay otras leyes por parte del municipio que, si bien no han sido defendidas abiertamente por Bloomberg, se sabe que cuentan con su consentimiento: la prohibición pública de "ceremonias de carácter religioso", que darían fin al tradicional desfile el Día de San Patricio, el llevar cruces u otros símbolos cristianos entre empleados de oficinas públicas, suprimir el árbol de Navidad en esas dependencias --restricción que parece no aplicar, por cierto, de Estrellas de David o medias lunas-- y hasta se ha pedido al cuerpo de bomberos que prescinda del capellán, algo que sus empleados se han negado abiertamente. Si los atentados hubieran ocurrido en tiempos de Bloomberg, las misas católicas que se celebraron en el llamado Ground Zero habrían sido cuestionadas, o tal vez prohibidas, por el ayuntamiento. También ha manifestado su deseo de retirar las "maquinitas" expendedoras de pastelillos, refrescos y frituras no solo de escuelas y edificios públicos sino aun de oficinas privadas, algo que abiertamente contraviene la Constitución norteamericana concernientes a la propiedad particular.

Es comprensible que tanto el alcalde como la señora Obama estén preocupados por el sobrepeso de muchos niños en los Estados Unidos, sin duda producto de que comen alimentos chatarra en exceso. Pero las prohibiciones ni la satanización de los chocolates, los panquecitos ni los refrescos van a terminar con el problema; antes bien, afectan al libre mercado y a la creación de empleo en la enorme urbe. Y, peor aún, serán más tentadores, como ocurre con todo aquel producto cuya venta es restringida. Aparte de ello, cualquiera puede conseguirlos con simplemente cruzarse a estados vecinos como Nueva Jersey, Massasshussetts o Maryland.

A mediados del 2010 Bloomberg manifestó que se proponía "modificar los hábitos alimenticios de los neoyorquinos, la mayoría de ellos inapropiados" (New York Post, 04/06/10), declaración que lo expone como representante genuino del Estado Niñera que debe decir a los ciudadanos qué comer, a qué horas y en qué cantidad. Pero Bloomberg no objeta mucho el sobrepeso en buena parte de quienes laboran en el servicio público de la Gran Manzana.

Lo único que podría detener a Michael Bloomberg de convertirla en un sitio donde hasta el Estado Niñera siente sus reales es que pierda una reelección. Ha habido otros gobernantes --el mismo Dinkins, y los ex gobernadores Mario Cuomo y Elliot Spitzer-- que han querido darle a la urbe lecciones de cómo debe comportarse, como si fuera un niño chiquito. Si los neoyorquinos están conscientes de que con Bloomberg son menos libres de elegir lo que quieran que hace cinco años, actuarán en consecuencia. Como lo comprobaron hace un decenio, siempre habrá alguien que envidie y quiera destruir su libertad. El alcalde Bloomberg parece estar empeñado en ello.

 

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