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Haití: peor, imposible 

Huracanes, temblores, feroces dictaduras y una pobreza sempiterna... lo último que necesitaba este país caribeño era un terremoto, el peor en sus 212 años de independencia. Las repercusiones se convertirán en otro temblor que afectará a la región, más allá de las mejores intenciones de ayuda internacional

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ENERO, 2010. Un dato poco conocido respecto a Haiti es que fue el primer país latinoamericano en conseguir su independencia, en 1808. Pero fue una albricia que le sirvió de poco: desde su doloroso nacimiento Haití ha representado una rareza absoluta en torno a sus vecinos, en especial República Dominicana, con la que tiene como única coincidencia el compartir la misma isla, La Hispaniola, un país que sirvió durante décadas como "centro de abastecimiento" de esclavos llegados al nuevo continente (así es, los franceses, y no sólo los norteamericanos, tenían una importante tajada en ese negocio). La suerte de Haití ha sido tal que al llegar el bicentenario de su independencia había pocas cosas que celebrar; si mucho, que finalmente se habían librado de una brutal dinastía, la Duvalier, para terminar en un sitio donde si bien ya se había superado aquella experiencia, el país se iba haciendo pobre a cada minuto.

Y ese había se debe, por supuesto, al terremoto que hizo añicos a la capital haitiana el pasado martes 12. La saña del temblor fue tal que uno se pregunta si fue a propósito, y ocurrida en momentos que la isla atravesaba por una dura ola de frío. Parecía ser el segundo llamado ya que el primero fue un huracán reciente que dejó incomunicado al país durante varios días. Desaparecieron el Palacio de Gobierno, el de Justicia, el Congreso, los principales hospitales, sedes diplomáticas y varios de los barrios centrales quedaron devastados; curiosamente --y algo que pronto alguien utilizará para decir que el temblor fue planeado desde Washington, o tonteras aun peores-- la zona hotelera y los casinos sufrieron daños menores, una parte turística de la ciudad que en Acapulco, por ejemplo, sería considerada clase media baja pero que en Port au Prince viene a ser un territorio exclusivo que pocos pueden costear.

Hasta hace unos días los mexicanos llamábamos el "desastre de Haití" a un hecho futbolístico ocurrido en 1973 cuando la selección mexicana fue eliminada en la capital de ese país por la poderosa escuadra de Trinidad, algo que permitió a los haitianos viajar al Mundial de Alemania. Quedaron en último lugar, pero ese hecho era recordado con mucho orgullo por la mayoría de los haitianos. A partir del martes pasado "el desastre", de irónico, se convirtió el clara y cruel realidad. Más que desastre, es una catástrofe.

Y una catástrofe de la cual apenas comenzamos a medir sus consecuencias. En los días siguientes se desatará una terrible combinación de epidemias --se calcula que todavía bajo los escombros yacen los cuerpos de unas 40 mil personas-- con una hambre que difícilmente será paliada por las toneladas de alimento que van en camino a Port au Prince. República Dominicana puede esperar, inevitablemente, una oleada de desesperados vecinos en busca de refugio. Igual sucederá con otras naciones cercanas a Haití; la violencia, los asesinatos, los robos, las violaciones y las agresiones alcanzarán la estratosfera en los meses siguientes; en un país que súbitamente se quedó sin gobierno, o lo poco que quedaba de él, la tragedia asume proporciones mayúsculas.

Ya surgieron, en el mundo Twitter, quienes opinan que el temblor llevaba implícita la encomienda de terminar para siempre con la memoria de los Duvalier, representada en el Palacio de Gobierno, conocida como Casa Blanca y que tenía claras reminiscencias con la famosa residencia en Washington. Fue construida por Baby Doc, el hijo del tirano, en el mismo lugar donde su padre había edificado un temible edificio rodeado por su ejército personal, una guardia conocida como los Tonton Macoutes. Papá Doc había gobernado (un decir) mediante una combinación de terror y vudú. El odio que llegó a acumular fue tal que su tumba fue profanada y sus restos arrastrados por las principales calles de la ciudad. Milagrosamente su hijo logró asirse del poder; era un playboy que derrochaba miles de dólares en los casinos y que al heredar el poder se aferró tanto a él que, una vez que ya no le fue útil a Washington (por años había alegado que su misión principal era detener el avance comunista) se fue a Suiza don todo y familia, donde tenía depositados unos 350 millones de dólares. Baby Doc que era tan latinoamericano como el que más: un gobernante riquísimo que huye y deja un país en la miseria. Hoy vive en Francia sin ser molestado.

Los años recientes tampoco habían sido buenos para Haití. A Baby Doc siguieron varios presidentes igualmente pillos hasta que apareció la figura de Jean Bertrand Aristide, un ex sacerdote salesiano que llamó la atención por considerarse seguidor de la "doctrina social de los Iglesia", más conocida como Teología de la Liberación. El entusiasmo que despertó Aristide fue innegable, pero al llegar al poder --con apoyo de Washington, por cierto-- hizo muy poco, excepto, quizá, el haber metido en la nómina a varios amigos suyos, y aun amantes. Cuando un coronel lo echó del poder esperaba que el gobierno norteamericano lo apoyara (argumentó que Aristide era un agitador comunista) pero en vez de ello el Departamento de Estado le dio un plazo para que abandonara el poder y en la madrugada siguiente los marines entraron a Port au Prince, lo que marcó el retorno de Aristide al poder. Previsiblemente, Aristide perdió apoyo entre los progres latinoamericanos. Con René Preval, su actual presidente, Haití seguía tan pobre como siempre, aunque con cierta estabilidad política. Hasta el martes pasado.

"Ya es momento de romper el maleficio de Haití", advirtió el presidente francés Rene Sarkozy. Ojalá que para ello no se apliquen esos terremotos burocráticos tan comunes en la ONU. tal vez el sismo del pasado martes fue una señal para Haití, del mismo modo que lo fue para México lo ocurrido en septiembre de 1985. La suerte ya no le puede ser peor a este país, pobre en tantos sentidos.

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