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INTERNACIONAL

El inexplicable masoquismo del votante latinoamericano

Con más de un millón de venezolanos que huyeron del ruinoso chavismo, Colombia está a punto de elegir a alguien que prometió aplicar esas mismas fórmulas en el país, hecho desconcertante dado que Gustavo Petro fue uno de los peores alcaldes de Bogotá. ¿Acaso somos masoquistas históricos o, sencillamente, nos aterra el desmantelamiento de una estructura que nos ha mantenido por décadas en la pobreza?

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JUNIO, 2022. Aunque la hemos escuchado infinitas ocasiones, hay una frase que, es absolutamente certera: cada pueblo tiene el gobierno que se merece. En el caso latinoamericano, donde con excepción de Venezuela, Cuba y el burdo show seudoelectoral de Danny Ortega en Nicaragua, los procesos electorales han conseguido la alternancia política sin asonadas u otros hechos que eran comunes apenas décadas atrás.

Ese ya no parece ser el problema sino a quiénes escogemos, así como sus plataformas políticas, la mayoría de ellas fracasos puestos en práctica cientos de veces, y en ocasiones con efectos que están afectando directamente a quienes, al momento de votar, lo siguen haciendo a favor de la misma, nefasta medicina.

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El caso más reciente de este fenómeno lo tenemos en las elecciones efectuadas en Colombia donde Gustavo Petro y Rodolfo Hernández lograron pasar a la segunda vuelta la cual definirá al próximo presidente el 19 de junio, pero mientras Hernández es un empresario que inesperadamente se coló a la recta final, dejando atrás al centrista Federico Gutiérrez, de Alianza Colombia, se da como un hecho que el ganador será Petro, un ex guerrillero del M-19, grupo terrorista que en los años 80 tomó el Palacio de Justicia en Bogotá donde murieron 11 magistrados, además de haber realizado una serie  de atentados antes de rendirse y entregar las armas, orillado por el ex presidente Andrés Pastrana.

El "reformado" Petro, por supuesto, ha abrazado las causas progresistas de moda en el mundo, ya sean el movimiento LGBT, la "tolerancia", excepto para aquellos que tengan una opinión diferente, además de haber prometido en su campaña "castigar el lenguaje ofensivo" contra las minorías  y crear un organismo que "vigile los contenidos inapropiados que pudieran resultar ofensivos" tanto en radio, televisión, medios impresos e Internet.

La amenaza no se limita a esta pretendido golpe a la libertad de expresión, naturalmente: Petro ha propuesto un "pacto social" entre gobierno y empresarios para "promover la inclusividad" (versión colombiana de lo que actualmente sucede en Gran Bretaña y Estados Unidos) así como "proponer cambios sustanciales en la Constitución que garanticen los servicios elementales a toda la población" y, eventualmente, "conseguir un ingreso básico universal para todos los colombianos", es decir, entregar en forma de dádivas sin devengar un salario lo que provenga de los impuestos del sector productivo.

Lo más increíble es cómo millones de colombianos que votaron por Petro coincidirán en que al otro lado de su frontera con Venezuela sigue desarrollándose un infierno que no se ve para cuándo termine, al punto que se estima que un millón y medio de venezolanos huyeron a Colombia producto de esa fórmula que Petro amenaza con aplicar en su país, razón por la cual esos miles de esos exiliados ya estén seriamente pensando en buscar otro país.

El analista español Aldo Mariátegui prácticamente da "por perdido" el futuro de América latina ante estas decisiones tan torpes que van contra la lógica de la realidad en este texto que escribió antes de las elecciones el pasado 5 de junio: "Los colombianos sufrieron como nadie el terrorismo. Y aun así muchos van a votar por un tipo que estuvo vinculado al felizmente extinto M-19, esa gavilla terrorista castrista… Los colombianos se quejan de la mala gestión pública de sus políticos. Y aun así muchos van a votar por quien resultó un pésimo alcalde de Bogotá… (Petro fue el típico izquierdista palabrero en campaña que resultó un pésimo gestor en la cancha. Incluso fue destituido temporalmente de su cargo, pero la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, siempre aliada de la izquierda, ordenó reponerle)".

Más adelante Mariátegui propone una manera de determinar cuál es el IQ de un votante latinoamericano: "Le preguntaré por quien votó, y si me contesta que Petro, Castillo, Ortega, Evo, Maduro o los peronistas, inmediatamente sabré que su IQ es menor a los 85 puntos (o sea, 'inteligencia límite inferior al promedio normal'), sin someterle a ningún largo, oneroso y agotador examen".

En esa lista debemos agregar a los chilenos que votaron a favor de Gabriel Boric en Chile. ¿cómo es posible que hayan dado la espalda a un esquema económico que los estaba acercando al nivel de país desarrollado simplemente porque un grupo de agitadores destruyeron todos los semáforos de  Santiago y por tanto concluyeron que era urgente cambiar el rumbo del país?  Y algo similar se puede decir de Perú donde millones de votantes dieron la confianza a un presidente que no tiene la mínima noción de en qué consiste una cadena productiva, esto a tiempo en que el PIB del país andino estaba creciendo a un 4.5 anual.

La justificación más frecuente al respecto indica que esos votantes no logran percibir que su situación económica está mejorando, que comparativamente viven mejor que sus padres y sus abuelos y en vez de ello anhelan ver cambios repentinos, palpables y alabados en las planas de los periódicos. Sin embargo, y como señala el analista chileno Axel Kaiser: "Aunque una casa que tardó meses en ser construida pueda caer en segundos marca un principio lógico, mucha gente piensa, falsamente, que la economía de un país está exenta de este principio. Ilusamente creen que una casa puede ser construida en un par de horas gracias a la magia de una hada madrina o un mago en la presidencia. Los adultos latinoamericanos ya no creemos en Papá Noel pero seguimos creyendo en esos políticos que promueven plataformas socialistoides".

Otro factor, sin duda, se da cuando las opciones resultan ser políticos debiluchos, timoratos que terminan doblegándose  ante la presión de sus enemigos. Fue el caso de Vicente Fox en México, Mauricio Macri en Argentina e Iván Duque en Colombia. Sin embargo el ejemplo más lastimoso se dio en Chile cuando Sebastián Piñera traicionó a sus principios y a sus votantes cuando advirtió que "urgían cambios" en el esquema de desarrollo, factor que lo convirtió en un mandatario de pacotilla frente a quienes lo habían apoyado.

A ello se agrega el "gigantesco error" de los mandatarios que no comulga con los "progresistas", según el analista Kaiser: "Ante los embates de la izquierda, estos presidentes terminan por ceder terreno a sus oponentes y dicen coincidir con ellos y prometen apoyar sus inquietudes, esperando que ello aplaque sus ímpetus. Esa estrategia nunca ha funcionado ni funcionara ante el activismo de izquierda que quiere reproducir el fracasa chavista en toda la región".

Sin embargo, otra razón poderosa radica en que los latinoamericanos seguimos experimentando horror al cambio, seguimos padeciendo una enfermiza dependencia hacia el Estado paternalista, pensando que si ésta abandona su "función social" nos iremos hundiendo en la indigencia, víctimas de las leyes del mercado. Seguimos siendo increíblemente inmaduros al momento de ir a votar a las urnas y buscamos que sea el Estado el que nos resuelva la vida cuando ha sido precisamente ese Estado el que nos mantiene pobres.

Es un círculo masoquista del que hemos tratado de escapar, algo evidente luego de la caída del Muro de Berlín, pero además a quienes se encomendó la misión, llámense Salinas o Menem, se hundieron en la corrupción y el descrédito, algo que sus enemigos aprovecharon para sabotear felizmente sus proyectos.

Mariátegui está resignado a que América latina quedará estancada en el subdesarrollo por toda la eternidad debido a su tendencia a apostarle a políticos destructivos. Y ante lo que acabamos de ver en Colombia, que está a punto de elegir a un claro simpatizante chavista, da pesada cuenta de cómo este analista español no anda tan errado... desafortunadamente.

 

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