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Literatura

La gauchofilosofía de Mafalda

Inigualable y más contemporánea que nunca, la pequeña mechuda creada por Quino es releída y extrañada. A estas alturas ya todos tenemos algo de los personajes de la famosa tira austral

OCTUBRE, 2006. Diego Maradona dijo hace años que Dios era argentino. Quizá no lo sea, pero sí alguna vez el Creador ha considerado elucubrar con humorismo un terreno generalmente tedioso y seriote como la filosofía, el que haya hecho nacer a Mafalda en ese país le da una indiscutible distinción. En el papel puso a Mafalda y en la vida real a Joaquín Lavado, su creador.

Cuando nos asomamos de nuevo a las páginas de la mechuda cargada de preguntas embarazosas y de sus amigos precoces sorprende lo contemporánea que suena la tira cómica en nuestro presente; ahí están mencionados los Beatles iguales de vigentes. Mafalda se enteraba de las noticias en su radio ("¿qué hago con el cadáver de la otra", pregunta a su papá refiriéndose a una pila que acaba de reemplazar), y hoy lo podría hacer mediante el chat.

Manolito ayudaría a su padre en un moderno supermercado en vez de la tienda de abarrotes a la que pomposamente él llama "almacén" y Susanita jamás se despegaría de su celular mientras que Libertad, la aguerrida hija de una traductora de francés lanzaría proclamas en favor de los globalifóbicos.

Felipe seguramente sería hoy un burócrata con un sueldo mediano, sitio ideal para atemperar sus temores y su amigo. Miguelito habría viajado varias veces a Europa y ocasionalmente repetiría esos días en que se sentía pedante.

Pero, en general, el entorno es idéntico. ¿Alguien duda que los padres de Mafalda ya no vivirían en un departamento de renta, ella quejándose de la inflación y él aterrado por haberse endeudado hasta el occipucio con un auto compacto?

Sin duda el gran mérito de Mafalda es haberse abordado como tema central a la clase media latinoamericana, la cual desde hace rato era protagonista en los cómics estadounidenses. No es un secreto que Mafalda es una respuesta a Charlie Brown; incluso la precoz inteligencia de los personajes de ambas tiras no puede ser una coincidencia.

Otra parte de la perenne popularidad de la pequeña mechuda radica en que siempre evitó el sermoneo y el panfleteo algo que, por ejemplo, envió a la obsolescencia a buena parte del trabajo del mexicano Rius. Si bien Quino ha manifestado "tener aún esperanzas en el socialismo" rara vez esto se reflejó en su trabajo ("Me pregunto qué habría pasado si Marx no se hubiera tomado la sopa", razona Mafalda) y da al pesimismo, --enfermedad intrínseca de nuestra izquierda-- un giro irónico. Y magistral, claro, al muy argentino modo de Quino.

Por ello los doce tomos de Mafalda más algunas caricaturas posteriores del gran dibujante se disfrutan tanto. No es una historieta panfletaria ni sermoneadora. Tampoco cayó en la trampa fácil de criticar a quien entonces era el presidente de Argentina, factor que le hubiera quitado atractivo en otros países: ¿qué pasó con El Cuarto Reich, del chileno Palomo? Una vez que se fue el dictador la tira perdió interés.

Hace ya más de 30 años que Quino publicó la última tira de Mafalda, y es bueno que su autor insista en no resucitarla. No es necesario pues se sigue proyectando, al igual que todos sus amigos, como si la hubiera dibujado hace unas semanas.