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Y Demás/Revisionismo histórico

Los fundadores de Estados Unidos, bajo ataque

Hasta hace unos años eran personajes respetados pero hoy hay quienes exigen que dos rostros sean retirados del Monte Rushmore pues los próceres en realidad, dicen, eran racistas. La verdad: se les odia porque ellos construyeron la primer sociedad que limitaba el tamaño del Estado y por ende estimuló a la libre empresa

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JULIO, 2010. Seguramente el lector se ha encontrado con el comentario de que Thomas Jefferson, uno de los firmantes del Acta de Independencia de Estados Unidos, era racista pues poseía esclavos; de hecho, una cinta reciente protagonizada por Nick Nolte deja en claro que, aunque tuvo hijos con una mujer negra, siempre los trató como mera mercancía. Semejantes argumentos van igual contra George Washington, a quien se ha acusado de hipócrita por mencionar en la Constitución el "derecho de todo ser humano a ser libre" y no haber concedido esa prerrogativa a los negros, señal que no los consideraba poco menos que bestias. Incluso el pobre Benjamín Franklin, hasta hace poco retratado como el excéntrico inventor el pararrayos, bonachón y viajero incansable, recientemente fue acusado de ser un "homófobo" (?) por haber dejado escrito su desprecio por quienes no tenían tendencias heterosexuales (otros afirman que en realidad era un "gay de clóset").

Son denuncias que son cada vez más frecuentes toda ocasión que llega otro aniversario de la Independencia norteamericana. Cuando ocurrió el Bicentenario, en 1976, criticar a los próceres era algo insólito. Solamente una revista de izquierda radical, de nombre Mother Jones y que aún circula, publicó una serie de artículos donde por primera vez difundía "la verdad" sobre los Fundadores de Estados Unidos, muchos de ellos argumentos que desde entonces hemos escuchado, como el de Jefferson y sus esclavos. En aquel año fue muy popular llevar las vestimentas habituales de aquellos años, de repasar con orgullo la historia y de inculcar en las escuelas el respeto a los Padres Fundadores (en Estados Unidos no se les denomina héroes) con vistas a iniciar el tercer siglo de su Independencia.

23 años después muchas cosas han cambiado. Una corriente revisionista entre cientos de profesores promueve hoy más la versión "victimista", como por décadas se ha hecho en América latina donde los verdaderos héroes son los "que ya estaban" y los villanos los "invasores", algo que deja fuera una verdad obvia, esto es, de que lo que hoy es Estados Unidos no habría pasado de ser una inmensa llanura con porciones desérticas de no haber sido por los inmigrantes europeos. Asimismo se enfatizan los innegables años de sufrimiento y racismo hacia la población negra sin reparar por un momento el avance de la lucha por sus derechos humanos al punto que hoy la Casa Blanca es habitada hoy por un presidente negro y existe un día en memoria de Martin Luther King.

Pero la peor parte la siguen llevando los próceres, y ello se debe a que todos esos juicios se realizan con la óptica del presente, y no la de su tiempo. Tener esclavos no fue una costumbre nacida en Norteamérica sino que ha estado presente en la mayoría de las culturas, desde la sumeria a la romana hasta los fenicios y los grandes califatos, eso sin olvidar a los aztecas, a los incas y a las dinastías chinas. Pero con la probable excepción de los romanos,.de ninguna de éstas se nos remacha con insistencia sus prácticas esclavistas, quizá por la necedad de comparar a Estados Unidos con el Imperio Romano.

Al juzgar a Washington, a Jefferson, a Franklin y a Paul Revere como "racistas", se hace dentro del concepto de "racista" que tenemos en el siglo XXI. Como ocurrió muchos siglos antes que todos ellos nacieran, tener esclavos era visto como símbolo de estatus como hoy lo es tener propiedades en la Costa Azul o un auto último modelo. Jefferson, por ejemplo, poseía extensiones de tierra laborable y el únicamente siguió la tendencia de sus ancestros ingleses para que la trabajara gente que él podía adquirir en un mercado de esclavos. En el siglo XVIII hablar de derechos sindicales o laborales era un exoticismo como si hoy alguien pidiera información sobre el siguiente vuelo a Júpiter. Obviamente Jefferson quedaría perplejo si se le echara en cara su "racismo": ¿cómo podría serlo si en la sociedad que le tocó vivir tener esclavos de color era considerado algo natural y socialmente aceptable?

Quizá dentro de 200 años la sociedad considerará "inmoral" que nuestra generación pasara horas frente a sus computadoras, hablando por celular o utilizando blackberries. Es posible que para entonces haya permeado la idea de que tales actitudes fomentan la "insolidaridad" humana pues se daba preferencia a unas máquinas sobre la comunicación interpersonal. Pero si hoy se nos quisiera regañar por ello responderíamos que al utilizar las nuevas tecnologías contribuimos al progreso humano. Eso mismo ocurría en los años de los próceres norteamericanos: tener esclavos era un signo de progreso. Innegablemente, debe aplaudirse que ese concepto haya sido desterrado. El absurdo aquí es querer aplicar conceptos propios de nuestro tiempo a otras épocas de la historia humana.

Los próceres norteamericanos no eran tontos. Sabían que al redactar en su Constitución crear "la más perfecta Unión" y al establecer que "todos los hombres nacen libres" se buscaba crear un país que, en un futuro, sin duda habría de abolir la esclavitud. Pero determinarlo en 1776 habría debilitado la posición de las colonias frente a Inglaterra, por lo que cualquier intento de emancipación estaba lejos de constituir una prioridad para los próceres. Pero llamarles "racistas" por esa omisión raya en el ridículo pues en la época ése era un concepto desconocido.

La Carta de los Derechos Humanos proclamada por Francia tras su revolución también enarbolaba la libertad de los hombres y su rechazo a todo autoritarismo. Pero menos de dos décadas después el país era gobernado por un autócrata que se proclamó monarca y difícilmente se puede decir que esa libertad fue extendida s sus colonias. Pero hasta hoy nadie ha llamado "racistas" a los revolucionarios galos ni se ha pedido al gobierno francés que indemnice a los descendientes de esclavos.

La razón cae en el pecado de obviedad: se desea desaparecer, o al menos desprestigiar, la imagen de los próceres norteamericanos porque ellos pusieron las bases del país donde surgió el primer boom de la libre empresa y porque Washington, Franklin, Jefferson y los demás firmantes de la Constitución fueron los primeros en la historia contemporánea del hombre en establecer límites a la intervención estatal. Las demás constituciones siempre antepusieron el interés del Estado sobre sus gobernados, mientras que el Acta de Independencia resalta el interés de los gobernados sobre el Estado. Al tener un gobierno limitado se evitan las tentaciones totalitarias que han evitado a ese país --y a otros países con Constituciones similares, como Australia y Canadá-- tener golpes de Estado.

Y es precisamente ese límite el que favorece el desarrollo de la libre empresa. Eso es lo que no se perdona a los próceres, el haber propuesto un país donde fuera el capitalismo el principal impulsor de la riqueza. Su presunto "racismo" es un mero pretexto para iniciar un frente de ataque.

Sin embargo desde el gobierno de Roosevelt, y hoy con Barack Obama, ese anhelo de los próceres ha sido paulatinamente desarmado. Pero la acción política no es suficiente: por ello desde las escuelas se ha procurado explotar la imagen de los Padres Fundadores como de personajes racistas e insensibles. Es decir, capitalistas.

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