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Cuando al Pato Donald se le llevó ahora sí que al patíbulo

Los personajes de Walt Disney, en especial el malhumorado pato que viste de marinero, fueron acusados de ser unos reaccionarios en un libro que este año cumple cuatro décadas de su publicación. Por cierto, uno de sus autores no llegó a Disneylandia, aunque sí a Broadway

SEPTIEMBRE, 2013. Este mes se cumplen 40 años del golpe de Estado que derrocó a Salvador Allende en Chile, y también han transcurrido cuatro décadas de que un libro que se encontraba en el Top de preferencias, un libro que era producto directo de aquellos turbulentos y radicalizados años. El libro de marras es Para Leer al Pato Donald, de Ariel Dorfman y Armand Mattelart. En algún momento de nuestras clases de literatura, de comunicación o de sociología nos topamos con este mamotreto, e incluso alguien comentó al que esto escribe que el libraco sigue siendo ampliamente recomendado, lo que no debiera extrañarnos tanto si algo similar ocurre con Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Trucha Galeano, libro que, como dije hace algunos años, debería ir acompañado de un látigo para que el lector se diera de azotes en la espalda de modo que su lectura le sea más provechosa.

No hace falta la autoflagelación cuando alguien quiera abrir las páginas de Para Leer al Pato Donald, aunque sí una buena dosis de masoquismo al revelársenos que la gran capital --gringolandia, pues-- nos idiotiza con sus historias, en particular las de Walt Disney, detrás de las cuales se encuentra la viscosa e insensible mano de la CIA, empeñada en que nuestra niñez desconozca quiénes son Benito Juárez, San Martín, O'Higgins pero tenga en casa pósters de Goofy/Tribilín o colecciones las loncheras de Peter Pan o Cenicienta.

Hace algunos años Hugo Chávez creyó descubrir la arepa venezolana al denunciar que "el imperio" (¿quién más?) tenía como avieso objetivo apoderarse de "las mentes infantiles" mediante la consabida "penetración cultural yanqui" de los cómics ilustrados. No le pareció tan molesto al hoy fallecido dirigente el andar consiguiéndole a sus hijas boletos para ver a Justin Bieber, quizá porque es canadiense, aunque el daño mental que produce al escucharlo sea, qué ni dudas, más perjudicial que las risas de Tribilín.

Pero volvamos al libraco de Dorfman y Mattelart, dos sociólogos que se convirtieron en algo así como la voz escrita del allendismo cultural. Por si hicieran falta más divisiones en el encrispado Chile de 1973, los dos autores pusieron "en esta esquina" a los niños que con toda inocencia compran los monitos, o muñequitos, o tebeos, o como usted prefiera llamarles, de Walt Disney, y en la "otra esquina", al imperio malévolo al que no le pusieron como música de fondo a Darth Vader porque John Williams no la componía todavía en 1973. Escondido en la inocencia de Mickey Mouse, Mimí, las extravagancias de Ciro Peraloca,la pedantería de Pánfilo Ganso, la torpeza de Tribilín y la avaricia de Rico McPato, se encuentra el imperialismo --palabra que, comentó un amigo, aparece en el libro 249 veces, más que el "fuck" de Al Pacino en Scarface-- el cual prepara, desde la infancia, a los futuros peones al servicio del gran capital, primero, y del poder establecido, segundo. "Al leer Disneylandia se asume la condición de explotado", escriben.

Para Leer el Pato Donald es en realidad una extensión de la célebre, y desde hace rato desfondada (solo pregunten al ex presidente Henrique Cardoso, uno de sus coautores) Teoría de la Dependencia donde el poder central somete a la periferia, no le permite desarrollarse ni ejercer su autodeterminación. Cardoso se refería a los bienes y servicios por lo que había que cubrir todos los flancos de modo que Dorfman y Matterlart lo hicieron desde el ideológico. A ello le agregaron fantasías de su cosecha, entre ellos el afán del imperialismo por crear un mundo asexuado pues ninguno de sus personajes muestra sus genitales, observación por demás jocosa si nos fijamos un poquito y vemos que, a diferencia de los perros, en la vida real es imposible saber, a mero ojo pelado, si se trata de un pato o una pata; a menos que ambos autores, a quienes resulta ya imposible tomar en serio cuando está uno a punto de terminar el libro, jamás han reparado en semejante detallito.

Pero quizá la mayor pífia de Para Leer al Pato Donald sea que todos sus juicios hacen a un lado el hecho de que los monitos de Walt Disney reflejan la vida en Estados Unidos. Habría sido escandalosamente absurdo hacer una crítica antiimperialista de Snoopy, no tanto porque su autor Charles Schulz describe andanzas eminentemente norteamericanas. No: lo que molesta a Dorfman y a Mattelart es que los Estudios Disney hubieran decidido distribuir sus películas, cómics y afiches en el resto del mundo, no para imponer modas dictadas por el imperialismo sino para hacer dinero... es decir, el mismo principio por el cual su editorial, Siglo XXI, optó por distribuir su libraco --y de paso, darle nada despreciables regalías a sus autores-- en cualquier sitio donde se habla español, e incluso traducir la edición a varios idiomas,  donde las regalías se perciben en cochinos dólares, por cierto.

Ha habido métodos más entretenidos para contrarrestar la influencia de los cómics gringos. El ingenio se combate con algo más ingenioso, dijo alguna vez el escritor español Enrique Jardiel Poncela. Y eso es precisamente lo que hicieron Goscinny y Uderzo en Francia con Astérix y Obélix, Quino con Mafalda en Argentina y Peyo con Condorito en Chile, lugar de origen de este mamotreto. Estos personajes surgieron como respuesta a los "monitos" norteamericanos y su influencia entre los lectores locales, no necesariamente niños. Son reacciones más saludables, e inteligentes --véase el alto nivel de calidad de Astérix, por ejemplo-- que el enarbolar la queja, el pobrecitos de nosotros, que ofrece Para Leer el Pato Donald.

Pero al final nuestros dos antiimperialistas no resultaron serlo tanto. Por lo menos es el caso de Dorfman, quien se fue a vivir a Nueva York para trabajar en Broadway. Sigue utilizando la misma jerigonza izquierdista y proge a la que nos tiene acostumbrados solo que ahora vive en las entrañas del monstruo, quizá seguro de haberse vacunado a inmunizado contra los gérmenes ideológicos propalados por el Ratón Miguelito antes de pisar la tierra que vio nacer al célebre roedor. O lo que es lo mismo, su destino fue el mismo al de la tesis de Para Leer al Pato Donald: todo se resume en puras tiras cómicas.

Para Leer al Pato Donald
Ariel Dorfman/Armand Mattelart
Siglo XXI Editores/2005

 

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