Internacional
Con
su amigote, Oliver Stone
La
de Hugo Chávez, una película de horror
Devaluación,
inflación, discursos a rajatabla y un totalitarismo cada vez menos
encubierto marcan a la Venezuela de hoy. ¿Hasta cuándo aguantarán sus
habitantes a un Hugo Chávez que hace rato dejó de vivir en la realidad
que le rodea?
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impresa
FEBRERO, 2010. A estas alturas de la historia sorprende que haya
quien dude que el incremento desmesurado del gasto público, los subsidios, la burocratización y el aniquilamiento del sector producivo privado ha traído, sin excepción, los mismos resultados. Es difícil creer que haya sorprendidos tras ver lo ocurrido en Zimbabwe, donde un megalómano Robert Mugabe aplicó una
ruinosa reforma agraria que convirtió en páramos miles de hectáreas que
hasta entonces habían producido incluso para exportar a su vecina Sudáfrica. Más aún, resulta doblemente increíble que nos sorprendamos al ver el desastre en Cuba, en el Perú de los años ochenta, así como en México, Argentina y Chile durante los años de Allende allá en los setenta.
Igualmente sorprende ver cómo aún existen ingenuos que defienden el estatismo pese a la monstruosa muestra de ineficiencia que muestra el siguiente ejemplo venezolano, donde hasta el 2007 había 36 empresas particulares distribuidoras de electricidad. Tras el deterioro del nivel de vida muchas tarifas se hicieron prohibitivas para el ciudadano promedio, pero en vez de remediar esa situación el chavismo se fue por el populismo fácil y expropió hasta el último tornillo de esas empresas. Menos de tres años después la ineficiencia impera en todas ellas de modo que por
decreto presidencial se ha aplicado una serie de apagones en las principales ciudades; Chávez dice que es por "la sequía", aunque en el 2001 hubo una escasez de agua aun más grave y en ningún momento se suspendió el suministro eléctrico. La ineficiencia de la compañía eléctrica ahora en manos del Estado
venezolano es de tal magnitud que Luz y Fuerza en México podría ser aplaudida en comparación.
La de Venezuela es una película de mál gusto que ya experimentamos en México en los años de Echeverría y López Portillo, donde también hubo apagones programados por culpa de la "sequía" en 1980. Tras la devaluación del bolívar el ministro de Economía aseguró que al final resultaba benéfica porque
"estimularía las exportaciones", chiste de enorme sarcasmo para un país donde el chavismo está empeñado en matar al sector productivo,
esto en una nación que aparte de su petróleo, no exporta absolutamente nada. Por cierto, la
depreciación de la moneda difícilmente exaltó el "espíritu revolucionario" de los venezolanos, como aseguró Chávez en su sempiterna emisión de
Alo Presidente; en vez de ello miles de personas se volcaron a las zonas comerciales de Caracas. Mérida y Barquisimeto y vaciaron las tiendas que vendían televisores, pantallas de plasma y equipos
sorround. Bonita revolución bolivariana, una faramalla para un país acostumbrado al consumismo y donde, más que en otras latitudes de América latina, es común juzgar de acuerdo a lo que se adquiere.
Sorprende igualmente que, en esta película tan predecible, haya quienes levantan las
manos espantados por los afanes totalitarios de Chávez y su empeño en pisotear la libertad de expresión. Está como ejemplo una absurda ley que obliga a los canales de cable a transmitir
Aló Presidente pese a ofrecer una señal privada por la cual los suscriptores pagan cada mes. La ridiculez del documento es tal que los abonados se ven obligados a cubrir el pago de algo que verían sin costo con sólo sintonizar una señal aérea. Pero por supuesto que los términos legaloides se encuentran lejos del objetivo de Chávez pues el destinatario central era RCTV, la cadena que no vio renovada su
concesión y por ello tuvo que refugiarse en las distribuidoras de cable. Otras señales igualmente perjudicadas fueron los canales de Chilevisión y The American Network.
El periodista Andrés Oppenheimer afirma en su libro Cuentos Chinos que, más que una "revolución bolivariana", lo que hay en Venezuela es un presidente increíblemente desordenado que no sabe ni donde empieza ni en donde terminan los bienes del Estado, y que ese mismo desorden le sirve de justificación para violar la ley. Sin embargo ese caos presenta situaciones de humor involuntario: tras la devaluación de hace una semanas, una cadena de tiendas aumentó el precio de sus artículos y Chávez ordenó su "expropiación", aunque varios de los terrenos de los "comerciantes oligarcas" ya habían sido "expropiados" anteriormente hasta por tres veces. Igualmente, el año pasado Chávez ordenó la "expropiación" de un predio enorme donde se había construido un moderno centro comercial que seria inaugurado en unos días. "El gobierno esperó a que termináramos el edificio para darnos la noticia ¿por qué no lo hizo cuando aún no colocábamos los cimientos? Simplemente porque vivimos en una dictadura que cada vez guarda menos las formas", refirió uno de los socios accionistas del mall.
Otra parte del guión en esta película de horror contiene una mezcla de megalomanía y una inmadurez emocional para aceptar los propios errores. En las horas
previas a la devaluación Chávez lanzó una bomba de humo al asegurar que una nave
estadounidense había violado territorio venezolano aunque sin aportar mayores pruebas, luego culpó a los "empresarios hambreadores" del repunte inflacionario existente hoy en el país (39 por ciento, el más alto del continente) e igualmente culpó a los "oligarcas" de haber sacado sus capitales y haber provocado la depreciación del bolívar. El Señor no tiene la culpa de nada, el Señor es una víctima, Igual que ocurrió en México con López Portillo y en Perú con Alan García, afortunadamente hoy regenerado. Como cereza del guión, Chávez acusó a Estados Unidos por los sismos de Haití mediante una técnica tan tenebrosa como secreta y que tiene como objetivo --dijo textualmente en
Aló Presidente-- "provocar un desastre aún mayor en Irán, otro enemigo del imperio".
A propósito de tan aburrido programa, una encuestadora colombiana difundió resultados de un sondeo realizado en Caracas donde quedó claro que
cada vez que inicia Aló Presidente los índices de audiencia caen hasta un 23 por ciento en cuestión de minutos, algo que un columnista de
El Universal (uno de los pocos periódicos relativamente independientes que quedan en Venezuela) ironizó al afirmar que "al apagar el televisor, muchos ciudadanos podrían abrir un libro para entretenerse... es una posibilidad positiva dentro de todo este desastre". El caso, agrega la encuestadora, es que aun los más fieles chavistas que se ven obligados a ver y discutir
Aló Presidente llevan años escuchando el mismo discurso, las mismas acusaciones contra el imperialismo yanqui, la "oligarquía" y otras barbaridades. Obligar a los canales de cable a que transmitan
Aló Presidente no hará sino saturar aún más la paciencia de los venezolanos. El canal TeleSur, el máximo monumento al ego de Chávez que existe en la televisión de ese país, no ha podido rebasar el 10 por ciento de rating desde su fundación pese a que en ocasiones ha presentado emisiones "revolucionarias" como hermosas chicas en tangas.
La decadencia del país en los años del chavismo también se ha manifestado en otros aspectos: con excepción de Alex Rodríguez, desde 1998 las figuras beisboleras en Ligas Mayores han escaseado, ninguna figura artística de trascendencia es conocida en el resto del continente y, peor aún, el dominio que llegó a tener en los concursos internacionales de belleza también han ido en descenso; la producción local de mujeres atractivas no ha cesado pero la preparación que anteriormente se enseñaba a las aspirantes ha descendido. Después de todo ¿habría alguna ganadora de la corona que aceptara recibir un beso de felicitación de Hugo Chávez?
El próximo septiembre se realizarán elecciones para renovar las Cámaras legislativas, actualmente copadas en su totalidad por Chávez, lo mismo que el Poder Judicial, cuya sumisión es aún más dramática. Es de esperarse que para entonces el pueblo venezolano haya recapacitado lo suficiente para poner fin a esta película chavista de terror y de tan mal gusto.
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