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LITERATURA

El kaos literal en el universo de Joyce

Celebrado por miles quienes están seguros que le escamotearon el Nóbel de Literatura, hay algo cierto en la obra de James Joyce: su difícil, enredado acceso para los neófitos y el desastre que provoca entre aquellos escritores que se ponen a copiar el estilo de tan ilustre irlandés

MARZO, 2013. Solicite usted una lista de los mejores escritores del siglo XX y más pronto que luego alguien soltará el nombre de James Joyce e incluso se nos dirá que sin su influencia, la literatura actual en la lengua inglesa --y en cierto grado la universal-- no podrían concebirse. Gente como Hemingway, Dos Passos, Steinbeck y Norman Mailer llegaron a reconocer su deuda con el irlandés. JK Rowling, autora de Harry Potter, ha dicho de Joyce "admiro su capacidad creativa y su capacidad para hacernos ver un objeto común con una nueva y sorprendida mirada".

Para mí, James Joyce es el equivalente a esas películas que alaban los críticos pero que al resto nos dejan con cara de duda, desde el mentón hasta la frente, y que obligan a preguntarnos qué le vieron de extraordinario a ese filme. La razón, quizá la adivinará el lector, es que Joyce se propuso destruir los convencionalismos de la gramática como se había conocido hasta entonces. El problema fue que al hacerlo, corría el peligro de que terminara por ser incomprensible. ¿La solución? Insertar neologismos, uno detrás del otro, y agregar después un glosario de definiciones, lo que al final nos trajo de vuelta al convencionalismo obligado de la letra escrita.

Uno de los fans fervientes de Joyce fue Anthony Burguess, autor de Una Naranja Mecánica, novela que contiene una catarata de nuevas palabras, por lo menos para los lectores de habla inglesa. Casi todos ellos eran términos rusos acompañados de otras frases sacadas del caló londinense, entre ellos "druggies". Pero esa obra no se acerca, ni siquiera un ápice, al vendaval al que somos sometidos al abrir Ulises, una obra gigantesca a la cual, tras un penoso proceso de revisión, nos damos cuenta que lo que bien pudo ser una historia de 20 cuartillas se extendió escandalosamente más allá del medio millar de páginas.

Algo que los joyceanos suelen eludir es que Joyce era, ejem, un rollero, y uno muy enredado. Alguien me facilitó el Ulises en español y confieso que no entendí nada de sus primeras 30 hojas --por lo menos Metamorfosis, libro también muy complicado, tiene una hilación coherente-- y que quizá quienes lo han alabado sintieron lo mismo pero no quisieron expresarlo abiertamente. También es fácil detectar que los traductores de Joyce pasaron por una verdadera pesadilla pues lo cierto es que Ulises es intraducible.

Más tarde opté por buscar Ulises en inglés, algo que logré en Internet, pero entonces la frustración fue doble, esencialmente por una sintaxis que, bueno, parece haber sido emborrachada en cada renglón de la obra, Orwell censuraba de Joyce que, con una prosa tan difícil de acceder, se convirtiera en un escritor elitista --es decir, para unos cuantos-- en vez de llegar al mayor número de lectores con un estilo donde, escribió Orwell, "el lector se sienta identificado, y no ajeno, con aquello que leyó".

Joyce escribió posteriormente Finnegan's Wake, novela igualmente densa (y mucho más pretenciosa, hay que decirlo), aunque lo hizo más por necesidad económica. El autor padeció de sus ojos, sufría glaucoma que le producía tremendos dolores, y las infecciones lo dejaron prácticamente sin piezas dentales. Existen incluso fans suyos que preferirían que el irlandés nunca hubiera publicado esa obra, pero igual se regocijan: son algo así como los seguidores de Woody Allen, al que se le aplaude no tanto que haga películas de discutible calidad, sino que siga filmando.

Lo innegable es que James Joyce era un original., mérito alto dentro de la literatura universal. Desafortunadamente y por esta razón, los imitadorees de Joyce han producido obras lamentables. Baste mencionar Fear and Loathing in Las Vegas del fallecido Hunter S. Thompson, aventajado alumno joyceano, un estilo incluso aderezado con algunas dosis de peyote, una novela igualmente celebrada por los críticos ya que, por supuesto, rompe las reglas de la gramática convencional. Peor aún, ha habido casos en que la técnica de Joyce se aplicó al género del cuento, con resultados igualmente desastrosos.

"El peor error que puede cometer un escritor neófito es copiar a Joyce", apuntó el crítico Luis Manuel Zárate, "simplemente, así como su estilo es inclasificable, no puede ser imitado". Lo cual no implica, por necesidad, que sea el mejor de los estilos. "Es único, y nada más", concluye Zárate.

 

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